domingo, 25 de septiembre de 2016
“EL CARTERO DE NERUDA: La fe en lo hermoso” de Jorge García Orce / FINALISTA / V Concurso Caridad Pineda In Memoriam 2016
La lectura de esta novela hace
treinta años cuando se publicó por primera vez, exactamente en 1983, me hubiera
provocado el sueño de ser el cartero de mi poeta invicto: Silvio Rodríguez. Era
yo entonces un veinteañero, confirmado en aquel verso, tras su multitudinaria
aclamación, junto con Pablo Milanés, en
Suramérica, recién librada de las dictaduras militares.
Casi nada recuerdo de mis cinco años, pero es imborrable la primera
canción aprendida de memoria de tanto oírla en unos altavoces en la playa
Guardalavaca. Dedicada a Che Guevara, fusil
contra fusil también tenía una letra “regional, dolorosa, lluviosa”, como
fuera calificada en ocasiones la poesía de Pablo Neruda, cuya peculiar relación
con un joven devoto conforma la trama de esta obra del chileno
Antonio Skármeta.
El cartero de
Neruda, también titulada Ardiente paciencia, colmaría de imágenes mis noches y ensoñaciones
los días: toco el timbre y asoma a la puerta un viejo loco que cada día piensa
que es su día; tacaño de palabras, desbordante en indiferencias. Tal sería el
primer encuentro entre el mensajero de correos
el poeta-cantor, quizás interrumpido apunto de cazar la rima y la nota.
Mario Giménez no se desanimó ante Neruda, de quién apenas lograba
una sonrisa lenta y la propina. Un día llegó su oportunidad y pasó de las
cartas al autógrafo y, a los pocos, ya conversaban de formas y esencias: “¡Metáforas,
hombre!
¿Qué son esas cosas?
El poeta puso una mano sobre el hombro del muchacho.
Para aclarártelo más o menos imprecisamente, son modos de decir una
cosa comparándola con otra.
Deme un ejemplo.
Neruda miró su reloj y suspiró.
(…)”
¡Ojalá me hubiera tocado ser el Mario Giménez tropical, compartiendo con
Silvio su rabia por tantos niños con zapatos de tierra, celebrando su amor por
una mujer clara que lo ama sin pedir nada o casi nada, disfrutando su curiosidad preguntera porque saber no
puede ser lujo, espantando sus visiones de angustia y horror una noche de
verano …!
Como siempre va trocando lo sucio en oro, también fuera confesor de mis
penas veinteañeras y de ellas saldrían sus Unicornio,
Réquiem, Llover sobre mojado, No hacen
falta alas,… ¡cuánta vanidad!, pero soñar no cuesta nada.
El cartero de Neruda es una novela corta de fácil lectura,
apartada de las técnicas narrativas de “vanguardia”
no estoy muy seguro que sea el vocablo correcto, quizás sea mejor emplear “de
moda”; por favor, solo soy un pobre lector en los años 1970-80. Sin embargo, el resultado es un hermoso
retrato de la vida de Pablo Neruda entre pescadores analfabetos que lo adoran,
y su pasión por el mar, la sencillez y un Chile justo.
Me ha sido imposible no soñar, leída esta obra ahora, a mis cincuenta,
con aquello de colarme con frecuencia, ya no como cartero porque su
correspondencia debe ser casi toda digital, pero si, al menos, de fumigador en
la casa del viejo Silvio ¡este noviembre cumple 70! e inevitable
impertinencia mediante, hartar mi curiosidad con una agenda de algún interés
público:
¿Aun prefiere un rabo de nube?
¿Qué pasará cuando al frente de la
columna no viaje, como estuvo siempre, la mira del fusil?
Dígame tres cosas que merezcan hoy una
luz cegadora, un disparo de nieve.
(…)
¿Puede suceder todavía que lo arrastren sobre rocas, y le machaquen y
le arranquen todo cuando la Revolución se venga abajo?
Esta última pregunta a Silvio me saltó entre los dedos desde las páginas
finales de la novela de A. Skármeta: el gobierno de la Unidad Popular se debate
entre la vida y la muerte por la embestida fascista. Ese mismo 11 de septiembre
de 1973, Mario Giménez asiste a la agonía de Neruda en su casa de Isla Negra,
cercada por las tropas golpistas. Afiebrado de muerte por el cáncer, el poeta
llora frente al mar, vacío de gaviotas y pelícanos ahuyentados por los
helicópteros (“¿También me robaron el mar? ¿También lo metieron en una
jaula?”).
Doce días después, en un hospital capitalino donde se dice fue
asesinado, muere Neruda. El cadáver es velado entre los escombros de su casa
vandalizada. Es que, a pesar de su gloria, el poeta era comunista.
La novela tiene pasajes de encanto como aquel de Neruda bailando él Mr. Postman The Beatles, Mario Jiménez
grabando los sonidos de Isla Negra para su amigo nostálgico en Paris, el
enamoramiento del joven apelando a los versos del gran chileno como si fueran
propios, la fiesta ante el televisor el día del discurso de Neruda en Suecia
por el Nobel, el propio encuentro final entre el poeta moribundo y su joven devoto…
(Fotograma
de “Il Postino” / “El cartero (y Pablo Neruda), basada en el libro de Skármeta.
Cinta italiana de 1994 dirigida por MIchael Radford y protagonizada por Philippe Noiret y Massimo Troisi)
Son de mucho agrado por su belleza silvestre, pero la sublevación
fascista lo enrarece todo y sobrevienen sucesos mucho más dramáticos y
terribles que la caída del gobierno de Allende, y que motivaron aquella última
pregunta a Silvio y que la novela parece no quiere sepultar.
Así, la madrugada siguiente al sepelio de Pablo Neruda, dos autos negros
sin matrícula llegan ante la puerta del cartero:
“¿Es usted Mario Jiménez?
Sí, señor.
Bien, tiene que acompañarnos. Es una diligencia de rutina, responde
unas preguntas y vuelve a casa.”
Aunque vivimos otros tiempos, no estoy muy seguro de que, tras la caída
de algún gobierno popular no se repita la macabra historia de tortura, muerte y
desapariciones que siguió a los golpes militares en América Latina. Ahora mismo
pienso en Venezuela o Argentina; pero podría ser también Cuba, que nadie lo
dude. Hay demasiado odio, sed de venganza y fanatismo aguardando para
descarrilarse.
Ahora escucho un silbato de El cartero… Es un llamado a no olvidar la tragedia
de nuestros pueblos, a impedir que nos conviertan en adorables muñecos
inflables, sin alma ni memoria, solo pendientes de su propio aire y apariencia
coloreada.
El cartero…también llama a no olvidar nuestras glorias, porque ellas
alimentan la resistencia y la fe en el triunfo de lo hermoso, aunque nos cuesta
la vida, como dice Silvio.
Esta fe esta dicha por Neruda, al evocar a Rimbaud en su agradecimiento
por el Premio Nobel:
“…solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que
dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.
Así, la poesía no habrá cantado en
vano.”
DEL AUTOR / JORGE ANTONIO GARCÍA ORCE
(1964. Vive en Santiago de Cuba) Licenciado
en Periodismo en 1988 de la
Universidad de Oriente. Desempeño laboral por 20 años en la Radio y en la prensa
escrita. Jubilado. Es invidente)
--TODOS
LOS PREMIOS / TODAS LAS FOTOS en:
---GRAN
PREMIO: “Las cien no soledades”: Aracely Aguiar Blanco
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario