viernes, 28 de abril de 2017

Rafael: el Conde Meléndez Duany




Por: Pascual Díaz Fernández


En diciembre Rafael cumpliría 70 años. Hoy, abril 18,  la muerte nos ha reunido otra vez. Rafael Meléndez Duany nació en Santiago de Cuba en 1946. Estuvo en el grupo fundador del Teatro Guiñol de Oriente, en 1961, la primera compañía de teatro de muñecos para niños creada por la Revolución. En ella fue actor titiritero y director de escena. Su sentido del teatro y de la vida se puede conocer a través de sus montajes entre los que se destacan su vocación martiana (Meñique, 1968), su interés por la cultura popular tradicional (Papobo, 1974), la cultura teatral popular (Agüé, el pavo real y las guineas reinas- 1988, La muñeca negra, La calle de los fantasmas y Los chichiricú de la charca, 1992).


Incursionó exitosamente en las temáticas y motivos del folclor afrocubano, dando fe de una especial sensibilidad para captar la belleza y espiritualidad de la cultura cubana. Formó parte de una generación de fundadores de la cultura artística y del teatro, en particular de la Revolución. Gracias a su constancia y dedicación, el Guiñol Santiago ha alcanzado una poética original y auténtica en el mundo teatral cubano que lo hace único en su clase.


No fui jamás a la Sala Mambí siendo un niño y lo lamento. Fue gracias a mis estudios universitarios que supe de la existencia del Guiñol Santiago y de Rafael Meléndez, más exactamente, gracias a su puesta en escena de Papobo. Luego fui su oponente en su trabajo para obtener el título de Licenciado en Letras, con un trabajo de diploma sobre la presencia de José Martí en el Guiñol Santiago. Años más tarde, gracias a mi trabajo en el Consejo de las Artes Escénicas, pude tener un contacto más sostenido y estrecho, no exento de álgidos momentos, pero que siempre desembocaban en soluciones refrescantes y creativas.


De temperamento, más bien flemático, se encendía y apasionaba cuando estaba en pleno proceso creativo. Y debo decir que, aún en tal situación, no perdía su espíritu de raíz afirmativa y prospectiva. Como buen titiritero, lo natural en él eran la fantasía, el colorido y la búsqueda de la comprensión del público, esencialmente, el infantil. ¡Cuánto regocija oír testimonios que revelan cómo el amor hacia el Guiñol transita de padres a hijos, e incluso hasta los nietos! Y es que Rafal Meléndez Duany era un importante cazador de imágenes para mostrarlas y darles libertad y, de ese modo enriquecer la imaginación de las niñas, niños y adultos.


Su trabajo teatral está basado en la unión y el colectivismo. No tenía el menor menoscabo en solicitar y escuchar ideas de otros compañeros. Más de una vez conversamos sobre sus puestas en escena, en especial La muñeca negra.  El panorama teatral santiaguero no está completo si no se menciona al Guiñol Santiago y a Rafael Meléndez. Este sentido colectivo hizo que apoyara a Ramón Pardo, José Saavedra, Enrique Paredes y José Manuel Labrada, como directores, entre otros, y lo mismo con las actrices Ana María de Agüero, Eliana Ajo, Norka Zamora y María Antonia Fong y tantos otros titiriteros jóvenes y consagrados.


Contribuyó mucho a ello su paciencia y sabiduría, su magisterio y energía. Siempre miraba las cosas del mundo y del arte con sentido positivo, pensando más en la perspectiva que en la realidad inmediata.


Pero no todo fue dormir en lecho de rosas en la vida del joven artista del teatro de muñecos. Aberraciones de la política cultural cubana lo obligaron a apartarse del camino de los títeres. Pero hubo siempre una mano amiga que lo salvó y lo hizo volver al camino de las historias de las Caperucitas a pesar de los Lobos; de las Cenicientas, a pesar de las manzanas envenenadas, en fin, volver de la mano del camarón encantado y el ratón pirulero.


Alguno de mezquino corazón podrá burlarse alegando que los santos que tanto veneraba, no lo ayudaron, y le permitieron el trágico final de existencia. ¡Cuánta equivocación propia de sietemesinos! La fe y la espiritualidad lo sostuvieron en los peores momentos.  Agustín Mateo Pazos escribió y dirigió una obra que tituló El espiritista, dedicada y para mí sin duda, basada en la experiencia de vida de Rafael Meléndez Duany. La represión contra los artistas, la errónea y absurda lucha por querer alcanzar el llamado hombre nuevo a partir de la falsa moral burguesa, también hicieron impacto en él, pero no doblegaron su espíritu optimista ni su fe en lo más puro de la Revolución.
Hoy tenemos la necesidad impostergable de renovar el teatro de muñecos, de devolverle su natural sinceridad y fantasía, a través de sensaciones y emociones verdaderas, expresadas gracias al trabajo interno de los titiriteros. Si los artistas animan, esto es, dan alma a los títeres, la vida se expresara en toda su plenitud. Para ello debemos acudir siempre a la fuente nutricia que alimenta y sostiene lo más auténtico del arte de los titiriteros, no podemos renunciar a su tradición ni a sus más relevantes representantes, como es el caso de Rafael Meléndez Duany.



La muerte nos ha reunido otra vez para cumplir con su inevitable ritual. Pero la muerte no es fin sino camino; no es conclusión sino tránsito; árbol que florece y da frutos. Desde la oscuridad luminosa de su muerte, Rafael nos llama a vivir y a crear. Gracias, Conde Duany, ahora que estás en la otra dimensión, por tu vida en el teatro y por el teatro de tu vida.    


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