jueves, 26 de diciembre de 2019

LA MAESTRA ESTHER






Reinaldo Cedeño  Pineda


Dicen que Esther soñaba bailando, que bailando iba por las calles de su Santiago natal. Loma arriba, calle abajo. Su familia, un poco en broma, un poco en serio, le buscaba semejanzas con Alicia Alonso, por aquello de la apostura, de las poses. Los pirouettes iban y venían. El nivel elemental dio paso al nivel medio. Fue un salto. Camagüey la recibió en su Escuela de Ballet, en la tierra de Agramonte.

Fernando Alonso fue su profesor, uno de ellos. Todos los días uno no tiene delante a una leyenda. Visité aquella casona mitológica, la tengo clavada en mis ojos de niño. Y los salones, los espejos, el sudor en los rostros, aquella sensación extraña de tocar unas zapatillas de punta. Todo es trabajo arduo, casi cruel, antes de ser etéreo. Y Esther fue un cisne, fue una willi, fue ella misma en las llanuras infinitas.

Otra vez debió cruzar el puente, debió crecer, y sobrevino su primer día como profesional, como profesora en la Escuela Vocacional de Arte Regino E. Boti. Era 1979. Desde el principio demostró su calibre, su rigor. Anda con buena memoria de aquellos tiempos hermosos, románticos, aferrados, difíciles. Guantánamo la fue robando poco a poco, le puso nombres al amor, la exigió entera.
Guantánamo fue su desafío, su tour de force.

Sin embargo, su split, su Grand jeté, su paso definitivo, sobrevino en los noventa. Salió de un paréntesis para seguir escribiendo su historia con el movimiento y la escena. El maestro Ladislao Navarro, la llamó para un nuevo proyecto, Danza Fragmentada. Allá se fue la madre de Magda y Esteban, allá se fue Esther, como ella sabe: sin rencores, con la pasión intacta, con la paciencia estoica.

¿A cuántos ha insuflado el espíritu inmarcesible de la danza? ¿A cuántos lustró las ansias, abrillantó el gesto, templó los músculos? ¿Cuántos de sus alumnos cosechan aplausos en las geografías de este mundo? ¿Y cuántos niños, cuántos adolescentes abren ahora mismo su corola en los talleres que ella fundara, como un hilo de continuidad, como un regalo a la ciudad?

En 2017, el Consejo de las Artes Escénicas de Guantánamo reparó en ella. Le otorgó a la profesora, a la regisseur, a Esther Alexis Domínguez Pineda, el premio Elfriede Mahler por la obra de la vida. Fue un tributo de doble sentido. A la bailarina y pedagoga norteamericana que da nombre al galardón, a la marca silenciosa y tenaz de la galardonada.

Siempre me impresionó su disciplina, su sobriedad, su agusta reserva. Sin importar si en las tablas del Guaso o en un barrio de Caracas. Y aquel hacer las cosas bien, desasida de sí misma, sin llamar al mundo. Al modo martiano.

Ella fue mi primer lazo con la aldea. Fue mi tabla de salvación durante mis años guantanameros. No negaré que somos ramas de un mismo tronco, que es sangre de mi sangre. Esta joven que soñaba bailando por su Santiago natal, loma arriba, calle abajo; que un día llegó a esta ciudad de “calles rectas y parquedad catalana’”. Un día y para siempre. La maestra Esther.

(Tomado del periódico Venceremos, Guantánamo)



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