lunes, 18 de febrero de 2013
NOTAS DISCOGRÁFICAS: Las letras de una osadía
(Una antología musical de excelencia que mereció un Premio Especial y el premio de Notas discográficas en el Cubadisco 2011)
Reinaldo Cedeño Pineda
¿Por qué estoy aquí? Esa es la
interrogante más difícil, la más profunda y tal vez, la más importante. El por
qué es mi preferida de todas las preguntas clásicas. Es la que siempre
recomiendo. Pensándolo bien, es inevitable que esté aquí. Tenía que explicarme
a mí mismo y a los demás, como inicié esta aventura de las notas discográficas.
Y no es que haya sido demasiada la producción, como para dar lecciones, nada
más lejos de eso; pero las letras de esa osadía, andan desbordando el disco. Y para
que no se agolpen, como dijera del gran Matamoros, como les sé generosos, voy a
contarlas.
Quizá sea imprescindible irme un poco atrás, cuando estudiaba esta carrera
tan hermosa y tan ingrata que es el periodismo. Por azar de la vida me encontré
un día en los Estudios Siboney de la
EGREM , con un profesional como Marcos Antonio Martínez
Cabrerizo, encargado de divulgar la producción discográfica desde Santiago de Cuba.
Finales de los ochenta. No sé por qué razón confió en mí desde el principio y
me encargó tareas que me rebasaban. Me pidió un comentario sobre un disco del
King, José Antonio Méndez. Por ahí anda regada en una libreta, la página de Perfil de Santiago, publicación
asesinada un día por la desidia; pero que entonces vivía su esplendor. Escuché
el disco—el disco negro, por supuesto―, pasando los surcos por la fina aguja de
un tocadiscos ruso que mi madre había comprado con indecible esfuerzo. La voz
ronca del creador de Novia mía inundó la sala y el patio. Me dejé seducir por
su filin profundo, por su letra tierna y esencial, y me atreví a escribir
aquellos párrafos. ¿Quién hubiera podido quedar indemne ante aquella descarga?
Siempre me ha gustado el rejuego de la interpretación, ese estira y
encoge de las palabras, el subrayado de las sílabas, la marca de cada artista.
La casualidad fue mi aliada, por esos días fue el encuentro providencial con
Elena Burke, con la señora que paladeaba cada frase, que parecía cantar para
uno, que no dejaba aire a nadie más después que ponía lo suyo en una canción.
Ya escribí como una noche, la besé cerca del Parque Céspedes, cuando venía
exultante, pidiendo permiso para amar. El King y la Señora Sentimiento ,
como debut para mi acercamiento al mundo musical, al mundo del disco.
Fue un privilegio asimilado sólo con el tiempo, un toque, un guiño del
futuro.
No contento con semejante esfuerzo, mi tutor me pidió más. Ahora le
tocaba el turno a un disco de Jorge Rivero, un disco de oboe. Ahora sí Marcos
se había vuelto loco. Sin saber nadar, tenía que cruzar el océano. Me dejé
llevar por su sonido dulce, por su atmósfera onírica. Me introduje en una
campana, empecé a ver colores, a imaginar sabores. “La música es el hombre
escapado de sí mismo”, había dicho Martí. “Un arte inflama al otro”, escribió el
coreógrafo ruso Mijail Fokin. Me escapé y me inflamé: ell oboe descendía, se
sumergía, hacía zigzag, te rozaba, te quemaba, te soltaba…
Las palabras tenían que traducir esos puntos de luz. El trasvase de la música a la palabra es un reto
formidable. Una sensación incorpórea, una nota fabricada en el aire, es
imposible de atrapar; mas siempre he sido terco, siempre he creído en las
palabras. Hice lo que pude y rogué mucho que si Jorge Rivero se asomaba a la
letra, fuera indulgente con el bisoño escritor.
