jueves, 15 de noviembre de 2007

José Martí: ENTRE CARMEN y MARÍA


Una mirada a la relación afectiva del Héroe Nacional Cubano con Carmen Zayas Bazán, Carmen Miyares y María Mantilla.

Reinaldo Cedeño Pineda

El 9 de abril de 1895, José Martí tiene un pie en suelo haitiano y otro a bordo del carguero alemán Nordstrand, presto a zarpar hacia costas cubanas. Las primeras palabras del diario que la posteridad conocerá como De Cabo Haitiano a Dos Ríos, son notas de apremio, apenas unas líneas, como quien marca un destino. Sin embargo, ese propio día, escribe a María Mantilla una de las cartas más tiernas que he leído jamás. Con toda justeza ha sido considerada como su testamento íntimo.

"Y mi hijita ¿qué hace allá en el Norte, tan lejos? ¿Piensa en la verdad del mundo […]–en saber, para poder querer– […] ¿se sienta amorosa junto a su madre triste? ¿se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida?
[…] Yo amo a mi hijita. Quien no la ame así no la ama: Amor es delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto. ¿En qué piensa mi hijita? ¿Piensa en mí?" [1]

Luego, desfilan ante nuestros ojos los consejos del padrazo, sobre la mejor manera de traducir, de enseñar, y, sobre todo, de ser: “Mucha tienda, poca alma […] Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada”. [2]

Y ya hacia el final, funde en un abrazo estremecedor a María y a Carmen Miyares, su madre: “Pasa callada por entre la gente vanidosa. Tu alma es tu seda. Envuelve a tu madre y mímala, porque es grande honor haber venido de esa mujer al mundo”. [3]

Un poco antes, el 1 de abril, hay otra esquela ríspida, escrita tal vez desde la desolación; ¿destinario?... su hijo José Francisco Martí Zayas Bazán, “Pepito” Martí,[4] con quien había tenido la oportunidad de vivir pocas temporadas. El tiempo había pasado desde aquellos versos vanguardistas de Ismaelillo: “Él para mí es corona, / Almohada, espuela”, cuando “espantado de todo” buscaba refugio en su “príncipe enano”.

Ahora, esta breve epístola se dirige a un joven de quince años, a quien hacía cuatro no veía, tras la intempestiva huida de la madre de la ciudad de Nueva York, mediada la infausta ayuda de Enrique Trujillo.

"Hijo:
Esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, cuando deberías estar a mi lado. Al salir, pienso en ti. Si desaparezco en el camino, recibirás con esta carta la leontina que usó en vida tu padre. Adiós. Sé justo
Tu
JOSÉ MARTÍ" [5]

A María Mantilla no le dedicó un libro; pero cada epístola vale por tal. ¿Qué niño cubano no ha leído o ha recitado alguna vez, “Los zapaticos de rosa”, aquel poema dedicado explícitamente a Mademoiselle Marie, a la señorita María? ¿Quién no recuerda aquellos versos sencillos?:

Temblé una vez en la reja / A la entrada de la viña, / cuando la bárbara abeja / picó en la frente a mi niña”.

Es una historia real, un pasaje de Martí y María Mantilla, del que devendrá una fotografía bien conocida. Fue un pequeño susto que el talento lírico del cubano supo eternizar.

Las dos Carmen

El 3 de enero de 1880, llega Martí a Nueva York, luego de un viaje desde España –su segundo destierro– con escala en tierra francesa. Cinco días después, encuentra cobija en la casa de huéspedes de la calle 29 número 51 Este, a la sazón, la del matrimonio de Manuel Mantilla y Carmen Miyares, ambos santiagueros.
Blanche Zacharie de Baralt, [6] con juicio de primera mano, apunta del matrimonio Mantilla-Miyares:

"Mantilla tenía un comercio de tabaco, que según parece, no producía lo suficiente y menos desde que andaba quebrantada su salud al punto de ser casi un inválido.
Carmita, más joven y llena de energías, suplementaba las escasas ganancias del marido, aceptando en su casa algunos huéspedes… la vida en la emigración era difícil y los Mantilla tenían entonces tres hijos que mantener: Manuel de nueve años de edad, Carmita de siete y Ernesto de tres. María, la más chica, no había nacido todavía.
Había dejado atrás a la esposa, al hijo de su adoración, los padres, la patria y se encontraba sin brújula, sin saber como iba a orientarse en una tierra extranjera.
La casa de Mantilla se le ofreció como un hogar […]"[7]

María del Carmen Miyares y Peoli había nacido el 8 de octubre de 1848, apenas sobre pasaba los treinta años cuando José Martí la conoce. Su familia era de tradición combativa y América se cruzaba en su sangre. Su padre, Carlos Miyares Egui, era natural de Puerto Rico y sostenía ideas separatistas; en tanto su madre, Socorro Peoli y Mancebo, vio la luz en La Habana y era descendiente de “aquellos famosos héroes corsos, los hermanos Peoli”,[8] quienes habían luchado contra Génova y contra la misma Francia por llevar la independencia a su natal Córcega. El aura de libertad le venía en la médula.

