Con el triunfo de la revolución, Vilma Espín Guillois, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, se dio a la tarea de enviar a las campesinas a estudiar corte y costura, para luego integrarlas a las clases y al magisterio en la Escuela “Ana Betancourt”, en La Habana. Para matricular en la misma debían tener 14 años en adelante… pero yo era una niña.
sábado, 15 de octubre de 2016
“Dile a MELQUIADES que aquí estuvo el CHE” de María Elena Elías / PREMIO UPEC / V Concurso Caridad Pineda In Memoriam 2016
Con el triunfo de la revolución, Vilma Espín Guillois, presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas, se dio a la tarea de enviar a las campesinas a estudiar corte y costura, para luego integrarlas a las clases y al magisterio en la Escuela “Ana Betancourt”, en La Habana. Para matricular en la misma debían tener 14 años en adelante… pero yo era una niña.
Mi madre, como presidenta de una delegación, predicó con el ejemplo y fui una de las
primeras, aun cuando los padres no querían sacar a sus hijas de su abrigo, pues
la contrarrevolución decía que “les lavaban el cerebro” y las ponían de prostitutas.
Cuando llegué a la
escuela en Miramar, se percataron de que yo tenía once años, comentaron que me retornarían a la Sierra Maestra, a lo que contesté que no sabía la dirección de mi casa. Me
trasladaron a Mayanimar, escuela de deportes, en la especialidad de natación, y
antes de finalizar el año me trasladaron otra vez a la Escuela “Ana Betancourt”.
Al cursar el 6to
grado, la maestra impartió una clase de lectura e interpretación. Utilizó como
material de estudio el libro
Pasajes de la
Guerra Revolucionaria escrito por Ernesto Guevara De La Serna. Escogió la
página 24 que se refería al combate de
La Plata y citó al Che: “(…) seguimos un angosto camino transitado por pocas personas, marcado
especialmente para nosotros por un campesino de la región, llamado Melquíades Elías”.
La maestra preguntó que si era familia mía, a lo que contesté que… era mi padre. Pidió que le
contara sobre la guerra y narré una
anécdota acerca de un encuentro inesperado, una imagen imborrable..
Salieron los primeros rayos de sol. Con el rocío de la
mañana, un hombre llegó a la casa, en Caguara, Sierra Maestra,
donde mis padres hicieron el bohío,
rodeado de una cerca de palos amarrados con bejucos. Sin bajarse del mulo,
llamó: Melquiades… Melquíades… ¿aquí
vive Melquíades?.. Mi hermano mayor respondió afirmativamente. ¿Dónde está? En La Plata con mi mamá ¿Tú sabes cuándo viene? –No, no sé… En medio
del diálogo, nos acercamos al hombre, cuya imagen quedó en mi memoria para toda
la vida.
Vestía uniforme
sucio, sobresalía el color rojizo de la
tierra por encima del verde olivo, barba poco copiosa y cabello alborotado,
dejando ver que no se peinaba. En mi vida no había visto un hombre tan horroroso,
como si fuera poco emitió un sonido: ¡uuuuh!… con los brazos abiertos, le hizo un gesto a mi hermano
menor, quien desnudo y sin zapatos, lo
miró petrificado. El niño salió corriendo, dando gritos y se escondió en la
casa. El hombre se echó a reír, dio media vuelta a la bestia, no sin antes
agregar: Dile a Melquiades que aquí estuvo el Che.
Pasaron los años y
le pregunté a mi padre para qué lo buscaba el Che. Me me contó que él estaba al cuidado de unas reses
en La Plata y el Che quería hacer una fábrica de queso y mantequilla.
Con esta lectura,
supe que la imagen del Che fue una de
las visiones más hermosas de mi vida. Dentro
de ese uniforme sucio estaba el alma de un hombre puro, lleno de todas las virtudes, como el encanto de la poesía, la medicina que cura heridas y purifica, generoso,
disciplinado, valiente; y el primer guerrillero ascendido a Comandante por Fidel Castro, un hombre grande de la historia. Quise conocer acerca de
mi padre y el Che, a los cuales supe
valorar como a todos los que lucharon
por la plena independencia de Cuba.
