jueves, 10 de enero de 2013
Un NOMBRE, el mayor de los que existen / Mención I Concurso Caridad Pineda In Memoriam
YAMIL LEYVA PEÑA
A veces, uno cree que está solo en el mundo,
que nadie tiene la capacidad de proporcionarte las palabras que llenarán de
sosiego tu alma; y que lo oscuro, puede ocupar la claridad como se extiende el
calor por una varilla metálica. Es, entonces, ya cuando no puedes con el peso
que dios te ha colocado sobre tus hombros, que viene, salido de la nada, un
nombre, o algo que puede ser un nombre, y sin espera de sus apellidos, trata –
quizás no por todos los medios – de enajenar esa oscuridad. Entra en tu ser, en
tu cuerpo, ocupando cada espacio libre, vacío, y se aglutina, y se hace denso,
pareciendo ser grande y a la vez pequeño, para buscar la entrada que describe
lo indescifrable.
Lo curioso es que al día siguiente, como
mismo llega, se va; luego de haber volado, cesado, y musicalizado tu alma. Ese
nombre, que no echa a ver sus apellidos, podría ser un gran poema; quizás el
mejor de los leídos o el mejor de los contados. Es el poema que por sí solo
tiene una rima interna, sin escucharla ni verla. Un poema que habla, un poema
que ríe, “un poema que mira dentro de sus letras”. Podría ser fuego o serpiente, ciclón, avena, y de algún modo te
acerca lo que nunca te han dicho, a pesar de ser eso, precisamente, lo que tanto has escuchado. Sufrirás de
fiebre, tal vez de neumonía; pero recuerda que es solo eso: un poema disfrazado
de un nombre que no echa a ver sus apellidos.
Y ves, en medio del calmo, entre los cuatros
muros arremolinados (porque te parece que algo falta, que nunca estarás
completo) cómo se abalanza sobre ti, y te alza, para dejarte caer, o quizás,
luego, darte la mano. Pudo haber sido su rima interna: muda y ciega; pudo haber
sido su voz, su risa, su corazón; o, lamentablemente, la suerte de que en el
mundo tú estás solo, sin palabras… con una varilla metálica en la mano.
Lo cual figura ser el último poema, las
letras resguardadas por tu pecho, y ahí, el deseo, el encuentro con la
melancolía, lo claustrofóbico, algo que no te deja dormir ni estar despierto, y
te mantiene en vilo, con la esperanza a cuestas, consecuente con todo lo que tú
pudiste dar, que no es más que todo lo que en tu vida no has logrado.
Sería bueno preguntarse la actitud del poema
en este caso. ¿Quién es usted para venir a incendiarme el mundo, para
extenderme sus brazos? Un nombre, el mayor
de los que existen.
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