domingo, 3 de febrero de 2008

Abuso sexual infantil: INOCENCIA VIOLADA



Una de cada cuatro niñas y uno de cada siete varones ha sufrido al menos una vez algún tipo de abuso sexual, alertan cifras estimadas mundialmente


Por: Dora Pérez , Margarita Barrio y Mileyda Menéndez


«Demoré cinco años en contar aquella historia, y al final sucedió lo que yo me esperaba: no me creyeron. Mi madre lloró, gritó, dijo que tal vez fuera mi culpa por meterme donde no me llamaban, y decidió no denunciarlo a la policía para que nuestra vergüenza no fuera mayor.


«Aquel hombre era muy importante para mi familia: ayudaba a mi hermana a recuperarse de un accidente. Era afable, cariñoso con todos. ¡Quién iba a imaginarse que a espaldas de los adultos sería capaz de tocarnos de esa forma, de mostrarnos fotos obscenas, de hablar de cosas que ni sospechábamos a la altura de los diez y once años que teníamos entonces!


«No puedo decir que mi madre no se ocupara de nosotras: nos cuidaba de los extraños con mucho celo, nos enseñó a sentarnos correctamente, a no aceptar regalos de desconocidos... Pero el peligro no estaba fuera, sino dentro, y para eso no estaba preparada.


«Yo seguí adelante, a pesar de todo, pero mi hermana no. Ahora es una mujer retraída, miedosa. No estudió más, no tuvo pareja. No quisiera ni pensar en eso, pero ella estuvo más cerca de aquel hombre, y por más tiempo...


«Durante mi reciente embarazo conocí a una muchacha que vivió un caso como el mío. O peor: su padrastro la violó con 14 años. Su papá mató al hombre cuando se enteró, así que ahora él está preso, y su mamá la culpa de todo mientras ella espera un bebé al que no sabe si podrá querer algún día.


«Yo veo esas niñas que visten tan provocativamente, como mujeres, y sufro por ellas, por lo que pueda sucederles. Han pasado más de 20 años y todavía me duele recordar. Quiero pensar que no sucedió realmente; que mi madre tiene razón y todo está en mi cabeza podrida, pero cierro los ojos y veo cada detalle de nuevo... como si fuera ayer mismo.


«Veo el sol entrando por las persianas y posándose en aquellas láminas incomprensibles. Veo sus manos apretando la gorra a cuadros, con la que se secaba el sudor. Recuerdo su voz salivosa y sobre todo su mirada, tan distinta cuando había otras personas cerca...


«Ya está viejo, pero sé que sigue vivo por ahí. Hace poco oí hablar de él con admiración —es un profesional muy respetado—, y sentí culpa de nuevo: ¿A cuántos niños habrá dañado después por mi falta de fuerzas para denunciarlo?


«Si al menos mi madre me perdonara... y si yo pudiera perdonarla también. Olvidar esa pesadilla, esa piedra entre las dos que ha creado tanto resentimiento y dolor.


«Fíjese que perdí la inocencia antes de tiempo, pero aún ciertas cosas me paralizan. Cuando un hombre me dice una grosería en la calle, cuando encuentro personas que se le parecen, cuando fallo en alguna relación amorosa, creo que es mi culpa. ¿Y si mañana es mi hijo quien está en peligro y yo no puedo ayudarle?».


Verdad silenciada


Según cifras estimadas mundialmente, una de cada cuatro niñas y uno de cada siete varones ha sufrido al menos una vez algún tipo de abuso sexual. En el 80 por ciento de los casos, el victimario resultó ser un adulto de la familia, un vecino de confianza o un amigo cercano. La gran mayoría son hombres, pero también algunas mujeres abusan sexualmente de los infantes a su cargo.


Lamentablemente, muy pocos llegan a los tribunales. De hecho, no todos los países tienen leyes claras al respecto, pues para algunos juristas el abuso solo existe si hay contacto físico entre el agresor y la víctima. En otras naciones, como Cuba, se considera delito desde el ultraje sexual, que incluye la exhibición de los genitales y el acoso verbal lascivo.


Aun así, buena parte de los inculpados sigue libre después del proceso: apenas paga una multa, más o menos considerable según las circunstancias, la edad del agredido o la subjetividad del tribunal que juzga el caso.