Venezuela, cuna de los abuelos paternos fue siempre una segunda patria para la joven. En ella vivirá hasta la adolescencia. A los dieciséis queda huérfana de padre y madre. La vida vuelve a girar cuando contrae matrimonio a los veintiuno con Manuel Mantilla, “apremiada posiblemente por el bienestar económico de su familia, pues el novio era varias veces mayor que ella” [9] y este le ayudó a criar al resto de sus hermanos pequeños.

Zacharie sabe pintar las bondades de Carmen Miyares:

“Era animosa […] robusta, siempre dispuesta a ayudar a los demás; su gran corazón era refugio y consuelo de tristes […] el carácter de Carmita era un champagne […] no he conocido un alma más caritativa y abnegada”.[10]

Gonzalo de Quesada dejará sus impresiones, desde una visión masculina:

“Reside su mayor encanto, más que en su figura airosa, en el poco común equilibrio de carácter, reflejado en la singular serenidad de su rostro, de salientes pómulos, en la gracia natural del ademán y la innata amabilidad […]”[11]

Todavía Martí volará un tiempo en alas de la felicidad, cuando ve arribar a su esposa Carmen Zayas Bazán e Hidalgo, junto a su hijo. Es 3 de marzo de 1880 en Nueva York. Él mismo nos entrega una descripción inequívoca, la del esposo rendido ante su belleza:

“Tiene el color blanco anacarado, los labios de un punzó natural, con la suavidad de terciopelo, los ojos pardos rasgados, con mirada angelical y el cabello de ese color castaño dorado, como lo pintaba Tiziano […]”[12]

La camagüeyana era hija del abogado Francisco Zayas Bazán, “pagado de su alcurnia”[13] y “la atracción por Pepe fue casi instantánea”,[14] mientras el visitante compartía con su padre partidas de ajedrez. Desafió Carmen la oposición familiar y contrajo matrimonio en México en 1877, un Martí de veinticinco años. Según Mañach, “había encontrado en ella la prestancia tradicional y el fragante señorío de las mujeres del Camagüey”.[15]

Tras partir de México, va a Guatemala con promesas ciertas de trabajo; pero la estabilidad es efímera. Hombre de honor, entiende su deber renunciar a su único sustento –el cargo de profesor– en solidaridad con su amigo José María Izaguirre, gracias al cual ha podido formar parte de la Escuela Normal.

Las dificultades económicas se ciernen sobre el joven matrimonio, deben partir inmediatamente hasta Honduras. Y hay sacrificios: “Carmen […] le entrega sus prendas que empeñan para hacer el viaje. Y a mediados de 1878 atraviesa en una mula las accidentadas leguas desde la capital de Guatemala hasta Livingstone, en duras jornadas para Carmen, bajo cuyo seno late una nueva vida […]”[16]

El amor en botón se trunca. Carmen nunca logró asimilar la intensidad y altura de la labor patriótica de Pepe. Entendió que le robaba tiempo y recursos para el ámbito familiar; desde su óptica de esposa y de madre, desde su educación doméstica, lo imprescindible. Y ante las nuevas carencias, pondrá mar por medio y los reproches serán duros: “no se le da la vida a un ser, sino para sacrificarse por él”.[17]

Lo íntimo y lo público se le volverán antagónicos e irreconciliables:

“Carmen no admite más pensamiento que su casa. Y Martí sueña con un casa más grande”.[18] Ella viajará tres veces a los Estados Unidos, intentado salvar el matrimonio desde su posición; pero “[…] la situación creada era irreversible […] Carmen, no obstante […] mantuvo una impecable fidelidad, a pesar del desenlace de aquella unión desdichada.

