lunes, 12 de noviembre de 2007
Radio Cubana: mitos y decadencias
Por Carlo Figueroa
Mi vecino se despierta todos los días con Radio Reloj y tres puertas adelante Mercedes prefiere tomarse el primer café del día escuchando Radio Rebelde, pero su esposo le cambia el dial sin previo aviso para escuchar Un paso más, de Radio Sancti Spíritus.
Es un ritual que ya tiene muchos años y que todos seguimos traspasando de una generación a otra, aunque la vida no sea la misma de hace 85 años cuando se oficializaba en Cuba la radiodifusión. Dejarse acompañar a cualquier hora por los sonidos de la otrora cajita encantada es tan afín al hombre de hoy como cualquier otro atisbo de contemporaneidad.
Es cierto que la radio tiene que compartir el espacio con otros medios poderosos, pero lo hace de una forma tan orgánica que reafirma la teoría de que en este mundo hay espacio para todos. Unos y otros interactúan, se acomodan a las exigencias de las megafusiones, las nuevas autopistas de la información y los estilos de comunicación dominantes. Contrario a lo que piensan algunos el postmodernismo sigue extendiendo su césped y estamos sentados sobre su hierba fresca, con la radio sintonizada y el viento a favor.
Viejos mitos
La globalización es irreversible, nos invadió con tanta suspicacia que no acabamos de reconocer que llegó con la primera mirada del hombre cuando quiso saber que había del otro lado del horizonte: los griegos, los romanos, Cristóbal Colón, la industrialización inglesa, el nazismo, el estalinismo, los tratados de libre comercio, la Coca Cola, Walt Disney, los jeans a la cadera y la música de The Beatles o el Buena Vista Social Club, son expresiones históricas y modernas de su origen.
Pero no fue hasta la llegada de la revolución electrónica que los hombres encontramos como comunicarnos sin importar las distancias ni el tiempo y hemos comenzado a edificar una sociedad global o planetaria que está en sus albores.
Los medios de comunicación se han aprovechado de esa ventaja y convertido la cultura de masas en su modo de expresión, autentificando la fatuidad. Y en medio de ese huracán está la radio como parte de una estructura de comunicación social que aleja aquellos asuntos que validan la creación humana y a ella misma como instrumento estético.
En Cuba, seguimos recitando el mito de que tenemos la mejor producción de América Latina. Hablamos de las improntas de épocas remotas que la mayoría de los oyentes no tiene en sus referentes auditivos.
El dominio y el poder de la radio cubana en los años 40 y 50 del siglo pasado son paradigmas, pero sus fórmulas de creación, sus alcances y repercusiones sociales han sido notablemente superadas por otros que aprendieron rápido y dinamizan sus programaciones a partir del conocimiento, de la participación activa en las mutaciones digitales, de la identificación de sus receptores.
Recordemos que la Radio Cubana sufrió la transformación más violenta que se recuerde en todo el continente: el anuncio publicitario y los patrocinios dejaron de ser la manera de subsistir, las emisoras pasaron a manos del Estado y asumieron el noble rol de amplificar los cambios que la Revolución de 1959 autentificaba. Sin embargo, se aisló del resto del continente y de los avances tecnológicos que en lo sucesivo se vivieron, el lenguaje se volvió uniforme y las programaciones eran copiadas en una y otra estación en lo que parecía más un síndrome en expansión que novedad creativa. La teoría del embudo, tantas veces criticada, fue un manual inconsciente de los realizadores.
Un cambio efímero
No fue hasta mediados de los años 80 y ante la agresión que puso en práctica Estados Unidos contra Cuba, primero con la salida al aire de Radio Martí y luego de TV Martí, que la realidad impuso abrir los formatos de programas, acercarse a la gente desde su propio lenguaje y arremeter contra los defectos sociales más visibles en un acto de credibilidad necesario. Empero, la nueva dinámica fue un oasis que otra vez desaparece tras el cese de la Guerra Fría y la nueva división del mundo en Occidente y Oriente.
El estoicismo cubano en los finales del siglo XX implicó que toda la prensa sufriera golpes irreparables. La radio tuvo que revivir las viejas fórmulas y con ello puso en el altar las palabras vanas y desteñidas, los formatos facilitadores y el desdén estético propio de la era artesanal. El cambio no llegó para quedarse, fue apenas un salto efímero.
Salvo en contados ejemplos, la rutina y el estatismo creativo se establecieron per se. El conocimiento de lo que sucede en el mundo, estar al día en las innovaciones y conceptos radiofónicos más actuales, dar espacio a la innovación y atraer a los estudios a la vanguardia artística, la interrelación natural y franca con los receptores, la praxis como ejercicio de la razón, fueron asuntos archivados en espera de mejores momentos.
