lunes, 14 de enero de 2013
CÁPSULAS MEDITACIONALES / ¿Hambre de afecto?
Por Nereyda Barceló Fundora
Quizás el hambre de afecto es uno de
los mayores males que les sucede sobre todo a los ancianos.
Porque hay que ver cómo muchos
ancianos se comen las horas largas y extendidas, en las
esquinas, en los parques, en las aceras y corredores, o en sus propias casas, con los ojos muertos, con los pies cansados y
un trozo de corazón, todavía, con frescura y vida, capaz de sufrir o de gozar.
Son nuestros viejos, nuestros queridos
viejos. Los que, un poco antes que nosotros, también fueron héroes y creadores.
Y pusieron piedras, en el edificio que a todos nos ampara, y que llamamos
sociedad, pueblo y nación.
Y es necesario meditar sobre esas
personas, que un poco antes que nosotros, maduraron y soñaron lo mejor para los
que estábamos llegando. Y nos quitaron el hambre, nos cubrieron cuando teníamos
frío, y nos dieron calor y afecto, nos dieron amor.
Son nuestros queridos viejos, hoy ya en
el declive, y muchos con el sentimiento de sentirse estorbos y con
hambre, pero hambre de afecto, porque les hablamos poco, les besamos poco, les
contamos poco y les escuchamos poco y hasta a veces…nos cansan mucho sus
historias.
El hambre de pan es fácil de remediar, pero el hambre de amor, de afecto,
aunque podamos remediarlo, muchas veces no lo hacemos.
¿Y cómo remediar el hambre de afecto?
Pues escuchar mucho más a los ancianos, hablarles mucho más, apretarles las
manos y besarlos mucho más.
Dejarlos que nos cuenten historias viejas, como ellos,
y que nos cuenten los chismes del barrio y las aventuras y éxitos del hijo o
del nieto, porque eso los hace felices.
Con esos gestos, no sólo saciamos su
hambre de atención, de amor y de cariño, sino
que hasta les hacemos más llevaderas
las enfermedades, y contribuimos a elevarles la autoestima, a que se sientan
felizmente comprendidos y amados.
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