miércoles, 19 de diciembre de 2007

CULTURA E IDENTIDAD CUBANA (I): Indios, negros y criollos



Reinaldo Cedeño Pineda

Cuando Cristóbal Colón pisa tierra cubana –representando a Sus Majestades de una España recién unificada–, no encontró en este suelo insular la riqueza prometida de Las Indias…

En Cuba, halló el Almirante, “aguas muchas” y hombres de tez “extraña”, con apariencia de pescadores, tal como relatase en su Diario de Navegación.

Los aborígenes no excedían el marco primitivo. No conocían los caballos ni la pólvora, sus perros eran mudos. Vivían de la caza, la pesca, la recolección. Sembraban yuca para hacer su pan, el casabe...

No conocían el metal, y como armas, apenas contaban con arcos rudimentarios, palos y piedras afiladas.

¿Cómo iban a resistir la oposición de ballestas y mosquetes, de espadas y caballos?

En realidad, no fue un descubrimiento, porque no se posaban ojos humanos por vez primera en esas tierras, ya habitadas. Ese concepto es puramente eurocéntrico.

No fue un encuentro entre dos culturas, en todo caso sería un encontronazo.

Los “indios” cubanos eran de naturaleza pacífica. Los “civilizados verdugos” resultaron más salvajes que aquellos seres desnudos y semidesnudos.

Los terribles lavaderos de oro y las encomiendas –en las cuales se le exprimían todas sus fuerzas–, lo diezmaron. NO los extinguieron como repiten viejos textos, siempre hubo lugares, sobre todo en el Oriente, donde sobrevivieron, pequeños bolsones. No por gusto en el genoma cubano un nueve por ciento es de procedencia aborigen.

Muchos no hallaron otro camino que el suicidio. Otros se revelaron, como el legendario cacique Guamá. Fue aquella una resistencia dramática, vistas las desigualdades.

Sin embargo, desde la inmaterialidad llegó a nuestros días el ejemplo del cacique Hatuey, desde isla vecina, conocida luego como La Española.

Frente a la pira, se le da una última oportunidad de “salvación” –si bien sólo del alma–: la conversión cristiana.

Siempre he pensado en el drama de Hatuey. Hay que repensar ese momento. Es todo un modo de vida a punto de ser finiquitado, es una cultura doblegada, arrasada por aquellos “seres barbados” que llegaban del mar.

Según se ha recogido, cuando entendió que los españoles también podían ir al cielo, el cacique prefirió morir sin bautismo alguno.

¿Cómo podría ir a un sitio donde estaban los iguales de aquellos que lo asesinaban?

¿Cómo pedírsele que viese la cruz como redención y no como suplicio?

Hatuey demostró poseer plenamente la conciencia de “lo distinto”.

Ardió su carne, pero Hatuey nos entregó la primera gran prueba de resistencia en suelo cubano: una resistencia desde el pensamiento.

Tal vez haya su poco de épica, su retoque en las palabras; pero el sentido del ejemplo de Hatuey es impresionante.
 
Abrió esa vía medular de resistencia, que muchos años después sintetizara José Martí: “un principio justo desde el fondo de una cueva, puede más que un ejército”. [1]

Allí donde se estrellaron las armas, un elemento más noble (el lenguaje, envoltura del pensamiento) resultaron vencedoras. Las huellas más sostenidas del legado indígena se encuentran en su lenguaje, el aruaco insular.[2]

Es el único asidero que ha llegado vivo a nuestros días, si apartamos las referencias arqueológicas e históricas, y por supuesto tradiciones que ven desde la utilización de la palma real en la vivienda, el casabe o el apego a la tierra.

Los conquistadores nunca pudieron imponer el nombre colombino de Juana, ni el posterior de Fernandina a esta tierra. Fue el nombre aborigen, primigenio y breve de Cuba, el que quedó.

En el aruaco insular, el vocablo Cuba puede traducirse como “tierra labrada”.

El lenguaje indígena, sus topónimos, sus palabras para designar animales, plantas y fenómenos naturales, resultaron indestructibles. Debieron ser asimilados indefectiblemente por el conquistador y por el idioma español.

En el pensamiento y en el lenguaje, su envoltura, radican tal vez los primeros gérmenes identitarios de una nación que encontraría su cauce definitivo siglos después.

