Reinaldo Cedeño Pineda
Nunca pensé que la haría llorar.
Era uno de esos programas nocturnos de la radio, con música y opiniones. El tema central era la fidelidad amorosa… nada menos. Y la locutora solicitaba mi colaboración.
Mi teléfono sería el micrófono.
Cuando le comenté al aire que no creía en la fidelidad, su tono, habitualmente comunicativo, se apagó. A desgana aceptó mis teorías, y terminó el espacio… como pudo.
Pocos minutos después, me hizo una llamada que nunca he podido olvidar:
-Eso no se dice. Usted, me destruyó el programa. Y me colgó, sin más contemplaciones.
Desde entonces, he decidido ser más cauto al hablar del tema. Otras espinas me han tocado; pero nunca he creído en el silencio como opción. Aquí, en confianza, es hora de verter mis opiniones. Y no hay Rey que pueda callarme.
Con demasiada frecuencia olvidamos que los humanos somos también seres biológicos del orden de los mamíferos. Y que un pequeñísimo porciento de ellos, practica la fidelidad.
La monogamia es una opción pequeña dentro de la naturaleza. Ahí están los cetáceos y ciertas aves; pero algunas creencias han caído.
Una cosa es tener un solo compañero de por vida en un espacio defendido; y otra muy diferente, tener la opción de otra pareja y no aceptarla. Muchos animales monógamos no han resistido la prueba.
Pero no es el tema y no absolutizamos. Los humanos tenemos los componentes sicológicos y sociales que nos diferencian.
En mi etapa universitaria, tuve el privilegio de compartir con estudiantes africanos, árabes y sudamericanos. Los primeros, donde no es extraño el matrimonio de un hombre con varias esposas, nos tildaban de hipócritas:
-Ustedes se casan con una sola mujer; pero siempre están buscando otras… por detrás.
-Tenemos costumbres diferentes, afirmé.
Y es que en el tema de la fidelidad, los aspectos culturales y religiosos desempeñan un papel nada despreciable. La sociedad occidental en su devenir, fue imponiendo términos, a mi modo de ver, más cercanos al ideal que a la realidad demostrable.
No he viajado a los países escandinavos; pero es comentada su “flexibilidad” en materia amorosa, vista desde otros ojos. Incluso, leía una vez que el mantenimiento de un matrimonio latino en Suecia, se había convertido en una “excentricidad”. Chocaban dos maneras de ver la vida.
¿Habrán resuelto africanos y suecos, la tozudez de otras sociedades en las relaciones íntimas?
El concepto práctico de fidelidad suele restringirse al cuerpo y a su intimidad con una sola persona. Los “pensamientos pecaminosos” o la imaginación desbordada, la infidelidad desde la mente no suele considerarse tal, al menos siempre que no se confiese.
Sin embargo, la fidelidad es una construcción intelectual, una convención social que se acepta a la luz pública, pero cuya verificación individual hace aguas.
La fidelidad parte de supuestos, de aquellos que consideran la conducta humana lineal o predecible… pero los humanos, afortunadamente, no somos así.
Cuando se afirma te amo, puede ser una verdad rotunda, justo en ese momento. Prolongar el estado de gracia en el tiempo, puede ser una condición bien arriesgada.
La fidelidad es un rejuego social que nos envuelve, queramos o no. En consecuencia, es aceptada como una posición “civilizada”; mas en la práctica, se estira y acomoda a conveniencia.
La infidelidad es la salida personal a una dictadura social.
Traigo más preguntas que respuestas.
¿Por qué si la fidelidad es hermosa, es aceptada a nivel social y es conveniente… tantos, en tantos lugares y en tantas épocas, suelen violarla?
¿Estaremos los humanos “diseñados” físicamente para una sola relación sexual con una pareja, por un tiempo prolongado?
¿Estamos hechos para la monogamia?
¿Estaremos “construidos” mentalmente para practicarla?
¿Es la fidelidad, una condición natural; y en consecuencia, la infidelidad, una posición antinatural?
Aunque algunos especialistas ya han respondido a interrogantes similares, son preferibles las respuestas propias, derivadas de la observación y la experiencia.
Fidelidad y matrimonio no son sinónimos. Sobran los ejemplos para demostrarlo.
¿Los “deslices”, “canas al aire” o “aventurillas sexuales” son parte del rejuego social de la fidelidad… son tomadas, acaso, como males menores en pro de mantener esa fidelidad mayor?
¿No demuestra eso, a cada paso, la insostenibilidad del concepto?
El concepto de fidelidad es, ante todo, una herencia cultural.