Decadencia entronizada
Con el nuevo siglo se entronizó la decadencia. La radio se nota plagada, rodeada e invadida por la impostación cultural de muchos de sus hacedores y el dejarse llevar por lo que aprendieron un día, sin darse cuenta que la defensa de las diferencias no puede ser de labios para afuera, necesita acciones urgentes para que la mayoría entienda y preserve su patrimonio. No basta con transmitir palabras bellas y bien articuladas, ni canciones y sones de la más rancia estirpe nacional si no estamos preparados para asumir el discurso de esta época.
Las próximas generaciones no perdonarán que sigamos utilizando los micrófonos como un instrumento, desconociendo que también es un arma infalible en esta era de sobrecarga informativa. “Más información no significa más calidad de vida. Saber optar, seleccionar información, es la gran clave para el futuro”, afirma la comunicadora social brasileña Regina Festa. De ahí lo importante que la ideología socialista, el humanismo y la diversidad cultural gobiernen sus espacios.
La jerarquización coherente de los sucesos que transmitimos requiere una mejor formación académica de los radialistas, que dejen de repetir lo que dicen los libros y los manuales de historia, que usen la Internet como fuente documental, de intercambio, de acceso global y no como una agencia especializada en el último par de zapatos de Cristina Aguilera y en el precio de las entradas para el concierto de Prince. Saber discernir es un atributo demasiado caro para desperdiciarlo en altisonancias e inocuidades estéticas. Hay que poner a un lado el lenguaje trasnacional y comprender lo cubano desde la contemporaneidad y la actualización, sin estar ajenos al mundo, aunque el resto del mundo esté ajeno a cómo vivimos y creamos. No se puede asumir la cultura desde conceptos elitistas, hablando de lo local como un chisme de salón o relatando la tradición desde versiones incompetentes, edulcoradas y erróneas.
Vivir para la gente
En Cuba la radio tiene una alta función pedagógica y cultural que se ve constantemente corroída por los vacíos intelectuales de artistas, periodistas y directivos, por la falta de un balance coherente en la información, el reseñismo barato, las entrevistas insulsas y la información promocional propia de los divulgadores. Es una obligación ponderar las nuevas propuestas estéticas, dar espacio a la vanguardia artística de todos los entornos, romper con las inercias, la mediocridad y la decadencia profesional.
Arte en sí misma, la radiodifusión es un vehículo insustituible para que la cultura llegue al mayor número de personas en el menor tiempo posible. De ahí que la espectacularidad que nos aportan los medios globales es un remedio eficaz para atraer y convencer a los oyentes, ayudando a la preservación de los valores identitarios del país y a revertir el daño que por el abuso en la repetición de formularios comerciales de la peor calaña se ha sedimentado por años en los receptores cubanos.
Ryszard Kapuscinski dijo con toda certeza:
“(...) trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Con las palabras, con lo que escribimos sobre ellos, podemos destruirles la vida. (...) Y en general se trata de gente que carece de recursos para defenderse, que no puede hacer nada”.
La decadencia de hoy, es hija directa del estatismo y la rutina productiva, la falta de cultura general y del medio radial que tienen muchos de nuestros profesionales. He ahí el gran enemigo, el verdadero causante de que los mitos radiofónicos de hoy estén por construirse.
(Tomado de Vitrales, publicación cultural del periódico Escambray. Año 20. No. 2)
Mi vecino se despierta todos los días con Radio Reloj y tres puertas adelante Mercedes prefiere tomarse el primer café del día escuchando Radio Rebelde, pero su esposo le cambia el dial sin previo aviso para escuchar Un paso más, de Radio Sancti Spíritus.
Es un ritual que ya tiene muchos años y que todos seguimos traspasando de una generación a otra, aunque la vida no sea la misma de hace 85 años cuando se oficializaba en Cuba la radiodifusión. Dejarse acompañar a cualquier hora por los sonidos de la otrora cajita encantada es tan afín al hombre de hoy como cualquier otro atisbo de contemporaneidad.
Es cierto que la radio tiene que compartir el espacio con otros medios poderosos, pero lo hace de una forma tan orgánica que reafirma la teoría de que en este mundo hay espacio para todos. Unos y otros interactúan, se acomodan a las exigencias de las megafusiones, las nuevas autopistas de la información y los estilos de comunicación dominantes. Contrario a lo que piensan algunos el postmodernismo sigue extendiendo su césped y estamos sentados sobre su hierba fresca, con la radio sintonizada y el viento a favor.
