Leonardo McKenzie andaba alborotado con su viaje a Venezuela. ¿Cómo no hacerlo, si representaría a su país en el Campeonato Centroamericano y del Caribe de esgrima, categoría juvenil?
Con tanto ir y venir, olvidó el beso en la mejilla de su madre, el beso de despedida. No importa, le daré uno bien grande y le colocaré la medalla de oro, cuando regrese.
El tiempo se vive en futuro a los 17 años.
Nancy Uranga era muy joven, pero se juró que diría a sus padres sobre la nueva vida que latía en su vientre… al regresar, con la alegría del éxito. Y miró su florete, porque estaba segura.
Cada uno tenía una historia. Y dispuestos a contarla subieron al DC-8, al vuelo CU-455 de Cubana de Aviación. Ellos y otros, hasta sumar 73 personas a bordo.
La nave despegó de Seawell, Barbados, donde había sido abastecida, a las 12:15 p.m del 6 de octubre de 1976.
Un vuelo sin retorno
-SEAWELL….SEAWELL…CU 4555
-CU-455…Seawell
-¡TENEMOS UNA EXPLOSIÓN Y ESTAMOS DESCENDIENDO INMEDIATAMENTE. TENEMOS FUEGO A BORDO!
-¿CU-455 regresará al campo?
No se podía contestar al instante. Hubo una descompresión violenta en el costado de la nave, se evaluó rápidamente la situación, cayeron las máscaras de oxígeno.
A las 12:25, nuevamente la voz del copiloto:
-CU-455 autorizado a aterrizar
-RECIBIDO
¿Qué infierno se viviría en aquel instante?
Parecía dominada la situación, parcialmente. Lograron sacar el tren de aterrizaje.
Alguien atontado aún, trató de entrar a la cabina, facilitando la entrada de humo. El copiloto no había soltado el micrófono y ordenó enérgicamente
¡CIERREN LA PUERTA! ¡CIERREN LA PUERTA!
Al escuchar esto, la torre barbadense trata de orientar:
-CU-455 tenemos EMERGENCIA TOTAL, continuamos escuchando.
Las playas y los hoteles ya estaban a la vista… pero los criminales habían calculado todo con milimétrica exactitud. Y sobrevino la segunda explosión en los baños traseros.
El capitán siente la terrible sacudida, el timón tira con fuerza hacia su pecho. El copiloto, tal vez creyendo que el capitán trata de tomar altura, le grita:
-¡ESO ES PEOR! ¡PÉGATE AL AGUA! ¡FELLO! ¡PÉGATE AL AGUA!
Y luego, silencio.
Silencio.
La nave tomó altura. En un último intento humanitario, el capitán gira el timón hacia un lado, para que aquella gigantesca mole encendida no cayera sobre la playa.
El sol se había hundido en el mar.
Los culpables
Los mercenarios venezolanos Freddy Lugo y Hernán Ricardo, colocaron los explosivos.
El plan siniestro fue fraguado por los cubanos (equivocadamente nacidos en la tierra de Martí) Orlando Bosch y Luis Posada Carriles. Este último, “escapó” hace años de una cárcel venezolana, y es protegido en los Estados Unidos, tras un enmarañado y tímido proceso judicial por “entrada ilegal al país”
Bosch alardea en las televisoras de que en ese avión viajaban “cuatro negritas”. Y se pasea libre por los Estados Unidos. ///
La memoria
Y un Comandante ante un pueblo enérgico y viril. Que no alcanzaron la gloria olímpica, pero sus medallas no descansan en el fondo del mar, ascienden como soles sin mancha en el Olimpo de la Patria.
Leonardo McKenzie nunca podrá colgar la medalla al cuello de su madre. Ni darle un beso.
Los padres de Nancy sueñan con los pasos de un niño.
Que la injusticia tiemble, la memoria no olvida.
FUENTES:
-Julio Lara: La verdad irrebatible sobre el crimen de Barbados. Editora Política, la Habana, 1986
-Alicia Herrera: Pusimos la bomba… ¿y qué?, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981
-Testimonios de familiares de mártires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario