jueves, 10 de enero de 2013
Reinaldo Cedeño: el hueso en el papel
* Redacción IPS Cuba / ipscuba@ipscuba.net
* Jueves, 03 de Enero de 2013
Desde Santiago de Cuba,
Reinaldo Cedeño mantiene un blog capital. Alejado físicamente de los
principales circuitos, este periodista all around y multipremiado ha hecho de
La isla y la espina un espacio tan vital como heterogéneo. Con lugar para
autores ajenos, para el reposo de sus crónicas y también, en ocasiones, para
las más enconadas discusiones. Con espacios para el deporte, el cine y la
poesía. La isla y la espina, además, hace lo que pocos hacen y es, sin embargo,
uno de los mandamientos del periodismo. Cedeño amplifica en su blog imágenes un
tanto olvidadas y pulsa las resonancias internas de un país que, por momentos,
parece circunscribirse a La
Habana , pero no.
Se cree que
mantener un blog desde provincia, o sea, fuera de la urbe, es más trabajoso ¿Lo
es?
Nunca me he planteado las
dificultades de las cosas, sino sus posibilidades. Suelo ser terco cuando
quiero algo, que por mi esfuerzo no quede. A mi modo de ver, en el ciberespacio
importa más lo que escribes que desde donde. Lo digital ha creado una especie
de universo paralelo con sus códigos propios. Sea en la capital, sea en la
provincia, en Cuba se presenta como necesario disponer de un equipamiento
técnico más moderno y de un mayor tiempo de conexión, factores que están
sometidos a diversos avatares. Esa es la realidad en la que me muevo.
Entretanto, hay que ser práctico y sacarle el máximo de partido a lo que se
tiene a mano.
Vivir en provincia siempre es
un reto, nadie lo dude. Vivir en provincia es una especie de cimarronaje,
porque existe una distancia física de personalidades, encuentros,
acontecimientos… de los que uno podría nutrirse. Eso no quiere decir que a tu
alrededor no haya otros. Quizás sean menos conocidos, menos mediáticos; pero
son igual de importantes. También suelen encontrarse personajes de un alto
contenido humano, historias menos exploradas, que están ahí, aguardándote.
Por mi parte, siempre me
afilié al concepto de que más allá de ser provincias de un país, somos
provincias del universo. Tal vez, nunca mejor dicho que en estos tiempos de la Internet.
La isla y la
espina acumula, en apenas tres años, más de medio millón de visitas. ¿Alguna
estrategia específica? ¿Algún truco?
Los números siempre asoman
ciertas cualidades de las cosas; pero no me los tomo demasiado en serio. La
isla y la espina es un grano en medio de un océano y por eso siempre me ha
parecido maravilloso que alguna persona se detenga en algo que escribo,
teniendo en cuenta las millonarias opciones que existen en la red y que tal
decisión es absolutamente libre y personal.
No suelo replicar textos que
puedan encontrase en otros sitios, más oficiales o más alternativos; prefiero
contar acerca de mis historias personales, de los más cercanos a mis afectos o
creencias, de lo que me impactó en el camino. Nunca pierdo de vista aquello que
le dijo Dulce María Loynaz a una amiga: “Escribe de ti misma; el individuo es
siempre más interesante que la humanidad”.
Te has visto
envuelto en varias polémicas por artículos del blog, como aquella en la que
decías, refiriéndote a los presentadores de la televisión, que un micrófono no
es una pasarela. Cuéntanos al respecto. ¿Concibes el blog como un arma de
denuncia?
Siempre he creído en la
polémica y en el derecho al criterio, es la posibilidad de mover el pensamiento
alrededor de un tema. Desearía verla con mayor frecuencia entre nosotros, con
el mismo ardor con que se discute de béisbol. Concibo la polémica, eso sí, como
un intercambio de saberes, un toma y daca de ideas, y no como un duelo a
sablazos.
Creer que desde un blog se
pueden levantar ídolos o descabezar estatuas, es pretencioso y absurdo. Lo
mismo adjudicarse ser el portavoz de la realidad, cuando esta resulta un
mosaico inabarcable que se resiste, que no cabe en unos cuantas entradas, por
recia que sea la pluma y hondo el empeño.
En el blog brindo la
posibilidad de dejar comentarios colgados a las entradas, bien con el nombre,
bien de manera anónima. Esa interactividad te enriquece y educa en la
pluralidad. Una opinión puede estar en el ecuador y la otra en el polo, pero
debe partir del respeto. Discrepar de la idea, sin atacar al que la emite. En
eso me formaron y así lo practico.
“Un micrófono no es una pasarela”
se publica en un momento en que el acceso a la conducción en la pantalla cubana
se había relajado. El arte de la locución, tener un micrófono en la mano, es
algo muy serio y entendí que debía levantar mi voz. Por suerte, profesionales
de prestigio y lectores en general sumaron sus criterios y de ahí su
circulación.
También se han movido otras
polémicas alrededor del deporte cubano, especialmente de sus modalidades
colectivas; los disparates de las entrevistas y los entrevistadores, el
arquetipo entronizado por la pequeña pantalla acerca de aquellos que vivimos en
la zona oriental del país, el abordaje de la diversidad sexual y el lenguaje,
entre otros. Eso sí, como norma, no me gustan las generalidades; toco las cosas
con sus nombres y sus apellidos.
Concebí el blog como una vía
para expresar mis ideas, para compartirlas. Cuando me decido a tratar un tema
es porque, además de juicios, tengo argumentos. Por supuesto, cuando uno hace
público un mensaje, este empieza a ser patrimonio de los demás. Se ha dicho que
cada lectura es una reescritura, y lleva razón. No es posible predecir el
criterio de los demás.
La isla y la
espina te ha traído varios reconocimientos, incluso cierto renombre. ¿Es ese su
fin? O mejor, reformulemos la pregunta: ¿cómo pensaste el blog antes de abrirlo
y cómo lo piensas hoy, cuando ya ha cobrado vida y ha reportado dividendos?
He tenido la suerte, por
ejemplo, de que el Concurso Nacional de la Crónica Miguel
Ángel de la Torre
que acoge Cienfuegos, con la calidez de sus organizadores, me haya distinguido
en dos ocasiones con el premio en la categoría digital, a partir de trabajos
publicados en el blog. Algún que otro artículo estrenado en La isla y la espina
ha alcanzado difusión nacional por otros medios o desde él mismo. Todo empezó
como una prueba, una aventura, y hoy encuentro a personas que me hablan del
blog en casi todos los lugares a donde voy. No seré hipócrita, son resultados.
Cada distinción es una alegría; pero es sobre todo algo hermoso que compartir
con los amigos y los colegas. No comulgo con las egolatrías. Nunca olvido un
tema del argentino Alberto Cortés que le escuché cantar en un concierto: “Al
fin, al cabo la fama es espuma / tan pronto la tienes, tan pronto se esfuma”.
Escribo asumiendo cada
palabra que digo, con mi nombre claro y explícito. Es un blog modesto, sin
alardes, que insiste en la temática cultural porque en ella trabajo hace años,
porque me es más cercana. Es un blog personal que no representa a institución
alguna, pero nunca he esquivado mi condición de periodista y de cubano.
En cuanto a dividendos, todos
son espirituales, no existe ningún otro. Trabajo en el sitio de manera
voluntaria y soy mi propio editor. Es un reto y lo llevo con orgullo. Lo
actualizo cada vez que puedo, sin imponerme metas. Escribir por placer y
compartir ese resultado potencialmente con todo el mundo es algo insuperable.
Hay una especie
de bella inconsciencia en tu escritura, algo que parece no trabajado por las
lecturas, ni siquiera por la experiencia. Algo que parece un talento dado,
natural, como si no dependiera de ti. ¿Para quién escribes? ¿Cómo lo haces? ¿Te
impones métodos o te impones pureza?
Nadie me había planteado mi
escritura de esa manera, ni yo me había detenido en ello. Mi madre era maestra
y desde que abrí los ojos vi a mi lado libros y cuadernos, vi a mi madre con un
lápiz en la mano. Seguramente eso influyó, pero ¿puede nacer algo de una
semilla si no tiene el árbol dentro?
Escribo para quien me quiera
leer o escuchar, esté donde esté. En el universo digital no es dable escoger un
público específico; solo esperar que te escojan, con mucha suerte. Escribo para
todos aquellos que no se han rendido, que no se han conformado, que todavía
creen en la palabra. Confío en que detrás de las máquinas hay seres humanos. Me
han llegado mensajes lo mismo de la esquina más próxima que desde Islandia o
Nueva Zelanda.
No tengo método alguno para
escribir, pero tengo mis marcas y preferencias. Por ejemplo, soy un apasionado
de los títulos: ellos son el latido, la sustancia, el grito y la vitrina de lo
que escribes. Casi soy manierista: debo lograr el título primero, y luego, esa
concreción me indica el camino. Prefiero lo que alguien describió como
“escribir en imágenes”. Tiene más efectividad comunicativa decir que “el hombre
descubrió su torso en el parque”, que escribir que “hacía un calor insoportable
en aquel parque”. La última construcción es ciega, no puede verse.
Creo en la emoción como vía
efectiva para llevar el mensaje. Creo en el laboreo infinito de la forma y en
el cierre del texto: debe ser como una pedrada, pero que parezca un abrazo. Las
imágenes son importantes, sería necio negarlo; pero aquí navegaré a contracorriente:
una palabra bien dicha es capaz de evocar mil imágenes. Como ves, no estoy
descubriendo nada; son apuntes, más bien obsesiones.
Escribir es responsabilidad
y, a la vez, un acto profundamente subjetivo. Como toda creación es un proceso
inasible, inextricable.
En la crónica
donde hablas de aquella emblemática profesora de primaria, el final que se lee
parece una divisa: “Cuando la vida me coloca entre la conveniencia de callar y
el civismo de romper el silencio, sé que la señorita Alina me está mirando.”
¿Cómo resuelves esta disyuntiva en el periodismo, donde tan recurrentemente se
te debe plantear?
Tuve la suerte de tener desde
temprano algunos profesores auténticos, indomables, inolvidables. José Martí,
el gran maestro de los cubanos, escribió: “Dígase la verdad que se siente con
el mayor arte con que se pueda decirla”. Sabiduría concentrada en quince
palabras, mandato dual que relaciona dos asuntos difíciles: verdad y arte, uno
el río; el otro, el cauce. Los argumentos y la gente, por sobre los lemas y las
cifras. En el 2000 decidí dejar el periódico Sierra Maestra y pasé a Radio
Siboney, emisora especializada en música e información cultural. En mi
criterio, el dilema entre opinión pública y opinión publicada, solo tiende
puentes cuando se busca la efectiva interrelación con los destinatarios; cuando
el espíritu crítico es asumido como elemento natural e insustituible; como algo
permanente y no de campaña.
Un periodista es un artista
de la palabra, de la opinión. Tanto actores como decisores tienen que asumir
que la opinión es piedra de toque del periodismo. Esa opinión puede llevar a
otras, congruentes o discrepantes; pero ejercerla es materia inexcusable.
Repito algo que dije en las
primeras páginas de mi libro El hueso en el papel:
“ser periodista es tocar al otro. No hay nobleza que salga de las manos o la
mente que pueda ser pequeña (…) Podrás verte solo frente a los molinos, pero
ser periodista es ser Quijote. Es ser niño, los ojos del asombro siempre
abiertos; tener voz sin ser vocero. Ser periodista es serlo con las vísceras
(…) es dejar el hueso en el papel”.
(Tomado de IPS Cuba
/ http://www.ipscuba.net/index.php?option=com_k2&view=item&id=6215:reinaldo-cede%C3%B1o-el-hueso-en-el-papel&Itemid=11)
Replicado por el sitio CUBAPERIODISTAS
NOTA: La foto empleada por IPS fue tomada de ECURED y la utilizada por este blog es una instantánea tomada por Patricia Aportela en la peña LETRAS COMPARTIDAS.
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