martes, 29 de octubre de 2013

Dos nuevos PREMIOS para la radio santiaguera

Escrito por Redacción Digital de Radio Siboney

Santiago de Cuba, 29 oct.- Dos gratas noticias recibió la radio de Santiago de Cuba en los últimos días. Hablamos de los premios merecidos por el periodista Reinaldo Cedeño y el joven realizador y periodista Dayron Chang, en eventos de carácter nacional.

Cedeño, periodista de nuestra emisora Radio Siboney, volvió a ser galardonado en el Encuentro Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre en la categoría de periodismo digital. Su trabajo Alfredo Velázquez: hay aplausos que nunca terminan le hizo merecer este premio por tercera vez en su prolífera trayectoria.

Junto a Cedeño, multipremiado en concursos periodísticos y festivales de la radio, también fueron reconocidos Félix Témerez Martínez, de Pinar del Río, y Charly Morales Valido, de Prensa Latina, en la categoría de Prensa Plana. En radio el lauro fue para los cienfuegueros Clara Beatriz Bécquer Ibáñez y Julián Pérez Valdés, mientras en televisión triunfaba Abdiel Bermúdez, de Holguín.

Por su parte, el joven Dayon Chang, quien en la actualidad labora como periodista del telecentro santiaguero Tele Turquino, recibió el premio de dirección radial en el XXXV Festival Caracol, de la Asociación de Medios Audiovisuales y Radio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Dayron fue reconocido por su serie documental Sonidos de ciudad: Cadena Oriental de Radio, fruto de su Trabajo de Diploma para licenciarse en periodismo, y con la que ya obtuvo el Gran Premio del XXIII Taller y Concurso Nacional de la Radio Joven Antonio Lloga in memoriam.

Resultado de una acusiosa investigación, Sonidos de ciudad se adentra en la historia de la Cadena Oriental, la más importante empresa radial de Santiago de Cuba antes del triunfo de la Revolución Cubana. En ella son abordados con una excelente realización aspectos como la programación musical, los dramatizados y los espacios informativos de la Cadena.

Tomado de  Radio Siboney Digital

Alfredo Velázquez, hay aplausos que nunca terminan   
MARQUE...

lunes, 28 de octubre de 2013

CRONICAR es SALVAR


 



 (En la mesa, de izquierda a derecha, los cronistas Michel Contreras, Pepe Alejandro Rodríguez y Reinaldo Cedeño)

POR Reinaldo Cedeño Pineda

♣ Conferencia dictada por el autor como parte del panel  “¿Cómo escribo mis crónicas?” desarrollado en el VIII Encuentro Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre, Cienfuegos, 25 de octubre de 2013.


Tal vez mis primeras crónicas debieron escribirse en la vieja senda de las carretas, por los trillos que llevaban a mis padres y a mis primos, San Luis adentro. ¿Qué tenían aquellos caminos donde todos se volvían más jóvenes?

   Debieron escribirse cuando mi madre, salida del Infierno, de las vendas, del fuego; pudo alzar su brazo marcado hasta lo alto del pizarrón, y  escribir, uno por uno, el nombre de sus alumnos.

   Debieron escribirse el día en que un prendedor con la efigie de Lenin y su largo alfiler, fueron a parar a mi garganta. El cirujano explicó científicamente que el metal estuvo a tres milímetros del final y me bautizó como “El niño que se tragó a Lenin”; pero mi abuela replicó con indiferencia —con insolencia casi—, que aquello era un milagro y apretó la efigie de la Virgen de la Caridad que llevaba en su cartera.

   Y digo debieron escribirse, porque estos pedazos de mi niñez, solo vieron la luz en 2011 en el libro El hueso en el papel (Editorial Oriente). Crónicas íntimas las llamé entonces, no tenía otro nombre para darles, ni lo tengo ahora. Allí estaban, en algún sitio de la memoria, aunque todavía no eran letra.  ¿Desde la perspectiva de la evocación, desde esa revisitación, pueden construirse las mejores crónicas? También me lo pregunto. Me temo que tengo más preguntas que respuestas.

   Siempre he creído que la crónica no está en el hecho, sino en la mente. Un cronista es ojo avizor y carne viva. Su fruto, la crónica, es una flama resguardada de todos los demonios.

