POR Anubis Galardy
La Habana, 29 sep (PL) Con demasiadas libras de más, muy distante de la belleza que fue, la actriz sueca Anita Ekberg cumple hoy 80 años, postrada en la cama de un hospital romano, huésped de una ancianidad tal vez demasiado amarga.
Las jornadas de soledad le pesan como una cadena ardiente. La televisión no me gusta, es demasiado monótona, lamentó en una reciente entrevista, y los noticieros solo hablan de las "cochinadas del primer ministro, Silvio Berlusconi". No me explico cómo han votado por el todos estos años", apostilla.
La frase viaja colmada de una impotencia casi feroz, tajante, filosa como un estilete. A estas alturas, no se priva de un lenguaje rudo, a ras de tierra, si lo cree necesario. No necesita escudarse en su edad, simplemente dice lo que piensa.
Ekberg preserva con celo el recuerdo del fotograma que la perpetuó en la memoria de cientos de miles de cinéfilos y pobló los sueños eróticos de los adolescentes de medio mundo.
Su imagen de vestal en La dolce vita, tomando un baño en la Fontana di Trevi, su piel lechosa en contraste con el suntuoso vestido negro que deja al descubierto sus hombros y brazos, en pose incitante. Ella y Marcello Mastroianni en el amanecer de la Ciudad Eterna.
Ella en su pose altiva, hierática casi, desafiante, consciente del poderío de su belleza, Mastroianni obnubilado, cautivo. En sus memorias el actor rememora que, mientras se rodaba la escena, ambos tiritaban bajo el frío impiadoso de la madrugada.
El recurrió al vodka para conjurarlo, revela, y a eso atribuye el brillo intenso de su mirada. Ekberg apeló a su voluntad, un esfuerzo perceptible en la tensión de los músculos de sus brazos.
Yo era bellísima y lo sabía, confiesa hoy la actriz, sin modestia alguna, y no vacila en un juicio adicional colmado de vanidad. En verdad, asegura, la película no es gran cosa, solo sobrevive por aquella escena, y deja la frase en el aire, como un destello lanzado al vuelo.
Guarda, sin embargo, una admiración sin fronteras por Fellini. Era un genio absoluto, no se por que me escogió, proclama tal vez para despojar de excesos su opinión primera sobre uno de los filmes más notables del realizador italiano.
Un genio que la consagró y volvió olvidable el resto de la filmografía de la actriz sueca.
Hace dos años, al cumplirse los 50 años de ese filme memorable. Ekberg lo o definió como "la historia de una generación perdida, de una Italia perdida, cuyo rumbo errático actual y dramática realidad" atribuye a Berlusconi.
A la hora de pasar revista a su vida, no vacila en declarar: He amado, llorado, ganado y perdido, y lo hace desde una perspectiva distanciada poniendo cada cosa en su sitio.
La clínica donde se restablece de una artera fractura de fémur la agasajará hoy con una fiesta cálida. Pese a su ascendencia sueca, los romanos la consideran un patrimonio propio.
Desde hace varios años vive retirada en su villa de Genzano, acompañada solo de sus dos perros. Gracias a la magia de Fellini, será siempre joven en ese fonograma que la perpetúa al conjuro de la vida añadida que el tiempo otorga, en una sucesión infinita, a las auténticas obras de arte.