jueves, 18 de noviembre de 2010

El Cobre, de la caridad


Carla Gloria Colomé Santiago

carla.colome@fcom.uh.cu

Finalista del Concurso Nacional de Crónicas Miguel Ángel de la Torre, Cienfuegos 2010.

Aquel lugar de Santiago huele a paz. Y huele a otras tantas cosas…

En América no solo se buscó plata y oro en Potosí o en Minas Gerais. Y no todos los lugares donde se buscó plata y oro en América terminaron siendo sitio de rezos y liturgias. En Santiago de Cuba quienes buscaron trozos de suerte hace 470 años- quién sabe si a cambio de sus propios trozos- quizás no pensaron si quiera en la ayuda del cielo. Tal vez creyeron que el cielo era incapaz de hacer algo por ellos. Hoy, en el mismo lugar donde se buscó, se asoma un santuario. Ese lugar aún tiene olor a historia.

Ni oro, ni plata. No sé si suerte. Todo lo que se conoce es de un yacimiento de cobre. Cobre que ha dado a muchos trabajo, a tantos comida, a otros esperanza. Cobre que alquiló su nombre: primero a un lugar, luego a una virgen. Cobre de El Cobre. Y a pesar de los años y de tantos que van y huelen, todavía se siente el aroma a cobre.

Basta un buen olfato para reconocer a los que llegan, los que se van, los curiosos, los afuera, los de adentro. Desde que hace alrededor de cuatrocientos años coronaron la iglesia de aquellos mineros con la Virgen de la Caridad, de la Caridad del Cobre, se respira una especie de mezcla rara: una rara fusión de fe, con gotas de superstición, rastros de fanatismo y pizcas de hipocresía. Y tal parece que la virgen no lo siente. Ella allí, con esa calma que desespera, con los ojos dibujados hacia quién sabe dónde, y sus atuendos no de cobre, sino del oro que nunca encontraron. Es la misma virgen que escucha a los que le creen, a los que nunca le han creído, a quienes lloran, a los que ya no tienen qué llorar… La Patrona de Cuba, que lo mismo recibe flores, que ruegos, que blasfemias. Cómplice de las más disímiles miradas, de los más desaforados desenfrenos. Virgen de súplicas en inglés, en español, en francés, de súplicas mudas.

Y al Cobre fue un día. A conocer. Y del Cobre me llevé una piedra. Cinco pesos me costó. Y al llegar, un caballo y su dueño hicieron el favor de trasladarme hacia el santuario. Tres pesos me costó. Y frente al santuario me dijeron que lo mejor era tener una virgen en casa. Para quienes pagaban más había unas; para quienes tenían mucho que pedir y poco que dar, otras. Yo era uno de esos. Y después de la virgen, oraciones en trozos de papel para los que lo faltara iniciativa. En papelitos con rezos no gasté. Y más tarde tuve hambre, y aunque cualquiera puede pensar que en ese lugar de Santiago no hay consuelo para un estómago vacío, lo llené con casi veinte pesos. Del Cobre me fui con una copia de la virgen, con un pedazo de piedra, con la barriga llena y con los bolsillos repletos, de esperanza. Es entonces cuando se huele a confusión.

A confusión, a cobre, a rareza, a historia. A todo esto se huele en el santuario. A paz, cuando hoy es tan difícil de encontrar, y quién sabe a cuántas otras cosas.

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1 comentario:

La Columna Irreverente dijo...

Querido amigo Reinaldo. Desde la distancia de esta otra gran isla de Australia, no puedo dejar de cursarte mi felicitación más cálida y sincera, y porque no decirlo plena de admiración, por ese reciente Premio nacional de crónica, modalidad periodismo digital 2010, con que justamente se te ha distinguido. He escuchado tus palabras y me he sentido muy orgulloso de tenerte por amigo cibernético y de que, en el medio cubano, exista esa capacidad del gremio para detectar, distinguir y reconocer entre sus iguales, aquellos que con su ingenio y esfuerzo engrandecen las letras y el periodismo nacional.
Un abrazo afectuoso, amigo.