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El espacio de la ronda
Dentro del ámbito teatral de la capital en estos meses que ya nos acercan al noveno año del siglo, un interés particular ha despertado en mí la propuesta de las semanas últimas del mes de octubre en la pequeña sala de Ayestarán y 20 de mayo. Carlos Celdrán ofrece su espacio a la presentación de Por gusto, un texto de Abel González Melo dirigido por Alexander Paján.
Hace dos años la obra tuvo su estreno con motivo de la graduación de sus actores de la Escuela Nacional de Teatro. En aquel momento no me encontraba en La Habana, lo cual me hubiera permitido valorarla desde perspectivas temporales diferentes, sin embargo, he aquí algunos criterios que nacieron luego del encuentro con la obra aquella noche.
Desde que uno se aventura en el visionaje de la puesta en escena, por lo regular va tras los prepuestos que respondan abiertamente a sus motivaciones, sin asumir que, por el contrario, intentar dialogar con lo que se aprecia, para de ahí emitir un criterio, sería la solución más eficaz en cualquier caso. Que todo esto lo hagan las personas que abandonan su ajetreo diario para escapar a los mundos adversos o diversos de las tablas sin que les importe generalmente si es arte o no lo que están viendo, lo podría entender e incluso analizar desde el punto de vista de la recepción; pero que un crítico o un futuro crítico se enajene y valore todos los espectáculos a partir de poéticas establecidas por creadores consagrados y olvide un poco lo nuevo que se produce, ya sea bueno o malo, me parece decepcionante. He aquí donde entra mi polémica y análisis.
Por gusto no es ni por mucho La puta respetuosa, o Delirio habanero, o Fango, o Charenton o Cabaret, ni creo que pretenda serlo. Estamos ante una propuesta, que según lo que soy capaz de dilucidar, intenta reflejar y responder a una necesidad imperiosa del teatro de nuestro país que es la realización de obras que traten temas relacionados con la juventud y que sean básicamente realizadas por ella. No podemos bajo ningún concepto aspirar a encontrarnos con una puesta en escena donde el nivel semántico de todos los elementos que la integran devengan en lo más importante y ya no solo porque Alexander Paján no sincronice en su visión con un Carlos Díaz o un Raúl Martín, sino porque la obra se presentó con motivo de una graduación y, con esta máxima, para mí ha salido un trabajo formidable.
La ronda con su sordina
Desde su base textual Por gusto trata de inquietar al público joven sin olvidar en ningún momento a ese público otro que rodea al primario y que hace de su vida un motivo para las vivencias. Apuesta así su dramaturgo por un cosmos tan difícil como el de la problemática joven en estos tiempos de áridas interrelaciones y de estancamientos en el desarrollo personal. No pierde de vista el aquí y el ahora de cada uno de los personajes y los pequeños conflictos que se establecen entre ellos para crear una partitura de acciones, de entradas y salidas de sus vidas y de enfrentamientos entre sí, que permite una clara definición de sus caracteres. Por eso, al acercarse al texto, uno descubre la historia sin aparcamientos por lagunas o imprecisiones de ningún tipo. Por otro lado el propio verbo que emplea Abel dice mucho de las calles habaneras y cubanas de hoy, y no tanto por las palabras o las expresiones sino por lo que se vive o por lo que se piensa.
Nos acercamos a una espontaneidad característica de la edad en la que se mueve la historia, a juegos de palabras relativos al ingenio, análisis en correspondencia con las necesidades y con los golpes que les ha dado la vida. El mismo texto propone desde el inicio todo un entramado rico en intenciones, en movimientos que dialogan con la difícil existencia que rodea a estas historias, para nada triviales. De ahí que Laura, Henry, Marcos y Leandro revelen en sus expresiones los gestos descarnados, las miradas frustradas, las caricias en flor y el verbo desesperanzado.
Se presenta una ronda –como lo define el escritor- donde perviven indesición, carencias, frustraciones, sexualidades, despego, incomprensión, machismo. Todas se mueven como cualidades, como sensaciones, como trazados en la piel con los cuales hay que aprender a convivir, a sufrir y a salir adelante sin la ayuda de nadie. De hecho la soledad- látigo danza. No sabemos de ningún ser apegado a los personajes. Son seres marcados por la soledad. La angustia como basamento, permite entonces un diálogo consigo mismos donde se patentiza lo blanco y lo negro que les toca enfrentar.