Tiempo después cayó en mis manos Como
escuchar la música, de Aron Coopland, que hablaba del gusto, la
expresividad y el conocimiento del arte. Me hablaba a mí.Sin embargo, no
escarmiento. A finales de los noventa, mi colega Michel Damián Suárez y yo nos
enrumbamos en otra aventura que arrojaría como saldo el libro Son de la Loma : Los Dioses de la música cantan en Santiago de
Cuba (Maercie Group/Andante). Aunque hoy hubiera reescrito más de un
párrafo, ese volumen me acercó a testimonios de primera mano, a un amplio
archivo, al legado musical santiaguero, desde Pepe Sánchez, hasta William
Vivanco, pasando por Chepín, la Familia Valera-Miranda ,
Fernando Álvarez, Compay Segundo, la Vieja
Trova Santiaguera, los Hierrezuelo, Rodulfo Vaillant, Enrique
Bonne… hasta Harold Gramatges y Electo Silva. En sus páginas resumí la
investigación polémica sobre el ritmo pilón y sobre la mujer que inspiró una
guaracha universal, la historia de la gobernadora María Cristina de Ñiico
Saquito, que me había ganado el Premio Nacional de Periodismo Cultural. Fue un
aprendizaje violento, un hurgar en historias, polémicas y conceptos. ¿Cuántos
ires y venires por toda la Isla
nos costó aquel intento? ¿Cuántas desavenencias y deslumbramientos cuesta
escribir a cuatro manos?
Incluso, el libro me hizo vivir hasta un momento inusitado: a la salida
de la fortaleza de San Carlos de la
Cabaña , en plena Feria del Libro, alguien intentó venderme mi
propio libro:
—¿Está bueno?, le pregunté…
El hombre se deshizo en
explicaciones, como buen vendedor. Aún no sé si en verdad lo había podido
hojear algunas páginas, o quería sacarle
al libro el triple de su costo.
Si les cuento esto es porque sin
esos precedentes, de ninguna manera hubiera podido aceptar escribir las notas
discográficas de un disco. En las primeras que creo haber reparado fue en las
de Odilio Urfé en el fonograma La música
de Pepe Sánchez. Hablaba un erudito. No se conformó con unos pocos detalles,
hasta revelar la trascendencia de una obra que entregaba a la cultura nacional,
por vez primera, la obra de un fundador.
Notas y compactos
Un disco es un asombro. Es un
trabajo colectivo donde no sólo intervienen músicos, sino técnicos,
diseñadores, especialistas y un fuerte despliegue promocional. Así es, o así
debe ser. Un disco es al unísono un producto artístico y un producto comercial
que precisa el apoyo de unas notas, la iluminación de alguien con voz que le
diga al comprador de qué se trata lo que toma en la mano, lo que escucha, de
donde llega, cual es su historia, que aporta, que línea sigue. Todo eso ha de
lograrse en unas pocas líneas, mayores que la reseña de un libro, menores por
lo general, que un relato breve. Síntesis de la síntesis. Una invitación y una
opinión, en una armonía ciertamente difícil.
Después de transitados esos caminos me enfrenté en 2001 a la producción Pa’que me puedas querer, del Septeto
Típico Tivolí, bajo la dirección de Eduardo Charón. La mano de un promotor
incansable, como Gonzalo González, fue la guía. Pregunté hasta la saciedad,
escuché al grupo en vivo y grabado, me deleité con la guaracha El muñeco, del propio Charón o con el
clásico chachachá, Los tamalitos de Olga
de José Antónimo Fajardo; calibré los matices de las interpretaciones, y al fin
construí aquella primera nota, de párrafos breves, destilada desde la tradición
del Tivolí, una nota ilustrativa y literaria, sin alardes. No obstante, la
saboreé cuando la tuve en mi mano. Era mi debut en esos menesteres y me imaginé
que podría viajar ―aunque fuese de esa manera― al viejo continente, a tierra
firme americana, al Caribe.
Esa experiencia fue quedando cual rara
avis en el camino de todos los días, el del micrófono, el de la página y el
de la vida. Eso parecía… hasta que justo una década después, la casa disquera BISMUSIC,
puso en mis manos, para sorpresa mía, un álbum triple: Veneración. Mucho había pasado desde aquella primera incursión, y
el privilegio que tenía en las manos era indecible.
Productores del calibre de José Manuel García Suárez y Eddy Cardoza
López, con el auxilio ejecutivo de Gonzalo González, reunieron treinta y nueve
piezas antológicas de la música hecha en estas tierras. Cada disco tenía
impregnada la imagen pictórica de los maestros Miguel Ángel Botalín, Antonio
Ferrer Cabello y José Julián Aguilera Vicente. En su portada asomaba la
escalinata de Padre Pico. ¡De lujo!
En dos carillas me impusieron el reto de contar la historia musical de
Santiago, de enhebrar algunas valoraciones sobre los números más notables. El
papel estuvo en blanco varios días. Me lo pensé largamente y decidí que no podía.