Matrimonio, amor y fidelidad: he ahí tres temas que se parecen, que pueden tocarse, mas no son lo mismo. En absoluto.
El matrimonio es una relación íntima de respeto y ayuda entre dos personas (obsérvese que digo entre dos personas) que debería excluir la condición de mantener una fidelidad prístina e inmaculada, tantas veces al borde del imposible. Incluso, aunque tácitamente no se exprese.
Tal vez esas consideraciones disminuirían los crímenes pasionales, los suicidios y las riñas tan frecuentes entre las parejas.
El amor es otra cosa. Va más allá de la fidelidad, aunque pueda parecer contraproducente en una primera lectura, sin negar que un hecho concreto pueda conmoverlo.
En su fuero interno, el amor sabe que la fidelidad es una estatua de humo y por eso puede hallar “el mecanismo de disculpa”. Lo hace, porque se ha regado la flor durante mucho tiempo y eso la hace distinta, porque el amor es algo demasiado valioso para hacerle depender de una quimera.
El amor puede hallar “el mecanismo de recuperación”, porque no hay robots disponibles, porque sólo existen otros seres humanos, tan susceptibles de “fallar” como el anterior.
Hace ya algunos años asistí a la celebración de las bodas de oro de unos vecinos. Algunos comentaban el aguante, los deslices habidos en tanto tiempo….
La señora miró a los ojos de todos, ojos añosos pero firmes. Y ensayó un discurso sincero y familiar.
-Con amor todo es posible, dijo.
-Que alguien lance la primera piedra, agregó.
Ha pasado el tiempo, y finalmente lo he comprendido. Los años entregarán arrugas, pero también sabiduría.
A la larga comprendieron la certeza. La fidelidad se había convertido en un muro para el amor, y tuvieron que aprender a saltársela.
Margarita Yourcenar comparó al matrimonio con las columnas de un templo. Unidas en un solo objetivo, pero separadas.
Las relaciones íntimas, matrimoniales o no, conmueven la individualidad; pero no pueden anularla.
¿Hasta dónde los deberes no se vuelven chacales, se transforman en “obligaciones” y se tuercen en cadenas?
¿Cuán razonables son los complejos de culpa y las expiaciones impuestas por faltar a una condición tan inasible como la fidelidad?
¿Somos hoy más cínicos o menos hipócritas?
¿Somos los humanos perfectos actores o empedernidos soñadores?
Algunos apuntan que las causas de la infidelidad pueden buscarse en la necesidad de autoafirmación y libertad, en las dificultades sexuales o en la rutina. Sólo son causas eventuales…
La necesidad de compartir los afectos, incluidos los íntimos, es inherente a la condición humana, a sus huesos, si se me permite la metáfora. Es como respirar.
No es que los humanos seamos infieles per se, sino que la fidelidad permanente es un mito. Un mito que podrá ser defendido y alentado, pero cuyos asideros se afincan en el aire.
Si mi abuelo leyera esto, estoy seguro que me diría su frase favorita: “Estas confundiendo libertad con libertinaje”. Sin embargo, él mismo tuvo sus cuotas de libertinaje… a la callada.
Los héroes suelen ser nuestros espejos. Son capaces de dar la vida por una idea y no por ello su vida íntima escapa de “las infidelidades amorosas”, aunque pocas veces se quiera reparar en ello.
Sin embargo, eso no los descalifica, ni les hace renuentes a nuestra admiración. Al contrario, revela su intransferible condición humana.
La fidelidad amorosa tiene un "hasta aquí". Su preeminencia debería cambiarse por la de respeto, exigente sí, pilar sí; pero sin absolutismos sexuales ni sociales.
Mirándolo bien, es posible que en el mundo moderno esa conversión de fidelidad en un razonable respeto, se esté llevando a cabo en las relaciones de pareja. Al menos puede apreciarse en algunos lugares; aunque se le siga aplicando la misma palabra.
Y no es que la fidelidad amorosa se haya quedado vetusta o fuera de moda. Es que se la ha quitado su camisa de fuerza. Se le ha devuelto su atributo primario de apego y lealtad; a la vez que se drenan sus condiciones imposibles, que suelen salvarse detrás de la fachada.
Creer en el amor es condición humana. En el amor, no en su reflejo distorsionado en el agua.
¿Fidelidad igual a felicidad?
¿Un olmo dando peras?
Hasta aquí. Ni plataforma de infieles ni descarga, sólo criterios; en todo caso, responsabilidad del que suscribe.
Y usted… ¿También me colgaría el teléfono?
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