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Es puro desafío. Su mirada descarna. Casi no se le puede sostener de frente…y sin embargo, en los labios, anda posada toda la juventud, toda la pasión...
La Lucía de los sesenta, la Lucía (1968) de Solás encarnada por Adela Legrá, protegida del sol y de la sal, en plena batalla por su liberación como mujer, es sin dudas uno de los rostros del cine cubano.
Un radialista apasionado como Lázaro Sarmiento (en su excelente blog Buena suerte viviendo) preguntaba cuál era el rostro del cine cubano… ¿Y es qué acaso hay uno solo?
Cuarenta años distan de esta imagen, pero Adela no puede sujetarse al papel, su energía se le sale por los poros.
Este es sólo un intento. Y esta, la historia de una mirada que estremeció al cine cubano… de primera mano, con su protagonista:
“Humberto [Solás] siempre tuvo en mente hacer la película Lucía en Gibara y sus alrededores, y allí se hizo. Lo único que yo sé que se cambió fue lo de las salinas, porque la locación era en Caimanera, pero había pasado un ciclón, un temporal, y se había deteriorado el lugar. No se pudo filmar allá. Yo estaba muy contenta de que se filmara allí, porque era Caimanera, donde yo me había criado y me iba a sentir en mi tierra… pero se filmó en Nuevitas...
“La escena final de las salinas fue violenta, aquello fue… apoteósico. No sé si era el mismo ciclón, pero las cabañas que había, estaban demolidas, los colchones eran sal y agua, las cabañas estaban llenas de cangrejos, había un solo ventilador, todo daba pena… y al otro día, vino el agotamiento. Yo me sentía agotada, pero no lo expresaba.
“Y entonces Humberto quería que se me viera en la mirada, que lo viviera… y no me salía. Fue tanta y tanta la insistencia… porque yo estaba toda quemada del día anterior, las piernas y los pies estaban todos quemados, como si fuera una quemadura cuando te revientas una ampolla… te puedes imaginar el ardor.
“El día anterior habíamos empezado a filmar escenas de las salinas… y al otro día había que ponerse la misma ropa, aquellas mismas botas de agua, que me quedaban grandes, me rozaban, ¡imagínate tú! Yo soy una que no puedo poner los pies en el piso. Ya todo el mundo estaba tirado por el piso y era como las doce del día en una salina, y yo le dije: ‛pero tú quieres que yo corra, que yo corra de verdad… ¡¿Seguro que quieres que yo corra?!’ Y agarré, me quité todo aquello… y empecé a correr…
“Las salinas tienen una barrera donde van dejando lo que sacan del agua. Imagínate mis pies sobre aquellas cosas, pero yo no las sentía… Y entonces decían: ¡Ay, mi madre, se fue para La Habana esta mujer! El de la iluminación; Rafael, iba detrás de mí en un jeep, porque dicen que lo que veían de mí era un puntito, te puedes imaginar a qué distancia yo corrí… Cuando yo regreso, me desmayo, me desmayo con la cabeza para el agua… me hubiera ahogado. Me llevan para recuperarme.
“Cuando llega la maquillista, me pone una toalla, el sombrero normal, y viene a retocarme. Y Humberto dice: ‛¡No, no la toques que eso es lo que yo quería!’ Era yo mirándolo a él. Esa foto que creen que era lo que yo quería hacerle al actor, no era al actor… sino al director: quería comérmelo vivo…”
(Fragmento de la conversación sostenida con Adela Legrá a petición de la revista Cine Cubano ―en una colaboración para al colega Magda Resik―, en su propia casa en Cuabitas, en las afueras de Santiago de Cuba, a finales de 2008. Fue un día inolvidable, un día sincero. Y por si fuera poco tomé café cosechado en su patio, por sus propias manos.)
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