   No creo en los purismos —estoy muy alejado de ellos—. Son tiempos híbridos, tiempos de fusión. Nunca he tomado parte en las bizantinas discusiones de si, acaso, la crónica es periodismo o es literatura. La grandeza no se mide por la realidad o la ficción que encarna un texto, ni por la brevedad de una plana o la holgura de un libro; sino por otras profundidades, esas que hacen posible hallar luz donde una mayoría pasa de largo. Se ha perdido demasiado tiempo en eso. Otros que levanten los muros o los puentes entre periodismo y literatura: yo escribo.
 
   Una crónica es una síntesis perfecta conociendo de antemano que tal perfección es una quimera en permanente vuelo—. Lo es la frase martiana “Dicha grande” de su diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos. En dos palabras
retrató el momento en que las ansias de patriota toman su lo cubano, aunque fuera en la estrecha faja de costa, en los peñascos de Playitas.

     La crónica es una gota destilada por mil filtros. Es una ópera en miniatura y como tal ha de vibrar. Es el latido más que el corazón, la pincelada más que el cuadro. La crónica es intensidad por antonomasia.

    Dulce María Loynaz escribió en su libro Un verano en Tenerife —¿relatos o crónicas de viaje?—, unas líneas que se refieren al  modus operandi del director de un diario de Canarias, pero que  deberían eternizarse en bronce en todas las escuelas de periodismo: “(…) tiene esa mente alerta. Ágil, inconfundible del periodista. Sea cual fuere el tema, extrae de él, con precisión de abeja, lo que sirve, y del resto prescinde, va a otra flor” (1)

   Un cronista es eso, un libador de esencias.

    Soy un cinéfilo empedernido. Hace muy poco me detuve en la cinta Cecilia, del esteta del cine cubano, Humberto Solás. La madre de Leonardo que interpreta Raquel Revuelta avanza por el largo pasillo, imponente, hierática. El sonido de sus tacones solo dice una cosa: estoy aquí. Toma asiento. Escoge las palabras para dirigirse al Capitán General de la Isla, las susurra:

   —Excelencia, vengo a denunciar un caso de conspiración contra el poder de su majestad… Mi hijo Leonardo ha sido víctima de los enredos, de los vicios de una mujerzuela…

   El rostro de la señora se demuda, se contrae. Las manos sarmentosas acarician el pañuelo. La atención del Capitán General es absoluta. Un instante de duda… y la madre sube el tono, remarca su abolengo y sus posesiones. Su objetivo es uno: salvar a su hijo. Todo vale. Lo ha rendido en su propia mesa. Y al final, se esfuma por el largo pasillo, como una aparición.

   Así deberían ser las crónicas: entrada imponente, recursos expresivos en función del propósito trazado, creación de atmósfera  y cierre mágico. Una crónica es el relato emocional de un hecho. Como dijera el viejo conocido Martín Vivaldi: “es lo que pasa por dentro del acontecimiento... la noticia exprimida, quintaesenciada”. (2)

     Tal vez albergo algunas herejías. Muchos  textos más o menos académicos, más o menos prácticos, hablan del uso de “recursos literarios” en la crónica. Seguimos al pelo sobre los clichés. Esos recursos no son privativos de la literatura, son  inherentes a la lengua. No se toman prestados ad hoc y se obvian  en el resto de los géneros. No constituye un “pecado” profesional. Lo pecaminoso debería ser soportar tanto trabajo anodino, decantado, inflado, que muere antes de nacer

   Esos “recursos literarios” surgieron por una necesidad comunicativa, no solo por imperativos estéticos. No hay sofisma alguno. Esas concepciones in extremis han llevado a cobijar mucha prosa meliflua, mucha poesía de quinta en nuestros medios. El lenguaje metafórico, las construcciones más complejas, el afán de la belleza, la suspensión… toda esa fuerza expresiva  ha de estar —eso sí—, a la par de su función comunicativa. Un río por su cauce, porque los desbordes, inundan.

   Se impone una revisión a fondo de las rutinas productivas de nuestros mass media. Una crónica es imposible de planificar. Por supuesto, usted podrá amalgamar datos bajo presión e incluso agregar música al coctel; pero si el hecho no le ha tocado, solo logrará — si algo logra—, una mezcla inodora e insípida, como agua que no calma la sed.


Una crónica nunca es un adorno; es una penetración.