Las vueltas que da la ronda
Ya ante el discurso escénico otras pautas se aventuran. Por gusto busca en esencia la mirada sobre los conflictos generacionales de la obra, que por supuesto van más allá de los simple 19 ó 25 años de los personajes. Creo que Paján busca atraernos a la existencia de sus personajes con el uso mínimo de elementos en la escena.
Desde que comienza la obra está el escenario todo de blanco y en él figuran prendas o elementos a utilizar por los actores durante el transcurso del espectáculo. Los actantes refieren desde su verbo los objetos a utilizar y se mueven por la escena de una misma manera: en círculo. ¿Ciclo? ¿Esfera? ¿La tierra? ¿Todo volverá a comenzar? De cualquier manera este paseo funciona un tanto como pasilleo donde con la mirada o el simple roce los personajes trazan líneas de subjetividad y pequeños conflictos que son sugeridos por la obra entre líneas.
La puesta no muestra complicaciones en su sistema de presupuestos ideo-estéticos. Se trabaja para una graduación de estudiantes y por tanto el empleo de lo necesario debe ser el camino para el aprehendizaje por parte de los actores. Además no creo que un texto como el que tratamos requiera de un sinnúmero de códigos y superposiciones de imágenes poéticas u horrendas caracterizaciones. ¿Que debió apostar por otros caminos en el diseño su representación, más ácidos o más cercanos a la Cuba de hoy? No creo que seamos lo suficientemente concientes de cómo va la Cuba de hoy si pensamos así. Sencillez, la palabra. Además, no olvidar que un examen de cuarto año necesita sugerir resortes -a mi modo de ver– y no turbar conflictos y saturar al futuro egresado de movimientos expresivos y poéticas distantes o rebuscadas. Este Por gusto se acerca a la naturaleza de entes tan comunes como ese que ahora pasa por tu lado o el que ayer viste que no se decidía a tomar el bus. Para ello nada mejor que lo escenial, lo pulcro pero no lo trivial.
Dentro del discurso escénico otra de las pautas que sería válido reconocer es el diseño de luces para nada a priori o subvalorado en el trabajo debido a los contrastes y desniveles que es capaz de lograr. De esa manera los ojos puestos en cada personaje buscan el pensar y el devenir de ellos, por el presente del cual nos hablan. Los grandes y pequeños conflictos crecen o se difuminan bajo el cuidado trabajo que con las luces realizara Reinier Rodríguez. De igual manera la música seleccionada del CD De vuelta y vuelta de Jarabe de Palo me parece apropiada en muchos casos pero innecesaria en otros.
Pienso que el exceso de música se pudo haber evitado en una propuesta de este tipo. Si el trabajo en la escena busca las líneas de un uso mínimo, por qué entonces no asumir la misma postura para con el elemento melódico. Hay varios momentos de la trama que requerían un poco de esa voz que nada dice fonéticamente pero donde el cuerpo desde su silencio grita , llora, canta , acaricia, en fin, transmite. ¿Por qué los actores en algún que otro instante no se entregaron a la música de los propios conflictos o a la que ese público desea ponerle? Aún así no hablamos de una saturación que te haga tapar los oídos o que te prive de la comprensión de la obra.
Las coplas y el estribillo / De la música a la palabra.
Una Laura segura y emotiva, un Marcos frustrado y dócil, un Henry que se esconde y blando y un Leandro difícil y amigo. Estos son los cuatro seres que asumen las circunstancias de esta obra.
Laura es defendida por Amanda Fariñas. Se muestra inequívoca en el rol con un trabajo corporal limpio e inflexiones que contribuyen a la caracterización. Desde un sentido erótico tanto en sus palabras como en sus acciones, denuncia la parte de Laura que no nos ofrece tan fácilmente Abel en su texto. Lleva al personaje a un plausible grado de humanización que nos permite creer en la verdadera existencia de una chica con dichas características. Ahora bien, creo que en algunos momentos el mucho apego a cierto tono despectivo no favorece el devenir de un trabajo que puede ser impecable. No pierde del todo la organicidad mas se permea de movimientos ajenos a la concepción que viene defendiendo e inquietan esos finales que deja colgados innecesariamente.
Daniel Chile es Leandro, el maestro de filosofía cuyos textos están cargados de una riqueza impresionante sobre todo porque en él se centra el paso de joven a adulto, etapa esta en que las concesiones u opiniones tienden a ser duras y directas, aunque todavía poco maduras. Suponga entonces si hablamos de un chico que estudia Filosofía, que tiene VIH, que vive solo y que por demás es bisexual, las posibilidades interpretativas que ofrece. Es Leandro un personaje excelente, que a mi modo de ver no ha sido defendido con toda la fuerza.
