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domingo, 23 de diciembre de 2012
YO ME QUEDO CON TODAS ESAS COSAS… / Relato ganador del I Concurso Caridad Pineda In Memoriam, categoría escritor édito
Gladys Horruitiner Oleaga
Una exquisita idea han tenido los promotores del Concurso
Caridad Pineda In Memoriam al escoger tan profundo y creativo tema. El soplo
poético y vital que emana de la lectura, marca indeleblemente al que se acerca
a ella con fruición.
No fui niña genial
que se adelantara en ideas a su edad; mis intereses no eran literarios, sino
lúdricos: muñecas y cuando más, juegos de palabras. Mi universo intelectual,
normal para la edad que iba teniendo. Por fin a los catorce años, un concurso
literario escolar, me llevó a los predios del insigne maestro Enrique José
Varona en su centenario. Quedé maravillada ante su estatura, amé su actuación,
en contraste con el devenir político de aquellos tiempos. Lo seguí durante años
y nunca más pude borrar su impronta en mi vida como educadora.
Ávida ya de
literatura, decidí empaparme en ella, “probando de todo”… encontré un
maravilloso libro: Lecturas escogidas
de la Doctora Escanaverino ,
que no hubiera podido servirme mejor. Con él barajé, desordenadamente, autores
connotados como Martí, Urbina, Heredia, Guillén, Nervo, y la Loynaz , entre otros,
quienes señalaron el camino para hacer florecer mis ansias literarias y
posteriores deleites…
Luego, en la Escuela Normal para Maestros,
una insigne bibliotecaria, Fela Tornés continuó regando la semilla con
cautivadora sugerencia, las sesiones allí constituían una fiesta de la
literatura. Rubén Darío nos llegó por ella, junto a Herrera Reissing, Santos
Chocano y otros poetas escoltados por la rúbrica modernista.
La adolescencia
devino juventud. La poesía se enredó en mis manos; era incapaz de tallarla,
pero no de soñar… pues la poesía ejercita el amor en el pensamiento, en sus
espejos y remolinos; la poesía hace empatía con el que sueña y yo estaba en la
edad de las ilusiones. ¿Qué podía saber, con mis pocos años, de corrientes
sociológicas, de filosofía o de política?
Otra vez llega la lectura para responder las inquietudes de mi mundo
interior. Eran escritores muy leídos entonces: José Enrique Rodó, José
Ingenieros, Ortega y Gasset, Alfonso Reyes… Fueron verdaderos maestros de
juventudes que generaban polémicas y novedades en sus obras: Los motivos de Proteo ―sus parábolas las
sabíamos casi de memoria: “la copa herida” o “la pampa de granito”—, El hombre mediocre, El espectador, Simpatías y
diferencias, y El matrimonio perfecto
constituyeron un real “boom”, como diríamos hoy, que abriría nuevos campos
hasta las recientes tendencias de una revolución sexual.
Yo comenzaba a ser
otra, un despertar ético se producía. Las “fuerzas morales” estaban
consolidándose, la templanza había llegado con todo ese arsenal novísimo, sin
desestimar la fragancia del “habla de plata y cristal” de Juana de Ibarbourou,
Alfonsina Storni, Neruda… “la poesía posa donde hay calor”. Con esas
resonancias inicié una apasionante aventura estética.
El tiempo “es un río
sin riberas”, un personaje esencial que lo arrastra a uno; entonces me empezaron
a atrapar los textos sentenciosos, y mi discurso fue tomando altura. De Guillén
me impresionó entre sus imágenes y excitantes metáforas, una apenas perceptible
por su síntesis: “no soy tanto”; solo tres palabras remiten a una estremecedora
verdad: a la sencillez y la humanidad. Salvarse del abismo que marca la
reiteración del YO, permite mirar, generosamente, más hacia los demás, incluso
a los que pueden hacer las cosas mejor que nosotros; implica una oportunidad de
ascenso, de perfección.
Muchas otras
lecturas, con la fuerza de la pasión, me han empujado hacia la rectitud y el
decoro. He ido escogiendo las preferidas, las imprescindibles; entre ellas una
máxima, que me fascina y a la vez me sobresalta: “admiro a mi padre porque puede
mirar, sin pestañear, al sol”. Su reflexión me confirma que el que percibe el
brillo sin deslumbrarse, admira lo grande sin perder la paz, y puede escuchar
el silencio que engendra la poesía.
La poesía es útil
hasta en los tiempos de guerra. Se dice que en una crisis mundial, al
preguntarle al gobernante que estaba al borde de la derrota, que necesitaría
para vencer, respondió:
―Un Poeta Nacional
Que difícil resulta
a un delirante lector, escoger una obra entre todas aquellas que lo han
estremecido; cuantas memorias y olvidos… no reconoces la importancia de lo que lees,
hasta que ha pasado el tiempo y sientes que por breve que sea, siempre queda
algo. “Yo me quedo con todas esas cosas, pequeñas, silenciosas; con ellas yo me
quedo”…
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