sábado, 30 de noviembre de 2013

BORDANDO EN HILO SUTIL...


 


Reinaldo Cedeño Pineda

A propósito de un libro singular: Santiago de Cuba, ciudad cantada de José Orpí (en la imagen)

El pie forzado es la historia. El objetivo: historiar la Ciudad Héroe. La petición llega de la Doctora Olga Zarina Portuondo Zúñiga, historiadora de la ciudad. Los destinatarios son niños.

  Vaya empresa, la de cantar a una ciudad cantada tantas veces; la de atrapar cinco siglos en las ramas de la poesía; la de versificar quinientos años para el público más sincero, sin permitirse ficciones que falseen la memoria ni menoscabo para la lírica. Se trataba de unir en un haz el pasado para devolverlo al futuro, y seguramente del reto más enconado: hallar el tono, el color, el hilo para bordarlo todo.

   Por eso comprendo a su autor, José Orpí Galí, que aunque poeta de larga data, confiesa que quedó aterrorizado ante la petición. Algunos podrán pensar que exagera, que le gustó la eufonía del vocablo; pero tal vez no cabría otra palabra.

   Cierto es que en semejante encomienda contó con una doble mirada, la de Teresa Melo desde la edición y la de la propia Olga desde la asesoría histórica. Ese apoyo, lejos de quitar lustre al poeta ni escamotear méritos a la obra, no hace más que ratificar la exigencia de la tarea.

   La idea era noble; el terreno fértil y así la semilla lanzada echó buenas  raíces. Aquí tenéis los frutos de la cosecha: las sesenta y una páginas de Santiago de Cuba, ciudad cantada de la Editorial Oriente, 2013. O como lo escribiría Dulce María Loynaz, mi musa preferida: “Poesía y Ciencia tienen que aliarse para acudir la una cuando la otra necesite auxilio. De modo que si la Ciencia se fatiga, le prenda la poesía sus alas invisibles; y si a la Poesía se le derriten las alas, sea la Ciencia quien se la eche al hombro y sigan andando”.(1)

   Así se hizo este libro.

   En  Santiago de Cuba, ciudad cantada, el autor se decantó por el romance, forma estrófica de la tradición hispánica, en tiempos en que algunos dicen huir de la rima, o no se atreven a rimar. De esa manera, en un alarde de síntesis, su palabra sobrevuela tres siglos “cuasi vacíos” en la historiografía santiaguera y nacional
—más allá de algunos hechos puntuales—, los siglos XVI, XVII y buena parte del XVIII, correspondientes al descubrimiento, la conquista y el proceso de colonización: los aborígenes, los corsarios y piratas, el Morro o la Catedral, tantas veces compuesta y recompuesta.

  Como es de suponer, las centurias del diecinueve y el veinte ocupan la mayor parte del libro. El proceso de emancipación, de los Maceo y Guillermón a la caída de Martí, de la intervención del Norte a la República, de las calles clandestinas y el 26 de Julio a la entrada del Ejército Rebelde y la Revolución.

    Como la historia no es la sumatoria de los hechos políticos, sino un cosmos cultural y social, toca al autor detenerse en la Columna de los Veteranos —enhiesta cual símbolo fálico en Plaza de Marte, en el corazón mismo de la ciudad—, en los tranvías y la pelea de gallos, en la Sociedad Bethoveen y en las Crónicas de Bacardí, en la devoción a la Virgen de la Caridad, en la arquitectura de Segrera  y en la trova bohemia, en la Universidad de Oriente y los carnavales.

   Todo eso y más, labrado verso a verso, desgranado, dado como al paso.

    Por si fuera poco, el libro se empeñó en seguir creciendo y convirtió en protagonistas a los niños desde el principio. La Fundación Caguayo —mediado el impulso de Alberto Lescay y Saily Rivas, siempre generosos—, depositó su confianza en Vivian Lozano cuya estirpe de creadora fue una flama. Cada uno de los pequeños que dejó su color y su trazo en estas páginas lleva su marca. No diré que es este un valor agregado a la aventura literaria, sino que contribuye a redondearlo, que le otorga una distinción especial, un guiño cómplice, un toque de ternura.
  
