A Christian Alejandro,
el protagonista de esta historia
"Que otros se
enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he
leído" / Jorge Luís Borges
I
TODO comenzó cuando Robert me contactó por email para anunciarme
el libro que debía presentar en la Jornada de Arte Joven. Como miembro de la Asociación Hermanos Saíz,
era la primera vez que me enfrentaba a una de esas actividades.
Cada vez que veía la
portada sentía curiosidad por terminarlo. El libro más triste del mundo de Otilio Carvajal (Editorial Gente Nueva, Colección XXI, 2014), no es un título cualquiera. Me pasé la
noche leyendo. Desde la primera página aprecié un cambio en la escritura
del autor, no era el mismo que había
leído antes, tenía un tono más seguro, empleaba técnicas que me obligaban a
leer con la mayor agilidad y entrega; los personajes se me hacían cotidianos y
la seducción era tal que me involucré en la historia al punto de sufrir la
incapacidad de aquel niño devorado por su suerte, aquel niño que era “una nada
y solo podía pensar, pensar y pensar”.
Al otro día, di por
concluida la tarea, la leí completa, pero no tuve tiempo a una segunda lectura,
eran las cuatro de la tarde y los alumnos de la EVA nos estaban esperando. Otra vez será, pensé, entusiasmada con
la idea. La narrativa no es mi fuerte, aun así, sentí que el autor daba salidas
demasiado fáciles, me pareció exagerada la forma de recrear a Luquitas, el
personaje principal, aunque la noveleta entra en el realismo mágico. Me era
necesario aclarar ciertas lagunas, sentirme segura de mis interpretaciones
antes de presentarlo a un auditorio como aquel, pero no fue posible. Allí
estaban ellos, expectantes.
En la presentación traté de ser lo más
espontánea posible: conté escuetos detalles y propuse la lectura. Al salir, me
abordaron la mayoría de los presentes, con sus lápices y libretas prestos a
anotar con claridad los datos del libro. ¿Está
en librería?, preguntaban sin cesar, incluso las bibliotecarias. Terminé
con una gran satisfacción, en ese instante supe que aquel no era un libro
cualquiera, de los tres presentados ninguno causó igual impacto.
Con ese libro sentí una conexión especial, y
al mismo tiempo, ese sentimiento se tradujo en deuda, necesidad de compartir esa
historia, propiciar que otros pudieran disfrutarla de igual modo. La tarea
oficial había concluido por completo, sin embargo, en el próximo taller sugerí
la lectura. Lo que vino luego fue deslumbrante, en la Campaña de promoción
literaria Leer es el comienzo que propició el Proyecto Grafomanía a finales de año,
protagonizada por nosotros mismos, decidimos partir de esa presentación, y el
impacto que causó en los adolescentes fue el mismo de la primera vez.
A casa también llevé la propuesta. Mi hermana
de dieciséis años, a quien animo a leer desde sus primeros pasos, aceptó leerlo
en sus ratos libres. Con mi hijo fue difícil, El libro más triste del mundo no es un texto para ser leído a un
niño de cinco años; aunque es bastante perspicaz, no podría entenderlo. Mejor lo dejamos para otro día, terminé
diciéndole; pero insistió mucho, tanto, que cedí y le conté la historia a mi
manera, la manera en que una madre no cuenta que Luquitas es un niño que vive
postrado en un sillón, sin poder caminar, ni hacer más que hablar con letras
que se dibujan en la pared; la manera más dulce para describir a una familia
que apenas le presta atención, que lo ve como algo, o como nada, como el mismo
se hace llamar, mientras su abuelo recorre el mundo buscándole una cura para
acabar con esa agonía que lo consume con mayor dureza cada vez.
II
El
14 de enero del 2016 es una fecha que marcó un antes y un después en mi vida. Sucedió
algo que me obligó a distanciarme de mi propia vida, del proyecto literario que
dirijo, mi trabajo en una oficina de turismo, mi familia, mi pareja, los
amigos, todo. Esa mañana fui a parar al hospital con mi pequeño de cinco años.
Después de varios días con dolores musculares
y un mal diagnóstico, ya no podía sostener las piernas al subir las escaleras y
se iba de caída cada cierto tiempo. En tres días, mi hijo dejó de caminar completamente:
tenía fuertes dolores en piernas, brazos y abdomen, habían descubierto que sus
plaquetas estaban alteradas, una infección no focalizada obligaba a ponerle
altas dosis de rosefín en vena.
¡Mi niño hermoso, estaba en una cama de
hospital sin apenas moverse, jugando con un teléfono móvil en los pocos
momentos que los dolores le permitían gozar de paz! Necesitamos una entrevista familiar... Ahí supe que las cosas
estaban peor de lo que imaginábamos, sentí una sacudida, algo fuerte. Desde el
primer momento experimentaba una profunda depresión, un derrumbe total.
