Reinaldo Cedeño Pineda
“Traducir es transpensar
escribió José Martí en la Revista Universal de México en
1875. No sé si será un término de
factura propia o acaso un préstamo; pero en todo caso, se me antoja preciso, se
me antoja rotundo para definir el difícil
arte de la traducción. No bastándole, en la revista neoyorquina La América un año después, vuelve al
tema: “(…) el que traduce ha de salir de sí y ponerse donde el autor se puso,
para dar a cada palabra el alma y fuego que lo harán durable”.
Sean pues las primeras
palabras de reconocimiento de esta presentación para la traductora de este
libro. Ella ha transpensado el arcoiris íntimo y geográfico de
Correr el crepúsculo. En ese traslado lingüístico suelen perderse las
rimas exactas, resulta inevitable: ninguna palabra es igual a otra; mas la historia
y las sajaduras, las refundaciones que este joven poeta, crítico y profesor,
Christian Campbell (Freeport, Bahamas,1979) nos entrega, han quedado indemnes
tras la mano experta de Aida Bahr. Es al menos, lo que me ha calado.
La Mancomunidad de las Bahamas está conformada por más de 700
islas. Cada una es un espíritu. En una de ellas, Guanahaní, renombrada San
Salvador y finalmente Watling, piso
Colón por vez primera tierra americana.
El nombre del país insular proviene de una deformación o readaptación de
la palabra en español, bajamar.
El Junkanoo es la
festividad tradicional más importante de
las islas. Los colores, la danza y la música, se desbordan. Goodman Bay, es un accidente geográfico de la
pequeña isla de Nueva Providencia, precisamente donde está su capital, Nassau. La bahía de Goodman, tal es el nombre de
la primera parte del poemario.
Son apuntes
geográfico-culturales que a modo de recordatorio hacemos para abordar de manera
más integral el libro, para sentirnos en él. Durante muchos años, por
diferentes y complejas circunstancias, hemos mirado más a lo lejos, que al lado.
Dicho lo que había que decir,
advierto que pese a todos los topónimos que encontraremos en la urdimbre
poética de Campbell, este no es un libro de localismos, sino un libro de
profundidades. Un poeta crea siempre un país que flota por encima de las
piedras. Sépase que nos enfrentamos a un libro INTENSO. Prepárese. Entremos a
la bahía de Goodman, que es su mundo y es a la vez el nuestro:
“(…) un relámpago entre vigilia y sueño”…
“Un hueso roído, un látex usado / entre los zargazos, pedazos de vidrio/ bajo
la arena.., “la luna ciega y sin montura”… “el arrecife marrón y azul”…
Correr el crepúsculo es
el intento, diríamos casi heroico, de aprehender los deslumbramientos, el drama
que es siempre una isla. Es la metáfora
de la búsqueda. La indagación de quién soy, de quién quieres que sea. El eterno
conflicto de la identidad, el manantial de la sangre, la filosa ironía de la
diáspora, pan común de todo el Caribe.
(..) Conversamos, / bien portados y
coloniales, como nuestros tutores, / pregonamos Oxford con nuestros gestos
sonrientes,/ En Inmigración decido darme tono, / mostrar estilo, dejar que mi
hombría gruña / sin enseñar los dientes./ Levanto mi pecho / a una altura
intocable. Como lo haría / un político, un Sidney Poitier,/ un viejo de
Bahamas.
En
Correr el crepúsculo, las palabras son olas. Parecen emerger como el
petróleo, del mismo fondo: “Cuando mi abuelo
recibió la Membresía del Imperio / su nombre resplandeciente en la Lista/ de
Honor del nuevo Año de la Reina , / Su Majestad le dijo algo / que él
representaría para sus invitados / por años y años, exhibiendo su medalla /
como un niño muestra una buena cicatriz”.
Todavía en la primera parte hay un verdadero regalo, el poema
“Iguana”. Imagino a la traductora disfrutándolo y sufriéndolo, para atrapar el
rejuego entre equívocos que establece Campbell con desborde de ingenio, entre
la palabra Iguana: “la que se arrastra y luego /
se queda quieta, la que latiguea con su lengua al sol”, y la palabra Inagua: “la isla más al sur de las
Bahamas (...) encrucijada con Haití. Inagua de sal y de flamencos”.
Mascarada es
la segunda parte del volumen. Intenso,
advertí. Los sonetos se agregan al versolibrismo del poemario. La intensidad
tiene que ver también con la ternura. Nada se ha perdido del todo si la poesía
lo toca, porque este no es un libro de pérdidas, sino de regresos.
Debo aprovechar la circunstancia de que el
autor .no se encuentra a nuestro lado, para escanciar la copa con sus poemas,
para abusar un poco, para que su fuerza, de alguna manera, impregne nuestro
aire:
Tú diez, yo seis, y es tiempo / de jobos. Me encaramo en / el árbol y
te llamo,/ No digo Wilsonia, ese es / nombre de gente grande. Te llamo/ Nita
(...)
Una vez me dijiste que Santa Claus / no venía porque en Nassau / no
teníamos chimenea y su piel/ era
demasiado rosada para tanto sol (…)
Si yo hubiera sabido que te irías con tu papá / y me dejarías para
siempre, te habría dado todas / mis conchas y mis soldaditos, y hasta mi cadena
nueva /
Te habría pedido que me enseñaras a correr rápido / y a cantar, si
solo hubiera sabido que Nueva York / estaba lejos lejos como la luna.
Christian
Campbell es ya un gran poeta, aunque su camino es joven. Nada descubro. Era
tiempo de encontrárnoslo. El escritor
Yusef Komunyakaa, Premio Pulitzer, ha comparado a Campbell con “un corredor de
larga distancia”. Lleva razón. Para esa difícil meta, para llegar, cuenta con
el impulso inicial,con el latido justo.
El poeta tiene raíces y tiene ramas en Trinidad Tobago, en Granada, en Barbados,
en Toronto. Es el Caribe enhiesto. Esta
ciudad que ya tiene su lírica, ha de tener sus pasos. Por lo pronto, Ediciones
Santiago ha hecho bien en apostar por su poética, en regalarnos este libro que
contó con la edición de León Estrada. Ha hecho bien en reactualizarnos.
Campbell sabe su condición,
la eleva. De ahí que no extrañe el poema “Id de piel clara” que dedica a
Neruda, al Sur:
Ocurre que mi id es roja: / Pueden comprobarlo en mis partes / más
claras; debajo de la ropa interior, / estirando con fuerza mi piel, en el lado
blanco / de mis manos y la parte interior de mi muñeca / donde las venas
sobresalen como tubos verdes / (…) Así era yo por completo, seguramente, hasta
/ que tuve seis años. Pero la oscuridad / me invadió / empecé a nadar a los
nueve: / de que manera el sol y el cloro / besaron mi piel untándola de noche.
/ No hubo vuelta atrás.
Pero mi id es buena / y tiene huesos mulatos. Como cuando cortas /
una pera para sorprenderte con la revelación / de su masa. Mirad bien / hay un
rubor de bronce en mi piel (…)
En Santiago de Cuba. Sábado, 27 de
noviembre. Librería Amado Ramón. Calle Enramadas.