martes, 15 de abril de 2008

EVOCACIONES de la esposa del CHE


Reinaldo Cedeño Pineda


“El Che recuperado y sólo mito de un ideal que no tiene perfiles, es el olvido. El Che que se hace devenir icono de liturgia, inspirador de ceremonias, es el olvido. El Che mirando desde Korda (Korda-poeta) hacia el futuro entre inertes ilusos y entre copas, es el olvido”.

Así afirma Alfredo Guevara en el prólogo del volumen Evocación de Aleida March, la esposa de Ernesto Guevara, el Che; texto de Casa de Las Américas, 2007 y que pudimos alcanzar en la Feria del Libro de marzo último.

Según el prologuista −y así lo comparto tras haber leído el volumen con verdadera fruición−, Aleida “nos entrega y revela, al Che que nos faltaba, el Che de la ternura del amor trascendido […] Trascendencia del ser, de la persona encarnada en cartas, notas, poemas, reflexiones, vida plena, dolor, plenitud, inhibición, transgresión, desgarramiento”.

En las doscientas páginas del volumen estaremos mirando al héroe, desde las noblezas y flaquezas de un hombre, al fin, de carne y hueso.

Aleida March de la Torre nació en Los Azules, zona rural del centro de Cuba y joven aún se traslada con su familia a Villa Clara (ciudad donde descansan los restos del guerrillero). Allí cursó estudios de Pedagogía y en 1956 ingresa al Movimiento 26 de Julio como combatiente clandestina.

Cuando se produce la llegada del Che a Las Villas, se incorpora al guerrilla como parte de la Columna ocho Ciro Redondo; y luego fungirá como asistente y secretaria personal de Ernesto Guevara, hasta su partida de Cuba, en 1965.

Actualmente es la directora del Centro de Estudios Che Guevara.

Numerosas fotos inéditas contiene el formidable libro.

Los primeros encuentros con el Che

Su primer encuentro con El Che fue en El Pedrero, en plenas montañas del Escambray, en 1958, a donde acudía la joven con la misión de entregar dinero recaudado por el movimiento 26 de julio (un dinero que llevó pegado al torso con esparadrapos) para los guerrilleros.

“Fuimos atendidos por Oscar Fernández, médico de la Columna [Columna 8 Ciro Redondo]…Alberto Castellanos, Harry Villegas y otros […]

“Oscarito nos llevó para presentarnos. Como era de esperar, el Che atendió primero a Rodríguez de la Vega, y después a Ruiz de Zárate, quien ya había estado en el Escambray […] Finalmente me tocó mi turno. Yo me encontraba al lado de Marta Lugioyo, abogada y miembro del Movimiento, quien conocía al Che de un viaje anterior. Después de las presentaciones, y en un encuentro aparte, Marta me preguntó qué me había parecido, a lo que sin vacilar le respondí que no me parecía mal y que lo más interesante era su mirada, más bien su modo de mirar. Lo veía como un hombre mayor”

“Cuando tuve la posibilidad de dirigirme a él, le informé que había venido con un encomienda que debía de entregarle. Todavía estaba crucificada de esparadrapos, y fue lo primero que le dije para que me liberara del castigo. Fue el comienzo del primer encuentro”. (Página 45)

Aleida debió quedarse varios días por razones de seguridad y confiesa que trabó “amistad con compañeros que han permanecido a mi lado, en las buenas y en las malas”(p.46).

Siempre en la búsqueda del equilibrio en sus evocaciones, escribe que “aunque ya era una combatiente fogueada, en el ambiente de la montaña, no era más que una insignificante pieza” (p.47) y trató de buscarse un lugar en la guerrilla, hablando con el Che.

“Lo vi por la noche y comenzamos a conversar. De una forma precisa me planteó que podía quedarme como enfermera en el campamento […] Fui muy concisa en mi solicitud y le expliqué que mis dos años de labor clandestina, según entendía, me daban derecho a ser una guerrillera más. (p.47)

“No admitió mis reclamos y decidió, quizás como una especie de tregua, mi regreso para cumplir varias misiones […]” (p.47)

La guerrilla iba camino de la victoria, y Aleida vuelve del llano al Escambray, tras la toma de la localidad de Fomento el 18 de diciembre de 1958. Allí buscó quien le apoyara para quedarse definitivamente:

“Todos estaban de acuerdo, menos el Che”.

De nuevo, la vemos en El Pedrero, a donde llega el Che una madrugada:

“Estaba sentada con mi neceser de viaje en el momento en que pasó el Che y me invitó a acompañarlo, diciéndome: “vamos a tirar unos tiritos conmigo”. Sin dudarlo, asentí y me monté en el jeep para, literalmente, no bajar nunca más”.

Así fueron sus primeros encuentros.

Las primeras confesiones de amor del Che Guevara

Aleida estuvo a su lado durante la toma de Cabaiguán, poblado de la actual provincia central de Sancti Spíritus:

“Al regresar al puesto de mando y para mi desconcierto, lo vi con el brazo enyesado: durante la toma del cuartel se había hecho una fisura al tratar de saltar por la azotea. Le di un pañuelo de seda negro que tenía en el neceser para que se atara el brazo en cabestrillo. El pañuelo […] fue evocado por el Che en una de sus páginas más impactantes y estremecedoras. Combatiendo en el Congo escribió, con su estilo irónico y sutil, el relato La piedra, en que lo consideró una de sus cosas imprescindibles: “El pañuelo de gasa […] me lo dio ella por si me herían en un brazo, sería un cabestrillo amoroso”. Pero para que estos sentimientos afloraran se sucedieron un sinfín de acontecimientos”. (p.52)

El 28 de diciembre de 1958, en propio territorio villareño, otra vez en El Pedrero, el Che le contará parte de su vida a Aleida March, y esta… se pondrá del lado de su esposa peruana:

“En el regreso, al atardecer, se produjo lo inesperado. No sé si por la hora o por necesidades de su espíritu, el Che comenzó a contarme, por primera vez, sobre su vida personal. Fue un acontecimiento a través del cual me confesaba la existencia de su esposa peruana, Hilda Gadea, que era economista, y de su hija, Hildita […] Sobre la relación con Hilda, me dijo que cuando salió de México se había separado de ella […]

“De esa conversación no pude deducir en su totalidad, lo que trataba de expresarme, lo que hizo inclinar mi balanza a favor de ella, sobre todo, porque yo era, con mis costumbres y pasiones, fiel defensora de la mujer”. (p.60)

La primera confesión de amor, en regla, ocurrió en el albor del triunfo revolucionario, en los primeros días de enero de 1959; durante la caravana hacia La Habana. Aleida duda del lugar exacto, acaso en Los Arabos o en Coliseo; pero su memoria es excelente para la evocación:

“Se sirvió de un momento en que nos encontrábamos solos, sentados en el vehículo. Me dijo que se había dado cuenta de que me quería el día que la tanqueta nos cayó atrás, cuando la toma de Santa Clara, y que había temido que me pasara algo. Aquella confesión inesperada −yo estaba medio dormida−, la tomé como un comentario más, porque a esos requerimientos me había tenido que enfrentar en otras ocasiones y, a fin de cuentas, para mí el Che era un hombre mayor y, por encima de todo, el jefe que me inspiraba respeto y admiración. Él quizás esperaba una respuesta o alguna pregunta, pero en esos momentos de mi boca no salió nada en absoluto; por el sueño o la duermevela, pensé que a lo mejor había oído mal […] (p.70)

El 3 de enero estaban ya en la fortaleza militar de La Cabaña, que se “subordinó al mando rebelde sin oposición de ninguna índole” (p.72)

No obstante, habría otras confesiones sobre el grado de intimidad que se iba alcanzando:

“Cuando íbamos en el auto, en tiempos en que aún no era su mujer, me pedía que le arreglara el cuello de la camisa, porque iba manejando y él no podía hacerlo o que lo peinara alegando que todavía le dolía el brazo: en fin, el requiebro y la velada insinuación de pedir una caricia, con un poco de socarronería”. (p.77)

Y de una forma inusual se entera… de su propio matrimonio, desde su labor de secretaria del Che en La Cabaña:

“[…] yo despachaba toda su correspondencia personal. Incluso, recuerdo con nitidez que, aproximadamente el 12 de enero, me dio a leer una carta que le enviaba a Hilda, en que le comunicaba de menare oficial su separación, porque se iba a casar con una muchacha cubana que había conocido en la lucha.

“No sé todavía cómo entendí la letra. Le pregunté quien era esa muchacha, y me contestó que yo. Sin más comentarios consigné la carta en el aeropuerto como era lo establecido. La respuesta del Che me impresionó porque quizá era lo que esperaba, pero a la vez me preguntaba como era posible tal cosa, si ni siquiera me lo había comentado. Muchas veces he pensado que tenía razón cuando me decía que me conocía mejor que yo misma”.

Luego, habrá una nueva etapa en el libro: los primeros años de la Revolución, los viajes internacionales, las postales y la guerrilla, las declaraciones conmovedoras desde lejos… que  les invito a que descubran por Uds mismos.




Fotografía tomada de http://emba.cubaminrex.cu/

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