lunes, 14 de enero de 2008

POEMAS DE LA ISLA... (y de la espina)



Reinaldo Cedeño Pineda


Una de mis frases favoritas es aquella de la Premio Cervantes, Dulce María Loynaz: “Una isla es un drama geográfico”.

Es eso, el agua siempre.

Los isleños, todos aquellos que vivimos rodeados de agua, sabemos las peculiaridades comunes de todas las ínsulas.

Un puente misterioso comunica a los seres de islas. Lo he sentido cuando me ha tocado convivir, con personas de Cabo Verde o Las Canarias, y hasta de la Isla de la Juventud, la isla pequeña de la Isla Grande, Cuba.

Algunos se afincan al pensamiento de que los isleños somos de música y sexo, que vamos por el mundo sin camisa y sin preocupaciones, prestos a entregar amor al primero, debajo de las palmeras.

Son mitos que el Primer Mundo les asignó a las islas, que no son tomadas demasiado en serio.

Algunos olvidan que el contacto de Cristóbal Colón con las islas de América, las pequeñas islas, cambió el mundo.

En las islas se preparan fiestas y hoteles al lado del mar, para satisfacer a los turistas…

Y luego, seguimos, para bailar o llorar, para amar dentro de las islas. El mar no nos preocupa, no lo imaginamos, no es un anhelo; ni el sol. Siempre están.

El mar no es el infinito, es un límite.

Aquí tenemos, desde la poesía, visiones múltiples sobre la Mayor de las Antillas… pero en su hondura, van hablando de cualquier isla de este planeta.

ISLA

Reinaldo Cedeño Pineda

La Isla se me escapa por la boca
es un suspiro
un rasguño en la piedra.
Cuando quiero asirla escapa con ala de ángel
cuando quiero dejarla me hundo en la arena
Isla mínima / semilla en el pico de un pájaro
Isla gigante / hormiga con un destino a cuestas
Isla de azúcar y de agua
Isla de los cien caudillos y las mil flechas
cerca de las murallas de Antonelli
un joven saca su tigre al viento
libera el pez amarillo
monta cachumbambé / alcanza el cielo.
La Isla sube hasta el Pico real
deja su corazón entre la niebla / ¡ay, Isla!
ojos de niño
no me mires
una guadaña castra mis venas
el sol arrastra
los moluscos / el estiércol
en un charco de luz hila la historia
un caballo bicéfalo.

Los corderos alzan la vista
La Isla espera.

(Los corderos alzan la vista, 2005)



POEMA CI

Dulce María Loynaz

La criatura de isla paréceme, no sé por qué, una criatura distinta. Más leve, más sutil,
más sensitiva.
Si es flor, no la sujeta la raíz; si es pájaro, su cuerpo deja un hueco en el viento; si es
niño, juega a veces con un petrel, con una nube…
La criatura de isla trasciende siempre al mar que la rodea y al que no la rodea.
Va al mar, viene del mar y mares pequeñitos se amansan en su pecho, duermen a su calor, como palomas.
Los ríos de la isla son más ligeros que los otros ríos.
Las piedras de la isla parece que van a salir volando…
Ella es toda de aire y de agua fina. Un recuerdo de sal, de horizontes perdidos, la
traspasa en cada ola, y una espuma de barco naufragado le ciñe la cintura, le
estremece la yema de las alas…
Tierra firme llamaban los antiguos a todo lo que no fuera isla. La isla es, pues, lo menos
firme, lo menos tierra de La Tierra.

(Poemas sin nombre, 1953)



ELOGIO DE UN POETA A SU ISLA ANTILANA
(Fragmentos)

Ernesto Víctor Matute

Traigo mi Isla debajo del brazo
Y todos me preguntan:
¿Es un cocodrilo verde?
Yo digo que sí. Y, me sonrío.
Eternamente verde,
Crucero entre las dos Américas,
mi Isla es una gota de esmeraldas
ceñida por los mares
y en ella baja a prolongarse el cielo.
……………………………………
Mi Isla tiene un verde limpio
La Luna baja a sus riachuelos
a lavarse la cara
y a perfumarse el pelo.
En los frescos valles de mi Isla
Hay fuego de perfumes
Y éxtasis de románticas palmeras
……………………………………
Nuestra criolla sí. Sabe el ungüento
de la palabra dulce
y prestigia el amor en sus caderas.
Te da un beso, y suspira. Te da otro,
y se entrega,
pero en el hilo de la voz callada
palpita la ancha voz del Universo.
¿Cuánto vale tu Isla? Pues mira
para los que nacimos en ella
casi no vale nada,
pleitamos sin razón y sin sentido
y cualquiera se adueña de la tierra.
Para mí vale más que las glorias de España
y que el oro del Norte
N i la abandono, ni la insulto, ni la vendo.
Traigo mi Isla debajo del brazo
y a nadie se la entrego.
¡Quién ha visto que un hombre con orgullo
quiera vender su cocodrilo verde!

(Vientos de Proa, 1948)




UN LARGO LAGARTO VERDE

Nicolás Guillén

Por al Mar de las Antillas
(que también Caribe llaman)
batida por olas duras
y ornado de espumas blandas,
bajo el sol que la persigue
y el viento que la rechaza,
cantando a lágrima viva
navega Cuba en su mapa:
un largo lagarto verde,
con ojos de piedra y agua.

Alta corona de azúcar
le tejen agudas cañas:
no por coronada libre
sí de su corona esclava:
reina del manto hacia fuera,
del manto adentro, vasalla,
triste como la más triste
navega Cuba en su mapa:
un largo lagarto verde,
con ojos de piedra y agua.