  Este es un libro singular, un libro colectivo, un libro útil, un libro hermoso. Un libro hecho como estampó su autor “bordando en hilo sutil / el tiempo de la memoria”.

NOTA:

(1) Dulce María Loynaz: Un verano en Tenerife, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994, p. 23.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

POETA INVITADO / Antonio Enrique González Rojas (CUBA)




EL PUEBLO de SIRACUSA
 (Selección especial para La Isla... y la espina)

(II)

Melia fue expulsada de su grupo de amigas. El color del hilo con que se cosió la boca ya no estaba de moda.

(III)

  Cuando el rey Dionisio va a dirigirse al Ágora, todos lucen sobre sus rostros las mejores sonrisas. Los ministros y los nobles más acaudalados tratan de estrenar siempre sonrisas de oro puro con dientes de diamante. Los comerciantes, militares y escribas se contentan con las mismas sonrisas de plata y rubíes. Sonrisas desechables de bronce y hojalata son vendidas al populacho justo a la entrada del Ágora por buhoneros aprovechados. Los más desposeídos tienen que sonreír con sus verdaderas bocas.

(XXIII)

  El pescador capturó una sirena. Iba a matarla pero la bella monstruosidad entonó un canto tan hermoso que el pescador olvidó el hambre, olvidó  la reciente muerte de dos de sus hijos, olvidó su asistencia esa noche al círculo conspirador, olvidó que era pescador.

  Desde entonces, todos los habitantes de Siracusa se empeñan en tener sirenas en estanques privados, sean de tosca terracota o de fino mármol. Las alimentan a cambio de su canto ininterrumpido.

(IX)

  Karedes convocó a toda la familia junto a las brazas. La esposa, los padres, los siete hijos niños y adolescentes lo interrogaban con la mirada. El hombre callaba y no desviaba su atención de la ventana sur. La monotonía de la oscuridad exterior solo era interrumpida por el fuego mortecino de la casa vecina, habitada por Doros y su prole.

  Esa noche, Doros no se había ido a reunir con el resto de los conspiradores. Los guardias llegaron a la hora convenida y a una señal del jefe, entraron al unísono por ventanas, puertas, trampas, agujeros. Apenas un minuto después, salieron triunfantes, arrastrando a Doros y su familia. Iban atados hasta los pelos. El jefe llamó a Karedes.

  El traidor ya ha sido capturado y juzgado. Gracias por tu ayuda y fidelidad al Gran Rey Dionisio, le espetó solemnemente. Tuya es la recompensa. Sírvete…

  Una vez la escuadra giró en retirada, Karedes degolló a Doros y a su descendencia con diestros movimientos. Evitó mirarles a los ojos. Después de varios meses de carestía, su familia al fin dormiría con los estómagos llenos.

(XI)

  Cuando le pidieron los ojos, los entregó.
  Cuando le pidieron las orejas, las entregó.
  Cuando le pidieron la lengua, la entregó.
  Cuando le pidieron la risa, hubo que matarlo.

(XVIII)

  Últimamente, los habitantes de Siracusa caminan interponiendo un dedo entre sus ojos y el Sol. No dejan de sonreír.  
(XXX)

  Dos soldados decidieron hacer el amor antes que la guerra. Desertaron y se dedicaron, hasta su muerte, a la cría de palomas blancas.

(XXXIII)

  Actalión se lanzó contra el muro de la ciudadela. Rebotó más rápidamente de lo que se había impulsado, pero logró no caer. El segundo choque dejó flores rojas sobre las piedras y su frente. Amortiguó la caída con las manos y corrió de nuevo, apartando la sangre de los ojos. Tres embestidas más y sobre el muro había más sangre de Actalión que en sus propias venas. Arrastrándose un tramo, saltando el resto del trayecto, su cabeza atacó el muro con un ruido de cascajos rotos. La masa encefálica derramada le supo agridulce en los labios.