Para colmo, las evidencias indican que numerosas familias no denuncian el hecho a las autoridades. A lo sumo, algunas acuden al sistema de salud para intentar que el menor «olvide» y siga adelante con su vida. Otras, ni eso.
Tal decisión responde a causas variadas, incluyendo prejuicios socioculturales, estima la licenciada Ana María Cano, especialista del Centro de Estudios de Educación Sexual (CENESEX).


Muchas veces, a la familia le cuesta aceptarlo, sobre todo si se trata de una persona de buena reputación en el hogar, de un enfermo o de un anciano con demencia senil, que también necesita protección.


No es raro que en lugar de rechazo este conflicto genere en los adultos una gran decepción y que opten por negar lo evidente, sobre todo las madres de las víctimas, y mucho más si para ella la denuncia implica renunciar a su pareja o tomar partido entre dos hijos: el abusador y el abusado.


En otros casos se oculta porque la víctima y sus allegados dependen económica o socialmente del sujeto, y «para que la situación no empeore en casa», aceptan el abuso como precio a pagar «por el bienestar colectivo».
La mayoría de las familias que callan, dicen los expertos, es porque intentan evitar que el menor sea revictimizado al contar su historia una y otra vez, o porque temen verlo expuesto ante la sociedad, señalado en su escuela, entre sus amigos y vecinos, especialmente cuando se trata de un varón, al que luego «quedará el cartelito» para toda la vida.

¿Abuso sin ley?


Increíblemente, algunos padres no acuden a la ley porque piensan que es una mentira de sus hijos, una forma de llamar su atención o una malacrianza.


«Los niños no inventan ese tipo de historia. Por muy descabellado que parezca, si un menor dice que alguien les ha hecho algo indebido hay que creerle, ver qué hay detrás de tales indicios», apunta el psicólogo chileno Jorge Luzoro, quien impartiera recientemente un taller de sensibilización sobre este tema en el CENESEX, como parte del IV Congreso cubano de Terapia, Educación y Orientación Sexual.


En su afán de ayudar a prevenir este fenómeno global, de generar herramientas para educar en el diálogo y la protección, el doctor Luzoro se ha unido a otros profesionales de su país que trabajan en un grupo de materiales educativos destinados a la familia, la escuela y la comunidad.


«Todas las familias deben abrir los ojos y hablar con sus niños y niñas sobre este tema. No se trata de extender el pánico, sino de enseñarles a identificar situaciones de riesgo y a decir no, por muy convincente que suene la persona que trata de pasar los límites, ya sea el propio padre, un hermano o el maestro.


«Desde la infancia deben aprender que su cuerpo es suyo, que nadie más debe tocarlo de modo especial, y mucho menos pueden obligarle a devolver caricias que lejos de hacerles sentir un afecto legítimo laceran su autoestima», asevera el experto.


A veces es difícil reconocer esos límites, pero hay reglas básicas que cada infante debe dominar. Hay que enseñarles que los secretos «sucios» no se guardan, que los regalos son incondicionales, no a cambio de favores, y que mamá y papá necesitan saber si los adultos son distintos cuando no están en su presencia, para protegerlos.


Desarrollar la prudencia es esencial desde pequeños, pero es algo que se aprende con la comunicación fluida y el ejemplo cotidiano. ¿Cuántas veces nos cuesta decir no al reclamo de otra persona que nos disgusta, y ante nuestros hijos pecamos de complacientes por no pasar como maleducados?


«Sobre todas las cosas, los niños deben asimilar que siempre habrá personas en las que puedan confiar, ya sea en la escuela, el barrio o la familia, sin temor al castigo o al reproche», insiste Luzoro.


Vejación extendida


Solo el año pasado, las víctimas de abuso sexual con menos de 18 años sumaron 150 millones entre las féminas y 73 millones de muchachos en todo el planeta. Ningún país escapa a esta dramática realidad.


En Cuba el fenómeno es más bien episódico, pues al no existir cifras alarmantes de prostitución infantil o abandono familiar, no se dan hechos de abuso masivo de menores.


Estudios aplicados en varias provincias de la Isla demuestran que la mayor parte de estos hechos ocurre en los horarios y lugares cotidianos para el menor, mientras sus padres o tutores se encargan de los quehaceres domésticos o están aún en el trabajo.


