Esta es una página por la cultura, LA DIVERSIDAD y LA INQUIETUD DEL PENSAMIENTO
jueves, 9 de abril de 2015
UN SIGLO DE JAZZ EN CUBA o UN SOLO DE LEONARDO ACOSTA
Reinaldo Cedeño Pineda
“En 1955 decidí viajar a Nueva
York (…) y a pesar de los pronósticos pesimistas sobre el jazz que había leído
(…) me encontré con un panorama muy floreciente: el club Birdland estaba en
pleno apogeo (…), y en los alrededores de la calle 52 y Broadway se había
inaugurado el Basin Street y seguía en el Palladium y el Hickory House, sin
contar con los clubs de jazz de Harlem y Greenwich Village. Regresé a La Habana pensando en la necesidad
de tener un club dedicado exclusivamente al jazz, pero el intento que hicimos
con el Cabaret Las Vegas fracasó. Después de un tiempo con la orquesta Cubamar
y un grupo más pequeño (…) trabajé unos meses con la banda de Benny Moré en
1956 (…) a fines de año, el propio Benny había disuelto la banda y (…) me vi
enrolado en la orquesta del venezolano Aldemaro Romero para trabajar un mes en
Maracaibo (…) a mi regreso a La
Habana, me encontré hastiado de las grandes bandas;
necesitaba tocar jazz, y en grupos pequeños”
“En 1958 yo había hecho otro viaje a Nueva
York, y a mi regreso me encontré con un nuevo fanático de jazz, el diseñador
francés Jacques Brouté, quien había formado parte de un club de jazz en París y
otro en Roma (…) Una tarde celebramos un jam
session en el Club 21 (…) para que escucharan el proyecto de Jacques para
organizar un club de jazz (…) al día siguiente hicimos una reunión en mi casa
(…) el primer paso fue inscribir el club cubano de jazz como “sociedad de
recreo” (1) Iniciado en el St. Michel y conformado en el Havana 1900, El Club
Cubano de Jazz, se mantuvo durante tres años, a público lleno.
Perdóneseme una cita tan extensa, más la creí
necesaria para dejar establecido que cuando hablamos de Leonardo Acosta, no estamos
solo ante un investigador, un periodista y crítico musical, un escritor y un
musicólogo—no por casualidad, Premio Nacional de
Literatura 2006 y de Música en 2014—, sino que se trata además de un testigo
excepcional, de un narrador que cuenta hechos de los cuales ha sido tantas
veces protagonista. Esa multilateralidad le otorga al libro, una solidez excepcional.
Acosta comienza con los primeros contactos
entre la música cubana y el jazz, “la esencial africanía de la música popular
cubana”(2), los préstamos recíprocos y las interinfluencias entre una y otra
forma, incluidos el éxodo de negros libres cubanos hacia Nueva Orleáns y la
colonia de exiliados cubanos en Nueva York; la visita a la Isla de las compañías
norteñas de minstrels (3)
—cuya influencia en el teatro
bufo cubano no suele ser mencionada— y, por supuesto, la ocupación militar
norteamericana de la Mayor
de las Antillas, entre 1898 y 1902, con la consiguiente proliferación de
bandas, música y bailes norteamericanos.
En busca de antecedentes y pioneros, el
autor nos ubica en el Jockey Club, el Gran Casino Nacional y los hoteles Plaza,
Sevilla y Biltmore, así como en otras sociedades de recreo donde actuaron las
primeras jazzband cubanas que han pasado a la historia, si bien todavía se movían
en la llamada society music (música
de la “buena sociedad”). Los nombres del violinista Jimmy Holmes y el pianista Chuck
Howard, se encuentran entre los primeros
que dirigieron esas agrupaciones, así como el octeto de José Antonio Curbelo
que actuaba en el Cabaret Tokio, lugar desde donde se realizó la primera transmisión
de jazz radial en Cuba (1927). De las charangas y las orquestas danzoneras de
la época saldrán otros nombres antológicos como los de Alfredo Brito, René
Touzet y Armando Romeu con su famosa Orquesta Bellamar.
Acosta nos pasea por la vida musical cubana y sus grandes
bandas, la orquesta Hermanos Castro y la Riverside, la conquista de Europa por la Siboney de Alfredo Brito y
la Havana Casino
de Justo Azpiazu, todavía sin el Don que la acompañará en su esplendor; para
entrar en los años 40 del bebop, el
feeling y el mambo, los supershows de Tropicana, el Niño Rivera y el mundo de
las descargas con tres célebres pianistas del jazz cubano: Frank Emilio Flynn,
Bebo Valdés y Peruchín Jústiz.
