lunes, 9 de julio de 2012
Teatro / PACÍFICO desde dentro: Palabras sin pretensiones del chico de la campana
MUY ESPECIAL desde Chile / Por Yasser Alberto Cortiña Martínez
Hace unas horas se ha
estrenado PACÍFICO. Una obra que me ha dado la posibilidad de ver el teatro
después de tantas tribulaciones en este país extranjero. Tal vez la calma o la
coherencia de mis últimos meses me ha hecho disfrutar mejor el proceso de trabajo
y me ha permitido una mayor entrega. De ante mano gracias, al colectivo de
teatro de la Universidad
de Antofagasta.
La función ha sido un éxito
no solo porque el público haya asistido y sus aplausos nos hayan ensalzado ―lo
cual es valioso―, sino porque las energías del courum creativo se trataron de
manera eficaz y las ganas de estrenar, de mostrar el trabajo de esta re-lectura
nos impulsaron en pos de una realización de mucha fuerza.
Soy el chico de la campana,
el cholo, el perseguido y desde dentro me propongo dar fe de lo que experimenté
con tantos ensayos y tantos ires y venires para completar la trayectoria de
este barco que no salió ni de Arica, ni de Perú ni de Chile. Este barco
que inició su marcha al futuro hace
casi 9 años y que cumplimentó trayecto en una oferta superior, sensible, de
garras inter-epocales y de una marcada universalidad.
Una patrulla se pierde en el
desierto mientras espera que el cuarto de línea los informe sobre su proceder
como militares al servicio de la patria chilena. Dicho mal y pronto esta es en
esencia la línea argumental de una obra-pretexto que ahonda más en los
seres-actores y sus relaciones, para desde este motivo proyectar las
circunstancias y consecuencias de una guerra como las tantas que han golpeado
al mundo y que no es menos por haberse desarrollado en el sur de América.
Porque una cosa es cierta: poco hemos escuchado hablar de esta guerra en otras
latitudes sin embargo su parecido con otras acciones bélicas del continente y
del globo terráqueo nos acerca y nos lleva al cuestionamiento de hasta qué
punto un enfrentamiento armado posibilita la independencia o deja estragos
difíciles de asumir.
Pretexto es esta obra debido
a que sus héroes representan —a mi manera de ver—, sensaciones, situaciones y
verdades de este tiempo y de los siglos anteriores. Veteranos, amistades,
soledades, personas que no se volverán a encontrar, mal uso del poder, agobio,
sed, desamor. Leyes universales capaces de atraparnos sin importar nuestro
origen hasta llevarnos donde la risa se convierte en falsedad por el interés de
ocultar una vergüenza añeja que no queríamos palpar.
PACÍFICO: debe su potencia
como espectáculo teatral no solo a la asertiva mirada de nuestro director sino
también a la coherente labor del elenco que ha sabido hacer de un texto
inquietante, el abrevadero de ricas emociones. De ahí que sean memorables
aquella escena en que la señorita Irene (Gimena Cancino) y el sargento Yánez
(Raúl Rocco) se encuentran a la derecha de la escena para dejar claro que su
vínculo es imposible porque la guerra ha matado en ella lo poco que ostentaba
de mujer. El instante es precioso, preciso. Ella audaz y limpia. Él con una
pena orgánica.
Por su parte la
desestructuración de El Mayor en los momentos finales de la obra discursan
sobre la talentosísima persona que es Ángel Lattus, hablan de las
circunstancias difíciles y descollantes en que se ve el hombre y de las cuales
no puede escapar cuando ha hecho el mal a diestra y siniestra. Por otro lado
dicha deformación se relaciona con la des-teatralización como estética
espectacular que define a la obra y que se completa con la desnudez del teatro,
al retirar el telón de fondo y quedar expuestos aquellos cuerpos juveniles casi
desnudos insinuando una suerte de cielo, infierno, imagen plástica renacentista,
fragmento de la
Capilla Sixtina.