  Al arremeter por última vez, Actalión murió a mitad de la trayectoria. Su cráneo se desmigajó finalmente. Cuando limpiaron la superficie de la sangre de Actalión, descubrieron la grieta. Esa noche, pocos lograron conciliar el sueño en la ciudadela real. 



DEL AUTOR / Antonio Enrique González Rojas  (Cienfuegos, 1981)

Licenciado en Periodismo. Narrador y crítico de arte. Tiene publicados los libros El Dispensador de Respuestas (Reina del Mar Editores 2007) y El Tirano de Siracusa (Ediciones Mecenas, 2009) y sus relatos aparecen en varias antologías nacionales e internacionales. Sus trabajos literarios y periodísticos han sido publicados en El Caimán Barbudo, El Cuentero, Conjunto, La Mancuspia, Esquife, La Isliada.com, entre otros. Obtuvo el Premio de la AHS en el 1er. Concurso Internacional de Minicuentos El Dinosaurio 2006. 

  Es miembro de la AHS, la UNEAC, la UPEC, la ACCS y la Federación Cubana de Prensa Cinematográfica (FCPC). Es egresado del X Curso del “Centro Onelio”. 


OTROS NARRADORES y POETAS INVITADOS

J. R. Fragela
Luis Yussef
---Racso Morejón
--Alexei Amarán Bogachov
---María Antonia Castro
---León Estrada (Cuba)
--Ana Bárbara Sagué Canmps (Cuba)
---Elmys García Rodríguez (Cuba)
---Odette Alonso (Cuba-México)
---Rogelio Ramos Domínguez (Cuba)
--Javier L. Mora (CUBA, Premio David 2012)
--Carose Dradeu Linares (El Salvador)
---Demián Rabilero del Castillo (CUBA)
---Federico Gabriel Rudolph (Argentina)
---Leandro Báez Blanco (Cuba)

---Juanita Pochet Cala (Cuba /Argentina)
---Gabriel Soler Oriz (Cuba)
---Yoricel Andino Castillo
---Miguel Cándido Francisco Reynaldo
--Amparo Parra Cuello (Cuba / España)
--Yasser Alberto Cortina Martínez  (Cuba / Chile)
---Daniel Lienz Fariñas (Cuba)


El OUT más olímpico en la historia de la pelota en Cuba



Para mi abuelo Cheo Perico, que solía dormirme con este relato;
 para los viejos peloteros de mi central Constancia E.

Amador Hernández


Las emociones que se viven serie tras serie de pelota en toda la isla y mi fracaso por no haberme convertido en una gran estrella de esta pasión, trajo a mi memoria aquel memorable juego celebrado antes del triunfo revolucionario en el terreno de pelota del entonces central Constancia E —hoy Abel Santamaría—, donde la novena de Los Azucareros del Constancia venció una carrera por cero a un reconocido club de zona aledaña. 

El enfrentamiento debía comenzar alrededor de la una de la tarde. Desde muy temprano los fanáticos se habían apoderado de las pocas gradas hechas a base de tablones y raíles de ferrocarril. Los que no alcanzaron asientos se subieron en las ramas de los árboles más cercanos, en los techos, e incluso el Mulato, desmochador de palmas, trepó con sus arreos hasta el copito de una que se hallaba tras la pizarra que marcaba las estadísticas del juego. Los jinetes se mantuvieron sobre sus monturas. Mujeres con sus hijos compraban golosinas de todo tipo, los hombres se atragantaban con buenos buches de Bacardí, el Ron de Cuba, otros refrescaban con la Hatuey, mientras las bellas señoritas saboreaban con deleite los helados, durofríos  o cariocas con los que los comerciantes mejoraban su estado financiero.