    
  En 1996, Gabriel García Márquez visitó Santiago de Cuba. Estudié sus propuestas sobre el idioma, leí
Memorias de mis putas tristes, volví sobre Cien años de soledad Preparé mis preguntas para toda una página si era menester. El Nobel de Aracataca se asomó a una sala del teatro Heredia. Bolígrafos, libros, agendas… hasta servilletas, reclamando sus autógrafos. Salían de todos los rincones. Respondió unas pocas interrogantes y cuando todo parecía  listo para el abordaje definitivo, un señor hizo la señal que dio por terminada la improvisada conferencia. Quedé tirado, prendido al suelo, como una piedra. Le conminó  a irse, le dio un pequeño empujón y lo subió a un auto negro. Fue solo exceso de celos en su cuidado, pero mi página soñada se convirtió en unos párrafos. Resultó a la larga, una crónica obligatoria:“El secuestro de García Márquez”  El Gabo había dicho una vez que el secreto del periodismo está en fabular. Así que le di una taza de su propio chocolate.

  A veces la crónica va rumiando por tu mente, hasta que “cae de manera natural”, como Chaikovsky, que pedía a gritos sacar la música que sonaba en su cabeza. Otras, la crónica te asalta: Puente de Aguilera, Guantánamo, río Guaso —río niño al que miraba todos los días desde mi altura—. Su crecida alcanzó las barandas del puente. Vi chocar árboles desgajados contra los pilotes, vi morir a muchas personas en el corazón indomable de las aguas.  ¿Qué habré dicho? ¿Qué colores tendría aquella crónica en vivo?  A veces las palabras son como la sangre.

      Permítaseme aún ilustrar con otras dos vivencias. Todo valía un potosí en medio del  período especial.  Mi familia necesitaba incrementar sus fondos, era cuestión de supervivencia. Tomé un caldero y empecé a tostar maní. Al fin, era un trabajo honrado. Mi habilidad para lograr el punto exacto y para hacer los conos de papel, fue creciendo hasta que me sentí un especialista. La crónica llegaría después, mucho después: “Si vieras que libros van cayendo. Si me vieras bajo este sol mulato, si vieras mis zapatos. Si me viras, Rita Montaner”. Unos fragmentos recuperados a memoria.

   Sandy, ese nombre, debería estar proscrito Después de once días sin electricidad, fuera de la civilización, llegó la caravana de eléctricos a mi bario. La bandera cubana al frente. Nunca la vi flotar así, nunca la vi surcar el aire con tanta gallardía. De esos dolores, de esos estremecimientos salieron mis “Crónicas oscuras”.

   Como hierro candente ha marcado mi memoria una crónica dedicada a un nido de bibijagua, obra del maestro Rolando González en su inolvidable programa televisivo Guión 5; o el “Canto por el último lugar” de Víctor Joaquín Ortega sobre al célebre corredora polaca Irene Szewinska. Todavía la veo —gracias al cronista—, con el labio mordido, derrotada por los años más que por las rivales. Lo confieso: jamás se me hubieran ocurrido esos temas; pero la lección va aprendida: Nada hay tan pequeño, que no pueda engendrar una crónica grande.

   En una entrevista sobre mi blog La Isla y la Espina, me preguntaron si vivir en provincia no me limitaba en cuanto a las historias  a contar. “Es cierto que es una especie de  cimarronaje”, respondí. “Tal vez no escriba de los hechos más famosos o de los personajes más populares; pero eso nunca me ha preocupado. Hay otras historias esperándonos, igual de estremecedoras”.

La crónica es una apuesta profunda al ser humano. La crónica es el mar, el cronista es la ola. Cronicar es estremecer. Cronicar es salvar.  

NOTAS

(1) Dulce María Loynaz. Un verano en Tenerife, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1994, p. 101
(2) Winston Orillo: Cesar Vallejo: los géneros periodísticos, Editorial Félix Varela- Pablo de la Torriente, La Habana, 2009, pp.62-63.

Entregados PREMIOS del VIII Encuentro Nacional de la CRÓNICA Miguel Ángel de la Torre





Escrito por  Mercedes Caro Nodarse

Santa Isabel de las Lajas, la querida del Benny Moré, recibió hoy al grupo de cronistas cubanos, que desde el pasado jueves 24 asisten al VIII Encuentro Nacional de la Crónica Miguel Ángel de la Torre. Las puertas del Museo Municipal abrieron en esta jornada lluviosa para escuchar a Miriam Olano, historiadora de la localidad, quien nos acercó con su sabio verbo a la vida y obra del Bárbaro del Ritmo. Instantes después, en el Cabildo Congo San Antonio, danzábamos al compás de la makuta, primer tambor que tocaran las manos del hijo distinguido de Lajas.