Viejos mitos
La globalización es irreversible, nos invadió con tanta suspicacia que no acabamos de reconocer que llegó con la primera mirada del hombre cuando quiso saber que había del otro lado del horizonte: los griegos, los romanos, Cristóbal Colón, la industrialización inglesa, el nazismo, el estalinismo, los tratados de libre comercio, la Coca Cola, Walt Disney, los jeans a la cadera y la música de The Beatles o el Buena Vista Social Club, son expresiones históricas y modernas de su origen.
Pero no fue hasta la llegada de la revolución electrónica que los hombres encontramos como comunicarnos sin importar las distancias ni el tiempo y hemos comenzado a edificar una sociedad global o planetaria que está en sus albores.
Los medios de comunicación se han aprovechado de esa ventaja y convertido la cultura de masas en su modo de expresión, autentificando la fatuidad. Y en medio de ese huracán está la radio como parte de una estructura de comunicación social que aleja aquellos asuntos que validan la creación humana y a ella misma como instrumento estético.
En Cuba, seguimos recitando el mito de que tenemos la mejor producción de América Latina. Hablamos de las improntas de épocas remotas que la mayoría de los oyentes no tiene en sus referentes auditivos.
El dominio y el poder de la radio cubana en los años 40 y 50 del siglo pasado son paradigmas, pero sus fórmulas de creación, sus alcances y repercusiones sociales han sido notablemente superadas por otros que aprendieron rápido y dinamizan sus programaciones a partir del conocimiento, de la participación activa en las mutaciones digitales, de la identificación de sus receptores.
Recordemos que la Radio Cubana sufrió la transformación más violenta que se recuerde en todo el continente: el anuncio publicitario y los patrocinios dejaron de ser la manera de subsistir, las emisoras pasaron a manos del Estado y asumieron el noble rol de amplificar los cambios que la Revolución de 1959 autentificaba. Sin embargo, se aisló del resto del continente y de los avances tecnológicos que en lo sucesivo se vivieron, el lenguaje se volvió uniforme y las programaciones eran copiadas en una y otra estación en lo que parecía más un síndrome en expansión que novedad creativa. La teoría del embudo, tantas veces criticada, fue un manual inconsciente de los realizadores.
Un cambio efímero
No fue hasta mediados de los años 80 y ante la agresión que puso en práctica Estados Unidos contra Cuba, primero con la salida al aire de Radio Martí y luego de TV Martí, que la realidad impuso abrir los formatos de programas, acercarse a la gente desde su propio lenguaje y arremeter contra los defectos sociales más visibles en un acto de credibilidad necesario. Empero, la nueva dinámica fue un oasis que otra vez desaparece tras el cese de la Guerra Fría y la nueva división del mundo en Occidente y Oriente.
El estoicismo cubano en los finales del siglo XX implicó que toda la prensa sufriera golpes irreparables. La radio tuvo que revivir las viejas fórmulas y con ello puso en el altar las palabras vanas y desteñidas, los formatos facilitadores y el desdén estético propio de la era artesanal. El cambio no llegó para quedarse, fue apenas un salto efímero.
Salvo en contados ejemplos, la rutina y el estatismo creativo se establecieron per se. El conocimiento de lo que sucede en el mundo, estar al día en las innovaciones y conceptos radiofónicos más actuales, dar espacio a la innovación y atraer a los estudios a la vanguardia artística, la interrelación natural y franca con los receptores, la praxis como ejercicio de la razón, fueron asuntos archivados en espera de mejores momentos.
Decadencia entronizada
Con el nuevo siglo se entronizó la decadencia. La radio se nota plagada, rodeada e invadida por la impostación cultural de muchos de sus hacedores y el dejarse llevar por lo que aprendieron un día, sin darse cuenta que la defensa de las diferencias no puede ser de labios para afuera, necesita acciones urgentes para que la mayoría entienda y preserve su patrimonio. No basta con transmitir palabras bellas y bien articuladas, ni canciones y sones de la más rancia estirpe nacional si no estamos preparados para asumir el discurso de esta época.
Las próximas generaciones no perdonarán que sigamos utilizando los micrófonos como un instrumento, desconociendo que también es un arma infalible en esta era de sobrecarga informativa. “Más información no significa más calidad de vida. Saber optar, seleccionar información, es la gran clave para el futuro”, afirma la comunicadora social brasileña Regina Festa. De ahí lo importante que la ideología socialista, el humanismo y la diversidad cultural gobiernen sus espacios.
La jerarquización coherente de los sucesos que transmitimos requiere una mejor formación académica de los radialistas, que dejen de repetir lo que dicen los libros y los manuales de historia, que usen la Internet como fuente documental, de intercambio, de acceso global y no como una agencia especializada en el último par de zapatos de Cristina Aguilera y en el precio de las entradas para el concierto de Prince. Saber discernir es un atributo demasiado caro para desperdiciarlo en altisonancias e inocuidades estéticas. Hay que poner a un lado el lenguaje trasnacional y comprender lo cubano desde la contemporaneidad y la actualización, sin estar ajenos al mundo, aunque el resto del mundo esté ajeno a cómo vivimos y creamos. No se puede asumir la cultura desde conceptos elitistas, hablando de lo local como un chisme de salón o relatando la tradición desde versiones incompetentes, edulcoradas y erróneas.
