Reinaldo Cedeño Pineda
Nunca los sentí diferentes.
Durante cinco años fueron mis compañeros en los estudios universitarios y también… en las maldades. Por obra del destino, toqué con mis manos, naciones que apenas se mencionan, y desde entonces, no he podido mirar igual las noticias que llegan desde ese continente.
Algunos, en un rapto de confianza, me contaron la historia de sus vidas.
Nombres ignotos, con olor selva, a lejanía; pero detrás de ellos, personas admirables, con ese terrible esfuerzo de la adaptación, con aquel ánimo de superación sobre sus circunstancias cuantas veces al filo de lo imposible.
Es el tiempo cuando África se sentaba a mi lado.
La memoria se va, sendero de nostalgia, hasta esos tiempos universitarios en que el mundo gira en una mano, y a uno le parece que siempre podrá hacer gol.
Llega con la certeza de que a muchos, nunca más no los volveré a ver, porque la geografía acaba imponiéndose, pero….ahora los tengo frente a mí, rodeándome, apretados contra la silla, con el mismo anhelo de querer ser…los mejores periodistas del mundo.
Y el mundo estaba allí.
Por vez primera bailé la morna, con Anita y Augusto, antes, mucho antes de que Cesaria Évora, rompiera la barrera con sus pies descalzos. Las islas de Cabo Verde, minúsculos puntos en el Atlántico, granos esparcidos por la mano de Dios.
Les escuché decir de los caboverdianos de Lisboa y del mundo, de remesas y emigración, de la gente hermosa y alegre siempre mirando al mar, y les comprendí porque soy una criatura de isla.
Jean Pierre Ekaba era un negro simpático, envuelto en su ropa ancha, con la sonrisa a flor. Venía desde el centro de África, desde el Congo Brazzaville, pero su carácter lo sacaba de cualquier aprieto. Hablaba el francés con un acento peculiar, y cuando levantaba la mano, todos los ojos se dirigían hacia él, porque sabíamos que no importaba la respuesta, sino que era el momento de aflojar tensiones.
Delgado, muy delgado era Mamadú Bettega. Su idioma, el portugués, se parece tanto al castellano que en ocasiones terminaba hablando “portuñol”. Cuando aquella severa profesora le reclamaba que se le habían ido palabras en otro idioma, él se defendía desde un lugar en la emoción que desarmaba a cualquiera, con ese zumbido tan contagioso del portugués. Su país era Guinea Bissau, siempre con su inconfundible tocado dorado.
También había músculos y lágrimas
Angola traía la historia de Mpaxi Zamoko. La maldad colonial le dejó una huella maldita: una pierna casi inutilizada, seca, salvada de milagro, pero con ella no se perdía un baile y su inteligencia era de las más brillantes de la clase.
¿Y Frederico Sanambutue? ¿Se escribirá así su apellido? ¿Estará haciendo aquel periodismo sin reservas del que hablábamos en tierra angoleña?
Un dúo de amigos inolvidables venía desde Namibia. John Mutelo de deporte. Ambos seguíamos las carreras de Ana Fidelia Quirot en su época dorada. El deporte fue el puente a una amistad que desafía el tiempo y esa ausencia aún duele.
Con Brenda Andeline Nujoma tengo una fotografía –cara de niño aún- y manos sobre el hombro, a la entrada del periódico. Era hija del presidente de la SWAPO, y luego de la Namibia liberada, Sam Nujoma. La ornaba una augusta reserva, una serenidad inescrutable.
Usaba unas trencitas al modo africano, un día le pedí que me las hiciera. A su rostro asomó la incredulidad… ella sabía. Cuando aquel intento en mi pelo se desmoronó, ella movió la cabeza, esbozó esa sonrisa que sólo daba a los amigos. Nunca le confesé que esa mezcla de simpatía y admiración, me hacía buscarla con los ojos.
Como la mayoría, venía desde la Isla de la Juventud –la otra isla, abierta a la solidaridad del Tercer Mundo-. Había pasado tiempo lejos de su tierra, pero el sonar de los tambores circulaba en sus venas.
Unos rasgos jeroglíficos, al menos para mí, resultaron aquellos periódicos a los que me asomé un día en el parque, en la tertulia de un turno libre. ¿Chino, árabe?... No, amárico, ¿Qué lengua era aquella, por Dios? Un periódico que sostenían mis compañeros etíopes, Belay Tilaum y Tadesse Tesfalle. Recuerdo el relato de las increíbles historias de opulencia de Haile Selassie, con su inodoro de oro y su imagen de Dios. Cuantos diablos con pose de señor.
En los festivales culturales, la belleza de ébano de la mujer etíope se hacía notar. Esa mixtura árabe-africana les dotaba de unos rasgos particulares, y me vi varias veces aplaudiendo su gracia y su sensualidad, mientras danzaban sus túnicas en el escenario.
Cuando hoy veo en las imágenes internacionales, la hambruna de Etiopía, aquellos seres esqueléticos me punzan el costado. Comprendo por qué los etíopes -aunque amaban profundamente su tierra- esquivaban el espinoso tema del regreso.
