(Instituto de Segunda Enseñanza, renombrado
Instituto Preuniversitario Cuqui Bosch en Santiago de Cuba. Imagen Actual)
En medio de mis años de adolescencia,
cuando apenas acababan de abrirse las flores de mis 15 primaveras, me encontré
frente a una de las tomas de decisiones más importantes de mi vida: ¿qué hacer
al concluir 9. grado? En realidad no se trataba del qué, sino del dónde, pues
tenía bastante claro que deseaba realizar los estudios preuniversitarios.
Una de las opciones era el Instituto Preuniversitario Vocacional de
Ciencias Exactas (IPVCE) Antonio Maceo, que implicaba, según algunos, dedicar
más horas al estudio por estar becada y no tener las distracciones propias de
la casa, el barrio… en fin, la calle, y que me haría más independiente. El
prestigio de su claustro y rigurosidad de sus exámenes, lo hacían lucir ante mí
como un coloso de disciplina y responsabilidad que, sin temor a errar, ayudaría
a forjarme un carácter firme y a vestirme de un conocimiento inestimable.
Otra de las opciones era, sin dudas, un centro cuyos méritos también
habían creado un precedente: el Instituto Preuniversitario Urbano Rafael María
de Mendive, de cuyos predios egresó nuestro Comandante Fidel Castro, cuando aún
era el Colegio Dolores; y en el cual también, profesores exigentes, habían
alcanzado loables resultados de sus estudiantes en concursos a diferentes
niveles.
Por otra parte, podía escoger el Preuniversitario Urbano Cuqui Bosch, que
además de quedarme cerca de casa, de sus aulas también se habían graduado
insignes personalidades de nuestro país. Sin embargo, sobraba la opinión, en el
pensamiento popular, de que “el Cuqui” –como se le suele decir– no era una
buena alternativa, pues su ubicación en el mismo centro de Ferreiro lo
convertía en blanco perfecto de distracciones; y su proximidad con los hoteles
Santiago y Las Américas, le habían ganado determinada fama a sus jóvenes
muchachas de cierta interacción con el turismo.
Mientras todos estos argumentos respecto a un preuniversitario u otro,
se agolpaban en mi cabeza, en medio de mi inquietante indecisión, llegó a mis
manos, como regalo de mi padre, un libro cuya lectura me transportó a una
importante etapa de la historia de Cuba, los años de 1948 a 1958, pero contados
a través de la vida de un joven. El pequeño volumen de Ediciones Santiago,
publicado en enero del 2006, hizo a su autora merecedora del Premio “Honrar
héroes los hace”.
(Gladys Horruitiner Oleaga, autora del
volumen CUQUI BOSCH, ALGO MÁS QUE UN DIRIGENTE ESTUDIANTIL)
Desde el inicio el título me motivó a la lectura, pues siempre me han
interesado los textos que recogen la gesta del Moncada, la pasión de los
jóvenes del centenario por cumplir un ideal, o la lucha clandestina; y así,
poco a poco, me fui adentrando en las páginas de Cuqui Bosch: algo más que un dirigente estudiantil, de Gladys Horruitiner Oleaga, holguinera de nacimiento y santiaguera de corazón.
Se trata de un libro que cuenta –con un lenguaje ameno, claro y fluido–
la vida de Juan Francisco Bosch Soto (Cuqui), quien nació el 26 de febrero de
1926 e ingresó al Instituto Superior de Segunda Enseñanza en 1948.La autora nos
cuenta que era un joven como todos los demás: fiestero, bailador, deportista
(practicaba boxeo) y jocoso. Tenía un carácter fuerte, gran fortaleza física y
un vivo espíritu de lucha.
Presidió la Asociación de Alumnos durante los cuatro años que estuvo en
el Instituto y se destacó como dirigente estudiantil por su honestidad,
honradez, su moral, su personalidad atractiva y su palabra llana. Mucho me
cautivó la sagacidad de Gladys, narradora por excelencia, para regalarnos de
página en página las hazañas del joven revolucionario, e ir describiendo –sin
excesos de galanteos, sino con adjetivos justos y precisos– cómo transcurrió la
corta, pero ferviente vida de este muchacho que, junto a sus actividades
estudiantiles, continuaba trabajando en la carnicería de su padre para
contribuir al sustento de su familia.
