viernes, 14 de octubre de 2016
“MONTEJO y BARNET en el alma del libro y mi memoria” de Nora Rodríguez Calzadilla / PREMIO Casa del Caribe / V Concurso Caridad Pineda In Memoriam 2016
A la hora del viaje los libros ocupan asientos en
primera clase. Sin ellos no podría
hacerlo a ningún lugar, aún en cortos itinerarios de ida y vuelta el mismo día. Suelo dormir entre libros y tengo pesadillas
si no leo un poco, antes de apagar la
lamparita. En mi tímido templo de paz
donde habito, ellos, junto a las plantas y la música instrumental
en decibeles muy bajos, reciben al visitante y le cuentan de mi las cosas que
no digo.
Me agrada comentar las lecturas, marcar sus textos, escribir frases en
libretas de anotaciones aparte. A los
diez años estudiaba piano, pero prefería leer y escribir; entonces hice mi
primera libreta de frases de autores con los que me identificaba. Con la misma edad escribí una novelita que a
nadie mostré y boté al basurero. Entre
los libros y yo hay sinergia y advierto motivaciones sensoriales diversas. Exacerban el sentido de la posesión y el
egoísmo porque algunos no los presto. “Mijita es que cada libro tiene su
orgullo”, decía un abuelo de bibliotecas.
Sin embargo, me encanta regalar
libros y recibirlos de vuelta como
ofrenda, porque son prendas de muy altos quilates. Suelo pedir dedicatorias muy personales;
aunque no sean del autor de la obra. Hay
libros que vienen en mi código genético.
Sobreviven conmigo, al tiempo, a
las bonanzas y las adversidades porque los adoro. Ellos también me aman por
todo lo que me aportan y no es poco.
De mis lecturas en soliloquios, los textos de José Martí
en su dilatadísima
ofrenda, iluminan el gran cofre de los tesoros que va y viene conmigo por
doquier. La lira de Neruda, Machado y
Borges me
hicieron creer cuando era jovencita, todavía lo creo, que fui la risa
del chileno, el camino del
español y el pecado del argentino.
Con El Principito (Antoine de Saint-Exupéry, 1942) aprendí a ver la
vida con el corazón; con el “Diario” (Ana Frank, 1942-1944) lloré su dolor hasta enfermarme; con La Noche (Excilia Saldaña, 1995) advertí el encanto del
abuelazgo y con El amor en los tiempos del cólera (Gabriel García Márquez, 1985)
desperté extracorpórea aquella madrugada junto a mi capitán a bordo del
crucero, mar adentro, alta la
marea del amor maduro.
Pero hay un libro, otro, que marca mi vida de
diferentes maneras y lecturas y no han sido pocas las consultas. A veces pienso que si es verdad eso que dicen
sobre el destino de cada cual, -¿el poder de la energía universal o la casualidad
que es tan casual? al decir del cantor- los cruces entre personas, hechos y
circunstancias, vienen entrelazados en el alma del mundo. En el alma de los libros también vienen. Biografía de un Cimarrón (La Habana, 1966), de Miguel Barnet es el texto que hoy me cruza y mezcla con la esencia de
tan honorable concurso “Caridad Pineda in memoriam”, porque
desde varias ópticas, cambió el
modo de ver la vida hasta de oficio y entender mi infancia en rebeldía frente a
un piano que no quería tocar a los
cinco años de edad… ¿Será que llevo un cimarrón por dentro? (1)
Del alma del libro
Es un clásico de la literatura cubana y debía
conocerlo. Al principio no fue una
lectura de entretenimiento en ratos de ocio y sin embargo, la novela-testimonio
de Barnet, me impactó con huellas que
todavía están conmigo. El autor del
libro sin proponérselo, obviamente,
devino mi maestro de oficio, porque desde la introducción al documento,
pasando por el acápite, “Para llegar a
Esteban Montejo: los caminos del cimarrón”
(2) hasta su glosario, me dictaba
voces, giros idiomáticos, códigos, paradigmas y herramientas para
investigar en Comunicación Social, aun cuando su estudio científico es
esencialmente etnológico.
En este libro hallé, además, los caminos metodológicos que conducen al más
depurado y elegante de los testimonios, en perfecta simetría entre poesía e
información y aprecio en el testimonio la hermandad fronteriza que comparten la
Literatura y el Periodismo. Esta
novela-testimonio es un clásico de la contemporaneidad, visto también dentro del llamado Periodismo
de Investigación. El demuestra en su
tesis, desde la cultura en general; la
etnología y el folklor en particular,
que los grandes personajes de la historia no se hallan siempre en los
libros y en las aulas. Es menester salir al campo para encontrar a
esa gente humilde y vigorosa que como Montejo tiene mucho por contar
todavía. Al Periodismo le sucede algo
similar en sus agendas mediáticas cotidianas ávidas de singulares fuentes
vivas.