Junto a la orilla del mar
tú que estás en fija guardia,
fíjate, guardián marino,
en la punta de las lanzas
y en el trueno de las olas
y en el grito de las llamas
y en el lagarto despierto
sacar las uñas del mapa:
un largo lagarto verde
con ojos de piedra y agua.

(La paloma de vuelo popular, 1958)




LA ISLA EN PESO

Virgilio Piñera

La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
Cuando en la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en el que se lava uno de sus pezones,
me acostumbro al hedor del puerto,
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche a noche, al soldado de guardia, en medio del sueño de los
peces.
…………………………………………………
Las historias eternas frente a la historia de una vez del sol,
las eternas historias de estas tierras paridoras de bufones
y cotorras,
las eternas historias de los negros que fueron,
y de los blancos que no fueron,
o al revés o como os parezca mejor,
las eternas historias blancas, negras, amarillas, rojas, azules
-toda la gama cromática reventando encima de mi cabeza
en llamas-
la eterna historia de la sonrisa del europeo
llegando para apretar las tetas de mi madre.
El horroroso paseo circular
el tenebroso juego de los pies sobre la arena circular,
el envenenado movimiento del talón que rehúye el abanico del erizo,
los siniestros manglares, como un cinturón canceroso,
dan vuelta a la isla,
los manglares y la fétida arena
aprietan los riñones de los moradores de la isla.
……………………………………………….
En esta isla lo primero que la noche hace es despertar el olfato:
Todas las aletas de todas las narices olfatean el aire
buscando una flor invisible;
lo noche se pone a moler millares de pétalos,
la noche se cruza de meridianos y paralelos de olor,
los cuerpos se encuentran en el olor,
se reconocen en este olor único que nuestra noche sabe provocar;
el olor lleva la batuta de las cosas que pasan por la noche,
el olor entre en el baile se aprieta contra el güiro,
el olor sale por la boca de los instrumentos musicales,
se posa en el pie de los bailadores,
el corro de los presentes devora cantidades de olor,
abre las puerta y las parejas se suman a la noche.

La noche es un mango, es una piña, es un jazmín
…………………………………………………..
Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad,
un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios:
un velorio, un guateque, una mano, un crimen,
revueltos, confundidos, fundidos en la resaca perpetua
haciendo leves saludos, enseñando los dientes, golpeando
sus riñones
un pueblo desciende resuelto en enormes postas de abono,
sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando sus espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir,
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla:
el peso de una isla en el amor de un pueblo.

(La isla en peso, 1943)




ISLA
(Fragmentos)

Rolando Escardó

Esta isla es una montaña sobre la que vivo.
La madre solemne
empujó hacia los mares estas rocas.
En el tiempo desconocido que no se nombra
en el límite que no se escribe
sucediéndose los deslaves
las profundas grietas:
-gargantas hasta los fuegos blancos-
llega la hora de mi nacimiento en esta isla:
-planeta ardiendo en el cielo-
llega la hora de mi nacimiento
y también la de mis muertes
pues al mundo he venido a instalarme.
¿Por qué esos labios se abren como túneles a los que no bajo?
Yo sé que el hombre es un rumbo que se instala
sé estas cosas y otras más que no hablo
pero yo puedo darme con los puños en el pecho
feliz de esta Revolución que me da dientes
aunque de todo soy culpable
de todas esas muertes soy culpable
y no me arrepienten los conjuros
que en el triángulo de fuego he provocado.
……………………………………………
No creáis en mis palabras
soy uno de tantos locos que hablan
y no me comprenderéis
no creáis mis palabras
esta isla es una montaña
sobre la que vivo…

(1961)




POEMA CXXIV
(Fragmentos)

Dulce María Loynaz

Isla mía ¡qué bella eres y que dulce!... Tu cielo es un cielo vivo, todavía como un calor de ángel, como un envés de estrella. Tu mar es el último refugio de los delfines antiguos y de las sirenas desmaradas.
Vértebras de cobre tienen tus serranías, y mágicos crepúsculos se encienden bajo el fanal de tu aire.
Descanso de gaviotas y petreles, avemaría de navegantes, antesala de América: hay en ti la ternura de las cosas pequeñas y el señorío de las grandes cosas.
Sigues siendo la tierra más hermosa que ojos humanos contemplaron. Sigues siendo la novia de Colón, la benjamina bien amada, el Paraíso Encontrado.
Eres, a un tiempo mismo, sencilla y altiva como Hatuey; ardiente y casta como Guarina.
Eres deleitosa como la fruta de tus árboles, como la palabra de tu Apóstol.
Hueles a pomarrosa y a jazmín; hueles a tierra limpia, a mar, a cielo.
………………………………………………………………………………..
Tú eres por excelencia la muy cordial, la muy gentil. Tú te ofreces a todos aromática y graciosa como una taza de café; pero no te vendes a nadie.
Te desangras a veces como los pelícanos eucarísticos; pero nunca, como las sordas criaturas de las tinieblas, sorbiste sangre de otras criaturas.
Isla esbelta y juncal, yo te amaría aunque hubieras sido otra mi tierra, pues también te aman los que bajaron del Septentrión brumoso, o del vergel mediterráneo, o del lejano país del loto.
Isla mía, Isla fragante, flor de islas: tenme siempre, náceme siempre, deshoja una por una todas mis fugas.
Y guárdame la última, bajo un poco de arena soleada… ¡A la orilla del golfo donde todos los años hacen su misterioso nido los ciclones!

(Poemas sin nombre, 1953)




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