Por eso no podía ser diferente. Imbuidos de tanta veneración, llegamos al momento cumbre del evento. Emociones, sentimientos, pasiones afloraban de las voces de algunos de los máximos exponentes del género periodístico. Michel Contreras, Pepe Alejandro, Reinaldo Cedeño, Leticia Martínez, Carlos Alejandro, Maykel González y otros, leían sus crónicas. Algunos nos estremecíamos, otros aplaudían, todos agradecíamos la existencia de este encuentro, el cual “constituye una fiesta de cantar de un modo sensible lo cotidiano”, como dijera Antonio Moltó Martorell, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC).

En el acto de premiación, recibieron la moneda conmemorativa 50 Aniversario de la UPEC, siete destacados profesionales de la provincia de Cienfuegos: Andrés García Suárez, Manuel Varela Pérez, Mireya Ojeda Cabrera, Douglas Nelson Pérez Portal, Alina Rosell Chong, Ramón Barreras Ferrán y Ramón Lobaina Consuegra.

PREMIADOS

Prensa Escrita (compartido):

- Barbera, de Félix Témerez Martínez (Pinar del Río)
- ¡Goza Beyonce!, de Charly Morales Valido (Prensa Latina)

Mención: Abuelos, de Leticia Martínez Hernández (periódico Granma)

Radio:

- La hija del viento, de Clara Beatriz Bécquer Ibáñez y Julián Pérez Valdés (Radio Ciudad del Mar, Cienfuegos)

Televisión:

- Crónicas de viajes a Haití, de Abdiel Bermúdez Bermúdez (Holguín)

Digital:

Alfredo Velázquez / Hay aplausos que nunca terminan, de Reinaldo Cedeño Pineda (Santiago de Cuba)

Mención: Circus, de Maykel González Vivero (Villa Clara)

Estudiantes:

- Mi abuela y el mar desconocido, de Carlos Alejandro Rodríguez Martínez (Universidad Central Marta Abreu)

Mención: Vivir en la postal, de René Camilo García Rivera (Universidad de La Habana)


martes, 22 de octubre de 2013

Especial desde CHILE / LOS TRENES SE VAN AL PURGATORIO: primer acercamiento de un viaje a la muerte





Por  JAZZ CORTIÑA MARTÍNEZ

Desde el pasado mes de septiembre y durante todo el mes de octubre el Teatro Pedro de La Barra presenta la versión teatral de un texto para nada ajeno a Chile y a toda la tierra del norte: Los Trenes se van al Purgatorio del laureado escritor Hernán Rivera Letelier. El espectáculo escénico, de mismo nombre, cuenta con el arreglo dramatúrgico y la dirección de Alberto Olguín Durán, director de la sede en cuestión y la que tiene a su haber un elenco que cuenta con los integrantes habituales de la compañía y con otros invitados, muchos de ellos jóvenes que se muestran al teatro profesional por primera vez.

La novela puesta en espacio es siempre un placer infinito pues el juego que traza el espectador con los demonios nacidos en la dimensionalidad, se magnifican o se intensifican o simplemente cambian de rumbo o dejan de existir con las miradas, que un creador pone a disposición de lo  tridimensional.

La obra  de la compañía del Pedro de la Barra se enlaza con el texto de Rivera Letelier en puntos medulares como los propios personajes, los textos, las historias que cruzan la interminable tierra desértica y el amor eterno de Leoncio Santos. Sin embargo crea un universo completamente nuevo, a mi manera de ver, debido a que Olguín se apoya en recursos que apuntan a un expresionismo teatral y desde ahí  proyecta su punto de vista con respecto a la novela. Esta característica me parece un acertado camino para dialogar sobre el deceso de entes que no se reconocen espectros y  edificar un discurso devastador  en torno a  la muerte, las penas, las frustraciones, y la inalcanzable vida que nos mira ahora mismo en cualquier lugar del mundo.

Desde el maquillaje a base de un blanco acentuado en los rostros,  el leimotiv en el que  los personajes  desforman sus facciones y emiten sonidos onomatopéyicos, pasando por la manera en la que abordan el tren, hasta el enigmático instante en que los actores ponen a saltar a sus pollitos de cuerdas para enunciar la violación de la que ha sido objeto  la niña Sol María; contribuyen a que el espectador se adentre en un laberinto sin  fin y cuyo motivo al parecer es generar la angustia y la desazón. Todos; métodos y maneras que remiten al expresionismo.