NEGROS Y CRIOLLOS

 
La brutalidad colonizadora  y la necesidad creciente de expoliar las riquezas, llevó al inicio de la página más ominosa de la historia de la humanidad: la trata de esclavos.


África nos llegó con la espalda marcada; pero con un poderoso canto en la garganta. Ni el látigo pudo acallar aquellos cantos, como gritos, con la fuerza ancestral de una tierra que jamás volverían a ver.


La España de entonces, no hizo una selección de “culturas”, sino de fuerza bruta. A Cuba –y a otras tierras de América– llegaron individuos de las más diversas etnias y posiciones sociales: guerreros, agricultores y príncipes, que hablaban por demás diferentes idiomas.



Como sintetizara, ya en el siglo XX, Nicolás Guillén, desde la poesía:

Vine en un barco negrero
Me trajeron.
Caña y látigo el ingenio
Sol de hierro.
Sudor como caramelo
Pie en el cepo.
………………
¡Que largo sueño violento!
Duro sueño
[3]

(“Vine en un barco negrero”…)


Yoruba soy, soy lucumí
mandinga, congo, carabalí
[4]

(“Son número 6”)

Esa “carga humana” era naturalmente multiétnica, plurilingüe y pluricultural. Con el tiempo, en las barracas y las plantaciones se integraron en un solo corpus, como la melaza, haciéndose pasta común.

La interinfluencia entre culturas africanas y el completamiento de la experiencia de unos con otros –téngase en cuenta que muchos de los esclavos eran jóvenes, sin una experiencia vital o sedimentación cultural amplias–, los dolores y las esperanzas compartidas, fueron unificando a los africanos traídos a la fuerza a Cuba. 


Incluso esa unificación tuvo lugar en el bosque y las montañas, en el cimamarronaje y el apalencamiento, respuestas libertarias del negro esclavo.

La conversión de ese conglomerado humano diferente, sencillamente en “negros” fue el primer proceso de cubanización, considera una estudiosa como la doctora Marta Cordiés Jackson, directora del Centro Cultural Africano Fernando Ortiz.

Las riquezas de América mucho deben a la sangre y a los brazos de los esclavos africanos y sus descendientes.

Los africanos aportaron todo un cosmos danzario-musical, culinario y racial, religioso y espiritual que saltó las barracas... y es hoy parte importante de nuestra identidad nacional.

Lo “negro” no se reduce a elementos muy visibles –tantas veces esquematizados–como el tambor, “el trapo rojo” o las manifestaciones religiosas. Su aporte se halla por doquier:


Lo “negro” se halla en la reverencia y el respeto hacia padres y abuelos, en el resumen de la experiencia encontrada en la oralidad de los proverbios; en el gusto por el color y la luz, en el vestir y las artes plásticas; en la rebeldía y la filosofía de la vida, en la sensualidad y la fuerza.

El aporte cultural africano fue una hazaña, lograda a contrapelo de una posición social ínfima, desde el clandestinaje y el desprecio.

LAS PRIMERAS LETRAS

La primera obra literaria cubana, Espejo de paciencia (1604-1608) está escrita por un canario, Silvestre de Balboa. La mano es hispana, mas “la insularidad esencial […] atraviesa al poema de principio a fin […]”[5]

La obra llegó a nuestros días de una manera muy curiosa, y esa condición levantó ciertas agudezas.

Su redescubrimiento se debe al narrador José Antonio Echeverría –en 1837–, quien la tomó de Historia de la Isla y Catedral de Cuba, del obispo Pedro Agustín Morel de Santa Cruz. El original no ha sido encontrado jamás, y hay que decirlo, eso ha levantado más de una suspicacia. 



He visto sin embargo  informaciones de que "los documentos estudiados en el Archivo de Indias son fidedignos", según manifiesta el historiador Ramiro García ens u investigación Vida de Silvestre de Balboa y Troya: El canario precursor de la literatura cubana 

Narra los hechos del secuestro del obispo de bayamo, Don Juan de las Cabezas Altamirano por el pirata Gilberto Girón, y su rescate por un grupo de vecinos encabezados por el esclavo Salvador Golomón.

Y así quedó cantado:

¡Oh, Salvador criollo, negro honrado!
¡Vuele tu fama, y nunca se consuma;
que en alabanza de tan buen soldado
es bien que no se cansen lengua y pluma!
[6]

Estamos en el albor del siglo diecisiete. Y ese "criollo, negro honrado" es casi impensable.

