jueves, 1 de agosto de 2013
Palabras para FERNANDO ALONSO
Familiares, amigos y compañeros:
La muerte de Fernando Alonso nos colma de pena, al tiempo que los más gratos
recuerdos tratan de compensar el dolor. El Maestro por antonomasia del ballet
cubano y artífice de la mundialmente reconocida Escuela Cubana de
Ballet, se nos convirtió en dador vigilante,
multiplicador de sueños y sanador de utopías.
Su saber acumulado, su exquisita experiencia y
generosidad cómplice, más allá de las razones históricas, artísticas y técnicas
que lo distinguen como legítima y fundacional figura del arte en nuestra isla,
trascienden este accidente de vida que es la muerte.
Acompañante ferviente y facilitador pertinaz de
cuanto intento se sumara a la idea de desafiar las líneas y voluntades del
cuerpo danzante, su hondo paso por la contemporaneidad ha dejado la estela que
solo logran los imprescindibles.
Descubrió el ballet en la Sociedad Pro-Arte
Musical de la Habana
en 1935, y no lo abandonó nunca. Su visión de futuro lo llevó a Estados Unidos
a completar su formación en el momento en que el ballet también se enseñoreaba
en la escena de Broadway y el Metropolitan. Allá se llevó a Alicia, a la cual
ofreció el apellido que la convirtió en la Alicia Alonso
universalmente reverenciada en el reino de Terpsícore.
Su misión iniciática lo llevó a bailar en
comedias musicales, en el Ballet Mordkin y ya en 1940 en la fundación del
Ballet Theater de New York, hoy American Ballet Theater. Tuvo como maestros a
Fokine, Massine, Nijinska y Balanchine, y compartió la escena con Robbins,
Christensen, Danílova y tantos nombres míticos de los cuales acopió todo lo que
luego extendió en los escenarios y salones de clase.
Su pasión por Cuba, la patria que siempre amó,
lo condujo a fundar en 1948 el Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de
Cuba. Una fortuita casualidad lo enfrentó a la enseñanza un año
más tarde y propició la mayor de sus consagraciones.
Junto a la
excelencia de la ballerina –Alicia–
y el talento nacionalista del coreógrafo –su hermano Alberto–,
conformaron la
tríada que llevaron el movimiento del cubano al añejo arte del ballet,
mencionado primero como ¨milagro cubano¨ y luego, definitivamente, Escuela
Cubana de Ballet. Añadió
a la metodología
necesaria las leyes de la física, los conocimientos de anatomía, y los
principios
de una estética de vanguardia, para legar a nuestra cultura la más joven
escuela de ballet aún reconocida.
Europa, Asia y
América no tuvieron secretos
para su arte, impartió clases en las más importantes escuelas y
compañías del
mundo,
como la Ópera de París,
el Bolshoi de Moscú, la
Compañía Nacional de Danza de México y la Escuela Nacional
de Ballet de Canadá. Por casi 20 años dirigió el Ballet de Camagüey y
luego
compañías en México… pero siempre Cuba estaba presente en su obra y en
su
quehacer más personal.
Premio Nacional de
Danza y de la
Enseñanza Artística ,
y Orden Félix Varela en Cuba; Premio Benois en Moscú; doctorados Honoris
Causa
en La Habana
y
Monterrey, serían algunos de los más notables reconocimientos que se
encuentran
en su extenso currículo.
Pero, por encima de
toda la gloria recibida,
están las decenas de bailarines y profesores
que se formaron bajo su égida, con generaciones que han vivido en
dos
siglos.
Arnold Haskell
aseguró una vez:
“…es un
gran maestro, a la vez que un científico y un artista. No sólo enseña a
sus
bailarines un clasicismo de fina talla, sino que los hace decididamente
capaces
de entendérselas con el lenguaje moderno, cosa que, les aseguro, he
visto en
raras oportunidades.”
Fernando Alonso
ha cumplido bien la obra de la vida, por eso está dando sus
primeros
pasos en la inmortalidad. Sus ojos azul cielo no iluminarán más los
salones de la
Escuela Nacional
de Ballet o el Centro Pro Danza.
Ya no nos recordará
en una clase aquel paso que
¨se ha perdido¨ o aquella coreografía de Massine que ya no se baila, ni
aquellas actuaciones memorables en el Estadio Universitario, cuando su
cuerpo,
después de haber bailado Las sílfides, su última aparición escénica en
1956,
sirvió de escudo protector de Fructuoso Rodríguez, mártir después en
Humboldt
7.
Su voz tenue pero
enérgica, su andar ágil y
menudo, su sonrisa y jocosidad netamente cubanas, ya no podrán ser
compartidas
por las generaciones futuras. Pero su nombre, su ejemplo, su exquisita
sensibilidad, su legado, viven y vivirán en la danza toda de Cuba y del
mundo.
Fernando Alonso
entra a la eternidad. Junto con
Varela, Luz, Varona… y Martí, tendrá por siempre esa categoría que pocos
alcanzan: la de MAESTRO.
/ Texto elaborado por
Noel Bonilla, Ismael
Albelo y Carlos Padrón / DESPEDIDA DE DUELO
28 de julio de 2013
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