Ahora bien, dicho trayecto en la puesta en escena se ve mortificado por momentos debido a la inconsistencia del quorum actoral. Se manejan los intérpretes en sentido general dentro de una cuerda realista que considero es poco factible. Por ende cuando tienen que asumir posturas espectrales los cambios son bruscos, deudores de esa concatenación que permita asumir    sus constantes ires y venires dentro del mundo mistérico del que son residentes. Quizás por eso, los instantes coreografiados denuncian una falta de marcialidad, cadencia, serenidad, escucha del actor que comparte conmigo  una escena.

El grupo de actores llena el espacio de una energía plausible y efusiva, pero los focos de atención se disipan, se pierden. Esta es una obra que no posee accción transversal clara porque se basa fundamentalmente en la exposición de las historias de los personajes. Coexisten tantas subtramas como caracteres en la escena,  por tanto, considero que los puntos importantes de solidificación  radican en la fluidez, la precisión y sobre todo en las acciones que realizan los actores cuando se hallan en segundo plano.  Un ejemplo muy claro es la escena donde el interés dramático se dirige hacia la niña violada y la Madre dice saber que la ha pasado observando magistralmente a Pancho Carrosa. Salvo la mirada queda de Madame Luvertina sobre la escena,  el resto varía, se escapa. En un tren real pueden pasar fenómenos como ese: está lleno de gente, cada cuál anda con una razón completamente distinta; mas esta no es la realidad: esta es una obra de arte. Valdría reconocer tres personajes que me llevaron de un lado a otro, una y otra y otra vez; por la sinceridad, por la actitud, por la limpieza y la mirada clara que entregaron  los actores que los encarnan: Pancho Carroza, La Madre y Madame Luvertina.


Hay tres momentos que cautivaron muchísimo mi atención dentro  de Los Trenes se van al Purgatorio. Primero: la mismísima apertura de la obra. La actriz Teresa Ramos, quien en esta ocasión asume el personaje de La Madre, enuncia la partida del tren por las áridas tierras del desierto de Atacama.  Su semblante escrito por los años, la mirada apesadumbrada, y la cadencia en su decir, inquietan, te provocan la sed de más. Me hicieron recordar rostros, ojos, negruras provenientes de cualquiera de los cuentos de Edgar Allan Poe. Segundo:  La Madre otra vez anuncia el recorrido de la locomotora rumbo a la noche y queda sola en medio del vagón con una luz que la baña y regresa su cadencia de mujer sabia, consciente del holocausto que rodea a esas almas: Una vez más el interés resucita para mí en el espectáculo. Ya justo en el final, apoyando el discurso del ciego en favor de la manera en que murieron todos los que se creen vivos en ese pedazo de tren, la señora  que siempre teje coloca de a poco un grupo de cruces que van a elevar el expresionismo de la puesta en escena.

Respeto sobremanera en este espectáculo la música creada por Francisco Alvarado (Foccus). La selección de temas es exquisita. Sabrosa de escuchar, de tararear. El estilo que asumen los intérpretes  Jorge González y Aurora de las Nieves,  rememora aquellos años treinta o cuarenta que no conocemos, pero que nos corre en la piel gracias a tanto cine antiguo, discos de acetato o periódicos de archivo. Tintes de cabaret en sus formas de asumir los temas, en el posicionamiento sobre la roja, la plataforma al extremo derecho rodeada de bombillas; son otros de los aspectos que realmente motivaron mis jornadas de visionaje porque apuntaban a una diversidad enriquecedora.

De igual manera he de mencionar el trabajo con el espacio. Más allá de lo que puedan pensar otros con respecto a la estrechez de un vagón y su modificación en los desplazamientos, pienso que estas variaciones, en la forma de moverse, dota a la puesta en escena de verosimilitud. Además considero que los actores han sabido manejarse muy bien en la angosta posibilidad que permite el vagón. Habría que sumar además que el tren crece hacia el espectador cuando la adivina recrea su presentación y reparte sus papelitos rosados, y cuando el ciego decide narrar las historias muy cerca al grupo de sillas en la cual nos acomodamos los asistentes. Fueron dos instantes en los que parecíamos integrantes del longino. Junto a lo anterior se erige la parada abrupta del tren que posibilita que los personajes bajen al desierto a tomar fresco. O sea, el espacio teatral es la caja completa que crea la sala del teatro Pedro de la Barra.