Cuenta la autora que Cuqui protagonizaba huelgas, tribunas de protestas
estudiantiles, desfiles para conmemorar fechas históricas y jugó un papel
fundamental en el reclamo por la construcción de un nuevo edificio para el
Instituto de Segunda Enseñanza, ante el eminente deterioro que tenía en 1948; y
que fue construido en el sitio que actualmente ocupa, frente al Parque
Ferreiro.
(CUQUI BOSCH, el héroe)
Su labor como dirigente estudiantil cobró más fuerza después del golpe
de estado del 10 de marzo de 1952 con la confección de carteles, volantes,
etc., y fue detenido en varias ocasiones por su participación en actos
revolucionarios y marchas estudiantiles. Pese a las vicisitudes acaecidas por
el desarrollo de la historia, el joven Juan Francisco logró terminar su
bachillerato y matricular en la Universidad de Oriente. Por si fuera poco, a
mitad del libro, cuando esta adolescente de 15 años comenzaba a enamorarse del
joven Cuqui Bosch, Gladys nos muestra otra faceta importante de su vida: la
lucha clandestina.
¡Más y más emocionante se volvía la lectura a
medida que avanzaba! Mientras mis ojos devoraban una a una las palabras, mis
manos sostenían fuertemente el libro para asegurarme de no perderme entre sus
páginas sin poder regresar luego a la realidad. Es así como llego al año 1955,
donde Cuqui transita de la fogosa lucha estudiantil a la callada lucha
clandestina, la que conllevaba compromisos y riesgos aun mayores.
La propia escritora refleja: “La
lucha clandestina es eminentemente callada. La palabra se torna en acción, los
actos de calle en ataques sorpresivos. El líder se caracteriza por la
discreción, se difumina en la masa, al revés de lo que ocurre con el líder
estudiantil”.
Representaba para Cuqui un giro de 360º con respecto a las actividades que
venía desarrollando en el bachillerato, pero la nueva tarea también la supo
cumplir a cabalidad, tanto, que prácticamente no se conocía de su participación
en la clandestinidad y ello aflora en este libro, lo cual nos hace agradecer a
Gladys Horruitiner Oleaga su acuciosa investigación histórica y los testimonios
recogidos. Uno de ellos muestra lo que dijo Augusto César Despaigne, compañero
de la lucha estudiantil, respecto a Cuqui: “¿Quién dice que no luchó? ¡Lo que
no descansó! Se arriesgó mucho. Un compañero como él merece nuestro respeto”.
Juan Francisco utilizaba la camioneta de la carnicería para trasladar
armas, uniformes del Movimiento 26 de Julio, bonos, volantes y otros materiales
clandestinos. Realizó sabotajes como explotar transformadores para dejar a
oscuras la ciudad mientras los jóvenes del movimiento se abastecían; y siempre
conducía él la camioneta, con lo cual se exponía a ser reconocido y capturado.
Todo ello lo hizo merecedor de la confianza de Frank País, según documenta la
propia Gladys.
Para finales del volumen deja la escritora los testimonios de muchos de
sus profesores, de su madre, de amigos y compañeros del Instituto y de la
lucha; pero antes, cierra su narración contándonos la captura, tortura y muerte
de Cuqui Bosch, quien fue apresado el 28 de julio de 1958 y llevado al Cuartel
Moncada.
Pese a la exquisita sensibilidad, al sublime tacto, al lenguaje sutil, y
al cariño implícito con que Gladys nos cuenta estos últimos días del héroe, fue
imposible dejar de estremecerme y nublar la mirada con lágrimas que dejaron
huellas en las páginas del libro, ante las terribles torturas y vejaciones a
que fue sometido. Descritas con las palabras precisas, lograron
transmitirme lo que él
sufrió, e hicieron aflorar en mi piel el orgullo y el amor por ese joven al que
no le pudieron arrancar ni una sola palabra.