Por los altoparlantes se anunciaba la proximidad del juego. A la música del Benny se unía el jolgorio de los aficionados. Diez minutos antes de comenzar el partido, el director de Los azucareros del Constancia se percató de que su jardinero derecho no había llegado. Era la época en que los peloteros no se especializaban en la defensa de una sola base. Eran movidos de sus posiciones cuando la situación del juego así lo requería: un pitcher que explotaba se iba a cubrir una posición en el campo, el reemplazado pasaba a ser relevista y así de cambio en cambio transcurría el partido.
Cuando solo faltaba un minuto para dar la voz de ¡play! El hombre que cubriría el right field enviaba un mensaje muy explícito: “Lo siento, la rabinegra está de parto y no puedo dejarla sin los auxilios.” Sin lugar a dudas, la vaca no había encontrado peor hora para rajarse con un ternero.

A punto de tener que anunciar la suspensión del juego, el director descubrió que muy cerca del dogoult se encontraba un joven de tez trigueña, gorra militar y zapatones torcidos; en la mano izquierda un guante y para arroparle el torso una camiseta de Los Elefantes de Cienfuegos. La pinta es de pelotero, se dijo el director.

—Eh, muchacho, ¿te gustaría jugar hoy en la banda derecha?

El muchacho con pinta de buen pelotero era nada más y nada menos que Cholo el cojo. Un lisiado que apenas si salía de su conuco, pero como era domingo, día de juego y de darse algunos licores, había decidido estirar su cojera por el batey del central. Gustaba de hacerse acompañar por aquel guante que su abuelo le había regalado cuando cumplió los cinco años de edad. Nunca imaginó que un accidente le robaría el más hermoso de sus sueños de niño: tocar la gloria con la punta de un guante.

Cholo hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. Pero al cruzar la puerta que daba acceso al terreno del hoy estadio Aurelio Janet, le pareció muy, pero muy grande aquella explanada verde para su pierna renga.

Bajo una gritería ensordecedora más los cencerros, las cornetas, los tambores, los relinchos y otros ruidos cercanos, el árbitro principal daba la voz de: ¡A jugar!
El equipo visitante regaló los dos primeros out a ritmo de conga. Esa tarde el guajiro Segundo Pérez mostraba un control excelente con sus endemoniadas curvas. El tercer hombre, un zurdo que sacaba el bate a la velocidad del rayo, conectó una línea bajita pegada a la raya de fout. Cholo, al ver el batazo, se lanzó en loca carrera para, al menos, tapar la pelota. La línea que venía rompiendo el aire y Cholo, que obligaba a su pie rengo a realizar un esfuerzo extraordinario, no se percató de que uno de los tobillos se le había torcido y que él se iba al suelo como lanzado por un cohete. Al caer Cholo con todo el peso de sus veinticinco años sobre la grama, sintió un golpe contundente debajo del cuello. Fue lo último que sintió en ese momento. Cuando sus compañeros lograron ponerlo de pie, vieron como la pelota se le había colado dentro del pulóver de Los Elefantes. Ahí mismo gritaron ¡Out!, ¡Out!, ¡Out!

El árbitro de primera, que se había internado hasta ese jardín, decretó en voz bien alta su decisión, y ahí mismo se formó la primera de muchas protestas. El público festejó de lo lindo la inusual forma de sacar out y desde ese momento Cholo se convirtió en el centro de miles de miradas. No podían creerlo sus compañeros de equipo: el novato se había convertido en el showman.

Colocado en el noveno turno, Cholo le hizo swing a una curva hacia afuera con la que logró una rolata lenta y salpicona que enredó al pitcher y al tercera base. El corredor que venía para el home fue quieto y el Cojo se anotaba su primer y único hit del juego y de toda su historia como pelotero.

A la altura del quinto inning, sentía dolor en todo el cuerpo, pero más en la pierna inválida. Dos entradas más tarde había logrado atajar con la pierna enferma un rolling que de haber continuado habrían perdido la ventaja. La pelota chocó con su bota derecha y se levantó un metro, lo suficiente para que el improvisado jardinero la atrapara a mano limpia y vinera corriendo bola en mano hasta muy cerca de la segunda base. Otra vez la bullanga, los aplausos, los vítores…

 El director miró al público primero y al cielo después para rendirle loas al Señor de los Destinos por haberle traído a aquel lisiado, que de pronto se había vuelto otro espectáculo dentro del que dirimían esa tarde. Miró su reloj. Coño, son casi las cuatro. Este juego se me ha ido volando, pensó. Volvió los ojos a la pizarra; allí Pepe Botella había llenado cada hueco con ceros más ceros, excepto el tercer capítulo donde, gracias al novato, su equipo había marcado la única carrera del desafío. Es verdad que cuando el guajiro Segundo —el pitcher de las tres curvas en una— lanzaba y el socarrón de Carrazana recibía, la victoria estaba en el saco.

Por fin, el noveno episodio. Segundo sacó los dos primeros out en fly por el cuadro, pero el último bateador de los contrarios recibió un pelotazo, cosa rara en un pitcher de control casi perfecto, el segundo y tercer bateador se embasaron con toques de bolas ejecutados con excelencia. Vaya modo de complicarse la entrada y de peligrar la victoria. Le correspondía el turno en el home play al zurdo que sacaba el madero como una bala de cañón. 

El director miró para su jardinero y apreció una posibilidad inesperada. Alzó la vista al público el cual pedía a gritos levantar al abridor y relevar con uno de brazo más fresco. Cómo si fuera tan fácil, murmuró el jefe de Los Azucareros. Quitar al guajiro podía ser la debacle del inning. Bases llenas, y soltó una obscenidad.


Los dueños del central —sentados en la mejor posición para ver el juego y de paso controlar mejor al Niño Camejo, jefe del club—  lo llamaron a contar:

—Túmbalo, ese guajiro ya dio hoy todo lo que podía. Hay muchos billetes en juego.
No tenía más alternativa. Pidió time al principal y le retiró la pelota al pitcher. Entonces el director tuvo un alumbramiento con lo que dejó a los miles presentes con la boca abierta. Enmudeció el graderío, callaron los vecinos, enmudeció el central a diez kilómetros a la redonda: el novato era llamado al montículo. Se volvió loco el tipo este, pensaron a la vez miles de cerebros. 

En sus siete envíos de calentamiento, Cholo no acertó ni una vez la zona de strike.
—¡Play!— rugió el ampaya, un negrón con cara de pocos amigos.

Silencio de muerte. Carrazana abrió sus piernas todo cuanto pudo detrás del home y señaló con la mascota el centro del pentágono; el nuevo jardinero se persignó; el público mantenía las manos en posición de súplica; el director miraba solamente al cielo y rezaba, rezaba... En aquel capricho le iba la dirección de la novena. 

Cholo se puso de frente al receptor para no cometer balk. Afinó bien la puntería, levantó su pierna renca y poniendo el alma en el lanzamiento soltó la bola, que venía como un cuchillo de mago circense hacia el rostro del zurdo, quien en un movimiento defensivo no pudo evitar que el bate rozara la pelota y saliera un “palomón” hacia la lomita de lanzar. Cholo gritó: “¡Mía, mía!” 

El director agradeció a Dios; el público suspiró feliz; los dueños del central se tocaron avaramente los bolsillos; Benny alentó la orquesta con su habitual movimiento de batuta; el bateador soltó una palabrota que despertó a Pepe Botella; la segunda, la tercera y el short stop sitiaron al pitcher para ser los primeros en cargarlo por todo el terreno; ya venía la esférica directa al guante que el abuelo le había regalado a Cholo cuando hubo cumplido los cinco años, ya iba a cerrarse para la captura definitiva de la redonda cuando caprichosamente esta rebotó en la cabeza del baldado y se elevó, como una bolita de ping-pong, por el aire. 

Acaso unos milisegundos: el silencio volvió adueñarse del estadio, el director iba a maldecir a todos los seres celestiales, los sitiadores del lanzador se disponían a lincharlo, el bateador zurdo emprendía una desesperada carrera hacia la primera almohadilla en el instante mismo en que la mascota del más socarrón de todos los cátcher de la isla se engullía la pelota antes de que esta hiciera contacto con el césped.
¡¡¡Out!!!— gritó el ampaya de home con la misma rapidez con que entró el oxígeno en los miles de pulmones que amenazaban con asfixiarse.