Al estilo de los grandes, el tanzano Filemón Durú Lubuva siempre llegaba primero a la meta. Poseía esa ligereza de los fondistas africanos, y cuando una vez corrió descalzo, ya no hubo dudas de que teníamos entre nosotros a “un Bikila”, el célebre maratonista que se impuso descalzo en la Olimpiada de Roma ´60.
Por si faltase algo, pocos le adelantaban en el aula. Era meticuloso y concentrado, puntilloso al escribir, ajeno a los juegos de los casi adolescentes que éramos. Era el mayor de todos, el “abuelito”. Sabía que tenía en sus manos la oportunidad de su vida, no le gustaban las bromas, aunque más de una hicimos a su costa, y no tenía tiempo que perder.
Cuando en cierta ocasión confesó que debía traducir de su dialecto natal al swahili –idioma de Kenia y Tanzania-, de allí al inglés, y luego al español… se ganó el respeto, le reverencia de alumnos y profesores.
Siempre quería correr con él, para que me “halara”, y como no podía vencerle en las carreras… le hice una trampa emocional para que un día, aunque fuera un día, me dejase ganar. El pacto consistía en dedicarle un poema si yo llegaba primero a la meta. Un poema que no llevara ni su nombre ni una dedicatoria, para que nadie se enterara.
El poema se hizo… aunque a última hora, mi compañero se lo pensó bien y salvó su honor metiendo la cabeza por delante.
Nunca los sentí diferentes. ¿Dónde estarán ahora?
Era el tiempo cuando África se sentaba a mi lado. Y ellos... eran.... son ... mis compañeros.
4 comentarios:
Estimado amigo Reinaldo: he leido tu (permíteme el tuteo) blog,y puedo decirte que me siento muy honrado de que una persona como tú, con ese currículum tan fructífero, se haya fijado en mi modesto espacio. Veo que tu interés se ha centrado en mi pequeñá crónica, si así puede denominarse, referente al emigrante tanzano.
Si has recorrido mi blog, te darás cuenta de que mis obsesiones se refieren a cuesrtiones muy mundanas, y por cierto nada poéticas: la emigración,la guerra, los recursos naturales y todo aquello que se fija en mi cerebro, para de esa manera, dar forma a historias mas o menos creibles.
He leido tu Cuando Africa... y me ha llamado la atención la seriedad con que tratas el tema.
Lo mío, escribir, no deja de ser más que una forma de ser dueño absoluto de los personajes de los que escribo... bien lo debes saber.
Uso la red como una forma de perder el miedo escénico que me produce el dar a conocer mi humilde obra.
He cargado en la red otra de mis crónicas "africanas", es que España, está cerca, muy cerca de ese gran continente.
Un saludo y tienes un amigo en esta parte del mar. Nos unen muchas cosas, entre ellas el idioma con el que intercambiamos nuestras impresiones.
Un abrazo, que continúo leyendo en tu blog esos nombres perdidos en mi memoria , Abbebe Bikila; Haile Selassie, el Negus de Abisinia, etc.
joseAntonio
Grande Reinaldo.
He leido tu crónico de Cuando Africa... y la verdad es que me he emocionado muchisimo, porque al igual que tu también viví muchos de esos instantes y conocí vivencias de cada uno de nuestros compañeros de curso durante los 5 años que duró la carrera, en algún momento sentía el mundo mucho más cerca de lo que es y eso fue parte importante en mi como para decidirme finalmente por la carrera diplomática.
Muchos saludos
y espero encontrarte la próxima vez que vaya a Cuba ( estuve recientemente durante la visita de la Presidenta Bachelet.
un abrazo a la distancia para ti y para todos los del curso con los cuales aun tienes contacto.
Daniel Ortiz (el chileno).
mi email es: dop_27_1999@yahoo.com
Mi amigo y coleguisimo Reinaldo Sedeño:
No tengo palabra para expesar la emoción que he experimentado al ver tu crónica.
han pasado casi tres años tras su publicación.
La encontré de forma casual, cuando quería saber algo sobre Andeline Nujoma.
No es una sorpresa para mí ver un trabajo, de esta calidad y con expresión de profundo sentimiento, escrito por ti. Yo, desde entonces, tengo mucha admiración de tu humanismo y conocimiento.
Creo que aún te recuerda que en trabajo colectivo (en segundo o tercer año de nuestra carrera) tuve la dicha de integrar el mismo elenco contigo en un reportaje sobre "La Casa de la Trova" en Santiago de Cuba. En el que hablamos del trio Matamorro y de otros antiguos trovadores de Cuba y de los artistas extranjero que han pasado por la Casa de la trova.
Estoy muy agradecido de haber escrito algo sobre África y particulamente sobre mí, y, en saber que, aún separados por el tiempo y por la geografía, seguimos presentes en tu memoria y en la de los demás colegas del curso y de Universidad de Oriente (Santiago de Cuba).
Mis saludos a todos los colegas del curso y de la Universidad, a los profesores, tías del albergue y amigos cubanos de Quintero.
Reinaldo, gracias por todo. Espera un comentario más amplio brevemente.
Mpasi Zamoko Miguel
mi e-mail: mpasizamoko@hotmail.com
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