Malherido, deshecho, sin que quedara apenas en su cuerpo un lugar para
un golpe más, lo dejaron en una de las calles de Santiago, de donde fue llevado
a un hospital. Pero su cuerpo, o lo que de él quedaba, no resistió y la vida le
abandonó el día 5 de agosto; tenía solo 32 años.
Algún tiempo ha pasado ya desde que hiciera por primera vez la
lectura de Cuqui Bosch: algo más que un dirigente
estudiantil y hoy
encuentro, con estas
páginas que escribo, mi oportunidad idónea para expresar las tantas emociones
que me regaló Gladys con su libro y con su persona, pues mi padre, quien fuera
su alumno en sus años de preuniversitario, y ante la dicha de tenerla en aquel
momento aún viviendo en nuestra ciudad, me llevó a conocerla.
Su hablar despacio y melodioso me cautivó; a pesar de sus años mantenía
la lozanía de una niña y se mostraba ante mis ávidos ojos llena de historias y
conocimientos para regalar. Promovía siempre la lectura y la creación a través
de los talleres literarios y aunque hoy ya no está entre nosotros, estoy
convencida que todos aquellos que la conocieron llevarán siempre consigo el
grato recuerdo de su radiante personalidad y su auténtica sonrisa.
En cuanto a mí, apenas hube terminado de leer el libro, ya tenía clara
mi decisión respecto al preuniversitario en el que deseaba estudiar. No era
solo una cuestión de nombre o de héroe, pues Antonio Maceo y Rafael María de
Mendive son próceres a los cuales profeso también una alta estima y admiración;
pero creo que –a estas alturas– ya está demás decir cuánto me enamoré de Cuqui
Bosch (mi eterno joven que este año hubiese arribado a su 90 cumpleaños) y
cuánto deseaba sentarme en las aulas de ese Instituto que le debe su nombre y
el edificio actual donde se encuentra; un centro que cada año recibe a sus
estudiantes con una insigne frase en la entrada principal: “Si no vienes a estudiar, a luchar y a pensar en Cuba, no entres”.
Egresada ya del Cuqui
Bosch, día tras día seguí sintiendo dentro de mí, al joven que Gladys
Horruitiner me regaló, clandestino, entre las páginas de un libro.
DATOS DE LA AUTORA / Damaris Hodelín
Fuentes (Santiago de Cuba, 1992)
Doctora en
Medicina. Instructora no graduada en Oftalmología. Título de Oro y Premio al
Mérito Científico en la graduación 2016 de la Universidad de Ciencias Médicas
de Santiago de Cuba. Miembro de la Sociedad Cultural José Martí y Presidenta
del Consejo Provincial de Jóvenes Plaza Martiana. Ha sido dirigente estudiantil
a diferentes niveles. Llegó a ser presidenta provincial de la FEEM (Federación
de Estudiantes de Enseñanza Media) en el
2008.
--TODOS
LOS PREMIOS / TODAS LAS FOTOS en:
---GRAN
PREMIO: “Las cien no soledades”: Aracely Aguiar Blanco
---“Un libro: Novelas y cuentos de Voltaire”: Federico
Gabriel Rudolph (Argentina) / PREMIO CAPÍTULO INTERNACIONAL / V Concurso
Caridad Pineda In Memoriam
__ “Sobre EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA
MANCHA”: Mireya Chico Díaz / PREMIO TERCERA EDAD / V Concurso Caridad Pineda In
Memoriam
1 comentario:
Mi encuentro con Cuqui Bosch es un sencillo y conmovedor testimonio de una joven que con su sensibilidad hace honor póstumo a un héroe de nuestra Ciudad y a una mujer incansable, emprendedora, heroína también, anónima...que supo dar a la luz verdades de gran relevancia para las generaciones venideras. Gracias Damaris Hodelín Fuentes por tu admiración hacia el libro, su protagonista y su autora. De todo corazón...mil gracias a nombre propio y de mi adorada madre. Gladys del Monte.
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