De repente recuerdo que tras mi segunda lectura a
Biografía de un
cimarrón debí
hacer un par de coberturas de prensa y ya no eran las mismas. Colocaba en primer plano los relatos inéditos
e inimaginables. Transgredí las cinco
preguntas clásicas que tejen un lead y
creo que la pirámide invertida giró varias, según el caso. Era mucho más inspiradora la resonancia de
las pequeñas y grandiosas esencias humanas de los entrevistados. Rechacé algunas coberturas tradicionales y
por momentos, olvidé otras efemérides.
Asumí riesgos. Pené por críticas
en negativos rebotes, ya olvidados por cierto. Gocé intensas dichas en plenitudes
auténticas, porque supe que hice feliz a
alguien, en las décadas de los años ochenta y principios del noventa, del pasado siglo.
Todavía recuerdo a aquel niño, a quien
jamás se me ocurrió preguntar lo que todos sabían de antemano: “¿Eres
feliz aquí?… ¿Qué esperas de este congreso en La Habana?”… y le permití en
transmisión radial con cobertura nacional, que me cantara en vivo “Las
Mañanitas” porque él así lo quería y era el día del cumpleaños de su mamá que
estaba en el lejano Santiago de Cuba y ella siempre lo despertaba para ir a la
escuela con esa melodía. Aquella noche,
de regreso a mi casa, lo confieso
hoy, perdí el sueño; pero la voz de mi maestro interno me dijo que
no había errado. Al siguiente día, la
madre del pequeño llamó por teléfono al programa para expresar entre risas
agradecidas y llantos emocionados, que
todo lo había escuchado y que fue el mejor regalo de su vida… (También era mi
gran premio frente a un micrófono,
pero no dije nada, e inmune a las
más fuertes conmociones, lo guardé con humildad en mi silencio y entre
paréntesis les ruego que siempre quede aquí,
como un secreto entre nosotros)
De las motivaciones y su perseverancia
Antes de lograr su pieza literaria, Barnet estudiaba el tema de la esclavitud y
aspectos generales de las religiones de origen africano aún presentes en
Cuba. Cuenta el etnólogo que con esas
inquietudes observa en un periódico del año 1963, la foto de un hombre, de 104 años,
de expresivos y grandes ojos.
Decía llamarse Esteban Montejo
con el dato añadido de haber sido esclavo y cimarrón. Fue a su encuentro. Al inicio de sus conversaciones, alude el
narrador, su informante le habló de temas
y necesidades personales que el investigador ayudó en bondad personal y precisa: “Después de haber conversado
alrededor de seis veces con él –nuestras entrevistas duraban hasta cinco horas–
fuimos ampliando la temática (…) Al principio Esteban se mostró algo arisco. Más tarde, al identificarse con nosotros, se
percató del interés del trabajo, y con su colaboración personal, pudimos lograr
un ritmo de conversación normal, (…) Con
frecuencia, una palabra, una idea, despertaban en Esteban recuerdos que a veces
lo alejaban del tema. Estas digresiones resultaron muy valiosas porque traían a
la conversación elementos que quizá no hubiéramos descubierto.”
Me refugio en la cita original –en apretadísima
síntesis- en respeto a la clase
magistral que el texto, manual de consulta
y guía para dialogar e investigar científicamente, aporta al
Periodismo. Luego comprobé que la perseverancia es otro de sus dones divinos y
prima hermana del talento. Para
dialogar con su informante, albergado en el “Hogar del Veterano” de la Avenida
de Acosta en la Víbora de la urbe capitalina de Diez de Octubre, el escritor
viajaba desde el Vedado a la Víbora en guaguas (ómnibus públicos). Lo hacía en la extinta ruta 13, en ocasiones con una grabadora alemana de cinta magnetofónica, marca
Uher. Quienes conocemos el peso en
kilogramos de aquel artefacto prehistórico y el incierto servicio del
transporte público citadino, podríamos
reconocer entre tantas virtudes del poeta que se trata de un acto de altruismo
en perseverancia para más admirar y
nunca olvidar.
