martes, 18 de diciembre de 2007

Humor en TV: ¿RISAS o MUECAS?


Reinaldo Cedeño Pineda


Nada resiste el asalto de la risa, escribió Mark Twain. Y es que sus saetas, envueltas en la hilaridad, resultan un demoledor flechazo al blanco.

Siempre recuerdo que en el discurso de agradecimiento del Premio Cervantes, delante de los reyes de España, la cubana Dulce María Loynaz habló de la risa… muy en serio.

En un momento difícil de la guerra de independencia contra España, su padre (un oficial insurrecto) comentaba un pasaje del Quijote. Sobrevino la risa, bajó la tensión y esa claridad les permitió hallar el camino para salir de una emboscada, que se les venía encima.

Y es que la risa es un bálsamo, y por eso la respeto. La risa es un regalo que puede compartirse, y, por suerte, vivo en un país donde la gente suele reírse hasta de sus propios problemas.

Sin embargo, el humor va más allá: el humor es el arte de hacer reír.

El humor compartido para las mayorías –ese que se hace en la televisión y otros escenarios–, es sobre todo, responsabilidad, sin dejar de ser eso, humor.

Cuando no se hace esa reflexión y se sacrifica el análisis previo en pos de la risa fácil, se entrega un producto inacabado, absurdo y hasta ofensivo.

Presencié un día, un lamentable desaguisado en el teatro Heredia de Santiago de Cuba. Cierto grupo humorístico –de cuyo nombre no quiero acordarme–, tomó como materia de un chiste, la discusión entre dos niños que, en su manera infantil, discutían sobre cuál tenía más y cuál menos.

El caso es que, al final, cuando ya uno de los dos infantes parecía vencido, le dijo al otro: No importa, tú tienes cáncer y yo no…

Parece mentira, pero así sucedió. Los aplausos, hasta entonces estruendosos, podían contarse. Espero que ese grupo, haya sacado sus conclusiones.

Por suerte, estamos lejos de algunos shows de televisoras norteñas o latinas, donde la risa y el entretenimiento se buscan escarbando en la intimidad de las personas, o las parejas. Y la individualidad y la ética se pisotean.

¿De qué nos reímos?, ¿de qué vale la pena reírse? ¿qué es lo risible?

Eso hay que discernirlo muy bien.

Hace algunos años asistí a la peña de Carlos Ruiz de la Tejera en el Museo Napoleónico, en la Habana. Y allí, en medio de las carcajadas, dijo una verdad tan grande como un templo: Hay que reírse de las almas feas, no de las narices feas.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ha tomado cuerpo lo contrario en algunos espacios.

En especial, Ulises Toirac (“Chivichana”) ha impuesto esa manera, desde Sabadazo hasta acá. Una forma que se arrastra en cada una de sus propuestas, sin que, al parecer, se haya sopesado con detenimiento.

Nadie osará cuestionar a estas alturas el talento de Toirac ni la aceptación de espacios como ¿Y tú de qué te ríes? o más recientemente ¿Jura decir la verdad?; pero… esa ridiculización hacia el físico de los extras escogidos, y aún peor, hacia el público, se ha convertido, lamentablemente, en una regla.

¿Cuán risible puede ser apuntar con la saeta burlona y el ridículo a una persona por el hecho de ser de baja estatura, o muy viejo, o muy delgado…o todo a la vez?

Los “guardias” seleccionados dentro del programa (que además nunca hablan), siempre tienen esas características, cual si fuesen los enanos de un circo.

No pongo en duda que esas personas o actores extras, hayan aceptado formar parte del “show”. Lo cuestionable no es la asunción personal, sino lo que se nos “vende”, lo que se nos presenta como algo plausible.

¿Dónde está la gracia de sentarse al lado de un espectador y tomarlo como materia risible por tener las orejas grandes o los dientes pronunciados?

¿Uno crece, se siente bien, se distiende riéndose de tales apariencias?

Una cosa es la inclusión, la participación activa del público; y otra muy diferente, el exceso.

Son lunares bien localizados, que valdría la pena extirpar.

El humor es fineza, no cuchillo.

El humor ha de tener una ética bien definida.

Este mundo no es de bellos, blancos, altos, perfectos, atléticos, jóvenes, derechos, heterosexuales y primer mundistas. Los hay feos y regulares, negros y de todos los matices, ancianos y medio tiempos, gordos y bajos, homosexuales y bisexuales, izquierdos y tercer mundistas.

No hallo asideros para la risa basada en las características físicas de una persona. Un humor así ha degenerado, está enfermo.

Látigo con cascabeles

Recuerdo cierta vez, en que Enrique Arredondo salió “a cumplir unas vacaciones” por decir, en el muy recordado programa Detrás de la fachada, que iba a castigar a alguien poniéndole películas rusas.

El gran “Bernabé” no hacía otra cosa que reflejar el rechazo de los cubanos a la sobresaturación de propuestas fílmicas ex soviéticas, cuyo tempo y escenarios, se encontraban con frecuencia, en las antípodas de la idiosincracia nacional.

Lo habrán castigado; pero en el fondo, le aplaudimos: había dicho lo que muchos querían decir. Y puso el dedo en la llaga.

Y es que el humor ha de ser atrevido y señalar los absurdos de una sociedad, al modo que dijo Martí: “como un látigo con cascabeles en la punta”.

Por suerte, hay varios espacios humorísticos ahora mismo en la pantalla cubana:

Punto G, por ejemplo, es una propuesta que fue cayendo en picada, con un guión desigual y, a veces, forzado, repetitivo. Se agotó y se fue estirando sin razón… aunque ya le han sonado el campanazo.

Es una muestra de que no valen los buenos actores para salvar un programa.

Deja que yo te cuente, con Nelson Gudín (“Flor de anís”), ha marcado un franco camino de ascenso, y es hoy por hoy, el mejor espacio humorístico de nuestra pantalla chica.

Tomando como base la sátira social, Deja que yo te cuente, destaca por la solidez de su guión (Gudín y Moreno) y por las caracterizaciones logradas.

Ha dejado atrás el reiterado chiste de si el caracol que se entregaba era simulación o un regalo en verdad, y las entrevistas iniciales a los humoristas, a medio camino entre la reflexión y el chiste, tomando en cuenta que el entrevistador no era el actor Nelson Gudín (como se precisaba), sino su personaje “Flor de Anís”.

Es un programa que ha sabido escuchar.

En especial sobresale Miguel Moreno, ex integrante del grupo guantanamero Komotú (que tantas veces aplaudí) en su papel del “inspector La llave”, natural y chispeante.

Por su parte, Carlos Gonzalvo como el profesor “Mentepollo” ha sabido usar ese tremendo latiguillo del humor para referirse a problemas actuales de nuestro entorno, con un ingenuo y una agudeza de altos quilates.

El sketch dedicado a la renuencia de algunos comentaristas en la televisión cubana a admitir –con toda la contundencia habitual–, el triunfo de Santiago de Cuba sobre Industriales en la pelota cubana… es para la antología.

Osvaldo Domeadiós, por su parte, sigue dando clases en la cuerda sólida que le acompaña desde hace muchos años. Y hay algunas revelaciones que valdrá la pena seguir.

El más joven programa: Los amigos de Pepito, era una necesidad. Un pueblo como el cubano, con un vis cómica indiscutible, andaba necesitaba de verse a sí mismo en la pantalla doméstica.

Es un espacio de participación, más abierto, fresco… necesitado todavía de ciertos pulimentos; pero muy agradecido. Y estoy seguro que de allí, saldrán nuevos humoristas.

Nada resiste el asalto de la risa… de la risa, no de las muecas.

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