Por MÓNICA RUSSOMANNO
(Especial desde Argentina)
Gracias a Gabriela Benítez
Baglietto canta “la vida es una moneda”. Su voz en la radio guía la melodía cómoda, familiar, largamente degustada al través de los años. “La vida es una moneda” –dice- , “quien la rebusca la tiene, ojo que hablo de monedas y no de gruesos billetes”.
Baglieto es una voz en la radio, no lo veo, pero surge en mi mente nítido y preciso en imágenes superpuestas desde el muchachito delgado de cabellos largos hasta este señor pelado de gorrito. Sigue cantando.
“Sólo se trata de vivir, esa es la historia, con un amor sin un amor, con la idiotez y la locura de todos los días…”
La canción relata la vida como un corte de muchas capas. Lo bueno, lo malo, lo admirable, la vida así como esa cosa indefinible por exceso de seres, de situaciones, de historias.
Y Gabriela contó una historia. Era de noche, claro, y era una historia de esas tan a lo Gabriela, tan de pueblo y de viejos, tan breves y extensas, con esa extensión que les da el derramarse sobre muchos recuerdos, penetrar en poros como aceite en la madera, quedar prendidas en la memoria.
“Sólo se trata de vivir” canta Baglietto, y Gabriela cuenta que habló por teléfono con la tía vieja de allá donde la laguna tiene sabor amargo y donde comienza la sequía.
Esta tía tuvo dos hijos. Uno que se fue tempranito a la tierra, otro que emigró a Norteamérica hace un siglo, hace mucho, hace un escándalo de años más tiempo de lo que nadie hubiese debido, y más que nada cuando jamás volvió y allá entre maíz y carreteras crecen dos hijos que nacieron aquí y otros dos ya tan extranjeros, tan otros, dos nietos que la tía de Gabriela no va a conocer, que vivieron en el vientre materno su oscuro mundo de peces y luego fueron arrojados, y lloraron, y crecieron sin un rastro de la laguna amarga, sin historias de pueblos polvorientos, sin abuela.
La tía de Gabriela se quedó sola entonces, y la diabetes la fue dejando casi ciega.
Gabriela, que habló con la tía por teléfono, le preguntó a la mujer vieja, y sola, y rodeada por la penumbra, le preguntó a la tía que cómo había pasado el fin de año.
“Yo tengo muchos amigos” –dijo la tía. “Mucha gente me invitó a ir a su casa, pero yo fuera de mis cosas y mis muebles me pierdo, me tropiezo, no doy con las puertas ni con los cuartos”.
Una de las mujeres que llamó para invitarla convino en que bueno, que está bien, que se quedase sola pero le pidió una cosa. Que no fuera a pensar en lo malo, en lo que le falta, en lo que no fue o se fue o ya no es. Le dijo que por favor pensase sólo en lo bueno que le dio la vida.
Y las palabras le quedaron rondando a la tía. A veces sucede que alguien dice algo y no cae en saco roto, cierta frase, un consejo aparentemente obvio, un salvavidas naranja en el agua marrón rescata un náufrago.
La voz de la tía en el auricular le contó a Gabriela cómo pasó las fiestas. Le dijo que se batió el pelo (lo tiene largo, la ceguera le dificulta ir a la peluquería), se peinó, se puso una blusa y una pollera blancas y negras, unas sandalias blancas, se adornó con los aros y collares del cajón grande de la cómoda, se maquilló, se perfumó, tomó una silla y se fue, como quien sale al baile, a sentarse a la vereda.
La voz de la tía que viene de allá lejos, que atraviesa mil cuatrocientos alambrados, dos riachos y múltiples bañados, la lejana voz de la tía llega al auricular. Y le cuenta a Gabriela “los vecinos me aplaudieron”.
“Sólo se trata de vivir” dice Baglietto en la radio. Con lo que se tiene y se puede. Como se pueda, sólo se trata de vivir, canta Baglietto. Y dice, abriendo los brazos, “a lo mejor resulta bien”.
No le veo la cara, no hace falta, cuando llega a esa estrofa (y escuché esta canción mil veces), cada vez que dice que a lo mejor resulta bien le creo y me convence, y canto con él, y deseo que el sol nos alumbre, y con su sonrisa que no veo pero le oigo en la voz me vuelve a decir que quién sabe, que quizás las cosas al fin y al cabo sí resulten.
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