De la lectura a la imaginación en rebeldía
y en el monte
Desde el inicio de estas letras he dado permiso a
los sentimientos e imaginación por aquello de mi apego a la lectura que
instruye, forja, recrea, acompaña y
tienta a calar el tuétano de cada página de un libro, a veces en onírico
coqueteo con las fantasías. Leo,
somatizo y vivo el libro en total entrega… Pero aún no he contado que con Barnet y Montejo viví fugitiva en los
campos de la otrora provincia cubana de Las Villas. Perdí la cuenta de los días entre murciélagos
en cuevas donde no hablé con nadie. Pasé
hambre, frío y sentí miedo a que me atraparan nuevamente y me devolvieran al grillete, a la crueldad de los cepos y al
latigazo del mayoral sobre mi piel ardiente en su dolor en sangre. Enfermé en el monte y me curé con yerbas
porque no había médicos. Jugué a las
cartas con poca suerte; serví sin chistar
al sexo con negros fuertes y sanos porque así los querían los amos, ¡bien
sanos!, como animales. Vi los ojos de Eleggua
y el caracol enrollado y la bondad que
abre caminos al bien y la maldad que las brujerías bajo la tierra esconden.
En el monte comí jutia “conga” y supe por qué en tiempos de la
esclavitud en Cuba y en las postrimerías del siglo XIX, le pusieron ese
apellido a las jutías, pero ná, esa es otra historia y si lo desean, les hago el cuento mañana, porque ya voy por la cuartilla cinco y… ay!
mi Dios… creo que me extiendo un poquito
para retomar el camino de Esteban Montejo después de las guerras de
independencia.
Notas de la autora:
1- Biografía de un
cimarrón. Miguel Barnet. La Habana, 1966.-
2- Cuando
refiero el acápite metodológico como paradigma para investigar en Periodismo de
Investigación, sus pautas y herramientas aparecen en la introducción del libro
y en el acápite “Para llegar a Esteban Montejo: los Caminos del cimarrón”, página 185 de nuestro ejemplar. Como se conoce la obra literaria es un
clásico de la literatura cubana y Latinoamericana, que cuenta con numerosas
reediciones en papel y en soporte digital, en varios idiomas y en diversas
latitudes. Por su trascendencia y
repercusión nacional e internacional, la Feria cubana del Libro de este año
2016, presentó una edición especial
gratuita a merced del pueblo cubano y demás participantes. -
3- Acerca
del autor de Biografía de un cimarrón, Miguel Barnet. Poeta, narrador, ensayista y
etnólogo. Discípulo de Fernando Ortiz. La Feria Internacional del Libro del año
2002 le fue dedicada en reconocimiento a su vida y obra. Es Fundador de la UNEAC y actualmente su
Presidente. Ocupa el Sillón B como miembro de número de la Academia Cubana de
la Lengua.
DE LA AUTORA / Nora Leopoldina Rodríguez
Calzadilla (La
Habana, 1956)
Es Licenciada en Periodismo (1978) y Maestra en
Ciencias de la Comunicación, Mención Periodismo
(2006), por la Universidad de La Habana.
Periodista, guionista y docente
en el ICRT, donde comenzó a trabajar desde octubre de 1975. Ha laborado en las
emisoras: Radio Ciudad de La Habana de
la cual es fundadora; en Radio Metropolitana, Radio Rebelde y Radio
Enciclopedia donde integra actualmente su equipo informativo. Enviada especial
de la Radio en Cuba a la República de Paraguay (2001) y a Venezuela (2001).
Integró el equipo de expertos en temas Webs y Periodismo en la Internet de la
radio cubana.
Autora principal del Protocolo Metodólogo para
investigar, crear y evaluar
cualitativamente los sitios y portales Webs de la Radio en el país. Trabajó
como especialista en la Dirección Nacional de Información y Propaganda de la
Radio Cubana. Multipremiada en diversos
concursos de prensa y festivales de la radiodifusión en el país. Miembro de jurados en festivales y concursos,
entre ellos el “26 de julio” de la Unión de Periodistas de Cuba, UPEC. Ha
publicado en diversos medios internacionales y periódicos impresos y soportes webs. En estos momentos en fase editorial parte de
su tesis con la que defendió el grado de MSc.
Algunas de las distinciones, medallas o reconocimientos: Julio Antonio
Mella (1973-1978), Félix Elmuza (1993), Guido García Inclán (1995-1996), Raúl
Gómez García (2003), Premio Periódico Patria (2010), Medalla 160 aniversario
del natalicio de José Martí (2015), Micrófono
de honor de la Radio cubana (2015). El tabaco del Libertador (2016)
--TODOS LOS PREMIOS / TODAS LAS FOTOS
en:
---GRAN PREMIO: “Las cien no soledades”:
Aracely Aguiar Blanco
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