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domingo, 7 de octubre de 2018
La felicidad no admite recetas
REINALDO
CEDEÑO PINEDA (Tomado de Juventud Rebelde)
Rosa se llamaba igual que su madre, igual que su abuela,
igual. Se ha perdido el hilo de ese nombre en el inicio de los tiempos; mas a
esta Rosa le gustan las espinas. Resulta un amor casi paradójico, pero fiel. Su
pasión son los cactus. Pasa horas entre ellos. Roza las espinas con la yema de
sus dedos, le gusta ese contacto, lo procura. Será que anda preparándose para
las punzadas de la vida.
Saúl, en cambio, ama los pétalos, ama el rocío. Cultiva
rosas a la entrada de la ciudad, la hermosea. Ha logrado tonos inusitados con
sus injertos. Las rosas son mi felicidad, me dijo una mañana en que cortaba
algunas. Entró al rosal despacio, las separó del tallo como si les pidiera
permiso, como si les hablara. Lo acompañé a depositarlas ante la tumba de su
madre. Las rosas conmueven a la muerte.
Sin embargo, el escenario siempre es la vida, sin
importar si se trata de un jardín o de un teatro, de famosos o desconocidos. La
danza también es capaz de conmover hasta las lágrimas. El gesto queda flotando
en la mente cuando el telón cae, cuando el baile acaba. Nunca olvidaré el sortilegio,
las manos, la reverencia de Alicia, la nuestra, también de maravillas. Ella
sigue bailando. Ella no concibe la vida sin bailar.
Isadora Duncan era la danza misma, pero de otra manera.
Nació a la orilla del mar y confesaba que su primera idea del movimiento fueron
las olas. Desnudos los pies, las piernas desnudas asomando por entre telas
vaporosas y el movimiento inusitado, ondulante, antiguo. Así inquietó y
conquistó al mundo.
Si quitáramos de su cuello la chalina fatal, la seda
trágica que ondeaba al viento y que se enredara en las ruedas de aquel auto, no
entenderíamos del todo su personalidad. Su rosa náutica fue la libertad y
navegó en ella hasta el final. No entendía la felicidad de otra manera.
María Sklodowska, María Curie, halló la suya en el
laboratorio, en la investigación. Allí encontró el amor y los Nobel. Echó la
vida por un gramo de radio, pero era más que eso. Era una pasión, un carácter,
una flama. ¿Cómo sería su entrada en La Sorbona, en el estreno del siglo XX, en
un espacio que jamás había visto a una mujer en el estrado?
Curie debió escalar y fundir un muro de discriminaciones,
y sobre ellas hizo un servicio a la humanidad. Cuando la diferencia empieza a
verse como inferioridad, comienzan las dentelladas. La discriminación es el
agujero negro de la felicidad.
La felicidad no tiene un diseño preconcebido. No admite..
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