“El Rendar”, narrativa (1999 - 2000); “De Ángeles”, narrativa (2005 - 2007); “Introducción a Visual Studio .NET”, manual de programación (2004); “Juan Bialet Massé”, biografía (2008); “Historia del Norte de Punilla”, historia (2008); “¿Es posible acabar con los problemas sociales?”, ensayo (2011); “De amores y de locos”, narrativa (2012), próximo a publicars
jueves, 19 de julio de 2012
NARRADOR INVITADO: Federico Gabriel Rudolph (ARGENTINA)
♣ TERROR / La voz detrás de las paredes
Eugenio se encontraba durmiendo en su cuarto. Su cabeza
reposaba debajo de la almohada como era habitual. La frescura de las sábanas se
reflejaba en su apacible rostro. Sus pies colgaban fuera de la cama ayudándole
a refrescar su cuerpo ante el suave calor del verano de ese viernes trece de
enero. La Luna
se había escondido temprano y la oscuridad reinaba en la noche.
A las 2:05 de la mañana, una voz, que parecía salir de
las paredes, lo llamó por su nombre:
—¡Eugenio! ¡Eugenio! —Insistió varias veces la voz.
Con los párpados pegados y esa sensación de no poder
abrir los ojos como cuando uno quiere despertarse antes de tiempo, Eugenio, intentó
—sin éxito— averiguar quién lo llamaba y de dónde provenía aquella voz apenas
conocida, profunda, escasamente perceptible.
Tanteo sobre su mesita de luz queriendo encender el
velador. Lo único que consiguió fue tirar al piso un bollo de papeles, su
celular nuevo, un llavero y un vaso de vidrio vacío, que había dejado allí
antes de acostarse. Por suerte, la alfombra de la pieza amortiguó el ruido y
evito una tragedia.
Viendo que no lograba nada, cejó en su intento.
Intrigado, y un poco molesto, optó por responder a quien le hablaba:
—¿Quién anda ahí? ¿Papá, eres tú? ¿Pasa algo malo?
¿Qué hora es?
La voz no se hizo esperar:
—¡Eugenio! ¡Soy yo! Tu hermano. Pablo.
—¡Pablo! Pero… ¡si tú estás muerto! ¿Estoy soñando
todavía? ¿O es alguna clase de broma? ¡Vamos que no estoy para eso a estas
horas de la madrugada! ¿Qué hora es?
—Son casi las dos y diez de la mañana —le respondió
quien decía ser su hermano—. Y no es una broma, soy yo, Pablo. He venido a
prevenirte.
—¡Prevenirme? ¿De qué?
Eugenio, por fin despierto, buscó de nuevo; encontró la
llave del velador y lo encendió. Miró hacia todos lados. No había nadie más que
él en ese cuarto. Así y todo, la voz seguía hablándole desde detrás de las
paredes.
—No tengo tiempo para demasiadas explicaciones —le
dijo el supuesto Pablo—. Estás en peligro. Necesito que vayas al cementerio
donde estoy enterrado, abras mi tumba y quites de mi féretro el objeto que el
cura acomodó entre mis brazos.
Eugenio no terminaba de convencerse; por lo que le
respondió:
—¿Tienes idea de lo que me estás pidiendo? No me
imagino cavando una tumba; mucho menos, de noche; menos aún la de mi hermano.
¿Y cuánto crees que me pueda llevar hacerlo? No creo que sea tan fácil…
—No tienes que preocuparte por eso. La tierra está
blanda. No te llevará mucho. Toma las herramientas de papá (las que guarda en
la cochera): una barreta, un pico y una pala de punta. Con eso debería ser
suficiente. Pero, por favor, ¡apúrate!
—…voy a tratar. Aunque todavía no entiendo qué sucede.
¿Cómo puedo confiar que, de verdad, eres tú?
—¿Recuerdas las travesuras que hacíamos de chicos?
¿Esa vez que le rompimos la ventana a Doña Sánchez y dijimos que habían sido
otros niños para que no nos retaran? ¿O cuando nos tiramos al lago, en pleno
otoño, y casi te ahogas? Por poco no respirabas cuando te saqué. Me asusté
mucho. Encendimos una fogata para poder secar nuestras ropas para que los
viejos no se dieran cuenta de lo que había pasado. ¿Te acuerdas, Eugenio?
—Es verdad —recordó Eugenio—. Nunca le contamos a
nadie. Está bien, haré lo que me dices, aunque no deja de darme un poco de
miedo todo esto. ¿Me dirás luego que pasa y sobre qué quieres advertirme?
—¡Claro que sí! Pero primero, ven cuanto antes al
cementerio. Si no, podría ser muy tarde…
Convencido de que debía hacer lo que le pedían Eugenio
se dirigió a la planta baja de su casa, sacó las herramientas del garaje, las
cargó en la camioneta de su padre, abrió el portón tratando de no hacer mucho
ruido y se marchó de allí en el vehículo. Llegó lo más rápido que pudo adonde
estaba enterrado su hermano.
El sitio le daba un poco de pavor, un sudor frío
comenzó a mojarle la frente y la espalda. Las puertas del cementerio estaban
abiertas. Entró con la camioneta y la estacionó frente a la tumba que conocía
muy bien. Dejo las luces encendidas para poder iluminarse.
Conciente de que el tiempo jugaba en su contra —o eso
pensaba—, tomó el pico y la pala, y comenzó a cavar. En efecto, la tierra
estaba blanda.
Al cabo de media hora tuvo noción de lo que
significaba estar seis pies bajo tierra: “un metro ochenta es mucho”,
reflexionó. Recién había avanzado apenas unos treinta centímetros.