Sospechamos
que su bebé tiene Guillaín Barré, un síndrome neurológico que afecta los
músculos de todo el cuerpo… ¿Volverá a caminar?, pregunté
con un miedo absoluto. Ya no tenía fuerzas para hablar, mi mente daba vueltas y
mi cuerpo solo era sostenido por ese amor de madre que va por sus hijos hasta
las últimas circunstancias. Estuve a punto de desplomarme, pero me limité a
llorar, a gritar, cuando escuché decirle a la doctora: No podemos precisar cómo será el proceso, después que pase la etapa
aguda, si la sobrepasa… puede que camine, puede que no camine, pero si camina,
lo hará con dificultad y tendrá limitaciones para su vida futura, muchas
limitaciones…Era suficiente. Una madre nunca debería escuchar esto.
Mandé
a que me bajaran de internet todo lo relacionado con la enfermedad. Entonces,
mi mundo se redujo a aquellas letras que tenía ante mí, no había posibilidad,
mi hijo podía morir de un momento a otro; además de la parálisis en las piernas
y la pérdida de fuerza en sus brazos, podía quedar paralizado completamente y
morir, morir, en toda la extensión de la palabra.
Todo el que ama a alguien puede imaginarse el
dolor infinito que una situación así produce. ¿Podría recuperar mi verdadera
vida? ¿La que tenía antes de llegar allí, de ese instante y los que estaban por
venir? Me negué a creer que lo que estaba viviendo era parte de mi realidad,
pero los hechos se encargaron de mostrarme el nuevo escenario. Mi hijo padecía
el Síndrome, lo confirmaron los estudios y el equipo médico del Departamento de
Neurofisiología del Hospital Clínico Quirúrgico de Santiago de Cuba.
Mi última esperanza se desvanecía. Tenía que
aceptar la realidad, o vivir engañada. Era hora de adoptar una nueva actitud,
aceptar que todo era cierto. Solo tenía un camino, seguir; pero… ¿de dónde
sacaría las fuerzas? ¿Cómo era posible que me mostrase animada al ver a mi hijo
sobre una silla de ruedas, en una cama de hospital, inhabilitado para hacer
casi todo? No puedo recordarlo sin que los ojos se me nublen de lágrimas y se
me apriete el corazón. Es difícil escribirlo aunque haya pasado el tiempo.
Aquella mañana estuve determinada, fui a
parar a la casa de Luquitas, no entiendo con mucha exactitud cómo pasaron las
cosas, pero allí estaba, él frente a mí, yo frente a él, mirándonos, como si
nos conociéramos de toda la vida. Con mi desesperación a cuestas había ido tras
él, casa por casa, detalle tras detalle, al fin lo encontraba, tal como lo
había imaginado, su mirada era la misma, la flacidez en los brazos, su cabeza
entre la minerva y sus ojos empantanados.
No hubo sorpresas, era como si me hubiese
esperado siempre, como si supiera que en algún momento yo iba a aparecer. Me
pareció conocer cada detalle de aquel rostro, buscando una mirada entre sus
sueños perdidos. Fue un instante tierno, un momento de esos que quieres
conservar por siempre. Estas aquí por él,
lo sé. ¿Cómo podía adivinar mis tormentos? ¿Acaso veía mi desesperación con
solo mirarme? ¿Qué poder especial tenía aquel ser al que la vida le había
arrebatado casi todo? Casi todo, lo has
dicho. Pero no lo esencial. Tú has venido a verme porque sabes que no soy nada,
solo un cuerpo deforme sobre un sillón de ruedas, como tu hijo, aunque te duela
admitirlo. Sabes también que un día voy a pararme de aquí y recorreré el mundo,
porque nunca he perdido lo esencial: la esperanza y el amor de mi abuelo. Comprendí
que Luquitas me traía un halo de esperanza. Si él había esperado toda su vida
por el gran milagro, nosotros podríamos hacer lo mismo. La esperanza debía
mantenernos unidos, buscándola a toda costa.
Volver a caminar era el sentimiento
anhelado, esa necesidad que surgía de este tiempo nuevo. El amor no, él amor ya
estaba, desde que lo supe parte de mi existencia. Si era solo eso lo que
necesitábamos, la victoria era nuestra. Lo presentí en ese instante. No tuve
que ir como su abuelo por todo el mundo buscando al médico chino, bastaba con
que buscara para él los mejores médicos, fisioterapeutas, alimentación y medicinas.
Lo último fue lo más difícil, pero puse anuncios en Facebook, envié mensajes y
en pocas semanas empezaron a llegar complejos vitamínicos B en todos los
idiomas.
Hubo un momento en que todo me pareció
distinto, la habitación, Luquitas. Un cambio abrupto me dejó atemorizada, sin
embargo, yo era la misma y en algún lugar, mi hijo era el mismo niño inmóvil,
en silla de ruedas. “Cuando estaba en aquel sillón, aprendí a tener paciencia y
darle solo importancia a las cosas que fueran de vida o muerte. No sabía cuan
bueno era contar con los brazos o piernas… nunca dejé de sentirme un ser
humano, y ¿sabes por qué?, porque amaba a mi abuelo. Cuando uno ama a alguien y
sabe que ese alguien te ama a ti, lo demás puede resistirse”, así concluyó Luquitas. Me dio un beso
sobre la mejilla empapada de lágrimas y lo vi marcharse, agitando las manos en
señal de despedida, feliz de mover sus piernas y dejar de ser una nada, un
cuerpo deforme y lleno de baba, un monstruo que asusta a los amigos de sus
hermanos mayores y no hace feliz a Naty, la madre.
