sábado, 14 de julio de 2018
FIDELIDAD NO ES SILENCIO: Mis encuentros con Antonio Moltó, quien fuera presidente de la Unión de de Periodistas de Cuba
POR Reinaldo Cedeño Pineda
Haciendo Radio me arropaba las madrugadas, las
voces de sus presentadores me seguían por los caminos y las guardarrayas. El
gigante programa de Radio Rebelde afirmaba
(afirma) estar al ritmo de la vida. Allí escuché el nombre de Antonio
Moltó Martorell por vez primera Aprendí
a admirar al director de aquel concierto de informaciones. Cuatro horas
diarias, con inicio a las cinco de la mañana, resulta un reto formidable.
Y, en sortilegio, aquella familia que entraba día por día a mi casa,
llegó a Santiago de Cuba. Buscaban algunas historias del período especial y yo
tenía la mía. Cumplido mi servicio social en Guantánamo a principios de los
noventa (en tiempos en que un bombillo encendido era noticia, cuatro ruedas una excentricidad
y una hamburguesa la bendicion) decidí volver a mi casa. Razones familiares muy
poderosas me llamaban.
Entonces debí vender maní, pregonar por las calles de Santiago de Cuba,
bajo sus soles. No tendré que decir la multitud de anécdotas que sumé como
periodista manisero. Esa historia fue contada en Haciendo Radio. Una más de esa época tan tremenda. Recuerdo al santiaguero
Moltó, escuchando atentamente, con la mejilla
en la mano. Recuerdo el diálogo franco
con la guantanamera Arleen Rodríguez Derivet, conductora entonces del espacio.
Me alegré cuando fue elegido presidente de la Unión de Periodistas de
Cuba, En primer lugar, lo respetaba.
Coincidimos luego en muchas reuniones y proyectos. Quise incluir sus
vivencias en el libro A Capa y espada.
La aventura de la pantalla (Editorial Oriente, Fundación Caguayo, 2011). Si
se hablaba de Tele Rebelde, primer canal de televisión fundado tras el triunfo
de la Revolución, no debían faltar sus palabras, pues él fue uno de los
artífices de la parte informativa.
Sé que organizó algunos recuerdos de aquella épica, de aquellos
soñadores que se lanzaron a conquistar la imagen de su territorio. Me leyó
incluso unas líneas, mas el proceso editorial apremiaba, y en medio de tantas
cosas, no le dio tiempo a terminarlo. No tuve sus palabras, pero tuve su
aliento.
Igualmente llegó su apoyo mientras tomábamos los testimonios del asombro, el desastre, la
resurrección y la solidaridad que significó el paso del huracán Sandy por
terrtiorio oriental en aquella madrugada de finales de octubre de 2012. Sé de
su alegría cuando tuvo en las manos La
noche más larga. Sabía compartir el éxito de sus colegas.
(Antonio Moltó en la calle Heredia, sede santiaguera de la UNEAC (2014) , entregando a Rodolfo Tamayo el premio principal del Concurso Nacional de Promoción de la Lectura Caridad Pineda In Memoriam)
Me asombré cuando lo vi en la sede de la Uneac de Santiago de Cuba. Calle Heredia, 9 de septiembre de 2014.
Premiábamos el Concurso Nacional de Promoción de la Lectura Caridad Pineda In
Memoriam. Bajo la cobija de ese nombre, el de mi madre, tratábamos de incentivar
la pasión por la los libros Se sentó entre el público como uno más y me hizo el
honor de entregar el galardón principal. Guardo aquel gesto donde nadie me lo
puede quitar.
Ser periodista, ser Quijote
(Antonio Moltó durante la presentación de nuestro libro SER PERIODISTA, SER QUIJOTE)
Siempre he entendido el
periodismo como una vocación, como un servicio inexcusable y lo he hecho desde una recia austeridad. Cuando
en 1991 obtuve el título de Licenciado en Periodismo, lo recibí con la certeza
de que un periodista no escribe para complacer a nadie. No es la primera vez
que lo digo. Fidelidad no es silencio.
Por eso, porque debía hacerlo; porque sabía
que me recibiría, me fui a ver Antonio
Moltó Martorell en la sede de la Unión de Periodistas de Cuba, en el Vedado
capitalino. Le solté de un tirón todo aquello que me preocupaba del periodismo
cubano. La tarde ardía.
No podré repetirlo palabra por palabra, mas
temas como el llevado y traído secretismo, el tributo a tanto evento y no al
análisis, la necesidad de mayor apoyo
legal a nuestro desempeño, las publicaciones alternativas, la poca compensación
salarial a los periodistas, las dilatadas respuestas… fueron algunos de ellos.
El
periodismo cubano necesita una sacudida, le solté. Moltó me escuchó con
respeto. Luego me expuso sus criterios y los esfuerzos de la organización que
presidía. No siempre coincidimos, debo decir la verdad; pero le devolví el
mismo respeto. Fue un intercambio inolvidable, intenso, de colega a colega.
La última vez que vi a Moltó fue en la
presentación de mi libro Ser periodista ser Quijote, dedicado a
los 70 años de fundación de la Universidad de Oriente. Gracias a esa propia
institución y al Proyecto Claustrofobias pudo ver la luz, justo el día de la
Prensa Cubana, el 14 de marzo de 2017.
La asistencia de lujo incluía a varios Premios José Martí de Periodismo y
a galardonados con el anual Juan Gualberto Gómez, además de a mis colegas más cercanos.
En
unas pocas páginas intentaba resumir mi experiencia de un cuarto de siglo
haciendo periodismo y exponer algunas ideas sobre el periodismo cultural, la crónica, la entrevista. Sobre la ética del periodismo,
que hunde sus raíces en primera y última instancia en el reflejo de los éxitos junto a las angustias de la
población cubana. Uno no puede venir sin lo otro.
Y de pronto, cuando ya finalizaba la
presentación, Pepe Alejandro Rodríguez se apareció con un abrazo. Y Antonio
Moltó se levantó para justipreciar mi modesto esfuerzo. Fue harto generoso. Su
estatura humana le llevó incluso a excusarse por errores ajenos, por ajenas
excrecencias que suelen salirle al paso a un periodista cuando se enfrenta a
quienes solo quieren escuchar loas. No tendré como agradecerle.
En el fondo, proyectado en la pared, como
escenario de sus palabras, aparecía la cubierta de mi libro. En agosto de ese
propio año, Moltó falleció. Y en más de una publicación, aquella foto tomada en
la Universidad de Oriente con la imagen
de Ser periodista, ser Quijote,
acompañó la consternación. No fue casualidad, fue congruencia. Los molinos
suelen tener aspas filosas, pero un Quijote siempre apuesta a su cabalgadura.
TOMADO DE LA JIRIBILLA
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