El actor se compromete muy poco y su frialdad lacera por momentos. Juega a ser orgánico y la primera impresión es que lo logra, mas cuando se analiza su recorrido y se estudia el origen de sus conflictos y miedos, se comprende que falta verdad en la asunción. Se escuda con la comicidad de los textos y lo contestario que puedan ser o no, en dependencia de la mentalidad del público de ocasión. Las salidas y entradas del personaje –dadas por las acciones que denuncian desde sí mismos- se parecen mucho, no se palpa una diferencia entre el extrañamiento y su propia vida. Solo hacia la altura de la escena con Marcos, en los finales, se muestra más franco en las acciones y emociones, y evita en el personaje la sobresaturación de mesura.
Por otro lado Javier Fano nos acerca a un policía verosímil, distinto, de sentimientos muy poco definidos y de miradas temerosas. Dice bien el actor, juega con los tonos y las respiraciones para favorecer un trabajo que va creciendo durante el desarrollo de la obra. Se mueve con soltura, se apoya en su mirada para enunciar conductas y defender sus textos, lo cual es favorable. La inseguridad de Henry y el conflicto interno que se establece entre lo que siente por Marcos, por él y por Amanda consigue el actor mostrárnoslo limpiamente, aun cuando tal vez pudo centrar más las energías que por momentos le llevaban a forzar determinados resortes.
Enrique Moreno, por su parte, nos presenta las frustraciones y los desencuentros del pintor que colgó su título de San Antonio para buscarse la vida vendiendo cuadros tropicales en el paseo del Prado. Los miedos, las energías contrarias, su estatus como creador y el amor por Henry de forma excesiva, están en la defensa que de Marcos realiza el actor. Sin embargo, no creo que lleguen con claridad al público. Enrique atropella el texto, no entona bien, se pierden importantes caminos que propone la trama desde su personaje y uno se inquieta al no concebir al personaje del todo. Es impreciso en los movimientos y sus inflexiones parecen forzadas al igual que su acentuación. (Los actores muchas veces dan poca o ninguna importancia a la acentuación y tiran por la borda un texto paralelo que se teje con el verbo de la obra). De cualquier manera, Enrique–Marcos alcanza períodos de limpieza interpretativa sobre todo cuando comparte la escena con otros personajes.
A pesar de los baches que pudieron encontrar estos jóvenes actores salí complacido de este encuentro. Los problemas a la hora de asumir los personajes son normales. Se han graduado hace tan solo dos años y -sin afán de justificarlos- creo que es muy poco el tiempo y los montajes que se realizan, para erradicar todas las lagunas que se presenten. En sentido general asistimos a una propuesta fresca, distinta y que agradezco. ¿Que hay que trabajar? No es mentira, hay que hacer mucho y hacerlo bien, y hay que apostar por las nuevas cosas, por las propuestas interesantes y por los que se arriesgan. Después de dos años es un reto llevar a escena una obra que no está en repertorio, que no se estudia con frecuencia, y cuyos actores llevan sus vidas por caminos distintos, si encima de eso se llena el teatro y el público la asume de manera sincera, es un logro.
Luego de la ronda; ¿se canta otra vez?
Tal vez algunos sitios quedaron por descubrir y lo digo pensando en varios criterios que he escuchado, no obstante, pienso que lo rico de la obra a todos sus niveles está en esa línea. No darlo todo, surcar lo evidente y erigir una obra de arte, reescribir la realidad e inquietar, proponer y que los otros tracen sus coordenadas, son para mí contingencias que siempre hablarán de una buena creación.
Esta ronda sugestiona o da color a la vida de los personajes con la sordina. Una mirada otra se ciñe sobres los amantes. Las coplas: los intercambios entre ellos, ya calurosos, ya enamorados, ya distantes; el estribillo: los monólogos, llenos de espontaneidad, de sensualidad, de temores, de irrealidad. Se parecen Laura, Henry, Leandro, Marcos, Abel y Paján a tantos, como tantos se parecen a ellos. Tantos más allá de la Lisa, de Centro Habana, de El Prado o de Cuba.
El sonido se esparce. Surgen otros protagonistas. La vida de estos tomará el rumbo que le otorguemos. Una copla cierra la historia. Laura y Marcos la interpretan. ¿El punto clima? ¿Saldrá Henry a relucir? Somos dueños de ese futuro. Esa es la parte que nos toca. De cualquier manera durante los cincuenta minutos de representación, al verles correr, al sentirles llorar pensamos que la sordina también nos pertenece.
La Habana, 4 Noviembres de 2008
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