Vivir para la gente
En Cuba la radio tiene una alta función pedagógica y cultural que se ve constantemente corroída por los vacíos intelectuales de artistas, periodistas y directivos, por la falta de un balance coherente en la información, el reseñismo barato, las entrevistas insulsas y la información promocional propia de los divulgadores. Es una obligación ponderar las nuevas propuestas estéticas, dar espacio a la vanguardia artística de todos los entornos, romper con las inercias, la mediocridad y la decadencia profesional.
Arte en sí misma, la radiodifusión es un vehículo insustituible para que la cultura llegue al mayor número de personas en el menor tiempo posible. De ahí que la espectacularidad que nos aportan los medios globales es un remedio eficaz para atraer y convencer a los oyentes, ayudando a la preservación de los valores identitarios del país y a revertir el daño que por el abuso en la repetición de formularios comerciales de la peor calaña se ha sedimentado por años en los receptores cubanos.
Ryszard Kapuscinski dijo con toda certeza:
“(...) trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Con las palabras, con lo que escribimos sobre ellos, podemos destruirles la vida. (...) Y en general se trata de gente que carece de recursos para defenderse, que no puede hacer nada”.
La decadencia de hoy, es hija directa del estatismo y la rutina productiva, la falta de cultura general y del medio radial que tienen muchos de nuestros profesionales. He ahí el gran enemigo, el verdadero causante de que los mitos radiofónicos de hoy estén por construirse.
(Tomado de Vitrales, publicación cultural del periódico Escambray. Año 20. No. 2)
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3 comentarios:
Hola:
¿Eres Carlos Figueróa, el que trabajó en Metro y Ciudad?
No se ni cómo llegé a este blog, pero sospecho que sí eres la persona que creo que eres.
Sería una muy extraña casualidad que existieran dos personas con el mismo nombre e igual apellido, hablando de la radio cubana.
Ah, soy Frank Alemán.
Si tú eres tú, escríbeme a:
director@radiomitos.cl
Un abrazo a todos y todas.
Hola.
Fui delegado al Festival Nacional de la Radio, celebrado en la riquísima Santiago de Cuba. Allí Figueroa leyó este artículo. (Lo invitaron para que lo hiciera). Ay, coño, que urgente es que hagamos otra radio.
Sin embargo, me llamó la atención que el Vicepresidente de la Radio le dijera a Figueroa que era "un francotirador" porque criticó al aburrido Festival. (Aburrido desde el punto de vista teorico-radial, que en lo otro, se goza mucho).
En la hermosa sala de los Vitrales de la Plaza Antonio Maceo discutimos un poco sobre este asunto (Con Lazaro Sarmiento incluido).
Poco podremos hacer los artistas de la radio solos, es imprescindible que nuestros directivos diseñen estrategias nuevas o quizas necesitamos "nuevos jefes en la radio???".
Fue doloroso que ningun director provincial de la radio participara en el debate que se armó en la sala de los Vitrales. ?Ninguno tenía nada que decir?: Les miré las caras y parece que no...
Lástima que una salida apresurada hacia el acuario de Baconao sirviera de pretexto para detener la discusión...
Carlos Figueroa, te quiero.
mrahg37@gmail.com
Hola.
Fui delegado al Festival Nacional de la Radio, celebrado en la riquísima Santiago de Cuba. Allí Figueroa leyó este artículo. (Lo invitaron para que lo hiciera). Ay, coño, que urgente es que hagamos otra radio.
Sin embargo, me llamó la atención que el Vicepresidente de la Radio le dijera a Figueroa que era "un francotirador" porque criticó al aburrido Festival. (Aburrido desde el punto de vista teorico-radial, que en lo otro, se goza mucho).
En la hermosa sala de los Vitrales de la Plaza Antonio Maceo discutimos un poco sobre este asunto (Con Lazaro Sarmiento incluido).
Poco podremos hacer los artistas de la radio solos, es imprescindible que nuestros directivos diseñen estrategias nuevas o quizas necesitamos "nuevos jefes en la radio???".
Fue doloroso que ningun director provincial de la radio participara en el debate que se armó en la sala de los Vitrales. ?Ninguno tenía nada que decir?: Les miré las caras y parece que no...
Lástima que una salida apresurada hacia el acuario de Baconao sirviera de pretexto para detener la discusión...
Carlos Figueroa, te quiero.
mrahg37@gmail.com
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