Reinaldo Cedeño Pineda
Baracoa no cesa de asombrarme. Y Oscar Montoto, como buen hijo de esos lares.
La naturaleza echó la bendición sobre esa tierra y le puso ríos de miel y cocoteros, yunques y bellotas. Aquella faja de tierra, apretada entre el mar y la montaña, tuvo su cruz anunciadora del Nuevo Mundo, sostenida tal vez por el mismísimo Almirante de la Mar Océana.
Y si algo le faltase, se convirtió en Villa Primada, avanzada de la conquista, yelmo y arcabuz en tierra de casabe; sin que pudieran ser barridos sus ojos taínos y su piel de chocolate.
El destino, sin embargo, cansado tal vez de tanto prodigarle, pareció cerrar sobre ella la puerta del olvido. Y la comunicación con el resto de la Isla durante décadas, siguió por el frágil hilo del mar.
Visto hoy, ese resguardarse en sí, esa cuasi virginidad -que ni siquiera la carretera arrancada a la falda de la Farola ha podido doblegar del todo- ha sido una de las condiciones que la mantienen en estado de perpetuo descubrimiento. Y como ella no podía ir al mundo, el mundo iba a ella.
Así llegó un día a estos parajes, nada menos que en el temprano siglo diecinueve “un joven de pocas palabras, más bien tímido (...) que se presentó como el doctor Faber, llevando un pesado maletín de oficio” y al presentar los documentos como “médico graduado en París de nacionalidad suiza” se le hicieron los honores pertinentes.
Las autoridades pensaron que había navegado con mucha suerte. Y Baracoa se rindió a sus conocimientos y diligencias; mas las verdades andan colgadas de muchos silencios y asombros. Y algunos pesan tanto, que no hay quien pueda sujetarlos.
A la larga, Enrique Faber o Faver –que en el ínterin, incluso había contraído matrimonio- resultó ser lo que era… Henriette, Enriqueta. El juicio a posteriori, tal como aquí se describe, deviene en uno de los casos más espectaculares de la jurisprudencia cubana.
El humillante examen físico, la confesión ante el obispo Espada, la vida ulterior de un personaje que acabó como madre superiora en New Orleáns, y unos detalles que demuestran como la vida real le pone cola siempre a la más descabellada de nuestras fantasías….
Todo anda desgranado en la investigación de Oscar Montoto –contada como en una novela minimal-, y de la manera que ya nos tiene acostumbrados: en su fidelidad irreductible a Baracoa, en ese develamiento tenaz que desde hace muchos años realiza a favor de la cultura cubana.
Es cierto que no es la primera vez que se trata esta figura, que ya lo hizo Antonio Benítez Rojo (Mujer en traje de batalla), que motivó una obra de teatro (Escándalo en la Trapa, José Antonio Brene), que hay más de un material audiovisual; pero el esfuerzo en la reconstrucción de época, el material de archivo consultado, el espíritu valorativo y la organicidad del texto, hacen que La increíble historia del Doctor Faber (2005) en sus cincuenta y ocho páginas, sea un texto de esos para llevarse a casa.
La casa guantanamera “El Mar y la montaña” demuestra una vez más como una editorial municipal puede hablar de la aldea al mundo, cuando todos los elementos que componen el arte del libro se tratan con cuidado y profesionalismo, sin improvisaciones espurias.
Enriqueta Faber tiene un lugar doble en la historia de nuestro país. Y habrá que asumirlo definitivamente. Es la primera mujer en ejercer la medicina en Cuba, en tiempo en que esos menesteres descansaban sobre varoniles manos. Y el autor se pregunta asimismo si acaso no será la primera travesti conocida de la Isla…. O tal vez, sometida a otras consideraciones, la primera transexual.
Queda eso sí por saber, a ciencia cierta, si lo de Faber sólo fue resultado de una época donde las mujeres eran simples ovarios reproductores, o si el toque de Lesbos también habitaba en su piel.
Las circunstancias por más especiales que nos parezcan, tienen un antecedente en la península hispana con el caso de Elena (Eleno) de Céspedes. Nacida en Alhama de Granada en pleno siglo dieciséis, se convirtió en la primera “mujer titulada en la historia de la Medicina”, gracias a su condición de representante del género masculino, y también se casó, fue sometida juicio y trabajó luego en centros hospitalarios y eclesiales. Casi un curioso calco del destino…
Eso, sin mencionar la historia real de Catalina de Erauso, “La Monja Alférez” (1592-1650) bautizada como tal por el monarca Felipe IV y recibida por el Papa Urbano VIII. Una rebelde mujer de la España renacentista, que colgó los hábitos a los quince años e hizo vida de soldado en pendencias y tabernas.
Y la llamada Papisa Juana (Juan VIII), fémina que se dice bajo apariencia de hombre gobernó el destino de la Iglesia allá por el año 855, hasta que, ante el asombro general… ¡oh, milagro de Dios!... tuvo un hijo. Sin embargo de esta última, las referencias aparecen sólo en el siglo trece y se duda de su historicidad, perdida quizás en la leyenda.
Si la historia de la Faber puede escandalizar después de casi dos centurias, no es sólo por su singularidad. Se debe también a la exclusión que sobre estos temas se ha tenido en la historia –por decisión expresa o desconocimiento-. Y que acaso se sigue teniendo en el tercer milenio que vivimos.
¿Será posible ignorar la locura nazi que marcó con infamantes triángulos rosados a los homosexuales y negros a las lesbianas, sometiéndoles a dobles torturas?
Un mundo que va ahora mismo desde la condena a muerte por homosexualismo en Afganistán, Arabia Saudita, Yemen, Sudán e Irán; hasta las fórmulas que legalizan la relación entre personas del mismo sexo a través del matrimonio o la unión civil en Canadá, Sudáfrica, Massachussets y pronto en California (Estados Unidos), España, Bélgica, Holanda y casi toda la Europa Occidental.
Un mundo en el que casi cuarenta mil personas –sólo en los Estados Unidos- han tenido exitosas operaciones de reasignación de sexo (CRS) en ambos sentidos, desde que George Jorgensen, soldado del ejército, se convirtió en la hermosa Christina Jorgensen.
En nuestro país existe la Comisión Nacional de Atención a Transexuales -con propuestas al Parlamento- según me comunicara expresamente Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX).
Y es que la grandeza de una nación no sólo se mide por el Producto Interno Bruto, sus millones de habitantes o sus kilómetros cuadrados; sino por la hondura o la opacidad de sus pensamientos.
En todo caso, valga la amplificación, porque La increíble historia del doctor Faber de Oscar Montoto Mayor (Premio Nacional Olga Alonso, 2000) tiene ese valor agregado. No sólo haber rescatado -con seriedad y sin morbo-, a una pionera, a una mujer que retó a su época, a un carácter; sino dejar plantado el reto para que otros investigadores hurguen en la vida y la obra de personajes como ella, para hallar en las torpezas y las luces de otros tiempos -idos o recientes- historias tan increíbles como la del Doctor Faber.
(En la muy noble y muy leal villa de Santiago de Cuba, el 7 de octubre de 2006.)
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