domingo, 9 de diciembre de 2007

CHE, EL SUBVERSIVO




Reinaldo Cedeño Pineda


Siempre me he preguntado cómo pudo ser quien fue. Mientras más tiempo pasa, más penetra la interrogante.


El trovador cubano Silvio Rodríguez habla de él como “un ser de otro mundo… un animal de galaxia”.[1] Lo era.


Ernesto Guevara no sucumbió ante el halo de guerrero victorioso que traía de la Sierra Maestra. No sucumbió ante el poder.


Renunció a puestos muy codiciados en este planeta: Ministro de Industrias, Presidente del Banco, representante internacional. Y se volvió a las selvas y a las montañas.


Los descreídos y renuentes, sus enemigos de tajo, le han tildado de aventurero, loco, idealista incorregible...


Sin embargo, ellos mismos se han preguntado con asombro, de qué material estaba hecho este hombre….


Parecía un caballero salido de un canto épico; pero era real.


¿Cómo hablar de aventuras ni de utopías en un hombre que puso el pecho por delante para defender sus ideas?
Su utopía era una sola: la libertad, la bendita utopía de la libertad. Y por ella entregó la vida.


Tal vez la poesía, gota de condensación suprema, sea capaz de resumir su ejemplo, como lo hizo Mario Benedetti


da vergüenza el confort
y el asma da vergüenza
cuando tú comandante estás cayendo[2]


Seremos como el Che


En mis primeros años de estudiante, repetí el lema que presidía –y sigue haciéndolo– la organización de pioneros cubanos: “Seremos como el Che”.

Lo repetía en cada acto, casi al borde de la rutina, hasta que, con un poco más de años, me pregunté qué era ser como el Che; acaso ¿era posible?


Y comencé a leer su Diario de Bolivia.


En su 39 cumpleaños, Ernesto Guevara no destapó ninguna cerveza ni su hogar fue convite de amigos. Escribió:


"Pasamos el día en la aguada fría, al lado del fuego, esperando noticias... se acerca inexorablemente una edad que da qué pensar sobre mi futuro guerrillero; por ahora estoy entero"[3].


No era de hierro, sino de espíritu. Si seguimos sus páginas de vado a montaña, de río a río, podemos sentir la cuchillada del desespero, que da una vez a su propia yegua.


Sólo las ideas podían sostenerle en aquellos parajes, lo levantaban de aquel cansancio “como si me hubiera caído una peña encima"[4]; o cuando sentía "el asma a todo vapor". [5]


Ser como el Che guerrillero, tal vez no sea posible; pero podemos acercarlo en el hombre que es capaz de volcar en la olla común, su plato de arroz con pollo, para que todos comieran lo mismo.


Cuando el asma le obligó a mudarse a una casa en Tarará, cerca de la playa, explicó en carta pública sus razones.


Quizá tenía algo de asceta, por su desprendimiento material; pero nunca pidió sacrificios que él mismo no fuera capaz de hacer.


Nunca recibió cuotas de alimentos extras, en medio del racionamiento general. Su familia comía lo mismo que los demás.


Su sinceridad, a veces, podía tornarse ríspida; pero su espíritu rechazaba los regalos exclusivos, y todo aquello que oliera a prebenda.


Los privilegios egoístas le quemaban.


Impulsó en Cuba el trabajo voluntario, como una vía para forjar nuevos tipos de hombres, no como un mecanismo para obtener méritos.


No se quedó en la oficina refrigerada, no se excusó con otras responsabilidades: tomó la cuchara de albañil, la mocha para el cañaveral, el timón del tractor.


La demagogia jamás le encontró.


Y apuntó la ética de esa forma desinteresada de aportar:


"[...] que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario es una cosa interna y que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario por el ambiente es otra [...] El ambiente debe ayudar a que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario, pero si es solamente el ambiente, las presiones morales las que obligan al hombre a hacer trabajo voluntario, entonces continúa aquello de la enajenación del hombre, es decir, no se realiza algo que sea una cosa íntima, una cosa nueva hecha en libertad [...] y entonces pierde mucho el trabajo voluntario, y eso nosotros lo vemos, alguna gente lo hace, quieren saber las horas que tienen, si fulano o mengano tantas [...] No hemos sido capaces de darle el contenido que debe tener."[6]


Los que en el mundo de hoy, entregan sus manos, los que sienten ese aporte voluntario como “una cosa interna”, como “una necesidad”, le están rindiendo un homenaje auténtico.


Sólo legó a sus hijos, la herencia de su ejemplo:


“Que no dejo a mis hijos y mi mujer nada material y no me apena: me alegra que así sea. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse.”[7]


Donde nunca jamás se lo imaginan


Ernesto Guevara pensaba por sí mismo. Vio a Europa del Este y a la URSS con sus propios ojos. Es apenas 1965…


Algo maloliente percibió en la reducción del arte a fórmulas: las del realismo socialista: una realidad prefabricada desde la edulcoración, el heroísmo y la perfección.


