jueves, 3 de junio de 2010

LOS DIOSES ROTOS


Jesús García Clavijo
irenec@medired.scu.sld.cu

En La Habana, cerca de la Avenida 26, está el cementerio chino. Bordeándolo por la parte de atrás, pasando algunos atajos, se sale a un callejón que da a un caserío, colindante por el otro extremo con el muro del Cementerio de Colón, donde entierran a los muertos de la capital sean o no chinos, no importa, casi todos, van para allí.

En ese caserío marginal, rodeada de muertos y miserias, vivía Sandra. La que más de una vez me propuso mirar al cielo desde una lápida.

De todos modos, Sandra era mi amiga y los amigos conocen sus defectos y los soportan, menos ese de mirar para arriba sin pensar en los que están abajo. Aunque no fueran chinos.

Hace meses vi la película Los dioses rotos y me gustó, sobre todo porque me devolvió La Habana de los barrios de putas y chulos, las pistolas y los tiros, las escaleras y la marginalidad, el malecón y los barrios bajos, el morro y las caderas de Sandra.

Ya había escrito a una editorial Argentina (que realizó un concurso de cuentos cortos con nombres de mujer). Seis fueron seleccionados y publicados, quizás no por buenos, si no porque en esos años escribía allá en algunas revistas y algún colega estaba en el jurado seguramente y me hizo el favor, Cada cuento iba con un poema al final, uno de esos cuentos se llama Amanda; pero Amanda en la vida real era Sandra, y Sandra se llama la muchacha protagónica de la película, pura coincidencia y hasta se parecen físicamente, aunque dudo que la protagonista viva por el cementerio chino.

Había visto la obra de teatro sobre Yarini varias veces (por primera vez en la sala de teatro Van Troi de mi ciudad Santiago de Cuba, con actuaciones geniales e inolvidables), así que me eran conocidos los personajes de la película y vale, para una mirada actual y trascendente de la prostitución en Cuba, que según la titular de la tesis se recicla y reciclará.

Nada nuevo por cierto, desde que nos quitaron la costilla para hacer la otra parte eso es así y será.

Una amiga me preguntaba, refiriéndose a las relaciones sexuales carnales: ¿quién habrá inventado eso?

Es verdad que la gente hace preguntas interesantes.

Según había oído, la película trataba crudamente la realidad cubana de hoy y pensé verla reflejada; pero ni la mitad sale en ella. No emulo con los críticos de cine, solo opino de lo que esperaba y lo que vi.

En un viaje a La Habana me alojaron en una casa de la calle Obra Pía en La Habana Vieja y comenté esto de la película con la familia, y qué sorpresa, el muchacho de la casa, Juan Carlos, había sido el asesor de uno de los protagonistas. Me contó otros detalles que no salen en la pantalla y disfruté sus historias hasta la madrugada.

Tratamos de hablar con Daranas, el director de la película (y amigo de él), pero sin lograrlo, Me hubiese gustado conocerlo e intercambiar criterios, pero igual, fui a los lugares originales donde se filmó en el barrio de San Isidro y me llevó a La Habana de los años finales de 1960, cuando Sandra, la real, como la protagonista de la película, andaba conmigo por esas mismas escaleras huyendo de la lluvia, jugando a ser felices, enamorados de los años, de esos años, contando las vueltas del faro del morro, de la misma forma que giraba mis dedos por su pelo y ella pasaba sus manos por mi cabeza.

La ternura es del carajo.

Aunque Sandra vivía por 26, todos los enamorados en La Habana, van al malecón y cerca, en San Isidro, vivía una amiga de ella en un cuarto lleno de polvo: libros bien desorganizados en un librero, una mesa con unas frutas plásticas en el centro, también llenas de polvo, dos sillones rotos, un balance sin brazo, una cama que sonaba mucho, un colchón con los muelles a flor de piel, una ventana blanca y un paisaje lindo y limpio después del marco de puerta; pero, a pesar de todo, la casa de la amiga, era algo especial y embrujado con unos caracoles, piedras benditas, un tabaco y una vela detrás de la puerta dentro de la mitad de un coco seco, que hacía una agradable combinación con el solar oscuro y desierto, por donde se pasaba obligatoriamente hasta llegar al cuarto.

Es verdad que no importa la casa, lo importante es el hogar, decía la amiga nuestra.

Así lo sentía yo. Basta que uno sienta algo de verdad, para que sea cierto.

Esa misma amiga común, me dijo años después, que Sandra había muerto de una sobredosis de unas drogas en algún país de Europa. Para mí, anda todavía por San Isidro, o mirando las estrellas detrás del cementerio chino.

Basta que uno sienta algo de verdad…

Es cierta la relación entre la ficción y la realidad. Las protagonistas por lo general, nunca mueren.

Allá me llevó la película, a pensar en mis dioses rotos, todos los tenemos en algún lugar, y a veces se nos esconden. Aunque como dioses al fin, estén en todos lados.

Esto me vino a la mente, porque hace unos días caminando rumbo a mi casa, una muchacha me dijo que era de La Habana y no tenía donde dormir que la llevara donde yo quisiera.

¿A dónde vamos?

Era de cualquier parte menos de La Habana, de eso estaba seguro.

No se lo pregunté, pero pensé mientras ella seguía sus historias ¿Se llamará Sandra?

Desde que nos quitaron la costilla para hacer la otra parte es así y será. ¿Quién habrá inventado eso?

Les dejo el poema abajo, que lo disfruten y ojalá les guste, y les alegre el día. O piensen en Sandra, cuando llueva, o miren los caracoles y las piedras santas, o un tabaco en un coco seco, o en los libros desordenados, o en el polvo que va quedando, un sillón roto o una ventana blanca abierta a la esperanza.

Amanda

Siempre que llueva, Amanda,
estará la lámpara
tu risa en la escalera
la llovizna compañera.
Siempre que llueva, Amanda,
volverás
sin inocencias.

Abril 2010

---Los poemas y relatos de Jesús García Clavijo

2 comentarios:

Rogelio Córdova dijo...

Hola hermanito. Me encantó la historia. Tengo a mis Santos y les tengo respeto. Veo Cedeño que una luz siempre te anda alumbrando. Sigue ese camino...

Rogelio Córdova dijo...

Igual por Jesús, más por lo que lo hace público Cedeño. Dispense la omisión. Gracias