La conversión del “negro” en “criollo”, es más que un cambio de vocablo; es una cualificación superior en el proceso de distinción entre “lo hispano” y “lo cubano”.

El término criollo se aplicó primero despectivamente al negro nacido en tierra cubana (y americana en general). Luego se extendió, sin distingo racial y ganó otro espesor distintivo para designar a todo aquel que tenía por cuna la entonces “América española”.

Espejo de Paciencia viene a ser en verdad, antes que un retrato del obispo Cabezas Altamirano, un reflejo de aquellos años formativos de la vida histórica de Cuba y, en esa misma medida, de sus rasgos distintivos frente a la metrópoli”[7]

Criollo –por antonomasia– será Pepe Antonio, aquel que se levanta con su tropa, frente a la invasión inglesa de La Habana en 1762. Defendió una tierra sentida como propia, antes que a una posesión española.

Todavía la literatura aportará otros matices, marcando no sólo la diferencia de la naturaleza cubana con la peninsular, sino el orgullo de que así fuese.

Tal es el caso de Manuel de Zequeira (1764-1847) con su poema “A la Piña” y Manuel Justo de Rubalcava (1769-1806) y su “Silva Cubana”.

Más suave que la pera
en Cuba es la gratísima Guayaba
al gusto lisonjera,
y la que en dulce todo el mundo alaba,
cuya planta exquisita
divierte al hombre y aún la sed limita.
………………………………………..
Amable más que el guindo
Y que el árbol precioso de la uva
Es acá el Tamarindo
………………………..

(“Silva Cubana”) 


La prédica filosófica de los grandes maestros, la fundación de la Sociedad Económica de Amigos del País y la aparición del Papel Periódico de La Habana, hacia finales del siglo dieciocho, marcarán una eclosión en el largo camino hacia la nacionalidad cubana.

Ese será el tema de la segunda parte de esta serie. ///


PARA VER PARTES SIGUIENTES de la serie Cultura e identidad cubana:

2. Reformistas, maestros y filósofos (http://laislaylaespina.blogspot.com/2007/12/cultura-e-identidad-cubana-ii.html )

3. Félix Varela: el precursor (http://laislaylaespina.blogspot.com/2007/12/cultura-e-identidad-cubana-iii-flix.html)

4. La Independencia o El Camino de la libertad (http://laislaylaespina.blogspot.com/2007/12/cultura-e-identidad-iv-la-independencia.html)


5. ¡Que república era aquella! http://laislaylaespina.blogspot.com/2008/01/cultura-e-identidad-cubana-v-que.html

NOTAS

[1] José Martí: “El día de Juárez”, Patria, Nueva York, 14 de julio de 1894, T. 8, p. 256.
[2] Aruaco insular es el término en que se denominan al conjunto de lenguas de idéntico origen etno lingüístico que hablaban los habitantes de las islas caribeñas. Ellas resultaron las primeras fuentes de conocimiento del continente avistado por Colón desde sus ínsulas. Posteriormente, el español debió tomar préstamos de otras lenguas autóctonas como el caribe, el guaraní, el quechua, el aymará…
[3] Nicolás Guillén. “Vine en un barco negrero” en el libro Tengo (1964), incluido en Nicolás Guillén. Obra poética, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980, T.II p. 91-92
[4] Nicolás Guillén. “Son número 6”, en el libro El son entero (1947) incluido en Op. Ci.t., T I, p. 202
[5] Capítulo: “La poesía de Cuba durante los siglos XVI y XVII. Estudio de la obra de Silvestre de Balboa y de los sonetistas” en Historia de la literatura cubana, Tomo I, Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo”, Editorial Letras Cubanas, 2002, p.16.
[6] Silvestre de Balboa: Espejo de paciencia; edición facsímil y crítica a cargo de Cintio Vitier. Publicación de la Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, 1962, p. 107.
[7] Capítulo: “La poesía de Cuba durante los siglos XVI y XVII. Estudio de la obra de Silvestre de Balboa y de los sonetistas”, Op. Cit., p. 15.

Imagen tomada de http://www.zayaspublishing.com/biblioteca/05/500/supliciohatuey.JPG

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