Sólo el impulso de aquellos que confían en ti a capa y espada, me volvió a
poner la mente en su sitio, la pluma en la mano. ¡¿Qué era aquello?! ¡Qué clase
magistral de música y santiagueridad!: Reinaldo Creach y el Septeto Santiaguero
en Sublime ilusión (Salvador Adams), la Familia Valera-Miranda
en El vendedor de agua (Compay
Segundo), el Órgano París, con Veneración,
el Quinteto de la Trova
con Frutas del Caney (Félix B.
Caignet), Chely Romero desgranando una joya: Sólo una lágrima, de Tony Rodón.
La nota comenzaba así:
Tocar el fuego primigenio, el espíritu de una
ciudad. Veneración apuesta a lo
inasible, o será que el verso y la canción todo lo pueden”.
Santiago de Cuba es una guitarra.
En su villorrio
fundador, nació Miguel de Velásquez, primer músico de la Isla. Tañedores de vihuela,
hubo en la tropa de Hernán Cortés, cuando partió de esta región a la conquista mexicana,
acaso mítica, Teodora Ginés, tocaba la bandola por las calles, las mismas por
donde aparecieron, andados los mil seiscientos, los desfiles de mamarrachos,
antecedentes de los carnavales. A fines del siglo XVIII, Esteban Salas
convirtió la Catedral
santiaguera en un Conservatorio, y en los albores de la centuria siguiente, con
la emigración desde la excolonia de Haití llegó un universo de creencias y
sonidos. Poco a poco, una tropa de juglares asaltó los barrios, guitarra en
mano… y comenzó la bohemia. Legaron la poesía conmovedora y sutil, imbatible y
eterna. Desde entonces no hay madrugada sin cuerdas en Santiago de Cuba […]
Veneración tiene el nombre bien puesto.
El álbum se
inscribe en el legado profundo de la tradición, pero no se apega a las cenizas,
sino a la vitalidad […]
Nunca
hubiera podido asimilar esa selección de semejante calibre si diez años atrás
no me hubiera sumergido en la estirpe de una ciudad musical, en el libro Son de la Loma … Creo sinceramente, sin chovinismo, que
solo un santiaguero hubiera podido escribirla. No basta el oído fino ni la mano
habilidosa en la conjunción de las palabras. Sin raíz, no hay ideas. Sin ideas,
las palabras flotan sin argumentos donde asirse. No hubo erudición, ni
musicología. No se hubiera podido, pero sí una labor investigativa apretada,
pasada por mil tamices. Lo que pusieron en mi mano, cantaba por sí solo. Veneración fue para mí como plantar un
árbol, como un abrazo.
(Santiagueros ganadores del Premio CUBADISCO 2011)
En 2011, el disco mereció un Premio Especial de CUBADISCO. Cuando apareció
entre los candidatos a los Premios Cubadisco en el acápite de Notas
discográficas, no salí de mi asombro. Esa es, con mucho, la categoría más
difícil, porque toda producción va acompañada de unas notas; es la única
categoría en la que se compite todos contra todos. Cuando vi los nombres de:
Pancho Amat, Frank Padrón, Jesús Gómez Cairo, y mi coterránea Iránea Silva, junto
la mío me sentí honrado. También supe que no tenía la más mínima oportunidad de
ganar, ni hacía falta. Ya me sentía premiado. Por si faltara algo, Luis
Carbonell, El Acuarelista, acogía una
décima santiaguera de un amigo, Gabriel Soler Oriz que servía de pórtico a toda
la producción:
Ciudad sin puertas abiertas
de par en par te domino,
encaramo en tu destino
las ausencias derramadas.
Cualquier punto en Enramadas
se nos queda en el asombro,
el calor nos toca el hombro
desde el parque hasta el amigo.
Con el saludo me abrigo
Santiago: cuando te nombro.
Hoy, cuando contemplo el trofeo encima de mi televisor, cuando la
delicada aguja quiere tocar el pequeño plato, recuerdo el momento en que lo
anunciaron en pleno corazón de Santiago, cuanto me temblaban las piernas al recibirlo
frente al Parque Céspedes. Recuerdo aquella gala del disco en la Sala Dolores :
monumental.
Aún no tenía el galardón, cuando del mismo Comité del Premio CUBADISCO me
solicitaron un comentario sobre el disco de José Aquiles, que hice con mucho
gusto, en unas horas, como si nuevos aires hubieran barrido las dudas. Era otra
nota. Las páginas del Juventud Rebelde,
generosamente, acogieron esos escritos.