Falleció en La Habana, el 15 de enero de 1928”.[19]

A mi modo de ver, Leonardo Griñán Peralta asume tesis arriesgadas, juicios demasiados categóricos: “Es de creer que el amor que Martí sintió por Carmen Zayas Bazán estuvo más cerca del amor instintivo que el de la amistad amorosa. Diríase que en vez de elegirla, corrió hacia ella […]” [20] Y continúa: “era ella de aquellas mujeres que ponen a sus maridos en la necesidad de buscar en otra mujer las cualidades que no tiene la que no le entiende su dolor, ni le admira su virtud, ni le estimula el juicio”.[21]

No hay que pasar por alto, sin embargo, que en las cartas a su amigo mexicano Manuel Mercado, al menos en las de 1877, hay un hombre enamorado: “Voy lleno de Carmen, que es ir lleno de fuerza”[22]. Y más: “la presencia de Carmen me es indispensable. Ejerce ella en mi espíritu una suave influencia fortificante que creo ahora que bien pudiera ponerse por encima de la misma nostalgia de la patria, la nostalgia del amor. No es pasión frenética […] es como atadura y vertimiento de todo su espíritu en mi espíritu”.[23]

¿Cómo olvidar los versos escritos en ese mismo período?:

“Es tan bella mi Carmen es tan bella, / Que si el cielo la atmósfera vacía / Dejase de su luz dice una estrella / Que en el alma de Carmen la hallaría”.[24]

El amor sobrevive aún cuando avizora lo que a la larga resultará inevitable: la separación. Estas son sus palabras de 1880: “Carmen no comparte, con estos juicios del presente que no siempre alcanzan al futuro, mi devoción a mis tareas de hoy. Pero compensa estas pequeñas injusticias con su cariño siempre tierno y con una exquisita consagración a esta delicada criatura que nuestra buena fortuna nos dio por hijo”;[25] mas las contradicciones se agravan, la presencia de la esposa en la urbe norteamericana apenas alcanzará los siete meses.

Mañach intenta resumirlo: “Después de su trabajo agotador del día, las noches y la salud se le van en juntas [A Martí]. Carmen ceñuda, suspira. Invocará él solemnes compromisos: la dignidad, el destino, la patria. Ella; la tranquilidad, el porvenir, el hijo […]”. [26]

El 21 de octubre de 1880 la esposa decide volver a la Isla. Siete días después, nacerá María Mantilla, de quien Martí será su padrino. Llevaba poco más de diez meses en Nueva York.

“Las compañeras de mi soledad”

María Mantilla a solicitud de Zacharie de Baralt le remite su evocación sobre Carmen Miyares. Han transcurrido muchos años, es ya 1944: “Él encontró en mamá todo el consuelo, apoyo, cariño y calor que jamás encontró en su propia mujer. Su cariño por mí fue muy grande y yo vivo orgullosa de ese cariño y del privilegio que fue para mí vivir todos esos años de mi niñez a su lado. Hombres como él hay pocos en el mundo”.[27]

Tampoco podrán sobrevolarse, los apuntes de Gonzalo de Quesada. Verdad es que se trata de impresiones… mas, ¿cómo aquilatar aquel cariño inmenso que unía a Martí y a Carmen Miyares, después de leerlos?

La referencia es aquí la travesía a bordo del Athos hasta Santo Domingo, un viaje que el Apóstol presentía como el último: “Desde el vapor, su corazón se estremecía de nostalgia por la noble mujer lejana, allá en Nueva York, por la única que fue, en realidad, su compañera abnegada, la que supo consolarlo en sus horas de soledad y desespero y caminar con él, la frente alta, calladamente, sin esperanza alguna de fama o recompensa, por la senda de espinas y abrojos”. [28]


A su madre le escribe en 1894 una misiva, una confesión: “Allá dejo a Carmita, en Central Valley, que es un cesto de colinas, donde, en verano, al menos, se puede vivir en pobreza alegre […] No he conocido humildad y honradez como la de Carmita”.[29]

Martí se permite un paréntesis neoyorquino para la llegada de su madre a finales de 1887 (permaneció hasta el epílogo de enero del año siguiente). En esa ocasión, recibe de sus manos el anillo de hierro, hecho con un eslabón del grillete que llevó en la prisión. Tenía la palabra Cuba grabada, como un recordatorio permanente del horror colonial y de su misión independentista.

El testimonio de Gonzalo de Quesada apunta a una comunión familiar: “[…] tiempo ha que Doña Leonor está ganada por la bondad de Carmita Mantilla [se refiere a Carmen Miyares] siente por ella gratitud de madre por ser aquella mujer generosa, la única que le escribiera siempre sobre el hijo […] con rara ternura mima la severa anciana las niñas, sienta con predilección sobre sus viejas rodillas a María […]”[30]

Mañach había apuntado ese consuelo de hogar: “Manuel Mantilla había muerto ya, y Carmita, animosa y comprensiva, lograba siempre reparar en el ánimo comprensivo de Martí, los estragos de la soledad. Su hija menor, María, había heredado la simpatía vivaz y la clara inteligencia de la madre, y hacia ella se fueron canalizando los 'riachuelos de ternura' que nunca habían podido anegar a Ismaelillo. Aquella casa era para Martí el hogar sustituto”.[31]

