martes, 12 de agosto de 2008

DOPING en BEIJING 2008: ¿Quién indemniza el honor de mi país?

Beijing dio a conocer el caso de dopaje de una ciclista de España. La Cadena Ser de esa nación reflejaba así la noticia, el 11 de agosto último:

“La ciclista española Maribel Moreno, que el viernes sorprendía a España con el anuncio de su abandono en los JJOO por una "crisis de ansiedad" antes de competir, ha dado positivo por EPO, según ha confirmado el COI.

La directora de Comunicación del COI ha sido la encargada de anunciar el fichaje: "La examinaron el 31 de julio en la Villa Olímpica por la tarde y salió de China esa misma noche antes de conocer el resultado. Es la primera infracción del programa antidopaje de los Juegos que empezó el 27 de julio. Se trata de un positivo por EPO".

Hoy nos llega un excelente comentario de un periodista de esa nación ibérica, cuyo profundo análisis traspasa el ejemplo de la ciclista, para entrar en otras profundidades.

Es un lujo para La Isla y La Espina contar con sus apreciaciones:


UN INSULTO AL ESPÍRITU DEPORTIVO


Julio Fontán López


Juan Antonio Bardem filmó La Muerte de un Ciclista en 1955, en 2008. Su título sigue vigente, pero no sólo sobre una bicicleta roja y gualda y con nombre de mujer, sino sobre todos y cada uno de esos estafadores al espíritu olímpico.

Cuando anunciaron un abandono alegando una crisis de ansiedad, tengo que reconocer que un escalofrío me inundó el cuerpo. Estas sensaciones se confirmarían días después cuando surgió la odiosa palabra.

Indignación, decepción, vergüenza, no sé realmente como expresar el grado de asco que me sugiere el tema. Horas después, recapacitando sobre el mismo tema, no salgo todavía de mi mal estar.

Aceptar que alguien pueda insultar una forma de vida por la que ha sacrificado horas y horas de su tiempo, de su día a día junto a otros, y todo por el placer de consagrarse a un sueño, es deleznable. Permitir que se pueda pisotear la bandera de tu país y dormir tranquilo, es simplemente de mal nacidos.

Consentir que se pueda menospreciar a compañeros de profesión, o mejor dicho, compañeros en el sufrimiento, y que ahora son cuestionados por los hechos de otros, es de cobardes. Todo ello es reírse sin medida de todos aquellos que siguen a diario un sueño, tú sueño, de sus seres queridos, de sus familias, y en primer lugar y por encima de todo, despreciarse a uno mismo.

Si nos quedamos callados, si lo dejamos pasar, será mejor que nos quitemos ya esta estúpida careta…
Si todo vale, si nada importa, si cualquier método es posible para lograr el triunfo, borremos de toda esta parafernalia la palabra deporte. Hablemos solamente de espectáculo, donde cada uno pueda inyectarse, esnifarse o comerse lo que quiera. Allá él o ella con sus consecuencias. Cada uno es libre de tratar su cuerpo como quiera, dure lo que dure. Pero no bajo el amparo de la palabra deporte.

Han sido ya demasiadas las ofensas, demasiadas las retiradas a tiempo, las expulsiones forzadas, las lesiones fingidas, las muertes anticipadas…

Basta ya de estafadores a la memoria de los que jugaron limpio. Recordemos que allí donde otros subieron con las manos sucias, otros se quedaron en el intento de poder dignificar su esfuerzo. Que donde otros se coronaron con todo merecimiento, por culpa de otros fueron puestos en duda.

Quiero creer al secretario de Estado para el Deporte de mi país, Jaime Lissavetzky, cuando habla de investigación, de localizar a los cómplices, de aplicar la ley con toda dureza, de inhabilitación, de cárcel.
Si hay que modificar las leyes, que se modifiquen, si hay que inculpar a más gente, que se haga. Ya esté bien.

El derecho al honor debe ser incuestionable o por lo menos así se cree en cualquier otro aspecto de la vida cotidiana, donde un juez puede dictaminar un veredicto de culpabilidad, con la correspondiente sanción económica a quien ofende, menosprecia o desprestigia.

Pero ahora, ¿quién indemniza el honor de mi país?, ¿cómo se paga la ofensa a los patrocinadores?, ¿cómo se valora la humillación a que nos someten cada uno de estos estafadores?

Todos los culpables por acción u omisión deben pagar por ello con las máximas penas posibles, y que estas sean consensuadas por todos y cada uno de los países integrantes bajo la enseña de los cinco aros.

¿Utopía o realidad?, quizás lo podríamos comprobar el día que una gran empresa llevara al juzgado a uno o una de esos farsantes.

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