Imposible olvidar la
vehemencia de Piti Piña (Jorge González) en un monólogo medular para la
comprensión de por qué Chile sufrió tanto con el arribo de esos combatientes
que necesitaban ser héroes por una causa de la que muchos formaron parte sin
ser conscientes, desgraciadamente. Y es entonces cuando Carranza (Stjepan
OIstoic) se convierte en un personaje de ensueño. El pequeño ignorante de la
adultez envuelto en una guerra que lo aparta de su crecimiento, de su ser más
querido: la madre, y de un futuro que se aleja mientras ve repetirse una
estancia en el desierto que lo llevará a la muerte. Cuando lo vemos caer
volvemos al inicio, cuando en su monólogo nos alertaba de la soledad y el
desierto y es entonces cuando desierto y soledad se transforman en preguntas
para nuestro contemporaneidad.
La angustia de un Idelfonso
incircunstancial (Carlos González Muñoz) o la aparición de la Chola (Denisse Juárez) como
reminiscencia a la muerte, a la vida, al perdón, al fatum y la actitud servil y
retorcida de Primitivo (Claudio Oriz), cierran un círculo vicioso sin
escapatoria que teje una urdimbre donde se acuestan el miedo, la distancia, la
necesidad, y la usencia. La guerra se erige y el hombre se impone debilitándola
pues su objetivo es salvar la historia, la cultura en desequilibrio y la
lagrima. Todo esto lo entrega con su propio cuerpo a una ciudad que se generó
de una contienda con sentido o no. Ya no hace falta definir esto último. Lo
importante, Mayor, es continuar sin olvidar.
Pacífico se gesta por la necesidad de su
agrupación de escarbar en nuestro pasado y en nuestras raíces y ser un aporte
al entorno en que nos toca desarrollar nuestra labor teatral. Así escribió nuestro director Alberto Olguín
Durán en las palabras al programa.
Afortunadamente el resultado de tantos ensayos, complementa estas
palabras desde las sonrisas que nacieron en los espectadores, desde el silencio
de nosotros mismos ante la muerte de los personajes, desde la limpieza,
precisión y audacia de los tramoyas y el musicalizador (Nilson, Vega, Omar
Awad, Renzo Rocco) o la feliz colaboración de nuestra entrañable amiga Alexita
Garín.
Ahora bien, PACÍFICO debe
mucho a la exquisitez de un diseño sublime, subjetivo y enriquecedor. Hacer un
desierto de lona puede no tener para muchos el criterio increíble visto en la
distancia de un papel o de una imagen dicha. Sin embargo contemplado en esta
historia, negado por la acción misma de retirar la tela, imposibilitando el
paso de todo el equipo, se vuelve una fuerza avasalladora sin precedentes.
Guillermo Cortés: creador de esta magia donde el resto de elementos: sacos,
rampa, cajón; armonizan y viajan a favor de la fábula. Sin palabras quedé desde
la propuesta y hoy digo: GRACIAS a tan interesante materialización.
PACÍFICO retumbó y aunque le
queda mucho por recorrer ya es historia bien labrada dentro del mundo del
espectáculo. Historia, cultura, defensa, nación, patriotismo, revitalización
diaria. Tantas expresiones caras al teatro, a la vida en una sola pieza dicen
muy bien de esta puesta en escena.
Gracias.
Aún así creo que nos falta
entender más la des-teatralización y colaborar en su culminación orgánica.
Darnos cuenta de la inmensidad de esta obra y colaborar con sus sensibilidades
y motivos. No es una guerra sin más. Es un conflicto bélico entre nuestros
tiempos, entre nosotros mismo. Un conflicto que nos llevará lejos porque así es
el mundo. Tenemos que jugar más la
distancia, sentir más los cuerpos, disfrutar mucho más de la gracias que nacen
en cada escena y catapultarla hasta un desenlace digno de una fotografía a lo
Spencer Tunic.
Por último: nuevamente
gracias. PACÍFICO es una obra potente.
Lo he dicho en varias ocasiones y no me cansaré de repetirlo. Esta
posibilidad ha sido única y no entiendo a ciencia cierta el por qué desde mi
interior pero me siento mucho mejor.
Un fuerte aplauso para
ustedes:
De el Pichón de Crítico: el
chico de la campana
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