viernes, 26 de abril de 2013

Reinaldo Cedeño Pineda: "mis primeros recuerdos están ligados a los libros y la escritura"



Jesús Dueñas Becerra, 23 de abril de 2013 / CUBALITERARIA

Conocí al escritor y periodista Reinaldo Cedeño Pineda (Santiago de Cuba, 1968), en el evento teórico Caracol 2012, y cuando supe que era el autor del volumen A capa y espada. La aventura de la pantalla —texto que reseñé para la sección Incitaciones del Portal CubaLiteraria—, no pude resistir la tentación de solicitarle una entrevista; petición a la que accedió con la gentileza y naturalidad que caracteriza a los nacidos en la región más oriental de nuestra exuberante geografía insular.

Cedeño Pineda es licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Social por la Universidad de Oriente. Fue redactor jefe de la página cultural del periódico Sierra Maestra y director de Ediciones Caserón. Es redactor de la web La Isla y La Espina, redactor-reportero de la emisora especializada Radio Siboney, y miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC).

Fue laureado en dos ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo Cultural (1998 y 2001). Obtuvo, además, el Hermanos Loynaz de Poesía (2011), el Cubadisco (notas discográficas, 2011) y el del Concurso Nacional de Crónica Miguel Ángel de la Torre (2010), así como Accésit del Concurso Internacional de Cuentos Hilando cuentos de mujer (Asturias, 2006).

Ha dado a la estampa los siguientes títulos: Son de la Loma (2001, coautor), Los corderos alzan la vista (2005), El hueso en el papel (2011) y A capa y espada…  (2011). En estos momentos, varios libros suyo se encuentran en proceso editorial.

Ha publicado poemas, entrevistas y relatos en España, República Dominicana, Ecuador, Canadá, Italia, Argentina, Venezuela, Chile, Costa Rica, Estados Unidos, México y Brasil.

¿Cuáles fueron los factores cognitivo-afectivos que inclinaron su vocación hacia la literatura y el periodismo, y una vez empoderado en esas disciplinas humanísticas, qué lo llevó a dedicarse a los géneros audiovisuales?

Los primeros recuerdos de mi vida están ligados a los libros y la escritura. Mi madre fue maestra, y verla escribiendo o leyendo, era su ambiente natural, el ambiente natural de mi casa. Nunca se consideró una poetisa, pero sentía una inclinación natural hacia la poesía y la practicaba circunstancialmente. Estoy ordenando sus papeles sueltos. 

Seguramente, ese querer saber lo que contenían aquellos libros, reconcentró la atención del niño que era, y mucho antes de tener edad escolar, ya sabía leer. 

Hice unos versos de protesta para responder a algunos familiares que se preocupaban por el tiempo que pasaba sumergido en las páginas de los libros. Mis abuelos me obligaban a dormir la siesta y me encerraban en el cuarto de mi hermana que estudiaba ballet y pasaba mucho tiempo lejos. Odio la siesta. No tenía edad para replicar, pero jamás dormí un solo minuto. Descubrí un pequeño armario que tenía mi hermana y me fui leyendo a Verne, Salgari, Mark Twain […] sin saber quiénes eran a ciencia cierta. Por algún lugar escribí que el Capitán Nemo me salvó de las tardes terribles de la siesta.    

Creo que la inclinación hacia la literatura surgió de manera natural, y un día, ya en tiempos universitarios, me descubrí en un taller literario que dirigía la escritora Aida Bahr en la casa museo del poeta José María Heredia. Me iba con mi papel doblado a leer lo que hacía entonces. Nunca fue un sitio de halagos vanos y eso se agradece con el tiempo, aunque en el momento pueda ser algo intimidante. De esa época de finales de los ochenta del pasado siglo, datan mis primeras publicaciones.

Sin embargo, la literatura nunca fue mi único interés. El deporte era, es, una de mis grandes pasiones. En el esfuerzo del músculo hay un manantial de poesía. Recuerdo que llevaba una libreta de records del atletismo para arriba y para abajo, me ufanaba de sabérmelos. Me encantan las estadísticas, a pesar de que las matemáticas nunca han sido mi fuerte. También me gustaba la música. Hubiera querido ser lanzador de disco (admiraba a Luis Mariano Delís) o cantante, pero como la naturaleza me negó condiciones para ambas cosas, decidí que podría vivir esas y otras vidas, y estudié periodismo.  

No puedo decir, en modo alguno, que me he dedicado a los medios audiovisuales, aunque solo un necio, podría restarles importancia en el mundo de hoy. Recuerdo, por ejemplo, a Gladys Goizueta, cuya voz inolvidable me arropaba la madrugada por las guardarrayas, en las temporadas de la escuela al campo.

La radio y la televisión son medios que parecen sostenerse «en el aire»; pero solo lo parecen. Dejan su huella inasible, su huella sonora y visual te acompaña toda la vida, te asalta cuando menos te imaginas. Por eso, escribir de ellos, de sus obras o protagonistas, es un camino que nunca he despreciado, a pesar de lo desagradecida o retadora que resulta escribir una crítica o una historia de cualquier producto audiovisual del cual todos creemos saber.


¿Qué motivación fundamental lo decidió a escribir la historia de los medios audiovisuales en Santiago de Cuba y sintetizarla en el volumen A capa y espada….?

A capa y espada… es el primer resultado del proyecto «La cultura artística y literaria en Santiago de Cuba. Medio Milenio», una brillante idea de la Fundación Caguayo para las Artes Monumentales y Aplicadas, que dirige el maestro Alberto Lescay, y que saludará los quinientos años de la fundación de la ciudad.

Busca sintetizar el aporte de la creación santiaguera a la cultura de nuestro país, de la cual es —en mi opinión— una de sus columnas vertebrales. Inicialmente, también abarcaba la radio, pero nos dimos cuenta de que la tarea amenazaba con no tener fin para la fecha convenida. Así, propuse a mi colega Eric Caraballoso para que se ocupara de ese tema, y nos concentramos en la pequeña pantalla.

Es decir, todo comenzó como un libro por encargo. La verdad es que me lo pensé mucho antes de aceptarlo. Había que bordar esas historias de la memoria de sus realizadores y asumir los riesgos en cuanto a fechas y detalles. Como se sabe, cada evocación es una reinvención. Apostamos al testimonio por obligación: durante los primeros años, la programación se realizó en vivo y solo quedaban, con mucha suerte, algunos minutos grabados en una cinta, algunas fotos, y sobre todo, muchos recuerdos. Por otra parte, porque el testimonio le confiere al relato la autoridad de sus protagonistas y  unos colores, muy difíciles de obtener de otra manera. 

Trabajamos sin parar durante más de dos años. Por un momento, este libro quebró mi salud. Aunque tuve ayuda, procesar más de doscientos testimonios grabados, buscar a ciertos personajes en una pesquisa casi policial y bajo un sol inclemente, localizar recuerdos dispersos en archivos, cartas, periódicos y folletos; convencer a gente allende nuestros mares, fue una labor agotadora física y psíquicamente.  

La fundación de Tele Rebelde en Santiago de Cuba, el 22 de julio de 1968 y su posterior desarrollo, es uno de los capítulos más hermosos, más humanos de la cultura cubana en el último medio siglo. No exagero si digo que Tele Rebelde pudo ser posible al establecerse un puente artístico-técnico de gran magnitud, un puente de afecto indestructible entre los habaneros (con Jesús Cabrera al frente), que ya hacían la televisión, y los orientales, quienes soñamos mucho tiempo con tenerla.

Un grupo de jóvenes, más con entusiasmo que con conocimientos, se entregaron a la tarea de rescatar la imagen de su propio territorio, desde la realidad o la ficción, sin reparar en horas, carencias o salarios. Y eso, sin duda alguna, merece loor. 

Esfuerzos y resultados en más de una ocasión estuvieron en equilibrio y de ahí que programas como Guión 5, que aquellas aventuras al estilo de El Zorro o La pantera negra, que novelas como Tú eres mi historia o Doña Guiomar, que el Noticiero Oriental de Televisión o que Recital, que el corto El sastre, que las invenciones técnicas para sostener esa programación, hayan quedado como referencias indelebles.

Como dijera un artista, si hay una huella es porque hubo una obra. Lo curioso es que este canal, de cobertura oriental, no se vería en occidente en sus primeros años; pero se veía más allá de nuestras fronteras y llegaron cartas desde Haití y República Dominicana que pudimos consultar. 

Este libro es esencialmente testimonial, mas no esquivó —cada vez que fue posible— la valoración, el carácter y la polémica, incluida la lenta sangría y finalmente, el desgarrón que significó la pérdida del nombre inicial del canal y su traslado a la capital a mediados de los ochenta. Hay muchas preguntas lanzadas a un mar sin costas. Las verticalidades les han hecho mucho daño a la cultura y la sociedad cubanas. 

A capa y espada… se rehace constantemente, porque se sigue haciendo televisión y cine en Santiago de Cuba. Un libro que debe mucho a la experiencia de su editora, Lina González Madlum, ya que es una coproducción de la Fundación Caguayo con la Editorial Oriente. 

Este libro no es la historia, es la ciudad y es su gente. Más allá de cualquier lema, vivir en Santiago de Cuba es cabalgar sobre un toro bravo: el destino te pondrá muchos obstáculos en el camino, pero tendrás que asirte a su lomo y aprender a saltarlos sin caerte. Es cierto, que para hacerlo nos enfrentamos —en ocasiones— a la torpeza de algunos y al silencio de otros; que a veces caminé sobre puentes rotos, pero siempre hubo conciencia de su utilidad y no nos permitimos desmayar.  


 Reinaldo Cedeño y Rosalía Arnáez durante la presentación del libro A capa y Espada en la sala Villena de la UNEAC

Ese título fue presentado en la sala Martínez Villena de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en el seno del evento teórico Caracol 2012. De acuerdo con su apreciación, ¿qué acogida tuvo por parte de los lectores y la crítica especializada?

Agradezco mucho esa posibilidad a la UNEAC, a profesionales de la estatura de Rosalía Arnáez y Soledad Cruz. Nunca olvidaré las lágrimas a punto en el rostro de Enrique Molina, la adrenalina de Mireya Chapman, el agradecimiento de Antonio Resillez, la presencia de Jesús Cabrera o Freddy Moros. ¡Cómo no hacerlo!

Al otro día, nos invitaron a dar una conferencia sobre la historia contenida en el libro, en el Centro de Investigaciones Sociales del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). Fue un público muy interesado, y por las características de la audiencia, me percaté de que es una historia injustamente olvidada, que carga el lastre del fatalismo geográfico que se pretende negar, pero que tanto se aferra a la realidad con sus garras, cada vez que no buscamos los mecanismos más eficaces para vencerlo. 

La primera presentación del volumen había tenido lugar a inicios del año 2012, en el Salón de los Vitrales de la Plaza de la Revolución en Santiago de Cuba. Mi madre había fallecido recientemente, y solo el cariño de los amigos y la preocupación de la Fundación Caguayo, me pudieron sostener. El poeta León Estrada me dijo que nunca viviré nada semejante. Ojalá se equivoque. Fue una verdadera descarga emocional, con una presencia avasalladora de protagonistas y personalidades de la cultura. También fue hermosa, en otra cuerda, la presentación en la peña Letras Compartidas que hacemos —desde hace un año— en la biblioteca Elvira Cape. 

Este es un libro que me perseguirá, un libro viajero que ha llegado a varios lugares del mundo, desde donde he recibido llamadas o mensajes. No sabré agradecer lo suficiente las palabras conmovedoras de la actriz Dania Domenech desde los Estados Unidos; o la confianza depositada por Saily Rivas, de la Fundación Caguayo; y por Amado Cabezas, Carlos Padrón o Pedro Lago, en la consulta de todos sus archivos.

La doctora Yamilé Haber fue generosa: escribió que este es el libro que todos quieren tener. La profesora Elsa Santos y el historiador Rafael Duharte destacaron la investigación encarnada en él. La maestra de dramaturgia Marcia Castellanos ―a quien admiro tanto y no soy el único— me dio criterios sobre el libro que me recompensaron tanto esfuerzo; pero lo más hermoso es que algunos lectores me han detenido en plena calle para hablarme del libro. Incluso, una persona me recibió cantando «Tilín Tilón», y me dio las gracias por haberle devuelto una canción de su niñez. 

A capa y espada… es un libro coral, cuenta una historia colectiva de un medio de prensa, de un medio artístico, de un medio técnico, todo a la vez. En ese sentido, es un libro raro. No es mi primer libro, pero sí el más difícil. No te voy a negar que alguna persona que no esté en sus páginas, puede haberse molestado; pero este libro no fue pensado como una relación de nombres, como un informe de fechas, ni como un diccionario. Es necesariamente una selección. Es la calibración del espíritu de sus protagonistas y de aquellos espectadores que convirtieron la obra en un trabajo cultural comunitario, mucho antes de que se hablara en tales términos. Esa era su televisión y aquellos que veían en la pantalla, sus ídolos.

Este es un libro contra la desmemoria. Los medios audiovisuales padecen de una cruel orfandad de memoria. Lo mejor que pudiera ocurrir es que haya motivado a otros a detenerse. En la radio y la televisión la gente trabaja mucho, vive intensamente el día a día, pero no suelen detenerse a teorizar ni a contar sus historias. 

Este libro es, en primer lugar, un acto de justicia. Así lo valoramos y así creo que lo ha percibido la mayoría de las personas que se han dirigido al autor o a los realizadores del proyecto. 

De las anécdotas, vivencias y experiencias registradas en su archivo mnémico, ¿podría relatar alguna de ellas que le haya dejado una huella indeleble en el intelecto y en el espíritu.

Si te refieres a este propio libro, hay tantas que me es difícil decidirme, pero me quedo con aquella de Recreo. Un día ese programa infantil salió a una escuela y a su conductora la tocaban […] para ver si era de verdad. Era tanta la ilusión creada en esos finales de los sesenta-inicios de los setenta del extinto siglo XX, que Tele Rebelde, para quien lo sepa ver, tiene mucho de lo «real maravilloso» carpenteriano.

Estudiaba aún Periodismo en la Universidad de Oriente cuando entrevisté al escritor José Soler Puig. Llegué a la hora incómoda del mediodía, pero me atendió como si me esperara, como si me conociera. Hablamos largamente y me dijo algo que no he podido olvidar: «La grandeza no se pregona». Ahora que he recorrido un poco de camino, me abrazo a ese regalo que me hizo en la sala de su casa. No me gusta la fidelidad proclamada a gritos, la falta de pudor ni la fatuidad.

Carilda Oliver me dijo, en su natal Matanzas, otra verdad como una catedral. Cuando le pregunté qué era lo único que no podía hacerse en materia de poesía, esperaba quizás una larga disquisición teórica y me respondió con una sola palabra: ignorarla. Pobre de aquellos que lo hacen.

 Un ilustre periodista afirmó que «el periodismo es literatura con prisa». Como profesional de la prensa, ¿cuál es su valoración acerca de ese aforismo: se ajusta a la realidad o es una mera especulación intelectual?

Se puede escribir una novela de quinientas páginas, técnicamente correcta y no tocar a nadie. Se puede hacer una crónica de quinientas palabras o un «humilde» programa de radio y estremecer hasta la médula. Solo creo en lo que sea capaz de tocar, no importa cómo se llame. Es lo único que en verdad me interesa.

Muchos entrevistan. Entrevistar se ha convertido casi en una pandemia, pero suelen malgastar su tiempo, sin saber nunca qué cosa es, sin darse esa oportunidad. Una entrevista nunca se ha de concebir como una meta para llenar unos minutos o unas páginas: una entrevista es una búsqueda infinita.

Una entrevista es sumergirse en una vida, beber de un suspiro su aliento. Una entrevista es un toma y daca, una fiesta, un dolor. No vale la pena hacerla si no consigues que la persona entrevistada se derrame. Y si se concibe así, quién dijo que una entrevista es menos que un poema o un cuento. Una entrevista es un encuentro. Una entrevista es, en verdad,  una novela en síntesis.  

No creo en los campos vedados, me gustan más los campos minados. No acabamos de comprender lo breve que es la existencia terrenal, para establecer tantos límites y etiquetas en la creación y en la vida. 
En las últimas páginas de mi libro El hueso en el papel, escribí algo que me permito reiterar: Otros que busquen las junturas o los muros entre periodismo y literatura. Se ha perdido demasiado tiempo en eso. Yo escribo.

¿Alguna sugerencia a los jóvenes que dan los primeros pasos en esos campos del conocimiento humano, donde usted se desenvuelve como «pez en el agua»? 

Escribir es siempre una duda. A veces, no creas, hay que reinventarse el agua. Tal vez entre al campo de la herejía, pero desde mi punto de vista, lo importante no es decirlo primero, sino decirlo mejor.  
Hay que saber escuchar a quien llegó antes, mas hacerlo con cierta irreverencia. Lo esencial es escuchar el latido y trazarse sus propios caminos. 
Escribir es hacer el amor con las palabras. Y aunque en ocasiones uno pueda tocar la gloria, y en otras, rozar el fracaso, el intento ha de ser siempre alcanzar el orgasmo.
 


TOMADO DE CUBALITERARIA

 

1 comentario:

Dania dijo...
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