Los investigadores han encontrado un borrador de una carta dirigida a Victoria Smith, prima de Carmen Miyares. Martí se refiere al tema de la afectividad entre él y la patriota:

[…] Carmita no tiene, sean cuales sean mis sucesos y aficiones, un amigo más seguro y más cuidadoso de su bien parecer que yo […] No solo tiene V. el derecho, sino el deber, de procurar que no sea Carmita desventurada; y si sospecha V. que quiere a un hombre pobre, casado y poco preparado para sacar de la vida grandes ganancias, haría V. una obra recomendable urgiéndola a salir de su afición desventajosa.

[…] Ni Carmita ni yo hemos dado un solo paso, que no hubiera dado ella naturalmente, a no haber vivido yo, o que en el grado de responsabilidad moral, de piedad, si V. quiere, que su situación debe inspirar a todo hombre bueno, no hubiera debido hacer un amigo íntimo de la casa, que no lo es más que cuando vivía el esposo de Carmita.[32]

Sin embargo, cuando la Miyares se entera de la muerte de Martí por los diarios, destila un dolor inconmensurable. Así escribe a su amiga Irene Pintó:

“¡Figúrate qué haré de mi vida sin Martí, el afecto más grande de mi vida, toda mi felicidad se ha ido con él: ya para mí el cielo se eclipsó y viviré en eterna tiniebla […]”.[33]

No hay razones para creer que son meras palabras.

Carmen Miyares sobrevivirá largamente a Martí. Había trabajado para buscar fondos en la Revolución de 1895. Durante la República, clamó ayuda para doña Leonor Pérez, la madre del héroe; para ello se dirigió al mismísimo Tomás Estrada Palma. El 17 de abril de 1925, la muerte le sorprende a los setenta y siete años. La Patria la ilumina, por noble y por cubana.

José Martí vivió en la agitación neoyorquina, como un alambre vivo, quince años de labor revolucionaria y creadora. Cuando el héroe pisa tierra cubana en 1895 –y un poco antes– las cartas se suceden con una carga de terneza indescriptible. Las dirige con delicadeza a “Carmen Miyares de Mantilla y sus hijos”; Manuel Mantilla ha muerto una década antes, el 18 de febrero de 1885.

Son cartas definitivas que –leídas con atención– despejan pasajes de su vida. En una de las escritas a Carmen Mantilla, la hermana de María, le dice: “Tú sabes que la pureza y la lealtad son la dicha única. Hay pocas almas tan capaces como la tuya de fidelidad, que es la aristocracia verdadera. Deja que la gente vanidosa e infeliz se entretenga royendo los huesos del mundo […] levántate de donde están los malignos y los ociosos y no dejes de crecer un solo día.”[34]

Cuando se trata de María Mantilla, el ansia paternal se le desborda, la nostalgia rezuma por todos sus costados: “¿Y cómo no te querré yo, que te llevo siempre a mi lado, que te busco cuando me siento a la mesa, que cuanto leo y veo te lo quiero decir, que no me levanto sin apoyarme en tu mano ni me acuesto sin cuidar ni acariciar tu cabeza?”.[35]

No hay una sola vez que no le recomiende a su niña amada cuidar a su madre con devoción. Desde Santiago de Los Caballeros, República Dominicana, el papel es consuelo y petición: “Yo te necesito más mientras menos te veo […] Haz tú como yo: haz algo bueno cada día […] y no le dejes sólo el pensamiento a tu mamá. Rodéala y cuídala.”[36].

Y desde la otra parte de la isla, desde Cabo Haitiano, insiste: “Mi María: ¿Y cómo me doblo yo, y me encojo bien, y voy dentro de esta carta, a darte un abrazo? (…) Que tu madre sienta todos los días el calor de tus brazos. Que no hagas nunca nada que me dé tristeza, o yo no quisiera que tú hicieses. Que te respeten todos por decorosa y estudiosa.”[37]


Unos días antes, el 16 de abril, escribirá una carta trascendental, pues en ella acrisola de una vez lo que han sido para él, Carmen Miyares y María Mantilla. Desde la jurisdicción de Baracoa les narra que ya se les secaron las ampollas del remo tras el accidentado desembarco en Playitas. Y llega el testimonio de su puño y letra: “véanme vivo y fuerte y amando más que nunca a las compañeras de mi soledad, a la medicina de mis amarguras”.[38]

“Soy la hija de Martí”