Entonces estaremos listos para dialogar sobre el magno logro de esta puesta es escena: el tren o en este caso el vagón. Sobrecoge la sola presencia de la armadura en el centro del escenario. Magnifica las expectativas, aviva el conocimiento. Ver a los personajes abordar la pieza metálica desde las paredes o el techo, imaginar su recorrido por el desierto, es de un magnetismo innegable. Entonces nuestros aplausos para su diseñador Guillermo Cortés.  Agradezco otros momentos  especiales como cuando la actriz que encarna a Navora: Claudia Soto, se estremece hasta la lágrima al descubrir que el personaje ha muerto, o la interpretación fresca de la cueca como himno de redención y magia, el diálogo sencillo pero preciso de Don Audito con la Madre de la Guagua, o las candentes peleas de Pancho Carroza. 


Reconozco algunas de las  motivaciones en el universo genotextual de este espectáculo y  las respeto. Reconozco la valentía y ansias para llevar a cabo una obra tan compleja como esta y el sacrificio personal de muchos, y la entrega de muchos otros que por primera vez se enfrentaban a la escena profesional y han sabido hacerlo de manera encomiable.

El tren seguirá rodando por un tiempo más en el mismo purgatorio al que va sin  tener conocimiento, que no se mueve porque no vive, que no hay maquinista y que jamás habrá, y que la muerte es una estadía que no es la vida misma.

Gracias

Antofagasta, una noche de octubre de 2013

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lunes, 21 de octubre de 2013

INSOLENCIAS de un POETA




♣ Sobre el libro de cuentos LA EDAD DE LA INSOLENCIA de Reinaldo Cedeño

Cuentos que develan emociones, el mundo interior de gente que habitualmente nos rodea, oscuros misterios de la vida humana… realidades cargadas de palabras que descubren al poeta, periodista y ahora narrador Reinaldo Cedeño Pineda (Santiago de Cuba, 1968).

En sus textos no hay espacio para los arquetipos. Cedeño sorprende desde las páginas de La edad de la Insolencia (Ediciones Caserón, Comité Provincial de la UNEAC, Santiago de Cuba, 2013), no solo por osado, sino por adentrarse en los entresijos de seres que están a nuestro lado todo el tiempo.

El Jacinto de “To be or not to be”, se despoja de las reliquias familiares, de los tazones de porcelana, de baúles y sábanas de hilo, de sus lámparas, de cualquier cosa menos de sus libros: “Los libros no… Habría sido un sacrilegio ponerlos en manos de los vendedores de cacahuete y ver una hoja de la Divina Comedia o los sonetos a Laura envolviendo la semilla tostada. Dante y Petrarca maniseros”.

Mamacita es una negra, voluminosa, pero su negritud y su anchura, no son lo más importante. Mamacita es la enfermera optimista, solícita y entregada a su labor. El cuento, donde aparece con su paso bamboleante, te presenta a otra mujer, Caridad, su paciente. Y de esta le nace otra historia a este cuento que conduce al reencuentro entre las dos mujeres.

Locos y cuerdos confluyen en los días de esta ciudad de Cedeño. Es este el mismo espacio donde no faltan los árboles, la bicicleta, la bibliotecaria. Justamente el cuento La edad de insolencia, vuelve a la imagen del escritor, más bien de una escritora, Madame, para quien su vida y memoria está en sus propias páginas.

Del libro emana la voz y la gestualidad de sus habitantes, gente como uno, con sus pensamientos, decisiones, con su personal filosofía. Vale esta nueva propuesta de Reinaldo Cedeño Pineda, un autor que atrapa y siembra en el lector sus propias emociones.

Tomado de Radio Siboney digital
18 octubre 2013

OTRAS CRÍTICAS SOBRE EL LIBRO

La insolencia de Cedeño / Aracelys Avilés
Las edades de la vida / Manuel Gómez Morales  (Presentación oficial)
http://laislaylaespina.blogspot.com/.../las-edades-de-la-vida_8148.html

domingo, 20 de octubre de 2013

Las EPÍSTOLAS de PABLO

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 (Miguel Cándido, el presentador al habla y el poeta Javier Mora, representante de Ediciones Caserón)

Presentación del libro Cartas cruzadas (Tomo I y II) de Pablo de la Torriente Brau / Plaza Dolores, 17 de octubre de 2013.