Las condiciones de vida no son un factor de riesgo significativo en la Isla: los abusos se reportan tanto en contextos económicamente favorables como desfavorables, en familias extensas o limitadas, en zonas rurales y urbanas, con padres universitarios o no...


Lo que sí aumenta la vulnerabilidad de esos menores es tener un hogar disfuncional, el abandono permanente o temporal por parte de alguno de sus padres, que se dedique poco tiempo a conversar, a explorar sus vivencias, a reafirmar la confianza mutua e incrementar sus conocimientos sobre el tema.


La pérdida progresiva de comunicación, las escasas muestras de afecto, y sobre todo el maltrato físico y emocional a que son sometidos sistemáticamente algunos menores, les vuelve presas fáciles. Estos niños y niñas crecen con una horrible certeza: si es eso lo que reciben de sus protectores filiales, ¿qué pueden esperar de los demás?


Lo peor es que el menor abusado no trae un cartel en la frente: rara vez cuentan de inmediato lo sucedido, y no son capaces de evitar nuevos daños porque no saben con certeza de qué deben protegerse, y por qué.


Detectar este tipo de situaciones exige observación cuidadosa de la familia. Sin dramatizar ni crear caos, es preciso indagar con tacto las causas de cualquier cambio en su estado de ánimo, determinar a qué personas rehúye, o a cuáles busca sin motivo aparente.


Cuando la víctima decide abrirse a sus mayores, o si la situación se descubre por casualidad, la familia no debe reaccionar desmesuradamente, como si se acabara el mundo, porque el remedio será entonces peor.


No hay que olvidar que la persona más perjudicada es siempre el menor, y haberle fallado una vez no significa que se vuelva a fallar indefinidamente cargándolo de reproches o buscando en su conducta la causa de ese desliz.


La psiquiatra Aleyda Meneses, especialista de la Clínica del Adolescente de esta capital, insiste en la necesidad de tranquilizarles de inmediato, de dejar bien claro que la culpa no fue suya, que nadie va a castigarles por eso, y además que el suceso no tiene por qué abrir un abismo para su futuro.


La experiencia demuestra que el mayor por ciento de casos se confiesan durante la adolescencia, aunque hayan ocurrido años antes. También es importante recalcar que la estrategia de los agresores no solo implica violencia física, sino que también acuden al chantaje, a la amenaza de que perjudicarán a las personas que el menor ama, y hasta al soborno, para hacerle sentir a la víctima que también es parte del asunto, que obtuvo beneficios, y por tanto no tiene moral para denunciarlos.


«Aún cuando el menor satisfaga todas la exigencias sin resistirse, estamos en presencia de un delito», aclara la licenciada Ana María. «Es importante que esos menores comprendan que además de ser abusados fueron engañados, vejados, y que no deben sentirse responsables si la persona es repudiada y castigada a partir de su denuncia».


Los mitos también dañan


Durante la infancia, la exploración de los genitales —propios y ajenos—, es un componente normal de la formación de la personalidad y de la identidad de género. No siempre esa curiosidad esconde un matiz morboso, pero toca a los educadores y a la familia estar al tanto de estas prácticas, para evitar a tiempo cualquier fenómeno desagradable.


Antes de condenar, es preciso entender que si el abusador es también un niño puede estar reflejando en otros su propia realidad, y por tanto hay que tenerlo en cuenta también como víctima, no como victimario.


Incluso si son adultos, sus historias de vida revelan un pasado carente de afectos, de seguridad. Algunos fueron a su vez abusados, y puede que nunca lo confesaran en casa. Por eso el psicólogo chileno Luzoro insiste en que el primer paso para prevenir es hablar: lograr que el fenómeno exista también en el lenguaje de la familia, hasta alcanzar un clima de confianza alrededor de todo lo que implica la sexualidad humana.


No se trata de crear fobias innecesarias, ni de marcar estereotipos. Muchas veces los abusadores son personas estupendas en su desempeño laboral y social. Pueden tener su propia familia, ser amorosos con sus hijos...


Tampoco hay indicios de que los homosexuales abusen más de los niños que los heterosexuales, aclara el experto chileno: «Ese es un prejuicio machista. El hecho de que sea un hombre quien acaricie o exija favores de un varoncito no significa que le gusten otros hombres».