No debemos ignorar la correspondencia cruzada entre María Mantilla y Gonzalo de Quesada y Miranda[39] en 1959. La declaración del doctor Alfredo Vicente, quien se anuncia como presunto nieto del Héroe Nacional, fue la chispa que encendió la llama. Allí quedará escrito por primera vez –si bien en un ámbito cerrado– el reconocimiento tácito de María Mantilla como hija carnal:

"Yo, como usted sabe soy la hija de Martí, y mis 4 hijos: María Teresa, César, Graciela y Eduardo Romero, son los únicos nietos de José Martí […] Y también quiero dar a conocer los nombres de los cuatro biznietos de Martí. Robert y Holly Hope –hijos de Graciela, y Victoria María y Martí, las hijas de Eduardo […] No me quedan muchos años más de vida, quiero dar a conocer al mundo este secreto que guardo en mi corazón con tanto orgullo y satisfacción.[40]

En respuesta, y también con carácter confidencial, Gonzalo escribe a María Mantilla de Romero: “Todos sabemos que usted lo es, y que si por ejemplo nosotros los Quesada nunca lo hemos expresado públicamente es porque no ha sido hasta ahora en que usted autoriza y hasta desea que se haga saber”.[41]

Emergen inevitablemente tras esas palabras, interrogantes que no escapan al ojo avizor del investigador y hasta se presentan congruentes, si por esa vía mueven a la reflexión, a un análisis múltiple, dejando fuera cualquier irresponsable especulación. Y admito que podrá haber más preguntas que respuestas….

¿Por qué esperó María la aparición de ese supuesto nieto para revelar el “secreto”? ¿No lo hubiera dado a conocer nunca si no hubiese aparecido aquel? ¿Habrá que reducirlo todo a “una iniciativa publicitaria de María Mantilla”?[42]

¿O tendremos que suscribir la consideración de que su apego hacia Martí “parece haber crecido más bien a medida que la leyenda rodeó ascendentemente la memoria del héroe”?[43] ¿Podrá ser gratuita la afirmación de Gonzalo de Quesada –tratándose de semejante tema– al reafirmar la condición de hija de María Mantilla con aquel tremendo “todos sabemos que usted lo es”?

Una segunda carta de la Mantilla, reflexiona más cautamente sobre el tema: “Realizo [sic] la gravedad de este asunto y quiero evitar toda publicidad innecesaria é incriminante y por este motivo he pensado mejor no publicar esas cartas dirigidas á usted”.[44]

¿Por qué queda inconclusa, entonces, la autorización “expresa y exclusiva para dar a conocer esa noticia”[45] en el ámbito público cubano, tal como le solicita Gonzalo de Quesada?

Poco sabemos de las conversaciones familiares entre madre e hija, aunque parece natural que, en la intimidad, hablasen de aquellos seres caros a sus afectos. Vivió muchos años en Nueva York con su madre; y contrajo matrimonio con César Julio Romero, comandante del Ejército Libertador Cubano.

La Mantilla fallece, ya octogenaria (1962) en Los Ángeles, California. En los obituarios de los periódicos de dicha ciudad, aparecerá como María Martí. Nydia Sarabia recoge otro testimonio formidable, el de María Teresa Bances,[46] viuda de Pepito Martí Afirma la periodista que le dio esas declaraciones bajo promesa de que no se publicarían mientras ella viviera. La aseveración cuenta las impresiones del banquete presidencial al que asiste en enero de 1953, en conmemoración del centenario del natalicio de Martí:

Cuál no sería mi sorpresa al anunciar la llegada de María Mantilla. Cuando la vi por primera vez en persona y bastante cerca, me impresionó el parecido que tenía con Pepe Martí, mi esposo, ya fallecido.
No podía creer que ese parecido físico guardara relación con Pepe. A medida que la veía conversar con los que la rodeaban me percataba que en sus ademanes, su sonrisa, su forma hasta de sentarse, aparte del parecido físico, como la cara, las manos, eran tan iguales a las de Pepe Martí, que no pude por menos que convencerme que existía un parentesco entre ambos
.[47]

Martí cae “entre un dagame y un fustete se cierra el marco de su muerte, deja de latir su corazón, sobre el cual lleva como tierno talismán, un retrato de María Mantilla”.[48]

El 27 de mayo de 1895, mientras el cadáver del héroe era expuesto en una tosca parihuela en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, “María Mantilla recibe en Nueva York, la carta que Martí le había escrito semanas antes diciéndole que llevaba su retrato sobre el corazón, como un escudo contra las balas”.[49]

Y eso no es poco.

No lo neguemos: a los héroes el tiempo les quita su condición de comunes mortales y los envuelve en el halo de su grandeza –merecida–. El caso martiano es aún más extraordinario, porque en él se acrisola justamente nuestra propia nacionalidad, como un espejo.