En el capítulo cinco: “La explosión del
cubop o jazz cubano”, el investigador asoma un momento nodal para la historia
del jazz universal: la entrada en escena en 1940 de Machito
and his afrocubans, con Mario Bauzá como director musical y el toque de Frank Grillo, MACHITO. Este es para algunos “el
hecho más importante para el desarrollo de la música latinoamericana en Estados
Unidos”; y por supuesto, el encuentro de Dizzy Gillespie y Chano Pozo (1947).
El volumen se empeña en hacer justicia a estos cubanos que sin reconocimiento
en la Isla, deleitaron a medio mundo en su época y se han convertido en figuras
míticas. La figura de Bauzá es particularmente aquilatada.
La mitad del siglo XX parece convertir al
cabaret Tropicana en el centro del mundo (4). Tal es la afirmación de Leonardo
Acosta, tras invitarnos a compartir con figuras de la talla de Frank Sinatra, Benny
Goodman, Cab Calloway, Tito Puente o Nat King
Cole. La banda de Armando Romeu ponía los más avanzados arreglos de jazz y el
baterista Guillermo Barreto organizaba antológicas jam sesions o descargas domingueras en el afamado Cabaret bajo las
estrellas. El surgimiento de la televisión y de disqueras nacionales (Panart,
Gema, Puchito, Kubaney) resultaron nuevos incentivos, y a finales de esa década
de los cincuenta, el ya mencionado Club Cubano del Jazz.
Las revoluciones no son paseos de rivera,
afirmó Alfredo Guevara. Con el triunfo de la Revolución Cubana
y la agresividad del vecino del Norte, las radicalizaciones estuvieron a la orden
del día. Sobrevinieron excesos. Acosta apunta que aunque algunos calificaron
miopemente al jazz de “música
imperialista” (5) se “navegó con mejor suerte que otras músicas como el rock
anglosajón” (6), cuando Los Beatles eran escuchados a escondidas.
Curiosamente, serían dos músicos de jazz
norteamericanos, el saxofonista Eddy Torriente y el pianista Mario Lagarde —ambos
establecidos en Cuba—, quienes se erigieron en baluartes con su Free American
Jazz; al tiempo que Peruchín Jústiz establecía varias agrupaciones. Las
descargas comenzaron en pequeños clubes.
El autor se detiene en el Noneto de Jazz de Leopodo Pucho Escalante, Leonardo Timor, el singular
caso de Felipe Dulzaides, cuyo repertorio fue “uno de los más completos que
haya tenido una agrupación cubana” (7), y en los éxitos y avatares de la Orquesta Cubana de
Música Moderna, agrupación tipo jazzband, creada por el Consejo Nacional de
Cultura y que agrupó a veteranos y estrellas nacientes.
Esa orquesta sumó una nómina de lujo: el
trompetista Arturo Sandoval, el trombonista Juan Pablo Torres —calificados por
el investigador como “dos nuevos meteoros”—, el saxofonista Paquito Rivera,
el pianista Chucho Valdés, el guitarrista Sergio Vitier el contrabajista
Cachaíto López y los bateristas Guillermo Barreto y Enrique Plá, entre otros.
Al llegar a la creación del Grupo de
Experimentación Sonora del ICAIC (1969), hablan el escritor y el músico, pues
Acosta fue uno de los fundadores
—tocando el saxofón, el
fiscorno, las flautas recorder— de la singular agrupación que significó refugio
para muchos talentos —en años convulsos
y grises—, y que ejecutó música para audiovisuales, una mezcla de nueva trova,
ritmos afrocubanos y brasileños, jazz y rock.
Como se sabe, en el GES, figuraron Pablo
Milanés, Silvio Rodríguez, Eduardo Ramos, Sara González, Sergio Vitier y Emiliano
Salvador (1951-1992), entre otros. A este último, creador nacido en Puerto Padre y
desaparecido en todo su esplendor, el autor le remarca su trascendencia, por su
“manera de abordar formas pianísticas cubanas (…) sentido del equilibrio y
sobriedad en la concepción”. Al grupo Irakere con el piano de Chucho Valdés, el surgimiento de los Festivales
Jazz Plaza, con el infatigable Bobby Carcassés como impulsor; el aporte de Gonzalito Ruvalcaba y los nombres más recientes, se
dedican las últimas páginas, así como a
un grupo de instantáneas y referencias testimoniales.