Al levantarse, Carrazana se percató de que su rodilla derecha había perdido unos centímetros de pellejo.

Lástima entonces que la prensa escrita, radial y televisiva no hubieran podido guardar para la posteridad ese out, el más olímpico en la historia de la pelota cubana.


martes, 19 de noviembre de 2013

Visita Radio Chaparra: Isabel Moya Richard

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Yoanis Fernández Echavarría

Isabel Moya Richard decidió realizar un intercambio con la emisora, Radio Chaparra "Voz de la Comunidad" que  fue inaugurada el 31 de Marzo de 2006, ubicada en la zona norte de la provincia las Tunas. Su salida al aire lo hizo el 24 de abril del mismo año.

Trasmite por los 90.9 MHZ en la frecuencia modulada y por los 1470 en la amplitud modulada de lunes a domingo por espacio de 4 horas., con una parrilla de programación de trece programas, 12 producción propia y  uno de Radio Arte destinados a diferentes públicos y con heterogéneas funciones que van de orientar, recrear a hasta informar.

 El colectivo de la misma recientemente  culminó el Diplomado en Género y Comunicación, auspiciado por el Instituto Internacional de Periodismo, impartido por la Máster y también Jefa de Programación e Informativo, Maite Silveira Fonseca.

Fue muy oportuna la conferencia dada por ella,  que tuvo lugar el día 13 de noviembre a la 1:00pm en la Casa de la Cultura del mismo municipio Jesús Menéndez donde esta ubicada la emisora.

Moya se sintió muy feliz con el colectivo, planteó que hay que tener en cuenta la Política Publicitaria en cuanto valores y principios en la sociedad atendiendo a la incoherencia de lo que decimos debe hacerse desde los medios y lo que en realidad se hace,  con productos de la TV, Radio  y Cine en sus contenidos; afirmó que se debe  tener en cuenta los valores que nuestra sociedad socialista quiere formar.
 
Planteó además que  se necesita un cambio de mirada, una coherencia entre un lenguaje no violento en los temas musicales de nuestra Cuba, abogó por la necesidad de revizar los personajes seleccionados en el castting en la novelas cubanas (la inserción de personajes negros en la novela cubana).

Sus estudios actuales van encaminados al tema de la prostitución, ¿por qué surge en un país como el nuestro con tantas oportunidades para tantos?  Exhorto, además que es necesario polemizar los productos que se trasmiten, y que no se queden tan solo en la disertación.

Lograr un discurso incluyente y no sexista, es un reto, para nada imposible para un colectivo como el de Radio Chaparra, con resultados ya, con unas tremendas ganas de hacer, en unidad y coherencia, ya aplicando nuevas formas  de concebir un periodismo distinto, de forma habitual, en las rutinas periodísticas.

Otro artículo de la autora

Recuerdos de la infancia

 

martes, 12 de noviembre de 2013

Reinaldo Cedeño / La búsqueda de la OTRA VERDAD



Presentación del libro La Edad de la Insolencia de Reinaldo Cedeño en La Piedra Lunar (proyecto y librería del narrador Lorenzo Lunar) en Santa Clara.

VER TRAILER AUDIOVISUAL La Edad de la insolencia /


Por Arístides Vega Chapú
Fotos. Cortesía de Rubén Artiles

TENGO en mi computadora una carpeta que dice: Poemas de Reinaldo Cedeño, pero en realidad, si se accede a ella lo que aparecerán son mínimos fragmentos de diferentes filmes en los que el santiaguero nacido en 1968 se inspiró para escribir Poemas del lente, que publicara las Ediciones Loynaz el año pasado. Son imágenes extraordinarias, muy poéticas, que obviamente lo motivaron a escribir su poemario.

