jueves, 5 de febrero de 2009

AMARGAS LÁGRIMAS DESDE OTRO CUARTO (II) Carne trémula en este cuarto, ¿y en el otro?


Yasser Alberto Cortiña Martínez
jazzlibrafgl@yahoo.es

Junto a mí un señor se seca las lágrimas y dice que la vida es una mierda y que todos deberíamos morir el mismo día en que nacemos. Se queja porque con 43 años todavía no tiene un techo propio y la casa de su suegra se ha tornado un infierno con el nuevo hijo que vino del interior. “Mijo, estamos tan solos en el mundo”. Dio una palmada a mi hombro y se fue del parque.

Aquello estuvo por muchos días ahí, late que late en mis sienes. ¿Realmente la soledad se ha convertido en la puerta, en el ahora, en el por qué? Y confundido me dediqué a lo mío: ver primero los espectáculos y luego tratar de reseñarlos para que la maestra asuma mi interés por la asignatura y por fin tener nuevas críticas para la carpeta.

Uno de esos sábados de diciembre, llegué hasta la Plaza Vieja a ver un espectáculo que se presentaba en el Instituto Cubano del Libro, en el Palacio del Segundo Cabo. El otro cuarto, del polaco Zbigniew Herbert en una versión de Carlos Díaz.

El otro cuarto, que nombrecito aquel.

Imaginé cualquier cantidad de historias aparejadas a este título y casi todas se conectaban con la sexualidad, o con nacimientos, o con fallecimientos, o con gritos de un alma desesperada que busca la salida de sus inestabilidades. Tal vez porque todas mis consideraciones se conectaban con la historia de Herbert, no me asombró tanto lo que vi en escena.

Una historia que se teje desde esa vida que rodea al que nace o muere a nuestro lado. Una calle donde dos quieren cada tramo. Otros egoístas como Petra, como tú y como yo, que desean por encima de cualquier obstáculo. Algo así como: “Yo primero, y el que venga atrás que se joda”.

De ahí que estos caracteres se recreen en un espacio en desorden, que incita a la mueca, al asco, a la lástima. Un cuarto sin rumbo fijo pero con angustias recurrentes. Un sitio que cierra la esperanza a dos seres sin destino.

Crece la nada alrededor de ellos. Nace una urdimbre apócrifa o diacrónica, azul o amarilla, difícil o tranquila. Ella y Él. Dos que buscan una brecha en lo mismo para escapar o para lograr ser de una vez y por todas. Dos enajenados, dos cabezas huecas, dos que no saben amar o que aman de manera distinta, dos viejos pánicos de una existencia donde realidad y fantasía se pierden, dos polvos, dos rayas, dos amigos, dos agonizantes en la carretera, dos perdidos en una noche sucia.

Inquietantes seres que se ríen de ti y de mí en los juegos creados para dilatar las presiones que le privan hasta de las ganas sexuales, y que desean la fatalidad de la de al lado para ser felices. Él y Ella que se mueven entre líneas crueles, grotescas y farsescas. Se suben al vuelo de tu vida desde las canciones o el papelito para que escribas lo que más deseas.

En ellos de nuevo la soledad. Otra vez las lágrimas, que no salen afuera, pero laceran el alma. Se llora porque no se tiene y se tiene lo que no se quiere. “Uno quiere tener algo, eso protege cuando el hombre está desnudo…”, dice él y uno piensa.

El otro cuarto intenta crear nuevas alineaciones en el espectador que asiste a cada presentación. Del trabajo con lo espontáneo, con lo que ocurre de improviso, nace una nueva obra cada noche. La sonrisa que no pudiste aguantar, la mirada irónica que se lanzó sin permiso, el bostezo, tus zapatos rojos chillones… todo es aprovechado en favor de enriquecer un texto que llamaría de alguna manera canovacio. Sí, como en la Conmmedia dell´Arte. Los actores tratan de que tus energías permeen el espectáculo, de que te sientas protagonista, de que decidas de alguna forma.

No hay fronteras cuando se busca desesperadamente. El único límite para Él y Ella es la muerte de la que aún vive en el otro cuarto. Hasta una carta surge como posibilidad de no peder el derecho a ese espacio que ni les pertenece. Todo por uno.

Desde la música hasta el propio texto y les caracterizaciones hacen de la puesta en escena una gran descarga o tertulia de noche donde todos ríen y los que no, recuerdan a su vecina Juanita o al libretero Eduardo.

Una cosa muy cierta hay aquí y es el retrato de la Cuba que nos pertenece en estos momentos. Si en Las amargas lágrimas de Petra Von Kant valoré un intento por ubicar sin tratar de situar tanto, en el otro cuarto sí me parece intencional la caracterización del lugar donde se arma la historia. La clara alusión a la Virgen del Cobre, las clásicas canciones de santería, de la vieja trova, de la nueva, el juego del dominó, la mulata que pinta uñas para ganarse la vida y que además se deja abrazar por un fanatismo religioso que en muchas ocasiones no la deja vivir, y el cubano que
re- pregunta cuando entrarán los americanos o si entrarán a pesar del coraje que tenemos, habla con claridad de nosotros.

