Me he quedado sujeto a mi butaca, asido a mi tabla salvadora, sin saber qué hacer, cuando Fernanda Montenegro-la escritora de cartas, se ha levantado sigilosa, deja atrás al niño que por fin ha encontrado a su familia después del largo viaje…
Ahora se va la madre que le ha nacido en el camino, se queda el hijo recién descubierto….
Quiero enjugar las lágrimas, quiero cambiar la historia de Estación Central de Brasil… pero la sala se apaga. Yo me quedo colgado…
Y otra vez estoy sentado y Brasil apenas dista unos metros de mí, cuando este señor, Thiago de Mello, afirma que los martes más grises pueden convertirse en mañanas de domingo; dice venir de la Patria del Agua, del Pulmón del Mundo, del Amazonas.
¿Qué color tendrá el cielo, qué aroma se respira, qué versos nacerán en la minúscula aldea de Barreirinha, oasis del poeta?
Sentado, sentado… mientras en la sala de conciertos la música nos mantiene en vilo, el coro crece, la orquesta revienta, que Heitor Villa-Lobos es de ébano y de marfil y habita en las manos de este pianista y suena una Bachiana…
Sentado en la sala de mi casa, al lado de mi madre mientras Lucelia- Isaura- La Esclava está atrapada entre el amor y los hierros de la ergástula, y el país llora con ella, fuera de la pantalla.
Tengo que conformarme, tengo que ver los muñecos gigantes de Pernambuco sobre las tablas del Teatro Heredia de mi ciudad, y el verde y el amarillo batiendo la cintura.
Brasil, Brasil brasileiro ¿Cuántas veces cerca y lejos de mí?
No quiero estar más sentado cuando Ronaldo, o Ronaldinho, dos Pelé reencarnados, aniden el balón, que el mundo es un balón si hay “jogo bonito” de la canarinha, y levantarme en olas, en el Maracaná…
Levantarme, cuando Hortensia Marcari enceste el oro desde la mitad de la cancha.
Quiero estar de pie cuando pase la chica de Ipanema, mientras Jobim le adivina sus pies hundiéndose en la arena y Vinicius de Moraes le regala un poema.
Será mucho pedir, pero quiero intentarlo, subir al Corcovado, desafiar el abismo donde el Cristo Redentor abre sus brazos de granito a la bahía y los cerros, a las mansiones y favelas bajo su pedestal.
Y con suerte, con mucha suerte, estar sentado por única vez cuando María Bethania, traiga la rosa de los vientos en la garganta y el caballero de fina estampa, Caetano, desgrane su melancolía, y tal vez hasta Ellis Regina asome un tono desde la inmortalidad, se encarne por un segundo en Gal Costa y haga temblar al continente.
No voy a temblar si puedo dar mi voz, mi hombro a la familia de Jean Charles de Menezes, a quien las balas de la histeria le hicieron caer al lado del Big Ben.
Vengo de una ciudad que mira al mar desde el Caribe…
¿Cómo serán las olas del Atlántico con los ojos de Río, Salvador de Bahía o Florianópolis?
No sé qué sueños, no sé qué tiempo… voy a pararme frente a la casa donde nació Glauber para saber cómo en su tierra en trance, en su tierra del sol, combaten Dios y el Diablo.
Dicen que sueños son, pero iré hasta la tumba de Carmen Miranda, aunque la prefiero Maria do Carmo, sin bananas a la cabeza. Y le pondré una mariposa blanca de mi Isla.
Brasil, permiso para sentarme en el parque más humilde de tu Río, a leer un poema de Andrade...
Permiso para darle un abrazo al primero que pase, sea hombre o mujer, y decirle en su lengua sonora, muito obrigado… aunque no lo diga perfecto, aunque piense que estoy loco, aunque no sepa que vengo de muy lejos.
Y ese día, cuando me reciba un pecho brasileño, estaré en pie.
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