(ESPECIAL desde el país del sol, Perú)
emejota64@hotmail.com
Ante la inminencia de lo inevitable, el inicio de un año incierto, no me provoca hacer propósitos de enmienda ni promesas ni cábalas ni nada; hay como un vacío expectante, eso sí, a pesar de uno mismo, puesto que la fuerza de la costumbre es telúrica y machacona. Aunque de sobra uno sospecha que el cambio no ocurre mágicamente, que el paso de una noche a un día no es más significativo que cualquier otro día, se impone la reflexión y la silenciosa, desesperada, esperanza.
Uno puede pensar que la sucesión ineluctable de amaneceres y anocheres, de tardes muertas y madrugadas febriles, componen una especie de movimiento, de avance quizá, y en días como este convencerse de que solamente dejamos que las cosas sucedieran, que no hicimos nada más que contemplar lo que nos ocurría, como si de otra persona se tratase. En fogonazos breves, empero, participamos activamente de los hechos, sudamos, dejamos huella, y son esas luces las que, al fin y al cabo, nos sostienen y nos ayudan a vivir.
En uno no está la maldad intrínseca ni los sentimientos de odio al semejante, pero no puede evitar cultivar ciertos vicios, algunas curiosidades innatas, descreimientos y omisiones que pueden ser malinterpretadas muy a menudo. Sin querer hacemos daño, sin querer regamos colitas de felicidad, y el titiritero mayor que en algún lugar gobierna el gran teatro se regocija o espanta.
Como a mi me sucede, sospecho que a muchos no se les cumplieron los deseos, y el río desatado se impuso con fuerza. Queríamos viajar y no lo hicimos, por ejemplo; o viajamos a un lugar completamente inesperado. Necesitábamos ese trabajo y no lo conseguimos, pero en cambio descubrimos talento para otras labores.
Perdimos amigos, encontramos amigos, y siempre todo ello constituyó una sorpresa. Como la sorpresa misma de seguir aquí, en este planeta convulso. Algunos planes se cumplieron, claro, muy pocos, pero para otros fueron fundamentales: hubieron quienes se casaron, por fin; otros se dejaron sin remedio también; nacieron seres hermosos que nos reconciliaron con la vida ...
Saciamos algunos deseos, probamos nuevos platos, tuvimos maravillosos sueños, vestimos nuevos ropajes. Y soportamos a pie firme la incomprensión, los celos, la envidia, el engaño. Al cabo, pocas cosas importan, tan sólo una sonrisa inocente, unos primeros pasitos vacilantes, un beso, un olor. Y todo termina acomodándose en los recuerdos que tendremos en el otoño.
Tal vez por eso no me prometo nada, pero, empecinado, mantengo viva la ilusión, como el niño que secretamente aún creo ser todavía: eso me basta.
A mis amigas y amigos, que son pocos, pero son; a la familia, que es la familia; a los que bien me tienen: que este año que asoma, anunciado difícil por los que saben, se produzca en sus vidas el punto de quiebre, el faro definitivo, el impulso que siempre han necesitado para hacer, de una vez por todas, sólo aquello que quieren hacer.
31 de diciembre del 2008, mediodía
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