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Odio la siesta. Odio esa pausa vespertina, esa duermevela. Nunca pude entrar en razones por más que me explicaban su necesidad. ¿De qué cansancio hablaban? No había Dios que me hiciera dormir, pero mis abuelos cumplían invariablemente su descanso vespertino. Y me tocaba hacer silencio.
No tenía autoridad para desobedecer, ni tamaño para replicar, cuando las puertas se cerraban detrás de mí. Y así empecé a revisar el pequeño cuarto de mi hermana centímetro a centímetro. Una tarde de esas, empeñé mi brazo y abrí su gaveta prohibida… que fuera lo que Dios quisiera....
Los libros apretujados sin orden en tan pequeño espacio, se desparramaron…El Capitán Tormenta, Las aventuras de Tom Sawyer, Sandokan, Alicia en el país de las maravillas, Oros Viejos, Robinson Crusoe, La isla Misteriosa… Y sobre todo uno, Veinte mil leguas de viaje submarino.
El libro de Verne ejerció sobre mí una extraña fascinación de la que nunca he podido ―ni he querido― librarme, acaso por las lejanías de los mares del sur, por las rarezas de animales y plantas, por los exotismos. Y cuando los abuelos se felicitaban porque al fin el muchacho había aprendido el valor de la siesta, cuando cerraban las puertas… yo sólo pensaba en el Capitán Nemo y en el próximo viaje a borde del Nautilus.
Han de perdonárseme estos desatinos de un niño que conozco bien; pero le ha resultado imposible sustraerse. Creo que el niño tiene una buena excusa. Y es que Liliana Gómez Luna le ha devuelto el mar. Lo ha sacado de su ostra de adulto y se lo ha llevado a galope sobre un caballito de mar... aunque Filopterix proteste que es un pez, ¡un pez, un recontrapez!.
Filopterix ha sido su nuevo capitán Nemo, otra vez un viaje de tierra australis, desde el Mar del Coral hasta la Boca del Diablo, a Las Marianas, para conversar con estrellas de mar, calamares iluminados; y presentarse luego ante Jiribil Gulp, el Hechicero ―el enorme sombrero mágico tragador de los abisales marinos―, con aquel deseo loco de ser un tiburón, después de haber sobrevivido a las Corrientes, con la Perlífera bivalva de aliada, bordeando las islas encantadas y cuasi desconocidas de Oceanía.
Ese es el niño que dibuja pegado a la pecera, que afina el lápiz como una nueva forma de libertad... que nunca le gustó la vida retenida en un cristal.
Liliana Gómez Luna tras "El sueño de Filopterix", la primera parte del libro; vuelve a recorrer el universo marino con "La historia de un largo viaje", del Índico al Caribe. Una familia de marsopas con mil aventuras, con historia de redes y cangrejos, de fumarolas e ínsulas paradisíacas, de grandes sustos. Incluso se las arregla para incluir a nuestros protagonistas en el desastre del Prestige, aquel petrolero hundido a unas millas del Finisterre, aquella marea negra que bañó con su carga mortífera las costas gallegas, en el ocaso del 2002.
Al final del relato, tras las dentelladas, sobreviene una hermosa historia de amor...
Liliana Gómez Luna ( Santiago de Cuba, 1967) es Doctora en Ciencias Biológicas, ha sido galardonada con importantes premios científicos y literarios; pero no nos engañemos: su pluma la sujetan Darwin y Verne, y una Hada Madrina: La Naturaleza. Ahí están Pequeña Enciclopedia del Medio Ambiente o El libro de las curiosidades para demostrar que se trata de una voz profunda en las letras infantiles cubanas, poseedora de un don raro y esquivo: la originalidad. Y no sé si esto se dirá en una presentación, si acaso se irá en ello algo de obviedad o inconveniencia; pero faltaría a la sinceridad elemental si no lo pongo en blanco y negro, si no lo digo: Liliana Gómez Luna, es mi amiga.
Ella que sabe de algas y de costas, supo ver la poesía que encierra una perla. Ella que es poeta, ha tendido el puente entre dos mundos. Ella que es martiana y es científica, ha puesto la ciencia en lengua común; y por si poco fuese, lo ha hecho con el doble reto del destinatario infantil, exigente y sincero. ¿Y acaso la vida, ese milagro de la ciencia y de la creación, no es la poesía definitiva?
Cuentan que en el mar profundo… (así con sus puntos suspensivos), Premio José María Heredia 2006 en literatura para niños y jóvenes, es el segundo volumen de una trilogía. La anterior, Cuentan que en una bahía… le mereció el Premio La Edad de Oro. Y la tercera... es ya esperada por muchos.
Un libro infantil no estaría completo sin las ilustraciones. Fernando Goderich, una vez más, demuestra la valía de su trazo, se inflama al reto de seres tan específicos y es capaz de poner color al creyón y a las sombras.
Ediciones Caserón en su nueva época ―fragua de no pocos esfuerzos―, se anota con este uno de sus aciertos. Y agradece la confianza. La literatura como el amor, no cree en fronteras, ni mentales, ni etáreas ni geográficas. Sólo una cosa más, aunque sea atrevida: Déjese tocar por este libro… déjese tocar…
Santiago de Cuba, 7 de marzo de 2009
UNEAC
2 comentarios:
Preciosa reseña Cedeño. Me ha encantado leerla.
Saludos,
Zenia
Reinaldo, no se si te acordaras de mi, pero yo de ti si. Eramos amigos en la universidad, me gradue despues que tu, en el grupo de Juan Morales e Iris Hernandez. Me alegra haber dado con tu blog, en cierta ocasion alguien me lo recomendo. Ahora te invito a que visites el mio: www.carlosmanuelperez.blogspot.com
Saludos
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