Un
siglo de jazz en Cuba, (Ediciones Museo de la Música, 2012) se enmarca en
lo que se ha denominado en los últimos años, Historia de la cultura. Es la primera historia de esta
manifestación artística en la Isla. Casi,
sin dejarnos respirar entre concierto y concierto, Leonardo Acosta nos entrega
generosamente un siglo y más de música cubana, sin prejuicios; sin que escapen nombres y circunstancias, con valoraciones de suma
autoridad como entregadas a paso, sin afectación y sin alardes, aptas para
todos los públicos. Y desde la propia cubierta —con una imagen suya toda
expresion—, se establece el diálogo.
Permítaseme terminar con un nombre que
aparece en la última página del libro como estrella naciente: el del pianista
David Virelles, Premio Jo Jazz 1999 y Premio a la
Excelencia Musical Oscar Peterson 2004, cuyos discos
han sido verdaderos sucesos en Nueva York, donde reside, y más allá. Valga para
la mirada perspectiva de un libro, en verdad, redondo.
Cuando le pregunté a Virelles, si aquellos
nombres sagrados del jazz afrocubano eran acaso cosa del pasado, esta fue la
respuesta:
“(..) lo que se conoce como “latin jazz” no
es para nada cosa del pasado. Chano Pozo tiene un lugar en la música
norteamericana, como Machito, Mario Bauzá, Chucho Valdés, Emiliano Salvador,
Gonzalo Rubalcaba, Peruchín, Frank Emilio, y gente más joven que produce
incansablemente. Todo eso forma parte de nuestro legado cultural y eso me
alimenta espiritualmente”(8).
Más que del saxofón o el piano, más que de la
batería o la improvisación, sea este
renuevo espiritual el que marque otros
cien años de la gloriosa historia del jazz en Cuba. Con el mismo vigor de este
solo —solo virtuoso — de Leonardo Acosta.
NOTAS:
(1) Leonardo Acosta:Un siglo de
jazz en Cuba, Ediciones Museo de la Música, La Habana, 2012, p. 168-171.
(2) Leonardo
Acosta: Op. cit. p. 11.
(3) Género teatral musical
norteamericano, con influencias de la ópera inglesa y la música negra
sureña. Los actores blancos debían
pintar sus caras de negro para interpretar canciones y bailes donde imitaban a
los negros de forma humorística. Establecido semejante código, cuando a partir
de 1855, subieron a escena actores negros, debieron seguir pintándose el rostro.
(4) En ese período de intensa
competencia y bonanza económica, el Cabaret Sans Souci trajo a Cuba a figuras
como Edith Piaff, Johnny Mathis o Sarah Vaughan, y en el Parisien del Hotel
Nacional, estuvo la mítica Yma Sumac.
(5) Leonardo Acosta: Op. cit. p. 185-186. El autor comenta un incidente
durante una descarga de jazz en el Hotel Capri, interrumpida, “por un grupo de
energúmenos” y cierto momento en que “en la Escuela Nacional de Música se
expulsaba a los alumnos que fueran sorprendidos tocando jazz”. Varias figuras
abandonaron el país como Cachao, Bebo Valdés, Juanito Márquez y otros.
PERIODISTA / Premio Nacional de Periodismo Cultural /Miembro de la UNEAC y la UPEC/ Amo el verbo rápido y la mente abierta / E Mail: escribanode@gmail.com
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CEDEÑO
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artífice del idioma
son ascendiendo la loma
lirismo de la mirada.
Verso, en lugar de charada
conjuro y adivinanza
Mío Cid sin Sancho Panza
damaturgia sorpresiva
jardín que va a la deriva
Como un dios que no descansa
(Efraín Nadereau)
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REINALDO CEDEÑO (Periodista y poeta)
En el paisaje hay un duende
que desgrana cuentas rojas
y en un remolino de hojas
el dios Pan la noche enciende.
Cedeño lo observa y tiende
misterios sobre lo ignoto
concediéndole su voto
a la palabra más fiera.
Él es un duende que espera
al borde de un tiempo roto.
(José Orpí)
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(Cultura e identidad cubana, 1492-Siglo XXI // 7.Congreso UNEAC /Radio Siboney //Diversidad sexual y medios / Huracanes Ike y Gustav / Cuba en Beijing deporte por deporte)
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