Mi padre fue uno
de los líderes que luchó contra las compañías
norteamericanas, latifundistas que se apoderaban de las tierras de los
campesinos, a quienes la guardia rural protegía. Los campesinos se encargaban
de desbaratar las cercas y se enfrentaban con
revólveres, escopetas y machetes;
por este motivo la guardia rural tenía a
Melquiades Elías entre los
revolucionarios y revoltosos. Lo metieron preso en el cuartel de Pilón, con
la protesta de mi madre y muchos de los campesinos que luchaban junto a él. Con un
poco de suerte y la advertencia del sargento Lapinel de que no saliera por el
camino real y buscara monte, pudo salir
vivo. Papá se mantuvo alzado mucho tiempo porque lo perseguían para matarlo,
hasta que llegó Fidel a la Sierra.
Fidel refiere en su diario, que Eutimio Guerra le presentó a un campesino luchador y conocedor de la zona
llamado Melquiades Elías, quien les hizo
una trocha de 72 kilómetros por el monte
a punta de machete para llegar al cuartel de La Plata. Así lo corrobora Raúl
Castro Ruz y los que escribieron posteriormente sobre la guerra.
Mis padres y mis tres hermanos participaron en la lucha de liberación, como
tantos campesinos que se unieron a las tropas. Papá se incorporó en la columna
1 “José Martí” durante toda la contienda, como abastecedor de las tropas;
colaboró en el posicionamiento para la Batalla
del Jigüe, entre tantas órdenes que le
asignaron Fidel y Celia Sánchez Manduley. Es el momento en que el Che brinda la imagen en su diario de que la
guerrilla se vistió de yarey.
A través de Pasajes de la
guerra revolucionaria valoraré con el
tiempo que mi padre tuvo en sus manos la vida de la guerrilla, compuesta por
los expedicionarios del Granma que quedaron después del combate de Alegría de
Pío y parte de la continuidad histórica de la revolución.
El Che con su espíritu
internacionalista y el afán de luchar por la liberación de otras tierras
del mundo se marchó de Cuba, renunció al
cargo de ministro y al grado de Comandante, en su carta de despedida al Comandante en Jefe leída en el Primer
Congreso del Partido; informaba que partía hacia otras tierras del mundo para comenzar
una lucha tan difícil como la de Cuba. Desde entonces he querido saber más
acerca de él.
Cuando Fidel dio la noticia de su asesinato, las calles quedaron en
silencio, nuestra escuela mantuvo el duelo durante un mes, caminábamos con los
brazos detrás y la cabeza baja, mirando la tierra y recordando el poema del Poeta
Nacional Nicolás Guillén, “Che, Comandante amigo”: no porque hayas caído / tu
luz es menos alta (…) Estás en todas partes. (…) vivo como no te querían. Nos dejó libres para
que pudiéramos estudiar, ser útiles, y saber enfrentar el futuro. Todavía siento que La Higuera
es un faro de luz para América y
para los que en el mundo se levantan
contra el imperialismo.
Leer el libro Pasajes de la
guerra revolucionaria influyó tanto en mí, que trabajé y me jubilé en el Ministerio del Interior;
siento que soy más humana cada día, para mí lo primero es la sensibilidad, el amor y el
decoro para encaminar cualquier meta.
Pasajes de la guerra revolucionaria marcó mi destino,
me dijo que la vida no es sueño, es la
realidad que componemos. Es acero, es flor. La mía fue difícil por ser mujer. No le temo
a nada, segura, y sin perder la ternura,
soy capaz de navegar hacia el horizonte. No importa su distancia.
DE
LA AUTORA / María Elena Elías Ramírez (1952) Promotora cultural y escritora.
Creadora del Proyecto La Peregrina.
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