Martí lleva lo arcangélico que le viese Gabriela Mistral, pero la pureza de su obra magna no debe hurtarnos al Martí “con las apetencias propias de un varón pleno”,[50] porque sería ignorar ramplonamente sus circunstancias. No deben olvidarse los textos martianos sobre el ámbito del amor carnal y el sexo.

Un pensamiento cargado de hondura, despojado de prejuicios, con indudables visos de futuridad, cuando escribe: “Lo que se tiene por lujuria no es más muchas veces que el horror a la soledad, la necesidad de la belleza […] Y el pensamiento desolado, por conservar su dignidad y justicia, acude a una nueva distracción, nueva y violenta que le cambie el rumbo y lo salve del encono. –Y he aquí una inmoralidad relativa que ayude a la moralidad suprema.–”[51]

Y esta frase de su Cuaderno de Apuntes:

“¡Y tantas cosas nobles como pudieran hacerse en vida! Pero tenemos estómago. Y ese otro estómago que cuelga y que suele tener hambres terribles”.[52]

Amén de que pudiesen aparecer nuevos documentos o escogerse vías exploratorias de la modernidad, cada interpretación sobre su vida, ha de estar respaldada por sólidos argumentos. La investigación martiana no conoce finitud.

Se desbordan los ardores, pero no es posible aquilatar al Martí patriota obviando al de carne y hueso. En ello no cabe simplismo alguno, pero tampoco espurias reticencias. Martí es de todos los cubanos que le quieren, que le queremos, y, por supuesto, de quienes, en su época, supieron amarle o levantarle. Martí funde la “desbordante existencia verídica y el extraordinario modelo ideal que continúa siendo”[53]. Es el amor múltiple y acrisolado, la ética afincada en las esencias lo que integra la identidad de esta Isla.

Una visita histórica

Como en un juego de espejos, en febrero de 2004, las nietas de María Mantilla visitan Santiago de Cuba. Victoria Romero, maestra que reside en Islas Hawai y Martí Margarita (nada menos que Martí como nombre), californiana y ama de casa.

Recibieron explicaciones acerca de los vínculos del héroe con las familias santiagueras, el intercambio epistolar desde el exilio y las relaciones con los Sellén, los Collazo, y, por supuesto, los Miyares Peoli y Mantilla. Recorrieron sitios vinculados al Maestro, incluido Dos Ríos; y visiblemente emocionadas, depositaron una ofrenda floral ante el mausoleo en la necrópolis de Santa Ifigenia:

Martí Margarita:

Estamos recibiendo, tal vez, la clase más grande de historia que no hemos tenido en casa. Hay tanta historia en esta Isla que hemos estado inundados de información, de nombres, fechas, lugares…. Fuimos a ver tantos monumentos y cada uno de ellos era más emocionante que el que habíamos visitado anteriormente. Conocimos a los descendientes de Maceo, lo que fue muy emotivo para nosotras y ahora tenemos que absorber todo eso. [54]

Victoria Romero:

Me ha causado grata impresión el mausoleo, es extraordinario, sobrepasa las ideas de lo que pensamos íbamos a ver, pensé que era simplemente como en las fotos que habíamos visto en las revistas, pensé que iba a ser muy modesto, pero esto realmente es un hermoso homenaje a José Martí, es precioso. Ojalá a la abuela le hubiera sido posible estar aquí y participar en esto y vamos a llevar a nuestra casa muchos recuerdos, muchas ideas para nuestro padre. [55]

Y agregó:

Tengo que ser realmente honesta con ustedes. Somos simples madres y esposas, y no somos especiales. Créanme, esto es una experiencia única para nosotros. Perdónennos si titubeamos un poco en nuestras palabras, si no nos viene a la mente la expresión ideal, pero esto es tan sólo nuestro comienzo con respecto al futuro y a Cuba. Tengo muchas ideas. Estamos planteando un estudio sobre nuestra bisabuela (Carmen Miyares) y nuestra abuela (María Mantilla). Vamos a buscar más fotos en los álbumes de nuestros familiares y creo que la próxima vez que vengamos, vamos a venir mejor preparadas…

Las lágrimas fueron inevitables. La historia, persistente en su pacto de amor. El homenaje
–al fin– de Carmen y María.

Notas
[1] José Martí: “Carta a María Mantilla, 9 de abril de 1895”, en Obras Escogidas, Tomo III, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1992, p. 524.
[2] Ibid., p. 527.
[3] Ibid., p. 528. [El destacado es nuestro]
[4] José Francisco Martí Zayas- Bazán (Pepito Martí), al enterarse de la muerte de su padre, se enroló en una expedición para Cuba, se incorporó a la guerra como soldado, bajo las órdenes de Calixto García. Participó en la toma de Las Tunas, y la explosión de la pieza que operaba le afectó sus facultades auditivas para siempre. Acabó con los grados de capitán por méritos propios. En el período republicano ingresó en las Fuerzas Armadas, y mantuvo una actitud de honor y decencia hasta 1921 en que se resiente su salud. No tuvo descendencia. Falleció en la capital cubana el 22 de octubre de 1945.
[5] José Martí: “Carta a su hijo, 1 de abril de 1895”, en Obras Escogidas, Tomo III, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 523.
[6]Blanche Zacharie de Baralt (Nueva York, 17 de marzo de 1865–Canadá, 16 de noviembre de 1947). Se casó con el patriota e intelectual cubano, también santiaguero, Luis A. Baralt y Peoli. Formó parte de la Cruz Roja Cubana y resultó la primera mujer graduada de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana en 1902. El Martí que yo conocí lo escribió en 1945.
[7] Blanche Zacharie de Baralt: El Martí que yo conocí, Centro de Estudios Martianos, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1990. pp. 47-48. [El destacado es nuestro]
[8] Ibid.,p. 53.
[9] Nydia Sarabia: La patriota del silencio, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990, p. 27. Sin embargo, según Zacharie de Baralt, Manuel Mantilla nació en 1843, por lo que sólo le llevaría cinco años más a Carmen Miyares.
[10] Blanche Zacharie de Baralt: Op.cit., p.55.
[11] Gonzalo de Quesada y Miranda: Martí, hombre, Seoane Fernández. y Cía., Impresores, Compostela, La Habana, 1940, p. 90.
[12] José Martí citado por Gonzalo de Quesada en Op.cit., p. 90 [No señala otros detalles]
[13] Gonzalo de Quesada y Miranda: Op. cit., p. 89.
[14] Ibid.
[15] Jorge Mañach: Martí El Apóstol, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990, p.77. En el prólogo de Luis Toledo Sande, se admiten varias consideraciones sobre el volumen, incluidas las opiniones de José Antonio Portuondo, que le señala al autor su “novelización de la vida sentimental de Martí […] sustituyendo la estatua de mármol por el hombre transido de pasión insatisfecha que buscó en diversas mujeres el complemento indispensable […]”. Sin embargo, el propio Toledo Sande repara en que “estos últimos extremos interpretativos le van mejor a su continuadores que al propio Mañach”, y en que “no es necesario ni humanizar ni idealizar lo que a un tiempo fue desbordante existencia verídica y el extraordinario modelo ideal que continúa siendo”. Se le señala al volumen la falta de una mayor exigencia historiográfica; mas Gabriela Mistral alabó como un mérito de Martí El Apóstol, “la ración de subjetividad que el biógrafo fino dará siempre”. Vuelve a destacar el prologuista: “vale insistir en que le corresponde a Mañach el mérito de situarse entre los primeros en haber intentado […] la posibilidad de ofrecer a los lectores un reflejo de conjunto
–y con las virtudes ya señaladas– de la vida de Martí”
[16] Gonzalo de Quesada y Miranda: Op.cit., p. 107. Ramiro Valdés Galarraga apunta en José Martí, sus padres y las siete hermanas, Editorial José Martí, La Habana, 2002, p. 121, que Carmen tenía ya seis meses en estado de gestación.
[17] Gonzalo de Quesada: Ibid., p. 141. Carta de Carmen Zayas Bazán a José Martí,1881 [No señala otros detalles]
[18] Jorge Mañach: Op.cit.,p. 128.
[19] Ramiro Valdés Galarraga: José Martí, sus padres y las siete hermanas, Editorial José Martí, La Habana, 2002, p. 12.
[20] Leonardo Griñán Peralta: Psicografía de José Martí, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2002, p. 9. El volumen permaneció inédito por muchas décadas y la investigación posterior lo sobrepasó en varios aspectos, como bien apunta el historiador Israel Escalona, su prologuista. Sin embargo, también escribe: […] el esfuerzo de Griñán Peralta por descifrar el sesgo de las relaciones afectivas sostenidas por Martí conservan su utilidad y novedad […] Ninguno de los argumentos expuestos por Griñán Peralta pueden acusarse de ligereza”.