Por Miguel Cándido Francisco Reynaldo

El título de la siguiente presentación no alude a uno de los libros de la Biblia, escrito por el Apóstol de Jesucristo Pablo de Tarso, sino a las epístolas escritas por otro Pablo, no precisamente apóstol, pero sí una de las figuras históricas más importante para la cultura cubana y de nuestras luchas revolucionarias en la república mediatizada. Me refiero a Pablo de la Torriente Brau (San Juan, Puerto Rico 12 de diciembre de 1901–Majadahonda, España, 19 de diciembre de 1936), líder revolucionario e intelectual reconocido como uno de los mayores cronistas de su época.

A juicio de no pocos críticos literarios, sus crónicas, reportajes y entrevistas renovaron el lenguaje de la prensa escrita, razones por lo que se le considera pionero en Cuba del Nuevo Periodismo. Para Pablo, el periodismo y la literatura eran en sí mismos un hecho revolucionario, confesaría el 7 de julio de 1935,[1] lo cual supone que sus cartas también, y es cierto, llevan esta impronta.  

Cartas cruzadas en dos Tomos (Ediciones La memoria, 2012, del Centro Cultural homónimo a este intelectual revolucionario), ambos  títulos disponibles en nuestra red de librerías, reúne más de 160 cartas escritas por Pablo y más de 70 recibidas por este durante su segundo exilio en New York de 1935 a 1936.

Estos ‘’intercambios de golpes’’—en apropiación de la metáfora deportiva empleada por Pablo para referirse al intercambio de correspondencia—, se hicieron, además con sus familiares, con intelectuales y artistas de la talla de Raúl Roa, su entrañable amigo (Bufa Subversiva) destinatario de casi todas las misivas, Manuel Navarro Luna (Elegías y otros ausencias, Surco), Rafael Suárez Solís (ver: Rafael Suárez Solís. Periodismo y cultura) y Emilio Roig de Leuchsenring (Artículos de costumbres), por solo citar algunos ejemplos. 

La epístola o carta tiene la finalidad de exponer ideas de diversas índoles. Y no es del todo desacertado hablar de las mismas como texto literario, pues, en ocasiones, pueden alcanzar tal rango debido a sus cualidades estilísticas, dígase vivacidad de la expresión y visión penetrante del tema tratado. Esta observación permite asegurar que todas las cartas reunidas en ambos libros, ligadas a la riqueza del contexto, dramatismo del periodo en que se escribieron, pueden ser leídas, como una novela, pues en ellas la gente nace, ama, lucha, vive, muere.

Atendiendo a lo anterior la propuesta editorial que nos ocupa corrobora al autor de  Realengo 18, Batey, Aventuras del soldado desconocido,  Presidio Modelo, entre otras obras, como uno de los exponentes más representativos del género epistolar en Cuba, quien, aún en circunstancias extremas (enfermo de gripe, enfermedad de la que sería presa en reiteradas ocasiones, escaso de dinero y sin empleo fijo) encontró espacio para escribir cartas, sus ‘’actas oficiales’’ de pensamiento, siempre a máquina de escribir y dejando copia de todas y cada una, lo cual facilitó, posteriormente, contar con el material necesario para que en 1981 saliera, por primera vez, por la editorial Letras Cubanas Cartas cruzadas.

Esta empresa fue posible gracias a Raúl Roa, albacea de casi toda la correspondencia de Pablo, promesa hecha por este al Mártir de Majadahonda, de reunir, conservar y publicar sus "papeles" si no regresaba de la Guerra Civil Española, a donde marchó en septiembre de 1936, comentaría Víctor Casaus en el prólogo de esta edición de 2012, que estuvo entre las novedades editoriales de la 22. Feria Internacional del Libro. Existe además una edición de 2004. 

 A propósito Víctor Casaus, poeta, narrador y cineasta, es uno de los principales promotores de la vida y obra de este intelectual y dirige desde 1996 en La Habana el Centro Cultural Pablo de la Torrente Brau. A Casaus se le debe la publicación de otro libro importante, complemento perfecto para cruzar información con Cartas cruzadas: Pablo: Con el filo de la hoja (2007).
 
A la Guerra Civil Española acudió Pablo como corresponsal de varias publicaciones de América Latina y Estados Unidos y en este escenario de su última etapa para el trabajo periodístico, legó las crónicas recogidas posteriormente bajo el título de Peleando con los milicianos. Allí, asumió las funciones políticas en un batallón y fungió como comisario de las Brigadas internacionales. En no pocas cartas, sobre todo las fechadas en 1936 (Tomo II), se advierte la idea fija de ‘’lanzarse sobre España o desflecarse de lo contrario, ’’ como diría jocosamente a Raúl Roa. 