De tal manera, de la noche a la mañana, empecé a recibir solicitudes de
notas discográficas. Siempre aclaro que no soy músico ni musicólogo, por más
horas de vuelo que vaya acumulando entre ellos. Aclaro que sigue siendo un reto
extraordinario, porque mi formación no deviene del pentagrama, sino de la
palabra. Por eso me he negado a más de una solicitud y no tengo a menos
negarlo. La relación de quien esto escribe con las notas discográficas, continúa
siendo mínima, respetuosa.
En 2011, un joven septeto santiaguero, liderado por el hijo de un poeta,
el percusionista Wilber Cos, a punto de viajar a República Dominicana, solicitó mi ayuda para su producción: Azabache canta clásicos cubanos. Allí
están mis consideraciones, mi apreciación. Nuevas gemas, nuevos brillos animaban el
espectro sonoro de la ciudad.
Al año siguiente, BISMUSIC, apostó de nuevo con Aguanta ahí de Inaudis Paisán y la Estudiantina
Invasora. En verdad, soy un afortunado. Me enfrentaba a un
personaje, a un estilo como el de Paisán, a alguien que ha viajado su trompeta
por dos mundos aparentemente antitéticos, el sinfónico y el popular. Me
enfrentaba al recuerdo del inolvidable Roberto Nápoles que parecía que no se
iba amorir nunca con su contrabajo cantante. Me enfrentaba a una agrupación
única de su tipo, a una superviviente, y a unos invitados del calibre de
Reinaldo Creagh y su señorío vocal con el tema En Falso de Graciano Gómez, al incombustible Adriano Rodríguez y a
una dama como Eva Griñán con quien he mantenido un largo idilio desde mis
tiempos de estudiante, desde los tiempos del cuarteto Proposición Cuatro.
Me resisto a no contar la anécdota: Cierta mañana, de esas en que el
destino te muerde, de esas en que no tienes deseo de articular palabra, me
detuve en la Casa
de la Trova. Eva
cantaba una canción de su padre, y a seguidas, Yo reiré cuando tú llores de Alberto Villalón. Lo hacía como
siempre, de manera magistral. Cuando salí de allí, iba derecho, iba manso. La
música y su interpretación, habían obrado el milagro.
¿Cómo no inflamarme al contacto con la Estudiantina y su
estructura singular, con su sonido redondo y genuino?
Escribí la nota como conversando, en un diálogo entre el
lector-escucha-comprador y aquella agrupación mitológica. De El día que Dios de Alfredo Fabar a Mil
congojas de Pablo Miranda, de El Cajón de
muerto de Almenares a El Chivo de
Víctor de los Santos, destiló ante mí, un fonograma tocado por músicos que
saben muy bien lo que hacen. Por eso titulé aquellas notas: “Un espacio para la
leyenda”. No las repito aquí que pueden hallarse en varios sitios digitales, en
la prensa y en el propio disco.
El penúltimo trabajo fue fruto del azar y la amistad. Una notas para el
septeto Ecos del Tivolí. El antiguo Café Concert, la alta barriada con toda su
huella, parece seguirme en el tiempo….
Ecos del Tivolí, creado el 20 de marzo de
1992, porta la bandera de la tradición, la hace flamear. El acople exacto, el
tono vibrante de Iván Batista como voz principal, el punteo de las cuerdas y la
seguridad del bajo de Antonio Barbarú, crean un sustrato que remite
inevitablemente al influjo matamorino. Ni casualidad ni coincidencia. Cobijados
bajo la fronda de Don Miguel y su caudal rítmico, no hay por ningún lado unción
de museo.
El colectivo estrena su cuarto fonograma en
su formato de septeto, después de pasar por los de quinteto y sexteto. Se trata
de todo un sello en la música caribeña y el sonido se revela entrañable,
cubano, vital.
La investigación sostenida en añejos
archivos, las referencias sonoras, el viaje hacia la armonía tradicional, les
dota de una sólida argumentación a la hora de abordar los temas. Si bien puede
hablarse de identificación o rescate, tal vez sea más coherente referirse al
redimensionamiento que logran de piezas menos conocidas —pero igual de
valederas—, fruto del talento inagotable del autor de Son de la Loma. Son marcas indelebles en las ejecuciones de Ecos del
Tivolí.
Pero, no les abrumo. Ya se los dije
al principio, estoy aquí por una osadía. Eso sí, no será hipócrita, le voy
tomando el gusto. No a las notas, no hay de que preocuparse, sino a la música,
a hablar de música, o más bien de músicos. No hay coda, este es el punto final.
(Ponencia presentada en el III Taller de Música Popular
Tradicional Ñico Saquito / Sede de la Unión de Escrtores y Artistas de Cuba, Santiago de Cuba, 15 de febrero de 2013)
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