Salvar del desamparo


—Bueno, ahora vamos a conversar un poquito y a jugar. ¿Has visto cuántos peluches hay aquí? Coge uno.
El niño toma de un butacón un perrito. Regresa al sofá donde estaba sentado y pregunta al hombre que está frente a él.


—¿Puedo coger otro?
—Sí, claro. Coge el que tú quieras.
El pequeño vuelve a sentarse e inquieto comienza a jugar con uno y otro muñeco.
—¿Cómo tú te llamas?, pregunta el adulto.
El niño responde sin dejar de jugar.
—¿Y la escuela qué, cómo te va?
—Bien.
—¿Cuántos años tú tienes?
—Ocho. ¿No vamos a jugar pelota?
—Sí, claro, si yo soy tremendo fildeador.


El hombre continúa preguntando: el nombre de la escuela, la dirección de su casa, cómo se llama la maestra. Una a una, el menor responde con fluidez, aunque sin apenas mirar a su interlocutor. Mueve el muñeco de una mano a la otra, lo tira al aire, lo recoge, se levanta del sofá. Su ansiedad es evidente.


—Tu papá me estuvo contando una cosa que te pasó. ¿Vamos a hablar de eso?...


El instructor ha comenzado así la exploración de un menor que ha sido víctima de abuso sexual. La sala es pequeña, climatizada, pintada de rosado y con muebles confortables, abundan los juguetes. La privacidad, permite que no haya ningún tipo de influencia ambiental que pueda obstaculizar el proceso.


Los muñecos no están por gusto en el lugar. Las víctimas los toman y su manipulación, además de permitirles relajar su ansiedad, a veces les sirve para ejemplificar un poco cómo sucedieron los hechos.


En una mesa, un micrófono, y en la pared una cámara, graban todo lo sucedido. A través de un monitor, en otra sala, la familia del pequeño, sicólogos, fiscales y otros especialistas presencian la entrevista. Si hay alguna duda o sugerencia, se comunican con la técnica de grabación, que está en otra sala, quien a su vez habla al instructor que entrevista al niño a través de un pequeño micrófono en su oído.


El Centro de Protección a los Niños, Niñas y Adolescentes que han sido víctimas de delitos sexuales está ubicado en Ciudad de La Habana, y es hasta ahora el único en el país y uno de los pocos de su tipo en América Latina.


Fue creado hace dos años, gracias a la cooperación entre el Ministerio del Interior de Cuba y la ONG Child Protection Development Trust, del Reino Unido. Su objetivo es evitar la doble victimización del menor, para que su declaración pueda ser tomada una sola vez, y no se vea obligado a enfrentar todo un proceso que implica hacer la traumática historia en varias ocasiones. Su testimonio constituye una prueba para el proceso judicial.


Protección para todos


Cuando una familia llega a la unidad de policía y hace la denuncia, existe un oficial de menores que se ocupa de la atención y el cuidado de ese niño mientras está en ese lugar. A partir de ese momento se desencadenan las investigaciones periciales.


De inmediato el instructor toma las normas sobre el cargo y se comunica con el Centro. Allí, psicólogos, psiquiatras y defectólogos están listos para preparar al niño con vistas a que ofrezca toda la información necesaria en la estrategia de exploración.


La máster Niurka Ronda Fernández, directora del centro, dijo a JR que a veces no cuentan con toda la información, porque el niño solo se lo ha contado a su mamá o a otra persona afectiva, por temor a las consecuencias:


«El menor llega con los padres, el instructor y un fiscal. En el salón comienza el proceso de preparación de conjunto con su familia. Luego, los padres se van para otra área donde se entrevistan para recoger más información del caso. También se trabaja con ellos el aspecto terapéutico. En este tipo de delitos, el agresor compromete a la víctima. Hay que proteger a la familia, que a veces se siente culpable.


«A menudo se reprocha a la madre o al padre: “tú no cuidaste bien a la niña, no previste que eso sucediera”. Todos sabemos que esos crímenes son silentes, en solitario. Y tenemos que ayudar a la recuperación de esa madre, porque ese menor va después para su casa con ella.


«No hay instructor que resuelva el problema si no hay un tratamiento con la víctima y su familia, pues esta ha pasado por una estación de policía, viene con inseguridad, temor. A veces hay un pariente involucrado, o un vecino, u otra persona cercana. Por eso, lo primero es que sepan que el centro es un lugar de protección, para que se sientan seguros y colaboren con nosotros, y también con el menor».