El presente epistolario constituye una valiosa fuente documental para indagar en el pensamiento y acción revolucionaria de la generación del 30’[2] (la generación también de Mella, Guiteras, Villena y otros) que combatió a Gerardo Machado, quizás, suscribiendo la opinión de los estudiosos del tema, una de las generaciones más intensas y apasionantes de la historia de Cuba.  Da cuentas además del desarrollo de la actividad revolucionaria de Pablo para nuclear a los emigrados cubanos y atraerlos hacia las ideas y las tareas de la Revolución, así como de su labor periodística y literaria, en medio de la penuria económica, el rechazo al medio y la desazón que le provocaba la ausencia de Cuba

Pablo nunca se adaptó al país y la ciudad de su exilio:

Siempre llovizna; siempre frío; siempre humo en la boca, en la nariz… Humo por todos los orificios! Es una mierda esto […] Hay humedad sucia y pegajosa que pone de mal humor y triste. […] no cambio el Empire, por un bohío en las lomas de Realengo. 

Este país es cada día más terrible […] no hay a quien no le conozcan la edad, el nacimiento, las actividades y hasta los pensamientos […].



Alusiones de esta naturaleza emocional serán frecuentes en sus cartas, sin embargo, ello contrasta, a veces, con cierto sentido del humor, que puede percibirse en algunas de estas. No olvidemos un detalle esencial, Pablo era un hombre joven que tan solo algunos años atrás, durante su etapa de vida aquí en Santiago de Cuba,[3] salía de jerga con sus amigos por las calles de la indómita ciudad en tiempos de carnaval, bebiendo cerveza en orinal para molestar a las viejas fisgonas en los portales. 

Tampoco, pese a su estado, pudo Pablo sustraerse a la práctica y afición que sentía por el deporte. Hay en estas páginas, por ejemplo, excelentes comentarios deportivos, sobre todo de béisbol, una enseñanza para los más avezados comentaristas de nuestros medios. Sugerente es el comentario enviado a su amigo Jesús de la Carrera y Fuentes luego de haber visto un juego de las grandes ligas entre los Yankees y Boston donde vio lanzar al estelar Babe Ruth.  

Grosso modo las cartas de Pablo, desde un estilo ‘’ecléctico’’, testimonian su actividad sistemática encaminada a analizar constantemente el desarrollo de los acontecimientos en Cuba y a lograr lo que consideraba elemento indispensable para el triunfo: la unidad de las fuerzas revolucionarias.

Próximos a cumplirse, en diciembre, los 112 años de su natalicio y los 77 de su caída en combate durante la heroica defensa de Madrid, el Centro Provincial del Libro y la Literatura y el Centro de Promoción Literaria ’’José Soler Puig, ’’ de Santiago, como parte de la Jornada por el día de la Cultura Cubana, adelantan este breve homenaje, para que sea definitivamente nuestro soldado más conocido. 

NOTAS

[1] Ver Carta desde lejos en Pablo: con el filo de la hoja.

2 De gran utilidad para este presentador, durante la fase preparatoria del presente material, fue la consulta del libro La revolución cubana del 30. Ensayos, de Fernando Martínez Heredia (Ciencias Sociales- Ruth Casa Editora, 2012) y Bufa subversiva (ciencias Sociales, 2008).

3 La ciudad de Santiago de Cuba no dejará de estar presente en la obra de Pablo de la Torriente, que fue muy importante –y decisiva- para su formación como intelectual y revolucionario. El investigador y promotor cultural santiaguero, Hermelo Moisés Salas, atendiendo a la poca divulgación sobre esta etapa del héroe en nuestro territorio, trabajaría el tema en su tesis de grado de la Licenciatura en Estudios Socioculturales titulada ‘’Impronta de la ciudad de Santiago de Cuba en la vida y obra del intelectual revolucionario Pablo de la Torriente Brau’’ (Universidad de Oriente, 2008).





De gran utilidad para este presentador, durante la fase preparatoria del presente material, fue la consulta del libro La revolución cubana del 30. Ensayos, de Fernando Martínez Heredia (Ciencias Sociales- Ruth Casa Editora, 2012) y Bufa subversiva (ciencias Sociales, 2008).