   Algo muy parecido sucede con el libro de cuentos La edad de la insolencia de las Ediciones Caserón de Santiago de Cuba. Reinaldo primero crea paisajes perfectamente visibles y disfrutables y sobre ellos cuenta cada una de sus historias. Como si estas hubieran sido provocadas por otros fragmentos de otras películas. Los cuentos de este libro tienen toda la teatralidad que precisa una narración, pero tiene además a su favor esa visualidad que no es posible obviar pues estaría como lector perdiéndose una buena parte de su propuesta.



(Reinaldo Cedeño junto a la profesora y periodista Leydis Torres en La Piedra Lunar)

   Cedeño cuenta historias que a primera vista parecen extraídas de un sueño, hasta lograr mediante su prosa meticulosamente trabajada situarnos frente a personajes muy bien delineados, todos con mundos trascendentales que exponen con coherencia y credibilidad mediante un discurso que por momentos conmueve porque tiene la fuerza de una poética que se apodera de esa geografía visual que ya comenté y de todo lo que transcurre sobre ella.

   Es decir que no solo vamos a disfrutar de magníficas historias extraídas de la realidad y llevadas a un plano onírico, poético, en que se cuenta la parte de la historia que casi siempre queda oculta tras lo que suele contarse, o es mostrada a medias y que aquí aflora como historia protagónica de un dramatismo, que no es posible  no dialogar constantemente con estos personajes a escala de que no es aleatorio leer este libro  de cuentos sin tomar participación en sus historias.


(El escritor Lorenzo Lunar y el trovador Alain Garrido)


   Mundos cercanos  y complejos a los que pocas veces nos acercamos pues quizás no tengamos la oportunidad de advertir, son esos los mundos reales sobre los que se edifica esa supuesta realidad que se nos expone como verdad o fin.

   La meticulosidad del lenguaje que en última instancia encuentra la perfección de diálogos y descripciones, pero que busca desde un concepto estricto de la belleza que todo lo expuesto, aún cuando se trate de  sórdidas historias o historias que se producen en sórdidos sitios, tengan toda esa belleza visual que obviamente es prioridad de su autor. Pongo por ejemplo de esto los conmovedores cuentos El juramento y El baño del diablo.


 (Reinaldo Cedeño en la librería y proyecto de Lorenzo Lunar)


   Reinaldo Cedeño tiene por oficio el más cuestionado de cuentos puedan existir. Es periodista  y a él le ha sido útil en el aprendizaje de no dejar pasar nada por su lado sin referirlas. Y para ello ha sumado géneros a ese oficio inicial con que comenzó a testificar. Es poeta y narrador y en La edad de la insolencia  están esos tres saberes perfectamente visibles  y a la vez ligados entre si tal y como si esa criatura necesitara valerse de todo por tal de sacar a flote cuanto en ella expone.

   Dieciséis cuentos reúne este libro, muestrario de seres reales que son calificados como insólitos y donde convive la realidad con ese estado alucinante con los que algunos enfrentan la dureza de una vida o un momento o una situación que los excede. La lucidez que algunos confunden con la locura, dice uno de estos personajes para dar la clave de lo que está por suceder para los que alcancen esta nueva propuesta de Cedeño.



(Arístides Vega Chapú, importante narrador y poeta cubano presenta el libro de Reinaldo Cedeño)

 Leo estos cuentos junto al quejido de mi madre demente. Escribo algunos apuntes que luego me servirán para l presentación de este libro y mi madre me hace saber historias que ya no tengo la certeza sean inventos suyos. Puede que a estas alturas desconozca frontera alguna, no solo mi madre es la responsable, Reinaldo Cedeño ha venido a trastocarme lo que hasta hoy creí tener claro: la realidad  y lo que referimos de ella. Ahora todo queda junto bajo esa advertencia de uno de esos personajes, la lucidez que algunos confunden con la locura.

Noviembre 2013

OTRAS CRÍTICAS SOBRE EL LIBRO

---Las edades de la vida / Manuel Gómez Morales 
-->
---Insolencias de un poeta.. Maritza Mora
---La insolencia de Cedeño / Aracelys Avilés