Son varias las técnicas empleadas para preparar a la víctima para su exploración. Los especialistas del centro han diseñado una estrategia de intervención a partir de actividades lúdicas, manuales y con animales afectivos.
La defectóloga Grethel Ortiz asegura que «con ello se pretende diagnosticar la conducta del niño, mientras este canaliza la ansiedad y otras manifestaciones.


«Se hace lo que ellos deseen. Nunca se les dice: “hay que trabajar esta actividad”, sino que son alternativas que se ofrecen. Lo importante es que se sientan más cómodos y aporten información sobre el hecho.


«Ejecutamos juegos de roles, tradicionales, didácticos, de entretenimiento, de construcción y dramatizados. También se hacen trabajos manuales con papel variado y maché, así como con otros materiales como semillas y caracoles. Y disponemos de una computadora con softwares educativos.


«Además contamos con otras áreas, donde están los animales afectivos: la perrita Teca y jaulas con periquitos. Es importante tener varias salas de preparación, pues a veces hay más de un niño vinculado en el mismo caso, y si vienen los dos al mismo tiempo, podemos trabajar con ellos juntos y por separado».


Grethel significó que la mayoría de los infantes llegan al centro con dificultades de comunicación, atención distráctil y un alto nivel de ansiedad. Después de la preparación estos síntomas disminuyen, presentan una mayor lucidez y coherencia al expresarse y más concentración.


«A veces vienen llorando, con rabietas incluso. Tienen diversos síntomas como comerse las uñas, vómitos. Es muy difícil así la comunicación. Por eso, este período de preparación se realiza sin tiempo límite, todo el que sea necesario».


Prueba irrefutable


Magalis Cruz, técnica de grabación del centro, recuerda en detalles uno de los casos «La niña fue categórica con el instructor. “No quiero hablar, te voy a escribir en un papel lo que me pasó”. Y así lo hizo.


«Cuando terminó, el oficial tomó la hoja en sus manos, y oyendo las orientaciones mías por el micrófono que tiene en su oído, fue girándolo hasta que la cámara lo tomó bien. Entonces yo amplié el zoom y el texto pudo ser leído en toda su magnitud. Igualmente, los que estaban en la otra sala, pudieron apreciar el documento».


En el momento de realizar la exploración, primeramente la cámara hace un paneo del interior de la sala, para que se vea el sitio de la entrevista, y que no hay ninguna otra persona presente. En el video queda registrada la numeración corrida que ofrece fecha, hora, minuto y segundo de la grabación, así como una clave numérica del equipo de filmación. Ello constituye una prueba fehaciente de que el material no ha sido alterado.


Se graban dos DVD: uno queda archivado en el centro, y el otro se entrega al instructor. Además se hace otra grabación en casete de audio para aquellos casos en que hay dificultades para entender lo que dice el menor.


«El niño puede tener el reflejo de ostracismo (encoger el cuerpo como una ostra) —explicó Niurka Ronda— lo cual es un indicio de que ha sido víctima de abuso sexual. Tenemos previsto que en ese momento a lo mejor no habla claro, de ahí el empleo de una cinta de audio.


«Otro método es que el instructor repita lo que el menor está diciendo, por si está nervioso y no se escucha con claridad para el tribunal. El oficial reitera de forma textual. No puede cambiar nada».


Según contó a estas reporteras Magalis Cruz, el infante cubano es muy espontáneo, comunicativo, y regularmente expresa lo que siente. «Él se siente protegido, sabe que lo van a escuchar. El ambiente le gusta. No se le engaña. Incluso, si se dan cuenta de que hay un micrófono o una cámara, se les dice: “Sí, esto se va a grabar”. Para que ellos vean que no hay ningún secreto».


Magalis es fundadora del centro. Reconoce que es un trabajo durísimo, aunque lo hace con mucho amor.


«A nosotros nos cuenta trabajo volver a ver las entrevistas, porque son muy fuertes. Lo que nos reconforta es ver cómo el niño lo dice, ver la diferencia entre cómo llega y cómo se va, mejor, contento de haber soltado aquello que tenía adentro. Y sabemos, además, que su testimonio va a ayudar a que se ponga una sanción al culpable».


Imegen tomada de : http://www.tuguiadigital.com/

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