[21] Leonardo Griñán Peralta: Ibid., p.13.
[22] José Martí: “Carta a Manuel Mercado, Habana, 1 de enero, 1877”, en Obras Completas, Tomo 20, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p.20. [El destacado es nuestro].
[23] José Martí: “Carta a Manuel Mercado, 22 de enero, 1877”, en Op. cit., p. 20.
[24] José Martí: “Carmen” en Obras Completas, Tomo 17, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973, p. 133.
[25] José Martí: “Carta a Manuel Mercado, 6 de mayo de 1880”, en Obras Completas, Tomo 20, Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1973, p. 222.
[26] Jorge Mañach: Op. cit., p. 124.
[27]María Mantilla citada en Blanche Zacharie de Baralt: Op. cit., p.56. [El destacado es nuestro]
[28] Gonzalo de Quesada y Miranda: Op cit., p. 251.
[29] José Martí: “Carta a la madre. Mayo 15 de 1894”, en Obras Escogidas, Tomo III. Editorial de Ciencias Sociales, p. 365. [El destacado es nuestro]
[30] Gonzalo de Quesada y Miranda. Op.cit., p.195.
[31] Jorge Mañach: Op. cit., p. 158.
[32] Borrador de la carta a Victoria Smith, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, N.12, Centro de Estudios Martianos, Imprenta Urselia Díaz Báez, Ministerio de Cultura, 1989, pp. 19-20.
[33] Nydia Sarabia: Op.cit., p.70. Carta de Carmen Miyares a Irene Pintó desde Central Valley, junio 19 de 1895. [El destacado es nuestro]
[34]José Martí: “Carta a Carmen Mantilla, Febrero 2, 1895”, en Obras Escogidas, Tomo III, Editorial de Ciencias Sociales, p. 473. [El destacado es nuestro]
[35] José Martí: “Carta a María Mantilla, Febrero, 2, 1895”, en Obras Escogidas, Tomo III, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p.474.
[36] José Martí: “Carta a María Mantilla, Santiago de los Caballeros, 19 Feb. 1895”, en Obras Escogidas, Tomo III. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 500. [El destacado es nuestro]
[37] José Martí: “Carta a María Mantilla, Cabo Haitiano, marzo de 1895”, en Obras Escogidas, Tomo III, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 503.
[38]José Martí: “Carta a Carmen Miyares de Mantilla y sus hijos, Jurisdicción de Baracoa, 16 de abril de 1895”, en Obras Escogidas, Tomo III, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, p. 571.
[39]Gonzalo de Quesada y Miranda. Hijo de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, amigo y albacea de Martí, a quien tocó seguir la obra de su padre y dar a conocer la vida del Maestro y su extensa papelería.
[40] “Carta de María Mantilla dirigida desde Los Ángeles en febrero 12, 1959 a Gonzalo de Quesada”, en Nydia Sarabia: Op. cit., p. 99. [El destacado es nuestro]
[41] “Carta de Gonzalo de Quesada a María Mantilla. 16 de febrero de 1959”, en Nydia Sarabia: Op.cit., p.100. [El destacado es nuestro]
[42] Luis Toledo Sande: Cesto de llamas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 2000, p.180.
[43] Ibid., p. 179.
[44] “Carta de María Mantilla a Gonzalo, Marzo 1- 1959” en Nydia Sarabia: Op. cit., p.102.
[45] “Carta de Gonzalo de Quesada a María Mantilla del 16 de febrero de 1959”, en Nydia Sarabia: Op. cit., p.102.
[46] María Teresa Bances y Fernández-Criado (Teté Bances) nació en La Habana el 8 de febrero de 1890. Su padre era banquero y fue educada por institutrices extranjeras. Políglota. Contrajo nupcias con José Francisco Martí el 21 de febrero de 1916 y no tuvieron hijos. Fue fundadora de la Cruz Roja. Vivió en la casona colonial del Vedado hasta su muerte. La residencia es hoy la sede del Centro de Estudios Martianos.
[47] Nydia Sarabia: Op. cit., p. 96.
[48]Gonzalo de Quesada y Miranda: Martí, hombre, Seoane Fernández y Cía. Impresores, Compostela, 661, La Habana 1940, p. 272.
[49]Jorge Mañach: Op.cit., p. 240.
[50] Luis Toledo Sande: Op. cit. p.184.
[51] José Martí: Obras Completas, Tomo 22, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p.280.
[52] José Martí: Obras Completas, Tomo 21, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 160.
[53] Luis Toledo Sande: “Para una nueva lectura de Martí, El Apóstol” en Jorge Mañach: Op.cit., Sociales, p. XXIV.
[54] Grabación realizada a la nieta de María Mantilla durante su visita a la ciudad.
[55]Elvira Orozco Vital: “Tras las huellas del cariño” artículo en CMKC, link digital ww.cmkc.co.cu/2004/Cultura/a9.htm

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