domingo, 15 de octubre de 2017

EXCLUSIVA/ PUERTO RICO tras María: “El País de nomeacuerdo”




Por: MsC. Yarimar Marrero Rodríguez

Nunca había escuchado el sonido del viento, como un grito vital, como un rugido desde la tierra que lo desgarraba todo y después del ruido la nada.

La mañana 20 de septiembre los puertorriqueños se debatían entre la histeria de los medios y la habitual incredulidad ante los avisos anuales de huracanes que nunca llegan. Apenas dos semanas antes se había anunciado el paso del Huracán Irma y pese a que este desastre natural sí afectó a países hermanos, en Puerto Rico el mayor daño fue el colapso del sistema eléctrico. 

Con la noticia del huracán María no fue la excepción, la preparación de contingencia casi siempre se vive como una fiesta, con la algarabía que presupone varios días sin escuela o trabajo, la pelea en los supermercados por arrasar con las velas, las latas de salchicha y chef boyardee, las linternas, las baterías D, las cervezas (por aquello de la imposición de la ley seca) y el consabido juego de dominó, la alegría de lo impredecible, la adrenalina del miedo ¿vendrá esta vez? pero esta vez si pasó y acabó con la incredulidad de todos y comenzó a hacernos creer en otras cosas, como nuestra fuerza para reponernos, nuestra capacidad de aguante y el renacer de la resiliencia de un pueblo.

 El desasosiego, la incertidumbre y el caos que dejó el huracán de categoría 4 , que tocó tierra por el este de la isla con vientos de 155 millas por hora y salió por un punto del norte entre los municipios de Barceloneta y Arecibo, tiene una explicación generacional y es que el puertorriqueño promedio no tiene una retrospectiva histórica de haber presenciado el embate de un ciclón como este ya que el único huracán comparable a la fuerza del azote de María fue el huracán San Felipe de categoría 5 que ocurrió en 1928, casi un siglo atrás.

 No teníamos un punto de referencia, una historia parecida a la que asirnos, una anécdota reconfortante, una leyenda de barrio que nos narrara lo sucedido, eso jugó un papel fundamental en el desconcierto colectivo.

Se dice que después de la tormenta llega la calma y en este caso cuando ese refrán hace referencia a la calma he llegado a entender que se trata más bien a la nada, esa quietud casi apacible del asombro de unos ojos que no pueden creer que perdieron su casa, ese llanto bajito que por no ser histérico y público es más profundo del dolor de ver a tu País en ruinas.

Caído el telón, comenzamos a ver a Puerto Rico desde otra óptica, la pobreza de los ancianos, niños, los deambulantes, hasta de los animales de la calle, la vulnerabilidad de los sectores más pobres con ayudas que no llegan, los pueblos que quedaron incomunicados y que días después aún estaban sin comida, el desconcierto de las personas que no tenían noticias de sus familiares tras el colapso del sistema de comunicación, los miles de  puertorriqueños que emigraron a Estados Unidos tras promesas de bienestar y ayudas, las muertes y las epidemias que comienzan a aflorar por la falta de agua potable, la pérdida de empleos, la falta del sistema eléctrico, el miedo y la desesperanza.

Comenzamos a vernos viviendo el ahora, en medio de una crisis humanitaria que no parece tener un plan de acción concreto por parte de los dirigentes del gobierno, dentro de un País que ya se había declarado en quiebra, con un estatus colonial que asfixia y que se manifiesta como un golpe en la cara cuando Estados Unidos decide qué ayudas internacionales podemos aceptar y cuáles no, con la carencia de soberanía alimentaria y una dependencia humillante que hace que del otro lado de la foto en la que Trump lanza un rollo de papel a los damnificados del huracán hayan muchas manos abiertas intentando atraparlo.


Las grandes crisis también ponen de relieve la verdadera esencia del ser humano y en ese sentido Puerto Rico es una isla con gente de corazón grande.

Muchas historias se seguirán haciendo sobre las experiencias vividas tras el paso de María, como la de mi hermano menor que  tuvo que salir huyendo de una vivienda inundada cargando en brazos a su novia de nueve 8 meses de embarazo, o de las personas que pasaron la noche pidiendo ayuda en los techos de sus viviendas tapadas por el agua, de los que perdieron la vida por el azote de un objeto contundente arrastrado por el viento, pero también se contaran las historias de los vecinos que abrieron el paso de una carretera obstruida a fuerza de machete para ayudar a su comunidad, de la solidaridad del desconocido que compartió su comida, de la brigada de voluntarios que vinieron a la Isla para aportar a la reconstrucción del País, de los meses sin luz y las formas creativas en que empezamos a compartir más con nuestros familiares, del asombro de darnos cuenta que tenemos más fortaleza y resistencia de la que creíamos tener porque al final todos tenemos algo de esa fuerza arrolladora que es capaz de transformar.

 Ojalá no pase como en el “País de nomeacuerdo” y esta vez sí nos acordemos, porque el que tiene memoria tiene vivencias, tiene soluciones y puede salir del estupor con más ahínco y se enorgullece de lo que fue, de lo que logró, el que tiene memoria sabe que formó parte de un momento histórico, que es un actor social cambiante, ojalá no olvidemos que fuimos capaces de unirnos y levantarnos. 

Desde mi ventana, mientras escribo, veo reverdecer las espigas de los árboles que quedaron en pie ¿es esta una lección? Ojalá tampoco la olvidemos. 


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