Como a eso de las cinco de la mañana se topó con el
cajón. Cavó un poco a su alrededor y, cuando vio que asomaban los bordes de la
tapa, se detuvo. Buscó la barreta en la camioneta y la usó para abrir el
féretro. Los clavos enmohecidos y oxidados crujieron ante el esfuerzo. El ruido
que hicieron aquellos mortuorios objetos heló su sangre y erizó hasta el último
de sus cabellos: era el quejido de un alma en pena, y no el ceder de la tapa
ante la fuerza de la palanca, lo que se escuchaba. Un búho alzó vuelo desde la
rama de un árbol cercano y se perdió a lo lejos.
Eugenio temblaba. Podía escuchar el latido de su
corazón y cómo se aceleraban sus palpitaciones. “No pasa nada”, se dijo a sí
mismo intentando apaciguarse.
Se arrodilló junto al ataúd, abrió la tapa y la apartó
a un lado. Allí estaba, su hermano Pablo, tan muerto como la última vez que lo
había visto en la funeraria; sólo que más flaco, y cadavérico. Los ojos hundidos
en sus cuencas. Las manos huesudas. El olor a putrefacción, insoportable;
aunque a Eugenio no le importaba.
Recordó a lo que había ido allí, y quitó la cruz de
plata de entre las manos de Pablo.
Todavía arrodillado, miró fijamente la cruz, y miró nuevamente
al cadáver. Era muy distinto de cómo lo recordaba en vida. La barba estaba
crecida, al igual que el pelo y las uñas. El color de la piel no era el de una
persona viva.
Mientras lo observaba, los ojos de su hermano se
abrieron inmensamente, devolviéndole la mirada.
—¡Gracias! —le dijo la voz que, ahora, nacía de detrás
de la pared de tierra de aquella fosa recién excavada, y no de la garganta de
Pablo.
Antes de terminar de decirlo, el muerto se irguió a
medias y abrazó a Eugenio con todas sus fuerzas para no soltarlo; atrayéndolo
contra sí, buscando acostarlo contra él. El corazón le palpitaba a Eugenio como
nunca; intentó zafarse pero no pudo. Se ahogaba contra el pecho de su hermano.
La vida escapaba de su cuerpo sin poder evitarlo. Un pensamiento horrible cruzó
por su cabeza: “¡Voy a morir!”, deseaba gritarle a alguien; pero su boca estaba
apretada contra la camisa raída. Alcanzó a ver como los gusanos escapaban por
un hueco en el cuello de aquellos restos humanos. La idea le pareció espantosa.
Las palpitaciones se aceleraron y devino un infarto, ¿o fue porque ya no podía
respirar? Como sea. Muerto, el también.
Un temblor, surgido del mismo infierno, sacudió la
comarca entera. La tierra recién cavada cayó sobre la tumba hasta sellarla por
completo. Ambos, Eugenio y Pablo, tragados hacia las profundidades de lo eterno,
de la muerte sin retorno. Despuntó el alba y hubo paz en el cementerio.
Nadie en el pueblo supo, realmente, lo que pasó
aquella noche. Algunos de los que vivieron allí solían murmurar por lo bajo que
no es cierto que no haya que temerles a los muertos; muy por el contrario, son
capaces de cualquier cosa con tal de no yacer solos en sus tumbas. Sin
compañía, su descanso no puede ser eterno.
Un consejo: Si te llaman en la noche —los muertos—,
¡no les haga caso!
(Exclusivo del autor para esta página / Desde
ARGENTINA)
Pensador, escritor,
historiador, biógrafo, ensayista, humorista, periodista e informático, nacido
en 1970 en la provincia de Córdoba, Argentina; autor de medio centenar de
cuentos cortos de ficción; ha recopilado y dejado constancia escrita de parte
de la historia del Valle de Punilla (Sierras de Córdoba, Argentina), y de
algunos de los personajes que vivieron allí; autor de algunas notas de prensa,
y de numerosos pensamientos filosóficos y humorísticos publicados en twitter,
facebook y algunos blogs de escritores (incluidos los suyos propios); ha
publicado un brevísimo ensayo sobre los temas sociales en la Argentina de hoy; fue
disertante invitado en TEDx La Falda
2011 (evento de alcance internacional); y es miembro fundador del Club de
Escritores “Palabra sobre Palabra”. Tiene editadas tres antologías de ficción
como autor-editor; y otra próxima a publicarse. Actualmente, se ha volcado a la
creación de relatos breves que combinan el horror, la pasión y la locura; y está
escribiendo su primera novela de terror. reside en la falda, Provincia de Córdoba.
“El Rendar”, narrativa (1999 - 2000); “De Ángeles”, narrativa (2005 - 2007); “Introducción a Visual Studio .NET”, manual de programación (2004); “Juan Bialet Massé”, biografía (2008); “Historia del Norte de Punilla”, historia (2008); “¿Es posible acabar con los problemas sociales?”, ensayo (2011); “De amores y de locos”, narrativa (2012), próximo a publicars
FEDERICO GABRIEL RUDOLPH
Bibliografía (autoedición)
“El Rendar”, narrativa (1999 - 2000); “De Ángeles”, narrativa (2005 - 2007); “Introducción a Visual Studio .NET”, manual de programación (2004); “Juan Bialet Massé”, biografía (2008); “Historia del Norte de Punilla”, historia (2008); “¿Es posible acabar con los problemas sociales?”, ensayo (2011); “De amores y de locos”, narrativa (2012), próximo a publicars
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