“Se busca la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce el problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto […] Así nace el realismo socialista. […] ¿por qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista la única receta válida? […] no se pretenda condenar a todos las formas de arte posteriores a la primera mitad del siglo XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza.”[8]
Era el mismo que había advertido que al imperialismo, el del Norte, no se podía ceder "ni un tantico así"; mientras sus manos indicaban ese mínimo espacio.

Un revolucionario no era para el Che una abstracción conceptual, sino una actitud, una práctica íntima y social: dentro y fuera de las puertas de la casa.


En consecuencia, a un intelectual revolucionario, no le era dable callarse, ni cansarse:


"No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial, ni “becarios” que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas”. [9]


"La culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales reside en el pecado original, no son auténticos revolucionarios […] Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales será tanto mayor cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión".[10]


El Che nunca entendió de dogmatismos, ni de poner rejas al pensamiento. Hablaba un revolucionario, también el poeta, el narrador y el analista.
Como un hecho excepcional, aquel argentino indomable nacido en Rosario, había sido declarado el 9 de febrero de 1959, ciudadano cubano por nacimiento, por ley. En Cuba sólo existía un precedente, el del dominicano Máximo Gómez.


Impresiona aquella imagen del Che de mirada profunda, pelo suelto y estrella en la boina. Fue tomada por Alberto Díaz (Korda) en La Habana, una fría tarde de marzo de 1960, durante el acto de despedida a las víctimas de la explosión terrorista del vapor La Couvre.


Aquella es, quizás, la fotografía más famosa del mundo.


De otra manera, conmueve la fotografía de su cadáver, tirado, despeinado y duramente muerto en la lavandería del hospital boliviano de Vallegrande.


Es la revelación de su mortalidad; sobre todo, de su desprendimiento.


Por eso, entendí a su hija Aleida Guevara, cuando, treinta años después, llegaron sus restos –y los de sus compañeros de la guerrilla–. No era una metáfora, era una certeza:


“[…] no llegan vencidos. Vienen convertidos en héroes, eternamente jóvenes, valientes, fuertes, audaces. Nadie puede quitarnos eso”[11]


El Che entró hace mucho en el universo intangible del mito.
Aunque sea venerado en las serranías de Bolivia como San Ernesto de la Higuera, no fue un santo. Fue un hombre, activo en toda su humanidad.

Poemas y canciones inspiradas en su obra, nacen todos los días. Para otros es un “héroe postmoderno”, en un mundo urgido de referencias otras.

Sus imágenes son íconos y se repiten en sellos, pegatinas, ropa… pero el Che no es el adorno de un llavero ni una foto en la solapa.

El Che no tiene la finitud del mármol de Santa Clara.


El Che que nos queda, sobre todo, es el del pensamiento y el ejemplo.


El Che sigue siendo un subversivo, porque sus ideas –aún–, son capaces de subvertir, de trastornar, de destruir: a la sociedad que enajena al hombre en su egoísmo; y también a los falsos revolucionarios, a los acomodados; a los que exigen sacrificios, pero no son capaces del más pequeño; a los serviles y a los genuflexos.


El Che está siempre vigilante, aunque el espejo de su ejemplo tenga “aristas filosas”. Está allí, como dijo el poeta cubano Eliseo Diego: “donde nunca jamás se lo imaginan".


Notas


[1] Silvio Rodríguez: Canción del Elegido.
[2] Mario Benedetti: “Consternados, rabiosos”
[3] Nota del 14 de junio de 1967 en Diario del Che en Bolivia, Editora Política, La Habana, 1988, p. 247
[4] Nota del 14 de marzo de 1967 en Diario del Che en Bolivia, p.123.
[5] Nota del 31 de julio de 1967 en Diario del Che en Bolivia, p. 301.
[6] Ernesto Che Guevara: “Reuniones bimensuales del Ministerio de Industrias en la que participaban los directores de empresas, los delegados provinciales y los viceministros”, t.VI, El Che en la Revolución Cubana, Editorial Ministerio del Azúcar, 1966, p. 563 apud en Carlos Tablada Pérez: El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara, Ediciones Casa de Las Américas, La Habana, 1987.
[7] “Carta del Comandante Ernesto Che Guevara a Fidel Castro” en 7 documentos de nuestra historia, Ediciones Políticas, La Habana, [s.f.]
[8] Ernesto Che Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba, Editora Política, La Habana, 1988, p. 21-22. Originalmente fue un texto publicado en el semanario Marcha de Montevideo, Uruguay, en marzo de 1965.
[9] Ernesto Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba, p. 23
[10] Ibid.
[11] Palabras pronunciadas por Aleida Guevara March en el acto solemne de recibimiento a los restos del Che y sus compañeros caídos en Bolivia, el 12 de julio de 1997.

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