--TODOS LOS PREMIOS / TODAS LAS FOTOS en:
sábado, 24 de septiembre de 2016
“MI PRINCIPITO” de Orlando Téllez Almenares / MENCIÓN / V concurso Caridad Pineda In Memoriam 2016
“Cuando yo tenía seis años, vi un magnífico dibujo
en un libro sobre la selva virgen que se llamaba Historias vividas.
Representaba a una serpiente boa que se tragaba a una fiera (...)”. Así
comienza la narración del libro, me atrevo afirmar, que ha marcado la vida de
muchas personas, El Principito; escrito por un adulto con
alma de niño y amante de la paz, el francés Antoine
Marie Jaen de Saint-Exupéry.
Este
pequeño volumen fue escrito en el año 1942 en las ciudades de New York y
Asharokan, EE.UU. Es considerado como una novela corta (nouvelle o short novel)
género que tiene como antecedente al relato corto medieval y en el cual
numerosas lumbreras de las letras como Kafka, Oscar Wilde y William Faulkner se
han destacado. Esta obra bien se acoge a la definición hecha por el escritor
argentino Julio Cortázar: “género a caballo entre el cuento y la novela”. No
fue
El Principito la primera novela corta de Exupéry, le precedieron:
El aviador (1926), Correo del
Sur (1929)
y Vuelo nocturno (1930), sin embargo esta representa la más afamada
obra del piloto y literato francés.
La obra fue
publicada por vez primera en 1943 y su publicación, tanto en inglés como en la
lengua de su escritor, estuvo a cargo de la editorial norteamericana Reynal
& Hitchcock. El texto sería publicado tres años después por la editorial
gala Éditions Gallimard, la cual solo pudo publicarlo una vez producida la liberación de París del régimen de Vichy.
Constituye así mismo una de las mejores obras literarias del siglo XX francés y
es, sin lugar a dudas, la más leída y
traducida. Su traducción a la lengua de Cervantes fue hecha por el historiador,
político y escritor argentino Bonifacio del Carril, quien además tradujo al
castellano la primera novela del francés Albert Camus,
El Extranjero.
La primera
publicación en español se produjo en 1951 (en nuestro continente) y corrió a
cargo de la editorial argentina Emecé Editores. En la Mayor de las Antillas, la
primera edición de este libro se efectuó bajo el sello de la casa editorial
Gente Nueva en 1968, luego le sucederían otras ediciones en 1986, 1995 y 2001,
así como varias reimpresiones. El ejemplar que por vez primera llegó a mis
manos, como regalo de mis padres, corresponde a la edición de 2001. Con
ilustraciones del propio Exupéry, prólogo y epílogo de Excilia Saldaña y cuenta
con 27 capítulos enumerados con números romanos y 123 páginas.
Al llegar a
mis manos este libro, yo era un adolescente aun y poseía una gran curiosidad
literaria; había leído las aventuras de Salgari, Verne y Mark Twain, las cuales
simultaneaba de vez en vez con mis obligadas lecturas de política e historia.
Aquel minúsculo texto me pareció sumamente corto y fácil de leer. Primero pensé
leerlo lo antes posible y así sumaría un nuevo libro leído a mi colección. La
empresa me era muy simple, pues había leído textos más extensos en un corto
período de tiempo. En segundo lugar tuve la idea de no leerlo, pues su aspecto
me sugirió un libro infantil y ciertamente me sentía un poco incómodo,
consideraba que mis lecturas debían irse haciendo cada vez más serias y hacerlo
tal vez implicaría un retroceso. Al final, decidí que haría la lectura sin más
motivaciones que poder decir que había leído un nuevo libro. ¡Cuánta ignorancia
cargaban mis ideas de entonces, no sospechaba siquiera las sorpresas que me
llevaría entre esas escasas líneas y cuánto cambiaría desde ese momento!
Al
comenzar la lectura me encontré con una dedicatoria que encerraba entre sus
líneas un poderoso mensaje que me hizo argüir cuán serias iban a ser en lo
adelante cada una de las páginas de ese nuevo libro. Recordé una frase de Jorge
Luis Borges que escribiera en la primera página de su poemario La cifra: “(…)
la dedicatoria de un libro es un acto mágico... También cabría definirla como
el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre”. Entonces pude ver
que el autor de El Principito había escrito una de las dedicatorias más
sensibles y tiernas; dedicaba —de una manera sencilla pero profunda—su más
trascendental obra a su mejor amigo, el también novelista francés Léon Werth.
Me quedó claro desde ese mismo instante que era un libro cargado de una formidable
sensibilidad humana, que se trataba de un hombre de letras capaz de valorar un
sentimiento tan importante como la amistad y de sensibilizarse ante las
desgracias ajenas.
El
Principito se convertiría, desde aquel momento en que mis ojos se posaron sobre
sus páginas —cual fieras ávidas de conocimiento—, en una verdadera fuente de
valores. En el primer capítulo, el intercambio que sostuvo ese pequeño niño de
apenas seis años con los adultos, echó por tierra mi primitivo prejuicio: creer
que no se trataba de una lectura seria.