…Despierta, sentí que alguien susurraba. Me
había quedado dormida sobre el delgado cuaderno, el único, entre tantos que
colecciono en casa, que anda conmigo a todas partes. El sueño fue corto, por la
incomodidad del sillón. ¿Dónde estaba? Miré a todos lados tratando de
orientarme y enseguida reconocí a aquella figurilla que empezaba a retorcerse
de los dolores musculares. Me duelen los
pies, mamá, anunciaba un halo de voz. Mientras le ponía sus piernas
paralizadas en la almohada venían a mi mente las imágenes del encuentro con
Luquitas, no me parecía un sueño, sus palabras aún las mantenía firmes en mi
pensamiento “Cuando uno ama a alguien y sabe que ese alguien te ama a ti, lo
demás puede resistirse”. En ese instante lo comprendí todo, el tiempo tenía que
pasar, mientras debíamos aferrarnos a la energía de nosotros mismos, y confiar.
El libro durmió conmigo los setenta y un días
que permanecimos en otra urbe reconquistando nuestra realidad, a más de ochenta
kilómetros de mi natal aldea, y no
pude leerlo otra vez, hubiera sido como multiplicar mi sufrimiento; sin
embargo, fue mi talismán. Gracias a él imaginaba a mi pequeño caminando,
contando su historia como algo del pasado, y no como la historia más triste del
mundo, de su mundo y sus escasos años, y de mi mundo.
Hoy escribo con dolor. Revivir el pasado nos
hace vivirlo de una manera distinta, pero igual aquellos días en los que
caminaba por Santiago de Cuba, con un dolor casi insoportable y el pecho al
punto de estallar, no pueden olvidarse con facilidad. De aquellos momentos
aprendí que la fe es fortaleza indispensable, que las personas que en verdad
nos aprecian y quieren, llegan al lugar más distante y en los momentos menos
esperados, para que no dejes de creer, para que no pierdas la confianza en ti
misma y veas con tus propios ojos que los milagros existen, que tu hijo después
de cinco meses de fisioterapia no solo mueve las piernas, sino que se alza al
mundo y te devuelve todo lo que anhelaste recuperar, y que un libro, un montón
de hojas encuadernadas, y cubierta poco colorida, pueden salvarte la
existencia. Porque un libro es un mundo dispuesto para ti, un tesoro en bruto
que solo la voluntad de llegar hasta él, te muestra su verdadero valor. //
(NOTA: Este trabajo mereció además los
galardones de instituciones que respaldan el concurso: Asociación Cubana de Bibliotecarios (ASCUBI), Proyecto Sociocultural
Comunitario La Peregrina, Proyecto El
Sendero de la poesía y la Fundación
Caguayo-Encuentro de poesía El Caribe y el mundo “Jesús Cos Causse”)
(Yecenia
Ramírez, ganadora del V Concurso Caridad Pineda In Memoriam, junto a su creador, Reinaldo
Cedeño)
DE LA AUTORA / Yecenia Ramírez Sosa/ yeceniars1985@gmail.com / (Guantánamo, 1985)
Poeta
y escritora
para niños. Licenciada en Comunicación Social por la Universidad de Oriente.
Actualmente labora en
Infotur. Es miembro fundador y coordinadora general del
Proyecto Literario Grafomanía en Guantánamo, desde el 2014.
Ha
sido jurado de los Encuentros Debate de Talleres Literarios categoría
Infanto-juvenil y de adultos en varios municipios. Premio en el Encuentro Municipal y Provincial
de Talleres Literarios (poesía, cuento y teatro infantil) 2014- 2016, y Juegos
Florales Yo tallo mi diamante, 2014. Mención en el Concurso Internacional de
Cartas de amor, 2012 y Finalista en el I Concurso de cuentos Editorial Zenú
(Colombia, 2015).
Poemas
suyos aparecen publicados en la Revista El Mar y
la Montaña, (No.2, 2014) El
Caimán Barbudo (2015),
Antología poética Versos II de Ediciones de Letras
(España, 2015) y Ediciones Alternativa Pata de Gallina (Gibara, 2016).
Es miembro de la
Asociación Hermanos Saíz (AHS), la Agencia Cubana de Derecho de Autor Musical
(ACDAM) y la Asociación de Comunicadores Sociales (ACCS). Su libro de teatro
infantil Coleta, corazón de papel, está en proceso editorial (Editorial El Mar y la Montaña).
--TODOS LOS PREMIOS / TODAS LAS FOTOS
en:
---GRAN PREMIO: “Las cien no soledades”:
Aracely Aguiar Blanco
---“Un libro:
Novelas y cuentos de Voltaire”: Federico Gabriel Rudolph (Argentina) / PREMIO
CAPÍTULO INTERNACIONAL / V Concurso Caridad Pineda In Memoriam
__ “Sobre EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA”:
Mireya Chico Díaz / PREMIO TERCERA EDAD / V Concurso Caridad Pineda In Memoriam
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