Es la isla, es La Habana Vieja, es Chicharrones pero no por eso los conflictos que encierran a estos personajes se alejan de la universalidad. De hecho creo que solo desde esta perspectiva fue posible hacer los arreglos dramatúrgicos. En cualquier parte de este planeta, ya sean emigrantes o nativos, hay quien lucha por apropiarse de un espacio o mejor de un techo ―que muchas veces no le pertenece― para sobrevivir a los cambios, al hambre, a la guerra y a las deportaciones. Y fíjense si es así, que podríamos pensar en los ocupa, que todo el tiempo van haciéndose dueños del lugar que encuentran deshabitado. Es un problema global, como lo es también la indolencia, la falta de cariño ―al menos verdadero― y la incomprensión.

El otro cuarto es una oda a los necesitados, a la marginalidad, a la crueldad de lo que nos ha tocado vivir a muchos. Humor negro, tablazos, y las prohibiciones impuestas por nuestra censura. He ahí otros caminos que nacen y crecen en el cuarto y en el de al lado. El desarrollo nos toca buscarlo a nosotros. Cuando llega lo que uno quiere, ¿qué pasa?, ¿qué sentimos?, ¿cuál será el recorrido a partir de este momento?

Luego de lágrimas, y paredes,…. ¿Hable con usted?

En estas líneas van dos mundos diferentes, con miradas distintas pero con una misma égida. Carlos Díaz y su poética se encuentran en ambos espectáculos pues si bien uno responde al glamour, las maneras y amaneramientos, fetichismos y desmedido travestismo, juegos sexuales y musical a lo Pedro Almodóvar ―cosas que lo han caracterizado―; el otro niega el esplendor del vestuario o la fastuosidad de la escenografía para resumir el glamour en unos zapatos dorados que ayudarán a invocar un santo. “Un santo cabaretero”, dice ella. Un santo que es la poética del público, diría yo. No por gusto en ella vive el musical, la espectacularidad, la majestuosidad de las anteriores mujeres que Carlos a llevado a la escena, lo que desde un mundo, no más elevado, sino otro.

“De poetas y de locos todos tenemos un poco” y Petra tiene tanto de Él y de Ella como estos poseen de aquella. La primera avanza a contra corriente para lograr lo que anhela. Lucha por sus objetivos y empuja para no darse golpes hasta que se ve atrapada en sus propias enredaderas. Segura, difícil, sola, desvergonzada. No sabe del amor hasta que la come por dentro he ignora a los que quiere por una que ni importancia le otorga.

Los del cuarto de la Habana Vieja están seguros de lo que desean pero no de lo que harán con eso. Solos en su propia intriga muerden la frivolidad que edifican. Se ríen del mundo para olvidar sus penas y ni siquiera funcionan en la intimidad. Descuidan lo básico para pedir por la muerte de otros e ignoran lo que es sentir de verdad amor en carne propia.

A ambos espectáculos si bien los separa la fastuosidad a simple vista, los aúna la negación de ella misma. La opulencia de Las amargas lágrimas…. encuentra otro sentido en El otro cuarto. Los degenerados pánicos de Herbert entienden por glamour al color amarillo, o la música de los ´70, o compartir con la gente del barrio, o tener una casa para ellos solos. Coinciden estas historias en la “intimidad” de un cuarto y en que vale más lo que se halla afuera. El abigarramiento de la escena con ropas, cosméticos, botellas, cuadros y luces en la casa de Petra, se rescribe en papeles, elementos de plásticos, paredes pintadas y ofrendas a los santos, en el tugurio de los otros. Lo importante más allá de pulcritud o valor de una cosa sobre otra es la existencia de una realidad caótica y dura para ambas “mansiones”. Tanto en el Trianón como en el palacio del Segundo Cabo, el público se integra a la puesta en escena de manera viva. Si bien en el primero de los casos los asistentes a la sala son solo espectadores pero coquetean con la escenografía y sus sonrisas musicalizan las escenas, en el segundo de los ejemplos el respetable es abordado por los actores para que baile con ellos, o dé sus opiniones, o juegue dominó, o se pinte las uñas con Ella , o a que cante simplemente.

Marlen determina un entreacto cuando canta y se acaricia con la sábana de Petra. Ella, desde un túmulo, canta y divide en dos partes la obra. El musical ofrece otro lazo de contacto y recuerdo a Almodóvar y la importancia que tiene la música en sus películas. Maritza Paredes, Caetano Veloso, Gael García Vernal o Miguel Bossé han cantado en sus filmes y la plasticidad de sus interpretaciones se activó ante las propuestas de Carlos Díaz.

Somos tan hijos de la tristeza como ellos, tan padres del dolor y tan seguidores del egoísmo. He aquí otra pauta que los relaciona: de alguna u otra manera es imposible no verse ante determinado pasaje de las historias. Algo se rememora, algo se reprocha o a alguien, algo nace con las lágrimas o con la frívola sonrisa para ser tan pánicos y extremistas como ellos.

Hay cuartos en todas direcciones para nosotros, que viven en la distancia o la cercanía, en dependencia de como se vea. Hay otros pánicos que nos tocan y otras sonrisas que se nos cuajan. Somos tan desesperados como Ella y Él o como Fassbinder y Herbert, o el mismo Díaz. Muchos estamos igualmente perdidos en noches y urdimbres, y lloramos amargas lágrimas o desesperadas alegrías. Me parece que cada cual derrama lágrimas desde el otro cuarto y juega a ser mejor e intenta no equivocarse pero: “hay tanta estrechez,” –como dijera Ella– “que a uno se le atoran las cosas en la garganta”. Lo difícil no está en sacarlo de ahí sino en tener la seguridad que el resultado será el correcto.

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