Estoy aferrado a mi ventana, incrédulo. El agua cabalga sobre mil demonios, se arremolina y oscurece, desmorona la tierra. Arrasa. Estoy en el puente de la calle Aguilera. Un león colosal ruge a mis pies. Una serpiente engrosa en cada segundo.
Los bailarines son niños, danzan como niños. Tienen que impregnarnos de su juego, concentrarnos en él, halarnos de la butaca. Están despreocupados, saben que vendrá después. Giran un paraguas, giran la ronda: será la primera vez.
En el puente de Aguilera
hay una niña bordando
y hay un letrero que dice
¡Ay estos niños que juegan! Su después es una incógnita. ¡Ay estos niños que juegan! Están despreocupados. En la coreografía de la vida no hay nublados. Y cuando el sol se guarda, siguen jugando; y cuando caen agujas sobre el pavimento, siguen jugando. Giran un paraguas, giran la ronda: será la última vez.
En el puente de Aguilera
había una niña bordando
y hay un letrero que dice…
¿Qué dice el letrero? ¿Qué es un símbolo sino este paracaídas abierto y agitado, agua y mortaja? ¿Qué es la danza, sino un canto, sino enhebrar el gesto, sino dúctil el cuerpo, sino metal maleable?
¿Qué es la vida, sino estos niños jugando todavía? ¿Qué es la vida sino estos niños jugando a salvarse, con la brazada débil, corta, inútil?
Y la serpiente es ávida, ha probado el sabor de la carne virgen, la carne rota.
Estoy en la vida como en un teatro. Asisto a una función que no puedo cambiar. Estoy clavado a mi butaca, sujeto a mi ventana, prosaicamente a salvo.
El agua–paracaídas, el agua desbordada. Los cuerpos desaparecen bajo la tela–agua. Una ola roja bate en mi butaca. El dolor es un canto. Barro moldeado a sudor, el colectivo Danza Fragmentada ha sabido atrapar el drama de la vida real.
El agua–muerte. El agua–negra. El agua–mala. Los cuerpos desparecen bajo el agua, sólo queda la tela.
El río ha cambiado a la ciudad. El dolor es una lágrima.
Hay quienes se van de las tablas, y de la vida. Y duele. Duele terriblemente; pero siempre amanece en el arte, y en la vida.
(Tomado del libro El diablo y la luz, Editorial El mar y la montaña, Guantánamo, 2005)
1 comentario:
Me encanta la imagen de los ninos jugando en la calle. Me recuerda el primer aguacero de mayo y la suerte que se supone que traiga.
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