martes, 11 de octubre de 2016

Crónica LA BENDECIDORA / Primera mención Concurso Revista Palabra Nueva 2016




Reinaldo Cedeño Pineda  

Allá va Marina, ahí viene. Envuelta en su nombre. Con sus pasos bamboleantes, como una ola. Con su mente de espuma. Nadie podrá decir cuántos años tiene, cuántas libras mueve. Ella no lo sabe, o no quiere saberlo. Y allá va, ahí viene:


   Dios te bendiga, mi'jo
   Dios te bendiga, mi'ja


 Todos son bendecibles. Todos, sus hijos. 


  Vive al doblar de la cañada. Por las hendijas de su casa entra el sol y ella juega a tapar el haz de luz, a desviarlo con su mano. Es su hazaña.


   El destino la mandó diferente. Para ella, lo más importante es su barco de papel. Es la alegría de sus mañanas. Lo lleva al río para verlo avanzar en el hilo de agua. Dicen otros que se va a la cañada  para verse mejor, que en su casa no hay espejos. Y como no se queda quieto, va una y otra vez, hasta que un día se detenga. 


   Marina es negra como el baobab, negra como la ausencia. Le gustan los colores y así escoge sus pañoletas, sus batas, sus bufandas. No escatima. Parece una bandera cuando avanza por el trillo, cuando sube al asfalto.  


   Ella se pone siempre al final de la cola y cuando le ceden el lugar, no acepta. Su cabeza se mueve en remolino, para que no haya dudas. Quiere ser igual al resto. Y se va  oronda, loma abajo, con su pan minúsculo,  moviendo la jaba como un aspa.


  El muro de su casa está lleno de tiestos: ollas, cascos, orinales. Marina cultiva cactus. Dicen que le gusta sentir la leve punzada de la espina en la yema del dedo. Tal vez practica para las punzadas de la vida.


   Un día se enamoró. Y le llevó al muchacho uno de sus barquitos. El joven se rió, se rió de verdad, lo hizo con ganas. Marina sacó un alarido del más allá. Gritó como si mil alfileres la traspasaran, como si fuera el fin del mundo. Eso dicen. 


  Llegó del hospital callada, replegada en sí misma, como un ovillo. Y la mirada se le perdió un tiempo en algún lugar que solo ella sabe.


  Marina fue alumna de mi madre. Intentó serlo. Cuando la maestra hacía una pregunta, ella movía la mano en alto, con desesperación.


A  ver, Marina… ¿cuál es la respuesta?
Seño, señorita… me estoy poniendo verde.


Nada tenía que ver, pero Marina estaba orgullosa de haber contestado y eso no se lo iba a quitar  nadie, ni  la carcajada de sus compañeros, de toda el aula. Ya lo tenía aprendido.  


  La risa es a veces euforia; a veces, espanto. 


  Su rumbo fue el de otras escuelas, otras enseñanzas;  pero nunca olvidó a su maestra del barrio. 


   Y dónde está la seño?, me dice un día
   Ya no está, se ha ido
   Pero… dónde, dónde… yo quiero verla


   Marina me desafiaba con su inocencia.


  No puedes verla más, le dije.


   Entonces, Marina la cantarina, Marina la bendecidora, se paró en seco. Me acarició las manos, las apretó con todas sus fuerzas, se echó a correr loma abajo. Y a cada tramo se detenía, para decir adiós.


   Me pregunta por su maestra cada vez que me encuentra. Y no importa lo que le diga. Ella no entiende, no entiende. 


  Ahí viene, allá va Marina. Nadie sabe cuántos años tiene,  cuántas libras mueve:


   Dios te bendiga, mi'jo
   Dios te bendiga, mi'ja


1 comentario:

Unknown dijo...

La euforia y el espanto... Tus Contrastes y los mios... Marina y este desierto donde todo se detiene, hasta el tiempo.