Fascinante
resultó el inesperado encuentro del piloto, que otrora fuese un niño, con aquel
“caballerito extraordinario” en medio del desierto, dejándome claro la
importancia de mantener siempre encendida la luz de la imaginación que es la
que nos permite crear, ver las cosas bajo un prisma capaz de aislarnos de la
realidad dictatorial que nos impone la sociedad en su ansia desmedida de
hacernos crecer e incluso ¡ver ovejas más allá de una simple caja! De aquel
inicial momento, recuerdo con emoción las palabras del Principito ante la —para
él— rara idea de amarrar a su oveja y evidente necesidad del piloto de hacerlo
para evitar la pérdida de esta: “—Hacia adelante no siempre se puede llegar muy
lejos…”
Rápidamente comprendí que me encontraba frente a personajes que no
habían sido creados con el mero objetivo de entretener y que cada uno se
convertía en parte esencial de la historia narrada, por muy pequeña que fuese
su aparición sobre las fibras de esas hojas. No sospechaba el lector que al
trashojar las restantes carillas aguardaban nuevos seres con mensajes aun más
profundos y penetrantes. La rosa, los volcanes, los baobabs, la serpiente, el
globo y la zorra; cada uno de ellos con una encomienda específica y como heraldos
del autor anunciaríanme lo esencial.
El pequeño
planeta de mi caballerito se volvió mi casa, sus problemas más serios, aquellos
baobabs, eran desde entonces la mayor de mis preocupaciones, comprendí al
conocerlos que los problemas no se deben dejar crecer y que resulta
imprescindible solucionarlos antes de que puedan hacerse demasiado grandes, y
para ello es importante ser disciplinados.
Mis
encuentros constantes con el Principito me llevarían a conocer determinados
individuos habitantes de curiosos planetas que de cierta forma me mostraron en
lo que algunas personas se van convirtiendo con el paso del tiempo cuando ya
han olvidado dibujar boas abiertas y cerradas. Las personas, me dije, se pueden
volver autoritarias, injustas, vanidosas, avariciosas y pueden olvidar la
esencia de la vida.
El
encuentro con la zorra transformó la
existencia de este leyente, la sabiduría en las palabras de aquel vulpino me
emocionaron sobremanera y emocionarían aun al alma más desierta de
sentimientos. Lo fundamental de esta composición se resumía en aquella reunión
que duró unas cuatro páginas donde se habló de ligaduras, ritos, amistad…
Quedó claro
para mí que los amigos son imprescindibles y que no hay precio para la amistad.
¡Cómo ser indiferente a estos sabios vocablos!: (…) Los hombres no tienen
tiempo de conocer nada. Compran las cosas hechas en los mercados. Pero no hay
mercados de amigos (…) Al final de la conversación la raposa le regaló al
Principito un gran tesoro, que al igual que él repito constantemente para no
olvidar: “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible para los
ojos”.
Mi libro
infantil, había resultado ser un verdadero tratado filosófico, no de esos en
los que se usan tecnicismos a los que para acceder es necesario antes haber
pasado varias escuelas o haberse estudiado con rigor el significado de cada
palabra. La filosofía aquí expuesta era muy simple y bastaba con sentirse
verdaderamente humano, con amar la vida y con encontrar el busilis de cada
cosa, para comprenderlo. Era una suerte de poesía filosófica murmurando
constantemente al oído, haciéndome mirar hacia cada sitio en busca del más
nimio detalle, pues podía resultar en el asunto más importante.
El tiempo
ha pasado y mi pequeño libro va envejeciendo junto a mí, se convirtió en mi
amigo, me hizo descubrir el valor de todo cuanto me rodea. He regresado en múltiples ocasiones a conversar con él, cada
encuentro resulta más extraordinario, ¡creo que me ha domesticado! Hoy cuando miro al cielo, las estrellas me
sonríen y sé que en algún lugar, mi aventurero amigo, caerá en manos de algún
niño o de algún adulto que ha olvidado su niñez y le hará descubrir nuestra
esencia en este mundo.
DEL AUTOR / Orlando Téllez Almenares
(Santiago de Cuba, 1990) / En la imagen recibiendo su mención del Concurso Caridad Pineda In Memoriam 2016 /
Doctor en Medicina, Instructor no graduado Cirugía
General. Título de Oro y Premio al Mérito Científico en la graduación 2016 de
la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba. Residente de
Primer Año de la Especialidad de Cirugía
Cardiovascular. Miembro de la Sociedad Cultural José Martí. Ha sido dirigente
estudiantil, ocupando responsabilidades en las en la UJC, FEEM y FEU. Ostenta
la orden “Panchito Gómez Toro” y la Medalla “José Antonio Echeverría” otorgada
esta última por el Consejo de Estado. Ha concursado en los Juegos Florares y el
Concurso de poesía Luisa Pérez de Zambrana.
--TODOS LOS PREMIOS / TODAS LAS FOTOS en:
---GRAN PREMIO: “Las cien no soledades”: Aracely Aguiar
Blanco
---“Un libro: Novelas y cuentos de Voltaire”: Federico
Gabriel Rudolph (Argentina) / PREMIO CAPÍTULO INTERNACIONAL / V Concurso
Caridad Pineda In Memoriam
---“EL LIBRO QUE ME TOCÓ VIVIR” de Yecenia Ramírez Sosa
/ Premio AUTOR NOVEL y trabajo más premiado / V Concurso Caridad Pineda In
Memoriam 2016
__ “Sobre EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA
MANCHA”: Mireya Chico Díaz / PREMIO TERCERA EDAD / V Concurso Caridad Pineda In
Memoriam
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario