viernes, 11 de septiembre de 2020
LA TARJETA (Crónica de una angustia)
Reinaldo Cedeño Pineda
Hoy despejé la paradoja que
siempre creí ver en dos sentencias: “No por mucho madrugar, amanece más
temprano” y “El que madruga, Dios le ayuda”. Solo basta aplicarlas según sea la
madrugada. No contaré los dos encuentros previos ―encuentros fallidos― para obtener
en una agencia bancaria, la tan ansiada tarjeta magnética en Moneda Libremente
Convertible (MLC). Me centraré en el tercer intento, el de la vencida. Los refranes
son evangelios chicos.
Una antes meridiano, siete
horas antes de la apertura. Estoy en el mismísimo parque de Céspedes, en el
corazón de Santiago de Cuba. Cuento... hago el cuatro para la cola del Banco de
Crédito y Comercio (BANDEC), Sucursal 8321. Son veinte turnos diarios para esa
gestión. He llegado desde el poblado de Boniato ―distante unos 10 kilómetros―
casi por obra del milagro.
El destino, sin embargo, se
empeña en complicar las cosas. Recibo un fogonazo directo al pecho, cuando me
dicen que hay una "lista" que ha “reservado” ya los veinte turnos,
desde... las seis de la tarde del día anterior.
Una lista es un intento
macabro de organizar lo inorganizable: una cola. Una lista es un coto cerrado,
un caldo de cultivo para la reventa, un ejercicio para medrar a costa de las
necesidades.
Las listas están
excomulgadas de manera oficial, pero siempre hay vivos que las exhuman por la
izquierda y un coro que las respalda por la derecha. Un grupo agita el vórtice
y el resto es consumido por la succión.
La calle es como es.
Me niego a contar lo que se
dijo entre los de la lista y los que íbamos llegando, entre los que dormían en
sus casas amparados por la “bula listal” y aquellos a los nos rompía la
madrugada. Lenguaje de adultos, de adultísimos.
La desesperación, la
necesidad y el oportunismo conforman un trío letal.
Cuando estaba a punto de
llegar el momento de la verdad, la hora de abrir la agencia (8.00 a.m), pasé
del banco del parque a la pared del Banco. De banco a Banco. Apostarse en el
puesto, ganar el espacio, por si acaso.
La sospechosa lista se
desinfló. Finalmente hice el doce. Entre el papelito con el número salvador
―eso que llaman ticket― y la entrada al BANDEC, todavía mediaron dos horas.
Tenía los labios secos, partidos. Me dejé caer en los escalones del parque, con
mi nasobuco puesto y mi gorra hundida.
La entrada al BANDEC debió
ser triunfal, pero fue triste. De estrés postraumático. No entendí las
indicaciones que me dijeron, apenas podía firmar. Mi mano estaba desconocida,
descentrada cuando la extendí para recibir la tarjeta.
Era el 9 de septiembre de
2020. No me di cuenta hasta bien entrada la noche que un día como ese nació mi
madre, mi ídolo. Perdóname, mamá, tú que moras en el aire, en todas partes.
El parque de Céspedes es el
corazón de mi ciudad, es inevitable. Sin embargo, para mí nunca más será igual.
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